23 agosto, 2013

¿DIOS CONTRA DIOS?


 
            No puedo por menos de hacerme eco del horror de Egipto. La mía no es una página política (si por política se entiende proponer o mantener una opinión definida al respecto); pero como cualquier persona informada, quiero saber y tengo una opinión sobre lo que está pasando en la  tierra del Nilo.

            Es verdad que lo primero son las personas y que, como en todas las guerras, las mayores pérdidas son siempre las humanas; y que la violencia no se justifica (venga de donde venga); y que no hay razón para quitarle la vida a una persona porque piense de forma diferente a la tuya, y que…, y que… Podíamos añadir muchas más razones; pero el motivo de este articulito es otro, más conforme al blog: la violencia religiosa contra los coptos de Egipto. Supongo que el lector sabrá que en la última semana se han quemado más de sesenta (¡¡60!!) lugares cristianos coptos entre iglesias y centros de esta comunidad a manos de exaltados radicales islamistas.

            Desde un punto de vista histórico, resulta extraño ver cómo los musulmanes extremistas quieren expulsar el cristianismo de Egipto con el argumento de que ‘no son de allí’, o que ‘son occidentales’. La historia, una vez más, es la pobre señora que todo el mundo manipula a su antojo. La Iglesia de Alejandría, la madre de los cristianos coptos, se remonta al siglo II después de Cristo, y hunde sus orígenes en Juan Marcos, compañero de san Pablo. Los musulmanes nacen en el siglo VII (más en concreto en el año 622 d.C., en La Meca –hoy Arabia Saudita-), si bien pronto llegaron a la tierra del Nilo. La presencia cristiana en Alejandría y tierras limítrofes no sólo ha sido ininterrumpida, sino que además ha sido fuente de gran riqueza cultural, como la Escuela catequética de Alejandría, que competía con la de Antioquía; ha sido cantera de prohombres intelectuales como Orígenes, de santos como San Cirilo de Alejandría, de textos variantes del cristianismo naciente (Nag Hammadi, Oxyrrinco), de espiritualidad occidental, siendo uno de los orígenes del monacato, con San Antonio Abad… La palabra ‘copto’ proviene de una deformación de ‘aegyptos’. La Iglesia copta es la egipcia… ¿cómo decir que son ‘extranjeros’?

            Desde un punto de vista teológico es insostenible e injustificable esta violencia. ¿Acaso Dios lucha contra Dios? Cualquier persona que sea creyente de verdad (no esos fanáticos que usan a Dios para justificar sus ideologías previas y meten su nombre para buscar adeptos), saben  que es una alegría creer en Dios. El verdadero cristiano le pregunta al verdadero musulmán: «tú, ¿cómo rezas? ¿cómo te diriges a Dios? ¿cómo ves a Dios presente en tu vida? ¿cómo ves el mundo y al hombre desde tu fe en Dios? Y al revés lo mismo.

            No podemos caer en la trampa de la «simplificación» o de la «reducción» de las tres religiones monoteístas a una sola (ya se ha intentado otras veces, y es un error y un fracaso). Judaísmo, cristianismo e Islam tenemos muchos puntos en común (fe monoteísta en un Dios creador, señor de la historia y juez; un Dios personal al que te puedes dirigir, que no se confunde con la creación; un Dios misericordioso; un Dios que se manifiesta en la historia (profetas…) y se revela en las escrituras etc. pero no son iguales: la manifestación plena y definitiva de Dios en la persona de Jesús no puede ser admitida por el judaísmo y por el Islam… Somos hermanos y somos distintos… ¿es motivo para que nos odiemos y queramos nuestra mutua destrucción? ¿Acaso Dios lucha contra Dios?

            La foto que traigo con el artículo me conmovió. Dos niños coptos rezando en una Iglesia destruida por la ira de los fundamentalistas. Nunca ha sido tiempo de enfrentar a los creyentes en Dios; ahora menos que nunca. Estamos en un tiempo donde los mayores adversarios de la fe no vienen de los que creen de verdad, ni siquiera tampoco de los ateos convencidos. Los mayores adversarios de la fe son los que la disuelven en un ‘pastiche’ amorfo, psicologicista, neutro, inodoro, insípido e incoloro. Estamos cansados de ver todos los días propuestas de ‘religión sin formas definidas’ (una fe amorfa, redondeada, sin aristas); de ‘formas espirituales no creyentes’ (sólo proponen estados de conciencia, métodos que nacen en el hombre y vuelven al hombre sin pasar por Dios)… Ya no es un «Dios a la medida», sino «ser espiritual sin Dios».

