28 junio, 2013

LA CONVERSIÓN DE SAN PEDRO Y DE SAN PABLO


Ante la proximidad de la Solemnidad de los santos Pedro y Pablo, quiero compartir con vosotros un trabajo de hace unos años. Podéis usarlo siempre que sea para bien.
Siempre tenemos necesidad de conversión, pero muchas veces nuestra idea es un tanto inadecuada, por lo que lejos de favorecer, llega a impedir nuestro proceso o crecimiento como creyentes.
            Sabemos que muchos cristianos conciben su religión como un sistema de valores, como un conjunto de obligaciones que les permite ser considerados buenas personas, pero no han comprendido todavía que el fundamento de la existencia cristiana procede únicamente de la adhesión a Cristo, su Señor y su hermano mayor.

            Insistimos en ver la conversión como fruto de nuestros esfuerzos o de nuestra generosidad; en el fondo, somos nosotros los protagonistas, los que hacemos el esfuerzo y también los que nos ganamos a pulso nuestra justificación ante el Señor. Somos nosotros los que nos ponemos frente a Dios.

Sin embargo, la conversión es ante todo una gracia, un don de Dios, un fruto del conocimiento - relación, un fruto de la apertura a ‘aquel que nos ama apasionadamente’.

            La conversión  cristiana no tiene como punto de partida una fundamentación moral, yo no me convierto partiendo de unos valores mejorables que optimice por otros más sublimes o superiores. La conversión cristiana es existencial; es pasar de una existencia centrada en mí para dejar que una persona entre en mi vida.

La conversión cristiana tiene como característica el paso de vivir como ‘esclavos de la ley’ a vivir ‘en la libertad de los hijos de Dios’, de vivir desde nuestro yo, nuestra generosidad, nuestro ‘hacernos a nosotros mismos’ a vivir desde otro, desde la humildad desde el dejarse hacer por Dios.

Este paso sólo lo podemos dar en virtud de un descentramiento, de un desasimiento, de un despojo.

·       Descentrarnos de nuestro yo, aceptar que nuestra fe es relacional, y que el tú no es otro que Cristo.

·       Desasirnos de nuestras pequeñas seguridades para poner nuestra seguridad en Cristo, único y verdadero fundamento.

·       Despojarnos de nuestras riquezas, para que él pueda entrar y hacerse dueño y señor de nuestra vida.

La conversión cristiana está sometida es un proceso espiritual que dura toda la vida, porque a Cristo nunca se le termina de conocer y de amar suficientemente.  Sólo así podremos entender con san Pablo ‘ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí’ y suplicar ardientemente el poder llegar un día a entrar en esta experiencia mística.

 



1. LA CONVERSIÓN DE SAN PEDRO.


‘Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo’

(Jn 21, 17)


A primera vista las circunstancias de Pedro son distintas a las de Pablo;  nunca persiguió a la Iglesia sino que fue su primer guía; siguió a Jesús desde el comienzo de su vida pública. Sin embargo, las circunstancias de Pedro y Pablo son parecidas en cuanto que  los dos parten de sí mismos, de sus posibilidades los dos son generosos, quieren trabajar en el plan de Dios.

 


¿Quién es Pedro?



Pedro se puede definir como un ‘hombre generoso’.

-        Cuando Jesús lo llama, deja todo y le sigue (Mc 1,16) Es el más rápido en hablar y en actuar.

-        Cuando Jesús pregunta a los Doce ‘¿quién decís que soy yo? Pedro es quien contesta (Mc 8,29)

-        Tras el discurso del pan de vida, cuando muchos se marchan y Jesús pregunta a los Doce ‘ vosotros, ¿también queréis iros?’ (Jn 6,67) Pedro contesta, ‘Señor ¿ adónde iremos? Tú tienes palabras de vida eterna’ (6,68)

-        Cuando en la noche camina sobre el mar y se acerca a la barca, los discípulos están asustados porque creen que están viendo un fantasma. Pedro dice ‘si eres tú, Señor, dime que vaya andando hacia ti sobre el agua’

-        En la Transfiguración propone hacer tres tiendas

-        En Getsemaní desenvaina la espada para defender a Jesús.

-        Después de Pascua se lanza al agua para alcanzar antes a Jesús.


La generosidad de Pedro es evidente. Hombre temperamental, bien dispuesto. A menudo la conversión se entiende como el paso de una vida mediocre –poco generosa- a una vida generosa. Muchos necesitan este tipo de conversión, pero Pedro no la necesitó. Al contrario, su conversión iba a consistir, paradójicamente, en la renuncia a su generosidad. Podemos pensar que es una conversión extraña, pero es la más necesaria para los que queremos vivir nuestra fe cristiana con buena disposición pero confiados en nuestras fuerzas. Renunciar a la propia generosidad para basarlo todo en la gracia de Dios, en su amor gratuito. No es una conversión instantánea, como la de Pablo, sino que supone un aprendizaje, es un proceso de vida espiritual.


No te ocurrirá eso (Mt 16 / Mc 8)



Pedro después de la confesión de Cesarea es elevado a un lugar muy alto. Pero inmediatamente después anuncia su Pasión: ‘Dichoso tú...porque nadie te ha revelado esto sino mi Padre. Ahora te digo, tú eres «roca».’

Pedro no está de acuerdo, toma aparte a Jesús y le recrimina. Él se considera ‘dueño’ de la situación y no acepta que Jesús sea condenado. Son palabras sinceras, pero necesitadas de conversión.

            Pedro se sitúa en un nivel muy humano, pero necesita cambiar de mentalidad. Él quiere salvar, defender a Jesús. Jesús entonces le dirige palabras durísimas. El mismo a quien Dios se le había revelado, es objeto de recriminación. ‘Apártate de mi vista, Satanás’ Textualmente: ‘ve detrás de mi, Satanás (=tentador)


Iré contigo hasta la muerte (Mt 18,1-14 -Mc 9,33-37- Lc 9,46-48)


         


            Las pretensiones de poder y de autoridad nos acompañan. Pedro participa de ellas. Los evangelistas nos las narran dos veces.

            1º) ¿Quién es el más importante en el Reino de los cielos? (Mt 18,1)Jesús responde con una condicional taxativa ‘ si no os convertís... no alcanzaréis el Reino’ No es cuestión de deseo sino de cambio: ‘si no cambiáis y os hacéis como niños no entraréis...’ (18,2b)

 2º) ‘Se produjo entre ellos una discusión sobre quién debía ser considerado el más importante’ (Lc 22,24). Lucas pone esta segunda discusión sobre la autoridad en el contexto de la cena pascual. Marcos (10, 42-44) la pone en el camino a Jerusalén y la provocan ‘los hijos del Zebedeo’. Mateo 20, 25-27 se sitúa también en el camino y la pregunta la hace la madre de los Zebedeos.

El texto no dice que Pedro interviniera en esta discusión, pero es significativo que se dirige a él en el siguiente párrafo con las notas significativas de «Satanás», como adversario (tentador – cizañero), y con la alusión a la conversión: ‘tú, una vez convertido’ (Lc 22, 31-32). Pero Pedro no siente la necesidad de una conversión; está convencido de ser un discípulo generoso y exclama: ‘Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la muerte’ (Lc 22,33). A primera vista es una generosidad perfecta, ‘hasta la muerte’, pero es desconcertante. Jesús le responde que va a negar que le conoce.


Señor, ¿lavarme tú los pies a mí? (Jn 13,6)



            En la cena Pascual Jesús realiza el signo supremo de la caridad; el servicio a los hombres como un esclavo. Pedro se resiste porque no comprende: ‘Cuando llegó a Simón Pedro, éste se resistió: Señor, ¿lavarme los pies tú a mí? (13,6). Pedro es un hombre de reacciones impulsivas: ‘Jamás permitiré que me laves los pies’ (13,8). Jesús reacciona con una amenaza a Pedro, que tanto lo quiere: ‘no serás de los míos’: ‘Si no te lavo, no podrás contarte entre los míos’ (13, 8b). Pedro se resigna, pero, haciéndose el generoso, porque no ha entendido añade: ‘no sólo los pies, también las manos y la cabeza’ (13,9)


¿Por qué no puedo seguirte?



            Pedro se las da de generoso, pero esta generosidad está equivocada. En el mismo capítulo, tras la marcha de Judas, les anuncia que ‘adonde yo voy, no podéis venir’ (13.33). Jesús tiene que recorrer el camino solo. Simón Pedro, contrariado, quiere ir con él. Pedro es no sólo generoso e impaciente sino reiterativo. De nuevo vuelve a prometer su misma vida: ‘ Señor, ¿adónde vas?...¿ por qué no puedo seguirte? Estaría dispuesto a dar la vida por ti’ (13,37). Jesús le responde con crudeza; la generosidad equivocada conduce a la presunción espiritual: ‘antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces’ (13,38.)

            Como Pedro sigue sin comprender, en Getsemaní defiende a Jesús con violencia.

‘Simón Pedro desenvainó la espada e hirió al criado del sumo sacerdote’ (18,10)‘Eres discípulo... no lo soy’ (18,7) Lucas dice ‘no lo conozco’ (Lc 22,57)


No lo conozco



            ¿ De dónde procede la negación? Pedro no comprendía que un hombre muriera sin defenderse, sin luchar. Él estaba dispuesto a dar su vida pero luchando; por eso dice ‘no conozco a este hombre’. No lo conocía, porque él quería un Jesús que no existía, y por eso lo negó. Esta situación penosa le había conducido –sin él saberlo- a su conversión. Cuando se encuentra su mirada con la de Jesús llora amargamente: ‘Mientras estaba hablando cantó un gallo. Entonces el Señor se volvió y miró a Pedro. Pedro se acordó... y lloró amargamente’ (Lc 22, 61-62). Aquí, en el detalle de san Lucas, indicando que Pedro llora con amargura, está el momento de su conversión.

 


Tú lo sabes todo, tú sabes que te amo (Jn 21)



            En el encuentro de Pascua en Galilea entre Jesús y Pedro (Jn 21), con el trasfondo de las tres negaciones, se produce un cambio radical en la vida del apóstol. Para ello san Juan juega con dos verbos griegos: el verbo agapao significa «amar con generosidad»; es el verbo del amor oblativo, del amor que se entrega, que lo da todo, sin guardar nada para sí; es el verbo de Pedro antes de convertirse y antes de negar a Jesús. El segundo verbo griego que usa san Juan es fileo, que significa amar con el sentido positivo de «querer a una persona», de «tenerle aprecio», de «tenerle en estima».

            Jesús pregunta a Pedro usando el verbo fuerte, agapao: ‘Simón, ¿me amas más que estos? (Jn 21,15). La respuesta de Pedro es modesta porque se encuentra con él después de haberle negado tres veces: ‘Sí, Señor, tú sabes que te tengo aprecio’ (Jn 21,15).  Por segunda vez le hace la misma pregunta y Pedro contesta de la misma forma (Jn 21, 16).

            A la tercera pregunta Pedro ‘se entristece’. Jesús cambia el verbo; baja el nivel y ya no le pregunta si le «ama con generosidad», sino que le pregunta si le «ama/quiere», dando la impresión de que no quiere hacer le daño. Esta vez Pedro cambia su respuesta; hay que advertir que en griego se usa el pronombre personal cuando se quiere resaltar algo en el sentido del texto; pues bien san Juan repite por dos veces el pronombre personal «tú»: ‘Tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero» (Jn 21,17).  Pedro, después de la conversión, ya no pone su fuerza en sí mismo (pronombre personal «yo»), sino en Jesús (pronombre personal «tú»).  Hay un cambio fundamental de perspectiva. Jesús le muestra su confianza entregándole la Iglesia: ‘apacienta mis corderos’. Pedro es un hombre convertido que no pone en primer lugar sus certezas, su generosidad, sino que se somete a la gracia divina y confía en el Señor. Ya no dice ‘yo te amo generosamente’ sino ‘tú sabes que te amo’.


La mirada de Jesús



            La mirada de Jesús cambia el corazón de Pedro. Cuando abandona los pensamientos humanos (defenderlo, triunfar) para aceptar la gracia que procede de esta manera de hacer las cosas, desconcertante y profunda.

            No consiste en ser el primero en amar, sino en dejar que Jesús sea el primero. Pedro, una vez convertido, deja su generosidad para el segundo puesto, con humildad. De ser ‘el que controla’ la situación pasa humildemente a ser el discípulo; deja que Jesús le marque el paso. Jesús le responde entregándole su confianza total: apacienta mis ovejas, a los míos, a mi Iglesia.


2. LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO



Nada vale la pena en comparación con el conocimiento de Cristo (Flp 3,8 a)


Un sistema de valores incapaz y caduco



Filipenses 3 describe la vocación como conversión, un cambio radical en el modo de ser y de vivir. Empieza con una alusión al sistema de valores que tenía antes de su encuentro con Jesús para afirmar que ha abandonado todo, incluso ha llegado a despreciarlo, y eso que estaba orgulloso de su condición de judío observante.


‘En lo que a mí respecta, tendría motivos para confiar en mis títulos humanos’ (Flp 3,4ss)


‘Pero lo que entonces era ganancia, ahora lo considero pérdida si lo comparo con el conocimiento de Cristo’ (Flp 3,7-9)


Pablo es miembro del pueblo elegido, esto le da una situación de seguridad espiritual, conoce la voluntad de dios que es privilegio de Israel: ‘Reveló su palabra a Jacob, sus leyes y decretos a Israel. Con ningún pueblo actuó así ni les dio a conocer sus decretos’ (Sal 147,19-20)

Este «sistema de valores» era verdaderamente respetable pero, fruto de su conversión, lo ha rechazado ¿para adoptar otro sistema superior de valores? No, para adherirse a una persona: ‘Todo lo tengo por estiércol con tal de ganar a Cristo y vivir unido a Él’(3, 8b-9)


Adhesión a una persona



Pablo desea sobre todo ‘conocer a Cristo’: ‘Nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús’ (3,8 a). «Conocer» no es una operación mental sino una relación personal. A continuación dice ganar a Cristo. Ganar,  verbo significativo que demuestra que Pablo considera a Cristo su único tesoro. Pablo defiende su nueva postura religiosa. Se trata de una vida unida a Cristo no en virtud de la ley que es incapaz y provisional sino en virtud de la fe: ‘Vivir unido a Él con una justicia que no procede de la ley, sino de la fe en Cristo, una justicia que viene de Dios a través de la fe’ (3,9)


Dos tipos de «justicia/salvación»



            En realidad se contraponen dos tipos de «justicia», o sea, dos formas de obtener la salvación La de la ley se basa en una institución religioso-jurídica. El que la observa está convencido de que su cumplimiento hace que se sienta justo ante Dios. La persona se sitúa con orgullo ante Dios seguro de sus posibilidades.

La de la fe se basa en una relación personal. Parte de un encuentro, de una entrega confiada. La persona sale de sí misma para entregarse obedientemente al otro. Se sitúa en actitud de pobreza y humildad.

La verdadera «justicia/salvación», dice Pablo, viene de Dios mediante la fe. Justicia no por la que nosotros somos justos sino la justicia de Dios que nos hace justos. La conversión de san Pablo consiste en que descubre que la justicia fundada en la ley es incapaz de salvar porque tiene un error de base, de fundamentación, porque está basada en mis esfuerzos, en mis capacidades, en mis pretensiones, y no en Dios y en su misericordia gratuita.

 


LA JUSTICIA QUE PROVIENE DE LA OBSERVANCIA DE LA LEY
LA JUSTICIA QUE PROVIENE DE LA FE COMO ENCUENTRO CON CRISTO
1) La ley me dice lo que tengo que hacer. Es una ley de mínimos, no me lleva a buscar la plenitud en el amor.
1) Lejos de marcar unos mínimos me abre a una relación, que no sabes adónde te puede llevar
2) No salgo de mí mismo, no me desinstala, sino que busca afianzarme en mis  posiciones, en mis tradiciones adquiridas. La confianza la tengo en mí.
2) Me desinstala, me provoca, me pone en relación con otra persona, a la que presto mi persona y mi obediencia. La confianza la pongo en el otro.
3) Calculo la salvación sobre la base de mis esfuerzos. La salvación es obra mía.
3)La salvación es una acción de Dios en mí; yo soy un humilde siervo.
4) Los pobres y los débiles nunca podrán alcanzar esta justicia/salvación porque nunca reúnen los requisitos suficientes: no saben, no tienen valores que presentar.
4) Es buena noticia para los pobres, los humildes y los limpios de corazón.


Conoceré a Cristo


 


      Pablo insiste  en que sólo por la fe se puede llegar al verdadero conocimiento/relación en intimidad de Cristo. ‘De esta manera conoceré a Cristo y experimentaré el poder de su Resurrección’ (3,10 a)

      Ha comprendido que para alcanzar a Cristo resucitado sólo hay un medio: pasar por la pasión: ‘la participación/comunión (koinonía) en sus sufrimientos ‘para conocerle’. Y la fuerza de su resurrección y la comunión de sus padecimientos’ (10b)

Pablo demuestra la sinceridad de su adhesión personal a Cristo. No hace falta un amor grande para estar unido en su gloria; sí que hace falta para estar unido en sus padecimientos. Éste sí que es el amor auténtico.


3. CONCLUSIÓN



La experiencia cristiana es una experiencia espiritual, de encuentro con Cristo, antes que una experiencia moral. Una persona que recibe unos criterios morales sin fundamento religioso de encuentro con el Resucitado, puede que la viva como algo bueno, pero puede también que lo viva como algo artificial, impuesto, externo, que no sabe de dónde viene.

La fe cristiana cree que las personas pueden cambiar, incluso las que lleven una vida totalmente alejada de Dios y del evangelio de Cristo; la fe cristiana profesa a Cristo Resucitado, verdadero artífice del cambio personal. Partir del encuentro transformador con Cristo es partir de una base firme para sustentar toda la vida, también la moral.

Los santos apóstoles Pedro y Pablo tuvieron que pasar por su propia conversión. La de san Pedro fue más un camino a seguir, a descubrir, teniendo que renunciar a muchos criterios propios y a su propia seguridad, a su generosidad innata,  para dejarse abrazar por el amor de Cristo y dejar que él sea el primero.

La de san Pablo fue un encuentro definitivo, un chispazo, una iluminación, un «caer del caballo», un choque de trenes… Pablo era enérgico, relampagueante… cuando descubrió a Cristo, entendió que su vida sólo podía ser para él.


Pedro Ignacio Fraile Yécora

29 de Junio, Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo 2013

27 junio, 2013

JESUS, LA CRISIS DE AUTORIDAD Y SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA


               El evangelio de hoy acaba con una voz en ‘off’ que dice: ‘la gente estaba admirada de las palabras de Jesús, porque  enseñaba con autoridad, y no como los escribas’. Siempre me ha llamado la atención este final del evangelio, que se puede leer de forma independiente del texto que le precede, y que da juego por sí mismo. Por otra parte, es un texto vivo, de una actualidad sorprendente. Hagamos un repaso rápido: ¿qué autoridad nos merecen hoy muchos políticos (digo ‘muchos’ para evitar el ‘todos’). ¿Qué autoridad merecen hoy los banqueros? ¿Y los jueces? ¿Y los curas? Citamos las personas relevantes en la sociedad, sin decir nada de otros estamentos totalmente marginales, en quien muchos descabezados confían: curanderos, arribistas, brujos, visionarios, trepas y ladrones de cuello blanco.

               Uno de los problemas de nuestra sociedad, dicen los sesudos analistas, es que se ha quitado autoridad a los que de verdad deben tenerla: padres, maestros, médicos, educadores, catequistas (esto último lo digo yo). Es tremendo y preocupante cuando, en uno de esos programas de televisión que tocan la obscenidad con su mano, vemos a adolescentes que se rebelan con insultos e incluso agresiones contra sus padres. Es tremendo, injusto y preocupante cuando un padre o madre se atreven a insultar, o incluso agredir, a los maestros y profesores de sus hijos. Lo mismo: es tremendo, injusto, preocupante y suicida cuando un descabezado (o descabezada), se revuelven contra las enfermeras y médicos con amenazas de denuncia porque no le han tratado bien. Es de una obscenidad inigualable cuando la chusma se revuelve contra todas las monjas porque han aparecido casos (sin duda delitos) de una religiosa que en un momento de la dictadura española abusó autoritariamente contra madres solteras y les quitó el hijo (casos de los bebés robados): ‘fuera, todos son iguales, gritan’.

               Hagamos la pregunta: ¿quién tiene autoridad en esta jungla? ¿A quién escuchamos? ¿Quiénes son nuestras referencias? ¿Qué riesgo corremos cuando desvestimos de autoridad a quienes legítimamente las tienen que detentar y ejercer? Léase padres/madres; maestros/profesores/educadores; médicos/enfermeras; jueces; y también sacerdotes y religiosos/as?

               En medio de esta ceremonia de la confusión, de donde nadie sale bien parado, aparece con luminosidad una frase del evangelio: ‘la gente estaba admirada de sus palabras, porque  enseñaba con autoridad, y no como los escribas’. Jesús sí que tenía autoridad; Jesús sigue teniendo autoridad.

               Hoy es San Cirilo de Alejandría, Patriarca de Alejandría (Egipto) en los siglos de la naciente Iglesia. Los nuevos guionistas de la historia le echan en cara su carácter autoritario y agresivo (lo descalifican para quitarle su autoridad). Sin embargo, a él le debemos implorar a María como Madre de Dios (Theotokos), defendiendo con tenacidad esta confesión de la fe, frente al patriarca de Constantinopla (Nestorio). Se trataba de una cuestión no menor, que ahora no es el momento de abordar. Nos quedemos con esto: San Cirilo hizo valer su autoridad y hoy seguimos rezando el «Avemaría»: ‘Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros’.

               Recuperemos el sentido de la ‘autoridad’ en nuestra vida (no autoritarismo, ni autocracia, ni autismo). Jesús tenía autoridad, y los evangelios se felicitan por ello.

 

Pedro Ignacio Fraile Yécora

27 de Junio de 2013 – San Cirilo de Alejandría

 

 

25 junio, 2013

3+1 NO SE ACOBARDE. NO SEA COBARDE (Lc 9,18-24)


1. ATRÉVASE  A RELLENAR ESTA ENCUESTA.  Defina con tres palabras los siguientes personajes que le proponemos. Por ejemplo: Gandhi: político, pacifista, asesinado. Con esto modelo, siga esta secuencia: Julio César; Carlos Marx; Abrahán Lincoln; Madame Curie; Alejandro Magno; Aristóteles; Teresa de Jesús; Mahoma; Felipe II; Madre Teresa de Calcuta. Puede añadir otros personajes.

2. JESÚS DE NAZARET. Ahora haga lo mismo con Jesús de Nazaret. Hágalo antes de continuar este ejercicio. ¿Ya está? Pase a la siguiente prueba.

3. EVALUACIÓN. Si usted ha dicho que Jesús fue un hombre legendario, del pasado, mítico, está bastante lejos de la fe cristiana. Si usted ha dicho que Jesús es un símbolo, una estrella, un médium, probablemente lleva un buen ‘cacao’ mental. Si ha preferido poner palabras como modelo, revolucionario, fracasado, apunta formas, pero tampoco puede considerarse entre los cristianos. 

3+1. Este ejercicio lo deberíamos hacer todos los que nos llamamos cristianos más de una vez a lo largo de nuestra vida. Porque nuestra percepción de Jesús en nuestra vida cambia con el tiempo. Jesús hizo este ejercicio, en vivo y en directo, a sus discípulos. Pedro hizo de portavoz, suyo y de toda la Iglesia y le dijo: «Tú eres el Mesías de Dios». ¿Confesarías tú, hoy, a Jesús como el Señor, como el Hijo de Dios, como el Cristo?

Pedro Ignacio Fraile. 12 º Domingo del Tiempo Ordinario.

21 junio, 2013

JESÚS, LA ALCANCÍA Y EL TESORO DE PETRA


 
               Cuando se va a Petra, en Jordania, los «viajeros-peregrinos», los «curiosos turistas», los «compulsivos consumidores fetichistas de lugares turísticos» del mundo, los emuladores de Indiana Jones en «La Última cruzada», todos… sin excepción, abrimos la boca cuando al final del largo y bellísimo cañón (Siq) nos tropezamos en la última curva con la visión entrecortada del «Tesoro».

               El guía nos explica por qué se le llama «Tesoro» (en árabe al-khazne), cuando en realidad es la fachada de la tumba de un rico hombre de los nabateos. Dice que, cuando aún no había sido «presentado» a Occidente (porque «descubrir», lo que se dice «descubrir», los beduinos de los pueblos vecinos conocían Petra y la protegían de los viajeros extraños), los lugareños disparaban sus armas de fuego contra una parte de la fachada que se asemeja a una crátera, vasija o ánfora. Ellos pensaban que estaba llena de monedas. En todos los pueblos y en todas las tradiciones, los desiertos son lugares donde están escondidos arcas y arcones con tesoros innumerables. Tras vaciar sus pistolas y arcabuces, sólo conseguían que la fachada se desmoronara un poco más, pero el tesoro no aparecía… porque no había tal. El tesoro era la ciudad misma de Petra, su historia, sus edificios… y no lo sabían. Apuntaban hacia un tesoro, y el tesoro se les apareció en forma de millones de visitantes que querían ir a la «ciudad perdida». Moraleja: no sólo hay que buscar el tesoro, sino saberlo encontrar.

               En castellano de tradición mozárabe hay una palabra preciosa: «alcancía». Es la palabra que se usaba en muchos pueblos para indicar el lugar donde se guardaban los ahorros. Nosotros la hemos cambiado por otra palabra, que no tiene ese encanto: «hucha». No sé filología, pero me gusta indagar y hacer mis pinitos; ¿podría ser que nuestra «alcancía» para guardar monedas tenga que ver con el al-khazne (tesoro, en árabe)? Los cambios en las consonantes los impone el pueblo llano; es más fácil decir «alcancía» que «alcaznía».

               Todos tenemos nuestras alcancías donde guardar las monedas; todos tenemos nuestros lugares donde poner nuestros exiguos tesoros. Moneda a moneda vamos haciendo nuestro pequeño montoncito. Es necesario tener ahorros, pues la vida no avisa y con frecuencia tenemos que echar manos de los ahorros. Pero también a veces caemos en la tentación de confundir el tesoro de monedas con lo fundamental de la vida.

               Jesús lo dice de forma muy bonita y muy clara en el evangelio de hoy: «donde está tu tesoro, allí está tu corazón». Es verdad; todos pensamos en ir amasando una pequeña fortuna que nos saque de pobres y que nos dé para vivir con holgura, y más…

               Pero, ¿dónde está el tesoro del ser humano? Jesús nos dice que a las monedas les ataca la herrumbre, el orín, el «cardenillo», que decía mi abuela. Antonio Machado, poeta de versos luminosos y perennes, hablaba de que esperaba la muerte «ligero de equipaje, casi desnudo», advirtiéndonos de que en el «último viaje» no se pueden cargar cofres de oro. Jesús nos habla del «tesoro» que debemos cuidar: el cariño, la bonhomía, la fidelidad, la fe, el sentido del humor, la valentía, la honestidad, la ternura, la generosidad… este tesoro no se herrumbra, sino que crece con el tiempo; es el tesoro que viene de Dios como don, y a Dios vuelve en el corazón de cada persona de bien.

               Los beduinos de Petra tiraban al tesoro de piedra sin saber dónde estaba el verdadero tesoro: la ciudad misma. Nosotros creemos que por amasar monedas de oro tenemos un tesoro, cuando el tesoro, nos dice Jesús, está en el hombre/mujer y en Dios; en ti y en mí cuando amamos, y en Dios que es el amor.

 

Pedro Ignacio Fraile Yécora; 21 de Junio de 2013. San Luis Gonzaga.         

 

20 junio, 2013

LA ORACIÓN DE JESÚS: EL PADRENUESTRO (Pedro Fraile)


APUNTES PARA UNA CATEQUESIS

Estos apuntes son míos. Los preparé hace unos años para una catequesis sobre la oración y el padrenuestro. Los puede utilizar todo el que quiera; eso sí, que respete la autoría, y no diga que son suyos. También son mías las fotos. Las he tomado todas en Tierra Santa. Las dos cosas, texto y fotos, si sirven para que alguien se acerque al Padrenuestro, ¡bendito sea Dios!
Pedro Fraile

1. INTRODUCCIÓN

1. La necesidad de la oración


 

San Lucas nos cuenta cómo un día los discípulos, al ver que Jesús rezaba frecuentemente y con gran intensidad, le dijeron: ‘enséñanos a rezar’. Parece ser, por lo que dice el texto, que Juan Bautista también enseñaba a sus discípulos: ‘Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos’. (Lc 11,1). Las diferencias son grandes; primero porque son dos personas muy distintas: Juan no es el Mesías, sino su «anticipador», su «precursor», el que «prepara el camino». Jesús, por su parte, es el Mesías de Dios; el que «cumple», el que «lleva a término» la obra del Padre. En segundo lugar porque no sabemos cómo rezaba Juan, pero sí que sabemos cómo rezaba Jesús. Tenemos sus palabras, su «enseñanza». En Jerusalén, en el Monte de los Olivos, se conserva una gruta que se conoce como la «Gruta de las Enseñanzas». Allí se recuerda cómo Jesús enseñaba a orar, y hoy se hace memoria del Padrenuestro. Las Carmelitas cumplen allí la invitación de Jesús.

Siempre sorprende que Jesús rezara. ¿Acaso no era el Hijo de Dios? Precisamente por eso. No se trata de una dificultad, sino de una consecuencia lógica. Por ser el Hijo de Dios necesita pasar horas de intimidad con su Padre. Jesús no hace su voluntad, sino la voluntad de su Padre. La voluntad del Padre no es algo aprendido, sino «aprehendido», que nace de su identificación con su Padre y de largas e intensas horas de oración. Entre los cuatro evangelios, en san Lucas la oración de Jesús tiene gran importancia. Por eso vamos a comenzar viendo algunos de sus rasgos.

a) Jesús se retira con frecuencia a orar.


 

Jesús se retira a orar en plena misión. No puede hacer presente el Reino, anunciarlo, como si fuera una cosa secundaria, sin importancia. La gente busca a Jesús, pero él no cae en la tentación del «activismo», sino que se retira a orar. Es lo primero de todo, antes incluso que «hacer cosas»: ‘Su fama se extendió mucho, y mucha gente acudía para oírlo y para que los curase de sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios para orar’ (Lc 5,16)

Jesús ora antes de elegir a sus apóstoles. La elección de los apóstoles, dice san Lucas, fue precedida de una larga oración de toda la noche. No en vano los apóstoles son «enviados» de otro. No dicen lo que ellos quieren, sino que transmiten y comunican lo que «otro», en este caso Jesús, les dice. El momento es tan importante que la oración lo ilumina todo: Por aquellos días fue Jesús a la montaña a orar y pasó la noche orando a Dios.  (Lc 6,12)

b) Lo hace en los momentos más importantes de su vida.


 

En el Bautismo: El bautismo marca el comienzo de su misión. Es el momento inicial de toda la vida de Jesús. Una misión de ‘Hijo’, de ‘Siervo’, no de ‘Potente emperador’. En este momento crucial, Jesús está orando y la voz del Padre lo confirma como Hijo que hace su voluntad. ‘Después de bautizar Juan al pueblo y a Jesús, aconteció que, mientras Jesús estaba orando, se abrió el cielo, descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como una paloma, y se oyó una voz del cielo: "Tú eres mi hijo amado, mi predilecto". (Lc 3,21)

En la Transfiguración. Cuando Jesús deja Galilea y se encamina hacia Jerusalén, se retira a orar. Es una decisión fundamental, pues sabe que emprende el camino que le lleva a enfrentarse con las autoridades religiosas y que, probablemente, las consecuencias serán trágicas. La voz del Padre confirma que ese es su Hijo, en quien se complace. ‘Unos ocho días después Jesús tomó consigo a Pedro, a Juan y Santiago y los llevó al monte a orar (Lc 9,28). San Lucas insiste en que todo sucedió en plena oración: Mientras él oraba, cambió el aspecto de su rostro y sus vestidos se volvieron de una blancura resplandeciente.’ (Lc 9,29)

La experiencia de la oración del Tabor la podemos unir a la decisión de seguir su viaje a Jerusalén; decisión confirmada por el Padre. San Lucas nos dice unos versos más adelante que ‘Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén’. (Lc 9,51). La experiencia del Tabor no es la de huir del mundo, sino la de ponerse en oración, en las manos de Dios, para descubrir su voluntad. Es necesario pasar por el Tabor y escuchar la voz del Padre para que no hagamos lo que nosotros queramos, sino lo que quiere Él; por otra parte, es necesaria la experiencia gozosa del Tabor para poder recordarla en los momentos de la prueba.

En la confesión de Pedro: Jesús les pregunta a sus discípulos si saben quién es él. Pedro se adelantará y dirá que es ‘el Mesías de Dios’. Es un momento fundamental pues es necesario saber quién es Jesús antes de ponerse en su seguimiento como discípulo. La pregunta de Jesús a sus discípulos no es espontánea, sino que nace como fruto maduro de su oración: ‘Un día que Jesús estaba orando en un lugar retirado y sus discípulos se encontraban con él, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". (Lc 9,18)

En Getsemaní: En el momento crucial de su vida, sólo comparable con el del Bautismo, cuando se pone en las manos del Padre, y Jesús da el paso en medio de la oración. Una oración intensa: ‘(Jesús) se apartó de ellos como un tiro de piedra, se arrodilló y se puso a orar, diciendo: "Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya". (Lc 22,41).

La oración de Jesús en Getsemaní es de «lucha» (en griego, «agonía»). ¿Tiene que ser así? ¿No puede ser de otro modo? ¿No se puede salvar a la humanidad sin «entregarse», comprando, cambiando, negociando, engañando? La oración de Jesús en Getsemaní alcanza tal intensidad que le caen goterones de sangre: (Jesús) entró en agonía, y oraba más intensamente; sudaba como gotas de sangre, que corrían por el suelo.’ (Lc 22,44).

En la cruz. Dos palabras dice Jesús en la cruz, según san Lucas: ‘Padre, perdónales porque no saben lo que hacen’ (Lc 23,34) y ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’ (Lc 23,46).

c) Las catequesis sobre la oración


 

Jesús enseña directamente sobre la necesidad de orar. En primer lugar enseña sobre la necesidad de orar con insistencia, sin desfallecer. Lo hace por medio de una parábola. San Lucas la introduce advirtiendo que no podemos cejar en la oración; no es cuestión de una vez al mes, o cuando las cosas se ponen feas.

Sobre la necesidad de orar siempre sin desfallecer jamás, les dijo esta parábola:  "Había en una ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Una viuda, también de aquella ciudad, iba a decirle: Hazme justicia contra mi enemigo. Durante algún tiempo no quiso; pero luego pensó: Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, le voy a hacer justicia para que esta viuda me deje en paz y no me moleste más". Y el Señor dijo: "Considerad lo que dice el juez injusto.¿Y no hará Dios justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? ¿Les va a hacer esperar? Yo os digo que les hará justicia prontamente. Pero el hijo del hombre, cuando venga, ¿encontrará fe en la tierra?". (Lc 18,1-8)

Si una persona sin corazón, como el juez de la parábola, escucha aunque sólo sea para quitarse de en medio el problema, ¿no escuchará Dios que es bueno? Le dije a una anciana ciega que está en una silla de ruedas y que está todo el día rezando: ‘Victoria, rece, no se canse de rezar’. Ella me contestó. ‘No me canso, pues si no le rezamos ¿cómo nos va a escuchar?   

Jesús también enseña, según el evangelio de san Lucas, la forma de orar. No se puede orar de cualquier manera, intentando justificarse ante Dios o diciendo que es Dios el que tiene que estar agradecido. El que va con sus ‘méritos’ por delante, no tiene nada que pedir; lleva las manos llenas. El que se sabe pecador, va con las manos vacías, y además no se siente digno; necesita que otro se «las llene» porque quiere. Así es la oración al Dios de Jesús.

 

"Dos hombres fueron al templo a orar; uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, de pie, hacía en su interior esta oración: Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano; yo ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo. El publicano, por el contrario, se quedó a distancia y no se atrevía ni a levantar sus ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador. Os digo que éste volvió a su casa justificado, y el otro no. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado". (Lc 18,10-14)

 

Si hacemos una lectura transversal del evangelio de san Lucas, vemos cómo la oración aparece continuamente referida a Jesús:

-        En el bautismo (Lc 3,21)

-        Al comenzar su misión de anuncio y sanación (Lc 5,16)

-        Al elegir a los Doce (Lc 6,12)

-        Cuando prepara la confesión de Pedro (Lc 9,18)

-        En el Tabor, camino de Jerusalén (Lc 9,29)

-        Cuando les enseña el Padrenuestro (Lc 11,1-5).

-        En Getsemaní (Lc 22,41.44).

-        En la cruz (Lc 23,34.46).

2. El «Padrenuestro» en Mateo y Lucas


 

Hemos dejado, intencionadamente, en el apartado anterior la oración del Padrenuestro en san Lucas (Lc 11,1-5) para tratarlo aparte. Tenemos dos versiones de las mismas palabras de Jesús, la de Mateo y la de Lucas.

a) El Padrenuestro en Mateo


 

Mateo pone su versión del Padrenuestro dentro del conocido como «Discurso de las Bienaventuranzas». Mateo quiere presentar a Jesús como el «Nuevo Moisés» que trae una Nueva Ley (la del amor, ley explicitad en las Bienaventuranzas) y que inicia un Nuevo Pueblo de Dios (la Iglesia).

Mateo hace el siguiente «juego» en su evangelio: Si Dios nos da por medio de Moisés la antigua Ley, que tiene cinco libros (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), Jesús, el Nuevo Moisés, pronuncia cinco grandes discursos programáticos. Uno de ellos, el primero de todos, el de las Bienaventuranzas, recoge las principales «enseñanzas» de Jesús. Una de ellas es, sin duda, la oración. En este caso, como veremos en el de Lucas, la iniciativa no es de los discípulos, sino de Jesús. Él es el que, en una gran enseñanza pública, les explica cómo deben orar: ‘Cuando oréis… no seáis como los hipócritas’; ‘Al orar, no os perdáis en palabrerías… sino orad así’. Entonces es cuando les enseña. El Padrenuestro en Mateo está enmarcado en una invitación a la intimidad  (vv. 5-6) y a la simplicidad (vv. 7-13).

 

Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, que prefieren rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que los vea todo el mundo. Os aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, cuando reces, entra en tu habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está presente en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

 

A rezar, no os convirtáis en charlatanes como los paganos, que se imaginan que serán escuchados por su mucha palabrería. No hagáis como ellos, porque vuestro Padre conoce las necesidades que tenéis antes de que vosotros le pidáis.  Vosotros rezad así:

 

«Padre nuestro que estás en el cielo,

santificado sea tu nombre,

venga a nosotros tu reino,

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

 

Danos hoy nuestro pan de cada día,

perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos

a los que nos ofenden,

no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal»  (Mt 6,5-13)

 

Notemos que el Padrenuestro según san Mateo tiene dos partes. La primera parte (Mt 6,9-10) invita a poner la mirada en Dios. Jesús llama a Dios «Padre» y sus discípulos deben aprender a llamarlo y a vivirlo igual, como «Padre». Pero ¿la experiencia de vivir a Dios como Padre es propia de Jesús o ya aparece en el Antiguo Testamento? Luego el orante, pide que llegue el Reino. El Reino que se pide no es el de este mundo, que bien conocemos, sino el del Padre: «venga tu Reino». ¿En qué consiste el Reino de Dios? ¿Se anuncia ya en el Antiguo Testamento? ¿Qué nos enseña Jesús sobre el Reino? El tercer aspecto tiene que ver con la «voluntad» de Dios. ¿En qué consiste? ¿Cómo descubrirla? ¿Es una «obediencia ciega»? ¿Existe la libertad para decirle que no?

La segunda parte (Mt 6,11-13) se dirige a los discípulos. Los discípulos tienen que pedir las cosas que son fundamentales, que son necesarias. Hay  que pedir a Dios el sustento de lo fundamental (no de lo accesorio). El pan que nos alimenta y nos sostiene. El pan que se puede compartir. El perdón y la reconciliación como fundamento de vida. No la competitividad salvaje ni la confrontación. La bendición divina para no caer en la tentación que haga abandonar el seguimiento tras otras seducciones. El mal está ahí, y no podemos ceder ni negociar con él.

 


2. PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS

 

La oración de Jesús comienza con un ‘vocativo’, esto es, con una llamada. En el Antiguo Testamento a veces encontramos otras llamadas, como «¡oh Dios!», «¡Señor!». Pero esta es distinta. Moisés reza así: ‘¿Por qué, oh Señor,  se ha de encender tu ira contra tu pueblo, al que sacaste de Egipto con gran fuerza y con mano poderosa?’ (Éx 32,11). En los salmos encontramos la aclamación ante la grandeza divina: ‘Oh Dios, te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben’. (Sal 67,6). Pero en todo el Antiguo Testamento nunca se dice que nadie se dirigiera a Dios y le dijera, en una exclamación de súplica y confianza. «¡Padre!».

La primera novedad del «padrenuestro» es que le llamamos de una forma totalmente distinta a como se le había llamado en toda la tradición judía. Esta forma de entender y de llamar a Dios es tan importante, que forma parte del credo de la Iglesia. Los creyentes nos dirigimos a Dios como «Padre» y lo confesamos como «Padre».

La fe de la Iglesia, tanto en el ‘Credo de los apóstoles’, que constituye el ‘más antiguo catecismo romano’, como en el más elaborado ‘Credo Niceno – Constantinopolitano’, comienzan con la profesión de fe en Dios Padre.

2.1. ¿En qué Dios creemos?


 

Dios es uno solo. En conformidad con la tradición bíblica, revelación de Dios mismo, nuestra fe no admite más que la existencia de un Dios único. Israel así lo cree y así lo profesa diariamente en el Shema: ‘Escucha Israel, el Señor es uno solo’. (Dt 6,4).

El profeta Isaías, en confrontación con las divinidades de Babilonia, recuerda al pueblo exiliado que Dios es sólo uno, y que los dioses paganos no son nada: ‘Volveos a mí y seréis salvados, confines todos de la tierra, porque yo soy Dios, no existe ningún otro… ¡sólo en Dios hay victoria y fuerza!’ (Is 45,22-24).

Dios que se «desvela», se «revela». La inteligencia humana quiere conocer a Dios; y es legítimo, pero vemos cómo una y otra vez nos aproximamos y nos alejamos. Creemos que ya lo hemos comprendido y, sin embargo, se nos pone delante como un velo. Pensamos que lo podemos explicar y nos fallan las palabras. Decimos lo que no es, pero no sabemos bien explicar cómo es. En el Antiguo Testamento Dios dice de sí mismo que es ‘rico en amor y en fidelidad’ (Éx 34,6), hasta que llega a esta afirmación fundamental Israel debe ir limando asperezas, para ir quitando lo que oculta el verdadero rostro de Dios. Este rostro los cristianos los reconocemos en Jesús. Con él decimos que «Dios es amor». (1Jn 4,8)

«En todo amar y servir». Con estas palabras de san Ignacio podemos entender mejor cuál debe ser la actitud de los hombres ante Dios. Si Dios es Dios, si no es fruto de nuestra imaginación; si es único y no es un diosecillo en una serie larga de dioses menores; si Dios es amor, tal como nos ha sido revelado, el ser humano no puede otra cosa que amarlo y servirlo.

La segunda parte del Shema así lo repite: ‘Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu fuerza’ (Dt 6,5). Es más, la felicidad del hombre depende directamente de si sirve a Dios o no: ‘Y ahora, Israel, ¿qué es lo que te pide el Señor, tu Dios? Que temas  al Señor, tu Dios; que sigas sus caminos, que le sirvas y que le ames con todo tu corazón y con toda tu alma(…)’. (Dt 10,12-13).

De nuevo vendrá Jesús a dar cumplimiento a la palabra del Antiguo Testamento, de forma que nos explicite que la verdadera plenitud está en ‘amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo’ (Mt 22,37-39 y par)

 


2.2. Jesús nos revela que Dios es «Padre»


 

En muchas religiones antiguas se identifican los dioses con los roles familiares, de forma que no es raro oír hablar de «dioses esposos» en las religiones del Mediterráneo oriental, tanto en Grecia como en Canaán. De estas uniones nacen distintas divinidades que son, a su vez, parientes de otras.  No es este el caso del Dios bíblico, que es único y trascendente. ¿Cómo entender, por tanto el título de «Padre»?

«Como un padre…». En el Antiguo Testamento a Dios se le compara como a un padre de familia bueno, que se preocupa por los suyos: ‘Porque el Señor reprende al que ama,  como un padre al l hijo querido. (Prov 3,12). También lo recoge un salmo:

 

Como un padre  siente ternura por sus hijos, 

siente el Señor ternura por sus fieles  (Sal 103,13)


 

 

En un himno del libro del Deuteronomio se pone este título, el de «Padre»,  al mismo nivel que el de «creador», indicando así la condición de portador y autor de vida:

¿Así pagáis al Señor, pueblo insensato y necio?

¿No es él tu padre y tu creador?

¿No es él el que te hizo y te constituyó? (Dt 32,6)

 

Que la imagen de «padre» no se puede identificar exclusivamente con el varón, frente a la mujer, es evidente cuando la Escritura usa explícitamente la imagen materna:

 

‘Como a un hijo a quien consuela su madre,

así yo os consolaré a vosotros’. (Is 66,13)

 

En el oráculo de Oseas, dirigido a Israel (la esposa infiel), Dios se revela en el amor esponsal, pero recupera algunos términos que son específicamente propios de la mujer, como las «entrañas maternas» (rahamim), que se suele traducir como «ternura»

 

‘Me casaré contigo para siempre,

me casaré contigo en la justicia y el derecho,

en ternura y amor;

me casaré contigo en la fidelidad,

y tú conocerás al Señor’. (Os 2,21-22)

 

«Padre nuestro...». Dicho esto, no podemos afirmar, sin embargo, que la revelación de Dios como Padre se agote en el Antiguo Testamento. El que nos dice en repetidas ocasiones que Dios es Padre, y que le debemos llamar Padre, es Jesús.

La relación que guarda Jesús con Dios es única a la vez que íntima. Todo lo que conoce el Hijo le viene porque el Padre se lo ha dado a conocer: ‘Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino al Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’ (Mt 11,27).

San Mateo llama repetidamente a Dios, «Padre»; cosa que sería chocante en un judío que se refiere a Dios con circunloquios para evitar pronunciar su nombre: «el Santo», el Bendito», «el Eterno».

De todos los textos donde aparece, sólo nos fijamos en el primero de los discurso mateanos, el de las Bienaventuranzas, cuando Jesús explica la novedad del evangelio respecto a la Ley judía, insiste en decir: ‘se ha dicho (la Ley dice), pero yo os digo’. En esta dinámica de contraposición entre lo antiguo y lo nuevo, Jesús se refiere continuamente a Dios con el nombre de «Padre»: ‘Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". (Mt 5,16). De nuevo unos versículos más tarde: ‘para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos’. (Mt 5,45). Un úlñtimo texto: ‘Guardaos de practicar vuestra justicia delante de los hombres para que os vean; de otro modo, no tendréis mérito delante de vuestro Padre celestial". (Mt 6,1)

La limosna, la oración y el ayuno. La actitud religiosa del creyente está manifiesta a los ojos de Dios.  Es una actitud confiada y transparente, sin medias tintas y sin pretender engañar. ‘que tu limosna quede en secreto; y tu Padre que ve lo secreto, te recompensará". (Mt 6,4). Lo mismo se dice de cómo debe ser la oración. ‘Tú, cuando reces, entra en tu habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre que está presente en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará.’. Por ultimo, el ayuno en sí mismo sólo es válido a los ojos de Dios si va acompañado de la sinceridad. ‘que los hombres no se den cuenta de que ayunas, sino tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará".

Padre providente. San Mateo habla también de que Dios es como un Padre que se cuida de sus hijos. El que se siente hijo amado sabe que Dios provee lo que más necesita:  Mirad las aves del cielo; no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? (Mt 6,26) Y también ‘Por todas esas cosas se afanan los paganos. Vuestro Padre celestial ya sabe que las necesitáis. (Mt 6,32). Hay que confiar en Dios, porque él es un «Padre bueno» (Mt 7,11)

La oración de Jesús. Jesús, en su oración. se dirige a Dios como «Padre»: En aquel tiempo Jesús dijo: "Yo te alabo, Padre,  Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y se las has manifestado a los sencillos. (Mt 11,25).

En Getsemaní, Jesús llama a Dios «Padre» en medio de la prueba. En san Marcos,  Jesús llama a Dios «Abba», Padre. En la agonía, no le dice a Dios ¿quién eres tú? ¿o qué clase de Dios eres? sino que le llama «abba»:  Decía: "¡Abba, Padre!, todo te es posible; aparta de mí este cáliz, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú". (Mc 14,36)

Tanto san Mateo como san Lucas recogen este mismo pasaje en el que Jesús llama a Dios Padre. San Mateo lo repite por dos veces: (Jesús) Avanzó unos pasos más, cayó de bruces y se puso a orar así: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú". (Mt 26,39)

‘De nuevo, por segunda vez, se fue a orar, diciendo: ‘Padre mío, si no es posible que este cáliz pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad". (Mt 26,42)

Por último, en san Lucas, encontramos que Jesús, en la cruz, le llama también «Padre». Jesús decía: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Y se repartieron sus vestidos a suertes.’ (Lc 23,34)

2.3. Dios es Todopoderoso


 

De todos los atributos divinos que intentan intuir cómo es (misericordioso, bondadoso, omnisciente, omnipresente etc.) sólo uno aparece en el credo: «Todopoderoso». No es fácil explicarlo, sobre todo si lo entendemos desde una perspectiva filosófica, porque pronto aparece la pregunta: ‘si lo puede todo…¿por qué no evita el mal en el mundo? La pregunta sobre el mal es, sin duda, la que más afecta no sólo a la propia existencia de Dios, sino a su bondad.  La experiencia de los creyentes de todos los siglos nos hablan de que ‘Dios escribe recto con renglones torcidos’, de forma que su «poder» no se manifiesta ni se explica con nuestros criterios para ver la realidad ni con nuestras valoraciones. 

Dios sabe más. La fe en un Dios «todopoderoso» nos lleva a no ser engreídos queriendo enseñar a Dios o explicarle sus planes sobre la historia, sobre la humanidad y sobre cada uno de nosotros. Las criaturas somos limitadas en nuestro saber, entender y hacer. Sabemos un ‘poquito’ y pretendemos establecer juicios universales de valor que afecten a todo y a todos. Esta limitación, propia de nuestro ser criaturas, no le afecta a Dios.

Dios ama más. Dios es Dios; cuando hablamos de él sólo lo podemos hacer por aproximación, y no podemos reducirlo a nuestros esquemas de «poder» y de «saber»; de «fuerza» y de «sometimiento»; de «control» y de «imposición».

El lenguaje sobre Dios todopoderoso no puede ir al margen del Dios que es amor. El poder de Dios se ilumina con su condición de amor, de forma que no es arbitrario ni impositivo. Por otra parte el amor de Dios se desgaja de la imposibilidad si afirmamos que es un «amor que todo lo puede». Puede perdonar, puede comprender, puede renovar, puede rehacer, puede recomponer.

Dios espera más. La fe en Dios «todopoderoso» nos libera tanto de un «diosecillo» particular, casi regional, que extiende su dominio sobre un mínimo campo de la realidad, como de un Dios sometido al «destino», al «fatum», a la «fatalidad».

Nuestra fe no es fatalista, sino providente. La historia no está desbocada, dejada a su suerte, sino que tiene su origen en el Dios de la vida y se dirige a su plenitud en el Dios de la vida. La fe en Dios es esperanzada, no amenazada.

2. 4. Dios es creador


 

Las preguntas fundamentales. Muchas personas (no todas) se plantean a lo largo de su vida las preguntas fundamentales sobre ellas mismas, sobre lo que les rodea, sobre su suerte: ‘Quiénes somos?, ¿a dónde vamos?, ¿cuál es nuestro origen y nuestro fin?

La fe en el Dios creador nos libera precisamente de vernos sometidos al sinsentido, a la arbitrariedad, a la casualidad o al azar.

Las personas no somos ‘granos’ que le han salido al mundo, ni ‘monos con suerte’, ni ‘máquinas mejorables’. La condición de ser ‘criaturas’ a imagen y semejanza del mismo Dios, en diálogo con él, otorga una dignidad y una responsabilidad que no tiene parangón. El hombre sólo se mide con Dios y sólo acepta mirarse en el espejo de Dios.

Mundo creado y criaturas amadas. Al afirmar que Dios ha creado el mundo no negamos que el mundo pueda comprenderse desde su propia autonomía (fuerzas dinámicas, continuos cambios, progreso real y permanente etc.) sino que afirmamos su condición de que no es ni autosuficiente ni eterno.

El hombre, por su parte, cuando se mira en el espejo de Dios, se sabe limitado y débil (pecador), pero no ello abandonado.

La mirada cristiana sobre el mundo es una mirada de amor, que incluye el respeto por la obra creada, por la naturaleza, y el amor a las personas. Podemos hablar de un sentido ecológico religioso, incluso cristiano, porque la naturaleza es un regalo de Dios.

El Dios cercano que nos trasciende. La oración de Jesús dice ‘que estás en el cielo’. Nosotros sabemos que Dios no está ‘ni arriba, ni abajo’, porque no se mueve en nuestros espacios humanos. Muchas veces usamos nuestras ‘torpes’ limitaciones para intentar abarcar y delimitar a Dios. Tarea inútil y necia. San Agustín insiste en que a Dios no lo podemos atrapar, como se atrapa a una hermosa mariposa. Dios se nos revela, pero sigue siendo misterio inefable: ‘Si lo comprendieras, ya no sería Dios’ (S. Agustín, Sermones 52,6,16).

 

3. VENGA A NOSOTROS TU REINO

3.1. Dios es «Rey» según la teología del Antiguo Testamento


 

YHWH es rey. Para el pueblo de Israel, el rey del mundo es Dios. O lo que es lo mismo, Dios reina sobre la creación, sobre la humanidad, sobre todos y cada uno de nosotros. Esta imagen no nos tiene que sorprender ni echar para atrás, por considerarla «extraña», ya que en la antigüedad los pueblos aceptaban todos, sin reservas, la autoridad real. Es verdad que tanto Grecia como Roma dieron el paso a la república como forma de gobierno, pero este paso no se da en los pueblos semitas: ni en Israel, ni en Babilonia, ni en Asiria, ni en Persia.

YHWH reina. Que Dios sea el «Rey» supone que sólo a él le debemos dar culto, veneración, adoración. No hay nadie por encima de él. Él es también el dueño de la tierra, de forma que no permite que nadie abuse de los pobres de su reino. Es más, él es un rey justo que hace justicia poniendo su mirada siempre en los más desfavorecidos: "Las tierras no se podrán vender a perpetuidad y sin limitación, porque la tierra es mía y vosotros sois en lo mío extranjeros residentes. Por tanto, en todo el territorio que ocupáis, las tierras conservarán el derecho de rescate.’ (Lev 25,23).

Pero el Señor reina eternamente, y tiene preparado su trono para el juicio;  juzga al mundo con justicia, dicta sentencia a las naciones.  El Señor es refugio para los oprimidos, su refugio en los tiempos de la angustia. En ti esperan los que saben tu nombre, pues no abandonas, Señor, a quien te busca. (Sal 9,8)

3.2. Jesús anuncia el Reino de Dios y él es Rey


 

Se ha cumplido el tiempo. Veamos los dos anuncios con los que comienza el evangelio: el de Juan Bautista y el de Jesús. Juan Bautista dice que el Reino está cerca: ‘Por aquellos días apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea y diciendo: "Convertíos, porque está cerca el reino de Dios" (Mt 3,1). A continuación tiene que reconocer que él no es el Mesías, sino que lo señala. Cuando Jesús comienza su anuncio del evangelio, el mensaje cambia: ya no es ‘está cerca’, sino ‘se ha cumplido el tiempo’. La diferencia es clara: Juan anuncia a otro porque no es él; Jesús anuncia que el Reino comienza con él: ‘Después de ser Juan encarcelado, Jesús fue a Galilea a predicar el evangelio de Dios;  y decía: “Se ha cumplido el tiempo; el reino de Dios está cerca. Arrepentíos y creed en el evangelio”. (Mc 1,15). Jesús nos dice que ya no tenemos que esperar más. No podemos seguir mirando a que venga alguien a anunciarnos la buena noticia, porque la buena noticia es Jesús.

Las parábolas sobre el Reino.  El evangelio de san Mateo reúne todas las parábolas sobre el Reino de Dios en el capítulo 13. Dos observaciones: Primera, que Jesús no pronunció todas las parábolas seguidas, evidentemente, sino que fue san Mateo quien las reunió siguiendo la táctica de dividir su evangelio en «cinco grandes partes», como el Pentateuco, porque Jesús es el Nuevo Moisés.  Segunda observación: que san Mateo nunca dice «Reino de Dios», sino «Reino de los Cielos», porque para los judíos la palabra «Dios» no se puede ni siquiera pronunciar, por respeto.

Introducción: El sembrador y la tierra (Mt 13,1-23) Jesús comienza hablando de sembrar. Tres actores activos: el sembrador, la simiente y la tierra. Si el sembrador lo hace bien pero la simiente y la tierra no son buenas, poco fruto. Si el sembrador y la simiente son buenas, pero la tierra no está preparada, poco fruto. Jesús es el sembrador y el evangelio es la simiente; ¿cómo está nuestra tierra? ¿Dura como un camino, llena de zarzas, o blanda y mullida? Una vez hecha esta introducción, Jesús expone las parábolas sobre el reino.

Primera: el trigo y la cizaña. (Mt 13,24-30). La paciencia de Dios. Dios no se precipita, sino que da tiempo a que las personas crezcan y maduren. Sólo al final decide «intervenir». ¿Cómo actuamos con las personas? ¿Quemamos etapas? ¿Somos impacientes, aun a riesgo de destruir el «fruto», el trigo? El Reino de Dios se construye paso a paso, sin grandes estrapalucios.

Segunda: el grano de mostaza. (Mt 13,31-32). Pensemos en algo que no tiene, aparentemente, fuerza, ni vigor. Algo que no «aparenta» nada: ¿la Madre Teresa de Calcuta cuando ella sola empezó a recoger moribundos por las calles de Calcuta? ¿Monseñor Romero que «sólo» predicaba en la misa dominical? ¿L’ abbé Pierre que recogía cartones por las calles de París? Para Jesús, de lo insignificante puede salir un hermoso árbol lleno de frutos. El Reino de Dios va por caminos no trillados, y no se manifiesta en lo espectacular.

Tercera: La levadura en la masa. (Mt 13,33). El reino tiene que ver con la «fermentación». Es una chispa que mueve de adentro hacia fuera. Aparentemente no está, pero hace que todo se mueva. Es necesaria, pues el pan sin levadura no sube; puede ser que no se «valore», pero sin levadura no hay pan y sin levadura no hay Reino. Los cristianos ¿estamos llamados a ser «levadura en la masa» o actores principales de la obra del mundo?

Cuarta: el tesoro encontrado. (Mt 13, 44). El Reino no es para todos, sino para los que lo encuentran. No hay nada de injusto. No todos están dispuestos a buscar (¡cuántas personas viven tranquilas como están, y no quieren que nada ni nadie les moleste); otros buscan, pero no un «tesoro», sino «baratijas»: se conforman con poco. El Reino es un tesoro tan espectacular y tan definitivo que ‘el que lo encuentra, vende todo para adquirirlo’. ¿Por qué nuestra fe es tan débil? ¿Quizá no hemos encontrado el tesoro o nos conformamos con ‘baratijas’?

Quinta: La perla preciosa. (Mt 13, 45). En este caso no es un tesoro que se encuentra, sino un mercader que tiene buena vista, que es «listo». Quizá otros la vieron pero no se dieron cuenta del valor que tenía. ¿Acaso no conocemos personas que aparentemente son muy sabias pero no saben descubrir la «preciosidad» que tienen ante sus ojos, el Reino de Dios? Apreciar el valor de las cosas es un don de Dios: el Reino hay que saberlo descubrir y apreciar.

Sexta. La red de pesca. (Mt 13,47-49). Creer en el Reino no es creer en ‘pastel para todos’. Jesús no era alguien ingenuo que desconociera el corazón del hombre. Por eso la última parábola nos enfrenta con la realidad: no todos entienden ni aceptan el Reino. No todos son «peces propicios», sino que algunos no son «aptos». San Mateo insiste mucho en su evangelio en la necesidad de obrar conforme a la fe y no contentarse con «buenos propósitos».

Conclusión. El «maestro de la Ley» se hace discípulo (Mt 13,51-52). Jesús se dirige a sus discípulos porque quiere que ellos sean los anunciadores del Reino. Jesús no se queda aquí, sino que concluye con una reflexión dirigida a los judíos que estaban dispuestos a hacerse cristianos. Hay que tomar de lo antiguo y de lo nuevo; hay que escuchar la ley de Dios y hay que dejarse llevar por el espíritu de las Bienaventuranzas.

3.3. Anunciaremos tu Reino, Señor


La oración cristiana es de petición, de súplica, a la vez que de compromiso. Jesús nos dice que, cada vez que recemos, digamos: ‘venga tu reino’. A la vez, por otra parte, una de las canciones pensadas para la asamblea litúrgica o para el pueblo de Dios es precisamente esta: ‘anunciaremos tu reino, Señor’.

 

4. LA VOLUNTAD DE DIOS

 

El «padrenuestro» en el evangelio de san Mateo tiene dos partes, la primera en referencia a Dios y la segunda a los hombres. La referida a Dios, a su vez, comienza dirigiéndose a Dios como «Padre»; luego le pide que llegue el Reino y, por último, acepta con humildad que «se haga la voluntad de Dios». Ahora bien ¿en qué consiste la voluntad de Dios? Este ejercicio es duro, pues supone una maduración en la fe y purificar, incluso con mucho dolor, nuestra imagen de Dios. Job, al final de su libro, después de haber pleiteado con Dios dice: ‘Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos’ (Job 42,5). La fe en Dios, y la aceptación de su voluntad es un camino que no ahorra disgustos, sufrimientos, incomprensiones, e incluso dolor.

 

4.1. Distintos aspectos de un problema cierto y abierto

 

¿Qué no es la voluntad de Dios? Podemos rastrear la Sagrada Escritura en busca de textos del Antiguo y del Nuevo Testamento. No olvidemos, como ya hemos indicado, que para esto es fundamental que dejemos por sentado qué imagen tenemos de Dios. El Padrenuestro dice que Dios es «Padre». Por eso, lo primero que podemos decir es que la «voluntad de Dios» nunca puede ser «antihumana», porque creemos en un Dios que «crea» al ser humano para que viva, lo «bendice» y lo hace «a imagen y semejanza suya» (Gén 1). Un Dios que construye y destruye a su antojo, malhumorado y caprichoso; que tiene al hombre como marioneta de cartón piedra, para divertirse; no es el Dios cristiano, no es el Dios de Jesús.

Tampoco podemos decir que la voluntad de Dios sea una simple aceptación sin más de los deseos del ser humano, como si él tuviera que obedecer a pie juntillas nuestros deseos. Por dos razones: primera porque si así fuera, Dios dejaría de ser Dios y sería un «super héroe» que hace lo que le pidamos, que llega donde nosotros no llegamos; el «primo de Zumosol» que utilizamos como escudo cuando lo necesitamos. ¿Pero Dios es sólo el que llega donde nosotros no llegamos? Una imagen así de Dios es aún muy infantil (que busca al hermano mayor que le defienda) o pagana (Dios es el que nos defiende de los enemigos). La segunda razón para no aceptar que la voluntad de Dios sea simplemente un reflejo de la nuestra la entendemos sólo con mirar honestamente nuestro corazón: ¿quién no ha deseado en el fondo de su corazón la venganza, la destrucción de los enemigos, el ajuste de cuentas? Si Dios cumple nuestra voluntad, sea la que sea, Dios deja de ser Dios para ser un «pelele» en manos de los hombres.

Tus planes no son nuestros planes. Una experiencia humana es que no siempre se cumple lo que queremos; ni desde un punto de vista humano ni tampoco religioso. Popularmente se dice que a veces ‘echamos cuentas y nos salen collares’.

Cuando decimos que se «cumpla» la voluntad de Dios aceptamos que él tiene un plan para nosotros, que no somos un «número» sin rostro ni historia; por otra parte, decimos y creemos que es un «plan de salvación».

 

Propio es del hombre hacer planes,

pero la última palabra es de Dios’. (Prov 16,1)

 

Aquí entra, necesariamente, la confrontación entre lo que deseamos nosotros y lo que desea Dios; también entre lo que pensamos que es mejor para nosotros y lo que puede desear Dios; entre nuestras «cortas perspectivas» que se agotan en un corto plazo y las «perspectivas» más amplias de Dios.

Puede darse el caso de que pensemos que es su voluntad cuando, en realidad, estamos haciendo lo que queremos; por eso es necesario aprender a «leer» la voluntad de Dios en el marco de todo el evangelio, no sólo de una parte y aprender a «discernir» lo que es de Dios y lo que es de nuestros deseos inconfesables.  Por ejemplo, ¿es la voluntad de Dios aceptar a una persona que te hace mucho daño y con la que tienes que convivir diariamente? Otro ejemplo, en el caso de la vocación religiosa: ¿Quiere Dios que arruinemos nuestra vida por un mal planteamiento que hemos hecho?

Podemos decir que Dios es como… Para hablar de Dios necesitamos imágenes humanas, que ni aun sumando unas a otras le hacen justicia. Todas las imágenes que pongamos son insuficientes; pero lo podemos intentar. Podríamos usar las imágenes del «vigía» que tiene una mirada mucho más amplia y completa del paisaje, incluso por encima de bosques y colinas, que la de la persona que sólo ve al pie de la torre. Podemos pensar en la imagen del «alto responsable público» que al afrontar una decisión tiene información de  múltiples sitios, frente al que sólo puede conoce de forma parcial uno o dos aspectos del problema. Pero podemos pensar también en la madre de familia que ante la discusión de sus hijos escucha a los dos, conoce los argumentos de ambos, sabe que los dos tienen parte de razón pero que no puede decidirse taxativamente por uno o por otro. También tenemos la imagen del buen maestro que debe corregir sin ceder a un niño porque ha hecho algo grave y debe aprender que no se puede obrar así. Podemos pensar en la última persona responsable, por ejemplo un médico, que tiene que decidir si cortar o no un miembro para salvar la vida de la persona…

Son todo imágenes insuficientes, aun cuando las aumentemos, para acercarnos al misterio de la voluntad de Dios: él quiere siempre lo mejor para nosotros, quiere nuestra felicidad y nuestra salvación, quiere que seamos plenamente personas y que cumplamos nuestra vocación de hijos… Pero aquí salta el problema: ¿y el dolor, qué función tiene en la «voluntad de Dios» sobre nosotros? Y el mal ¿es evitable? ¿cuándo es voluntad de Dios y cuándo es consecuencia del pecado del hombre? ¿Podemos afirmar que Dios nos corrige sin palo?

 

4.2. La voluntad de Dios en el  Antiguo Testamento

 

La voluntad de Dios aparece expresamente en el Antiguo Testamento en los textos vocacionales. Tanto en el caso de Abrahán, que tiene que poner rumbo a una vida nueva aun cuando todo le dice que siga donde está, como en el caso de Samuel, que siendo un niño acepta lo que Dios le pida.

 

Abrán tenía noventa y nueve años cuando se le apareció el Señor y le dijo: "Yo soy Dios todopoderoso; procede según mi voluntad y sé perfecto’ (Gén 17,1).

 

Entonces Samuel se lo contó todo; no le ocultó nada. Elí dijo: «Él es el Señor; hágase su voluntad». Samuel creció, y el Señor estaba con él; no dejó de cumplirse ni una sola de sus palabras. (1 Sam 3,18-19)

 

En la lectura continua de la Escritura, la voluntad de Dios a veces hay que pedirla, porque no es evidente o tarda en llegar, como en el caso de los reyes de Judá que no saben qué decisiones toma: ‘Por favor, consulta hoy la voluntad del Señor’. (1 Re 22,5). Sin embargo no se puede manipular ni exigir: ‘Pero vosotros no forcéis la voluntad del Señor, nuestro Dios, pues Dios no es como un hombre, al que se puede amenazar y presionar. (Jdt 8,16).

En la oración de bendición sobre el pueblo, los creyentes piden que Dios muestre su voluntad:

 

‘Que Dios os colme de bienes

y se acuerde de su alianza santa con Abrahán,

Isaac y Jacob, sus fieles servidores.

Que os dé a todos el deseo de adorarle

y hacer su voluntad con un corazón grande y un ánimo generoso.

Que abra vuestro corazón a su ley y a sus preceptos, que os conceda la paz,

escuche vuestras súplicas, se reconcilie con vosotros

y no os deje en los momentos de infortunio.’ (2 Mac 1,2-5)

 

Los orantes en los salmos repiten en varias ocasiones la necesidad de aceptar la voluntad de Dios en la vida:

 

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,

no pides holocaustos ni sacrificios por el pecado;

en cambio, me has abierto el oído,

por lo que entonces dije:

«Aquí estoy, en el libro está escrito de mí:

Dios mío, yo quiero hacer tu voluntad,

tu ley está en el fondo de mi alma». (Sal 40,7-9)

 

‘Hazme sentir tu amor por la mañana, pues confío en ti;

enséñame el camino que tengo que seguir, pues me dirijo a ti;

líbrame, Señor, de mis enemigos, pues me cobijo en ti;

enséñame a cumplir tu voluntad, pues tú eres mi Dios;

tu espíritu bueno me conduzca por una tierra llana’. (Sal 143, 8-10)

 

4.3. La voluntad de Dios en el Nuevo Testamento

 

a) San Mateo

 

Mateo nos dice en el «padrenuestro» que pidamos que se cumpla la «voluntad de Dios» en nuestras vidas; veamos otros textos.  Sólo unos versos más adelante, encontramos un dicho famoso de Jesús alertando sobre los ‘romanceros’ que por tener todo el día el nombre del Señor en los labios piensan que hacen lo que Dios pide: No todo el que me dice: ¡Señor! ¡Señor!, entrará en el reino de Dios, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial’. (Mt 7,21)

Más fuerte es cuando entra en escena la propia familia de Jesús. Jesús llega a anteponer como verdadera familia suya a quienes hacen lo que Dios quiere: ‘Uno le dijo: "Tu madre y tus hermanos están afuera y quieren hablar contigo". Él respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?". Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: "Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre". (Mt 12, 47-50; par. Mc 3,35)

Entre el dicho y el hecho hay un trecho’, o también ‘una cosa es prometer y otra dar trigo’, decimos en castellano. Lo mismo pasaba en la época de Jesús, pues es condición del ser humano la separación entre lo que decimos con los labios y lo que hacemos en nuestra obrar cotidiano. Son las incoherencias y son también las «falsedades». Mateo nos propone la parábola de los dos hijos enviados a la viña. Notemos la dureza de Jesús contra los que pretenden jugar con Dios enmascarando su verdadera voluntad.

 

"¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos; se acercó al primero y le dijo: Hijo, vete a trabajar hoy a la viña. Y él respondió: No quiero. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al otro hijo y le dijo lo mismo, y éste respondió: Voy, señor; pero no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?". Le contestaron: "El primero". Jesús dijo: "Os aseguro que los publicanos y las prostitutas entrarán en el reino de Dios antes que vosotros’. (Mt 21,28-31)

 

Frente al hijo que quiere engañar a su padre aparentando ser obediente, Jesús se presenta en la Escritura como el totalmente obediente a la voluntad de su Padre. Misterio que aún hoy nos admira y sobrepasa: ‘De nuevo, por segunda vez, se fue a orar, diciendo: "Padre mío, si no es posible que este cáliz pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad’. Volvió y los encontró dormidos, vencidos por el sueño’. (Mt 26,42-43; par Lc 22,42)

 

b) Evangelio según san Juan

 

San Juan reflexiona a lo largo de su evangelio sobre la figura de Jesús y lo presenta como alguien que vive abierto en todo momento a lo que su Padre le pide. Jesús no es sólo un «buen hombre», sino el «enviado de Dios». Las «obras de Jesús» transparentan las «obras de Dios»; por eso escuchando a Jesús escuchamos al mismo Dios.

 

Jesús les dijo: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y completar su obra. (Jn 4,34)

 

Yo no puedo hacer nada por mí mismo. Yo juzgo como me ordena el Padre, y mi juicio es justo porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. (Jn 5,30)

 

Jesús cumple en todo la voluntad de Dios, que no es otra sino que los hombres, la humanidad, se salve. Un mal planteamiento sería buscar la voluntad de Dios fuera de este plan de salvación:

 

‘Todos los que el Padre me da vendrán a mí. Al que viene a mí no lo rechazo, pues he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.  Y ésta es la voluntad del que me ha enviado, que yo no pierda a ninguno de los que él me ha dado, sino que los resucite en el último día.  Pues es voluntad de mi Padre que todo el que vea al hijo y crea en él tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día’. (Jn 6,38-40)

 

4.4. Conclusión

 

            La «voluntad de Dios» que pedimos en la oración del Padrenuestro no es un ejercicio de «fundamentalismo» según el cual no tenemos libertad, sino una apertura a nuestra condición de discípulos. De la misma forma que Jesús consuma su camino en total libertad de espíritu, así también nosotros debemos leer los signos de la vida, de la historia, para escuchar y entender lo que nos pide Dios en cada momento.

            Debemos pedir, igualmente, lucidez para que se cumpla la voluntad de Dios, y no la nuestra.

 

5. LAS CUATRO PETICIONES

 

Ya indicamos que el Padrenuestro según san Mateo tiene dos partes. La primera parte (Mt 6,9-10) invita a poner la mirada en Dios. Jesús llama a Dios «Padre» y sus discípulos deben aprender a llamarlo y a vivirlo igual, como «Padre». Luego el orante, pide que llegue el Reino. El tercer aspecto tiene que ver con la «voluntad» de Dios. 

La segunda parte (Mt 6,11-13) se dirige a los discípulos, que deben pedir las cosas que son fundamentales: El pan que nos alimenta y nos sostiene. El perdón y la reconciliación como fundamento de vida. La bendición divina para no caer en la tentación que haga abandonar el seguimiento tras otras seducciones y para llevar una vida a su servicio.

 

5.1. Danos hoy el pan cotidiano

 

En esta petición el orante (nosotros), suplicamos lo necesario para vivir dignamente en un mundo superficial e injusto.

El pan necesario. Hace poco oí esta expresión: ‘La sociedad moderna ha socializado la superficialidad’. Sin duda es un certero análisis.

También podemos apelar a una «sociedad de consumo» (a la que con frecuencia se le pone el eufemismo de «sociedad del bienestar») cuyo lema es: ‘comprar lo que no necesitamos, con el dinero que no tenemos, para agradar a gente que no nos importa’.

Aún podemos dar un paso más: ¿vivimos por encima de nuestras posibilidades, en una carrera por llegar a ningún sitio? ¿pensamos que el acumular bienes es un «seguro de vida»? Si es así, entonces comprendemos mejor la petición de Jesús: «concédenos alimentarnos con dignidad, porque somos personas». Esta es la oración. Y podríamos añadir «concédenos compartir nuestro pan con los que no tiene». Entonces la oración es plenamente cristiana.

Del Señor es la tierra. El israelita tiene conciencia de que la tierra es de Dios y el hombre sólo es su administrador:

 

Del Señor es la tierra y cuanto lo llena,

el orbe y todos sus habitantes:

El la fundó sobre los mares,

El la afianzó sobre los ríos. (Sal 25,1)

 

Por eso, porque él es el Señor, no permite que unos hombres vivan a costa de otros. ¿No sabéis cuál es el ayuno que me agrada? Abrir las prisiones injustas, soltar las coyundas del yugo, dejar libres a los oprimidos, romper todos los yugos;  repartir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que veas desnudo y no eludir al que es tu propia carne. (Is 58,6-7)

¿Qué dice Jesús? Jesús no tiene un discurso sobre economía, pero habla de los verdaderos tesoros y de qué hacer con la riqueza. El hombre es un ser muy importante com para medirse por dinero; el verdadero tesoro está en el corazón, no en los bienes acumulados. "No atesoréis en la tierra, donde la polilla y el orín corroen y donde los ladrones socavan y roban". Atesorad, más bien, en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corroen, ni los ladrones socavan ni roban; porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón". (Mt 6,19-20)

Jesús tiene también palabras muy duras contra los que quieren dar una a Dios y otra al diablo. El corazón del ser humano está hecho para servir, para adorar; y son imposibles las medias tintas o los enjuagues. "Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero". (Lc 16,13)

5.2. Perdónanos nuestras ofensas

 

En esta segunda petición partimos de que debemos tener experiencia del perdón y debemos aprender a perdonar. Hoy se habla de «ser sanados» en el cuerpo y en el espíritu. La gente que está herida no puede perdonar.

Saberse perdonados. Para entender la experiencia del perdón hay que partir de la experiencia de haber sido algún día perdonados (no excusados o disculpados). Sólo así se entiende el amor incondicional, generoso, gratuito, que supone el perdón. Esta experiencia no es en absoluto evidente ni fácil. Para unos no se puede perdonar: «ni olvido ni perdono», porque el sentimiento natural es la venganza. Para otros no es comprensible el perdón porque se considera una debilidad propia de los inferiores. Los que así piensan, los que  se creen por encima de los demás dicen: «¡yo no pido perdón!».

Sin embargo Jesús habla con frecuencia del perdón. Lucas, en el capítulo quince, tiene tres parábolas famosas. En las tres habla de la alegría que hay en el cielo por un pecador que hace la experiencia de sentirse perdonado.

El perdón ¿tiene límites? Puede ser que una, dos, tres veces perdonemos, pero ¿hasta cuándo? El corazón humano lleva cuentas; puede ser generoso, pero tiene un límite. ‘Pedro se acercó y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?". Jesús le dijo: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete’. (Mt 18,21).

La oración de Jesús. Jesús en la cruz perdona a los que le han condenado. ‘Jesús decía: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". (Lc 23, 34). ¿Un bonito final feliz poco creíble? Si Jesús hubiera muerto en la cruz maldiciendo, renegando, pidiendo venganza, la cruz hubiera sido para siempre no sólo «patíbulo» de represión romana, sino signo de maldición. Sin embargo el perdón de Jesús transforma la condena injusta en puerta real de salvación. En el «perdónales» Jesús acoge a toda la humanidad necesitada de perdón.

 

5.3. No nos dejes caer en tentación

 

Las tentaciones evidentes y las sutiles. ¿Sólo las tentaciones «evidentes», las carnales, las pasionales? ¿No hay otras tentaciones que están en lo más profundo del ser humano? Son las tentaciones que atraviesan tiempos, culturas y experiencias humanas:

 

-        Querer ser como Dios (Adán)

-        Querer vivir de espaldas al hermano (Caín)

-        Querer alcanzar los cielos y destronar a Dios (Babel)

-        Adorar lo que no es Dios

 

Los tres evangelios dicen que también Jesús fue sometido a las tentaciones, pero que resistió. Las tentaciones no son signo de debilidad, sino de humanidad. Porque somos humanos somos tentados, si bien se puede «resistir» a la tentación, como lo hizo Jesús. Jesús, en su misión de Mesías, fue sometido a cuatro propuestas sutiles:

-        la tentación de ser un «benefactor» todopoderoso y generoso que cubriera las carencias de la humanidad. Transformar las piedras en panes, de forma que todo el mundo reconocería su condición. Es convertir la fe en magia.

-        la tentación de hacer signos portentosos (tirarse del Pináculo del Templo al cauce seco del río Cedrón), demostrando sus poderes. Es convertir la fe en milagrería.

 

-        la tentación de ceder ante los medios habituales de poder, de control de masas, vendiendo incluso su alma al diablo: «todo esto te daré si me adoras». Es convertir la fe en un mecanismo más de poder y sumisión. 

 

La tentación del «yo». En el ritual del bautismo una de las fórmulas para las «renuncias al mal», previas a la confesión de fe, dicen: ¿renunciáis a creeros superiores? ¿a pensar que ya estáis convertidos del todo? En el fondo está el «egotismo», esto es, el culto al «yo/mi/me/conmigo». Uno de los rasgos diferenciadores de la fe cristiana es que sólo se puede vivir abierto a los demás. La prueba de la veracidad de la fe cristiana es precisamente esta, el unir el amor a los demás con el amor al prójimo. Dicho de otra forma, salir de uno mismo y pensar en los demás. Una expresión religiosa, por noble que sea, que se cierre a los demás no será cristiana. Tanto Jesús como san Pablo lo dicen expresamente.

 

"Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?". Él le dijo: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.  Éste es el principal y primer mandamiento.  El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se resume toda la ley y los profetas". (Mt 22,39).

 

No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás y cualquier otro mandamiento, todo se reduce a esto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El que ama no hace mal al prójimo; así que la plenitud de la ley es el amor. (Rom 13,9)

 

Las idolatrías. No existen los espacios vacíos; tampoco en la vida espiritual. Si no está lleno de Dios se buscan otros sustitutos, consciente o inconscientemente. Si Dios no ocupa el corazón del hombre, pronto vendrás otros que ocupen el lugar reservado para él y además lo harán de forma invasiva.

Dios en la Biblia es tremendamente duro, es implacable contra los que quieren echar a Dios del corazón humano para ocuparlo: sea el poder, sea la avaricia, sean los falsos dioses que no liberan sino que esclavizan. Dios no admite competencias.

 

5.4. Líbranos del mal

 

            El mal es antidivino. La Biblia nos recuerda de forma insistente de que el mal es una realidad que cubre la historia de la humanidad desde su mismo interior, desde que el mundo es mundo; pero que ni ha sido querido por Dios ni forma parte del designio divino. Jesús habla de la presencia de este mal en la parábola del trigo y de la cizaña: Les propuso otra parábola: "El reino de Dios es semejante a un hombre que sembró buena semilla en un campo. Mientras sus hombres dormían, vino su enemigo, esparció cizaña en medio del trigo y se fue. Pero cuando creció la hierba y llevó fruto, apareció también la cizaña. (Mt 13,24-26)

No se trata de una justificación de una realidad que no dominamos, ante la que no podemos sino someternos de una forma sumisa, sino de ser consciente de la realidad. Una realidad que, en muchas ocasiones, nace de nuestra condición de ser «criaturas» y por tanto temporales y limitados; de ser «de barro» y por tanto débiles, o de haber sido creados «libres», y por tanto con opción a decidir e incluso a equivocarnos.

El mal es antihumano. San Ireneo de Lyon, un santo Padre del siglo II, decía que ‘La gloria de Dios es que el hombre viva’. Dicho de otra forma: no podemos imaginarnos la Gloria de Dios como la de los Pachás orientales, arrellanados en sus divanes sin preocuparse de nada. La mejor forma de entender cómo es el Dios que se nos revela en la Biblia es recordar al profeta Isaías. ¿Qué me importa la multitud de vuestros sacrificios? -dice el Señor-. Estoy harto de holocaustos de carneros y de grasas de becerros; la sangre de novillos, de corderos y de machos cabríos me hastía. (…)Cuando extendéis las manos, aparto mis ojos de vosotros; aunque multipliquéis vuestras plegarias, no las escucho. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, purificaos, alejad vuestras malas acciones de mis ojos; dejad de hacer el mal. Aprended a hacer el bien, buscad lo que es justo, socorred al oprimido, haced justicia al huérfano, defended a la viuda. (Is 1,11-17)

El mal es antipersona. Hoy se habla de las «minas antipersona», queriendo expresar la dureza y crudeza de unas armas que están pensadas no para disuadir, sino para hacer el mayor daño posible y de forma indiscriminada (soldados o civiles, ancianos o niños) a las personas que las pisen. Pues bien, podríamos decir que el «mal», en genérico, sin más matices es «antipersona».

           

6. RESUMEN

 

            La oración del Padrenuestro parte del hombre, como ser único, y se eleva a Dios. La primera parte se dirige a Dios, en un «tú» que es a la vez de confianza respetuosa, de cariño y de intimidad. La segunda repite el nosotros (el pronombre «nos»).

No es una oración al vacío, sino al Padre; tampoco es una oración sin contacto con la tierra, sino que nace de lo humano para entrar en el corazón de lo divino. Es una sola pero, a la vez, está en dos esferas: la del hombre y la de Dios. O también, tiene un doble movimiento: ascendente y descendente.

            El Padrenuestro tiene que ver con dos aspectos fundamentales del ser humano, el de la vida, que vista desde la plenitud, desde el misterio del hombre, en palabras de fe tiene un nombre: «salvación».  La salvación es un camino de ida y vuelta: tiene un aspecto de logro, de «alcanzar una meta» y tiene un aspecto de «liberación», de romper con una esclavitud. Así en el «padrenuestro» la salvación tiene que ver con una «vida plena» y una «vida libre». Por vida «plena» entendemos una «vida digna» (danos el pan cotidiano) y una «vida reconciliada» (perdónanos). Por «vida libre» entendemos una «vida desidolatrada» (no nos dejes caer en tentación) y una «vida humanizadora» (líbranos de todo mal).

            El Padrenuestro es la oración de los discípulos que han descubierto que la vida es Jesús y que quieren hacer camino, cada día, con Jesús.

 
 


Esfera de Dios
(tú)
 
Invocación/confesión
¡Padre, sea santificado tu nombre!
Confesión adorante
Dos súplicas
¡Venga tu Reino!
Novedad radical
 
¡Hágase tu voluntad!
Obediencia filial
Esfera del hombre
(nosotros)
 
Cuatro peticiones
¡Danos el pan cotidiano!
Vida digna/sustento necesario
 
¡Perdónanos como perdonamos!
Vida reconciliada (aprender a perdonar)
 
¡No nos dejes caer en la tentación!
Vida sabia (sólo Dios es digno de adoración)
 
¡Líbranos del mal!
Lo antihumano es del maligno