            ¿Acaso es malo creer en Dios? Vayamos más allá… ¿Acaso creer en el Dios que proponen los monoteísmos nos lleva indefectiblemente a la violencia, como dicen algunos? ¿No sería mejor desarrollar «formas de espiritualidad no confesionales» como nos proponen, aunque no lo digan, desde múltiples foros? ¿Acaso estamos pasados de moda los que creemos en un Dios personal, creador, señor de la historia? ¿Acaso formamos parte del escuadrón de los necios los que confesamos a Jesús como Hijo de Dios?

            Volvamos al inicio de este artículo. Me ha puesto muy triste la noticia de la destrucción sistemática de lugares cristianos en Egipto (al igual que en la guerra de Siria), por radicales islamistas. Lo peor de todo son las personas que mueren por la violencia… Pero no podemos cerrar los ojos, ni apagar la voz, alzándola para decir bien fuerte y de forma clara que Dios no está nunca contra Dios. Que un creyente en Dios no puede estar nunca contra otro creyente en Dios.

            Una última reflexión. Cuando vamos a Tierra Santa, o a Siria o a Egipto… los cristianos nativos de aquellas tierras siempre nos dicen lo mismo: «los cristianos de Occidente nos tenéis olvidados a los cristianos de aquí, la tierra donde nació la fe cristiana y donde tomó forma la Iglesia»… ¿Será verdad? ¿Podemos hacer algo para que esta acusación no siga siendo cierta?

 

Pedro Ignacio Fraile Yécora

23 de Agosto de 2013- Víspera de San Bartolomé de Caná de Galilea

 

               

03 agosto, 2013

COSAS QUE NO SE COMPRAN CON DINERO (3+1)


«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.»  (Lucas 12, 13‑21)

1. Tanto tienes, tanto vales. Muchas veces el ser humano reduce lo que es a lo que puede poseer y, consecuentemente, a lo que puede mostrar en el mundo: estas son «mis posesiones», «mis tierras», «mis joyas», «mis casas», «mis ropas»….

2. Valor y precio. Sólo el necio confunde «valor» y precio», dice el poeta. En la vida hay cosas que «valen» mucho, pero que no «cuestan» nada: el beso de una madre; el abrazo del esposo o esposa; la conversación con un amigo; una fiesta por una alegría en la familia; el apoyo a una persona desahuciada;  la mano generosa que ofrece más de lo que tiene para vivir. Todo eso es enormemente «valioso» y no se puede medir en parámetros de dinero. Por eso, no es verdad que las personas nos medimos por lo que «poseemos» o «tenemos». La dignidad de la persona no se mide por los millones que tiene en el banco o por las fincas y empresas que posea.

3. Tanto vales, porque eres persona. La persona está en la vida para desarrollar todas sus capacidades, tanto  materiales como espirituales; cada uno las que tenga: unos son grandes emprendedores y otros artistas geniales; unos son gigantes en lo humano y otros brillantes científicos. El sentido último de su vida no se juega en los bienes que hayan acumulado, sino en su cualidad humana y espiritual. El voluntario que dedica su tiempo libre a los ancianos; la madre de familia que saca horas donde no hay para sus hijos; el poeta que nos ayuda a descubrir la belleza de la vida; el científico que trabaja para mejorar la vida; el juez que busca la justicia; el obrero que construye con sus manos; el contemplativo que es un «regalo de Dios», todos dicen a voz en grito cuál es el sentido último de la vida. 

3+1. Vales tanto porque eres hijo de Dios. El nivel anterior es totalmente humano. Lo pueden firmar creyentes o no creyentes; cristianos o no. Pero podemos dar aún un paso más de la mano del Eclesiastés y del evangelio que hoy leemos. El Eclesiastés es un aldabonazo que despierta nuestra conciencia dormida: ¿cuál es el sentido último de la vida? ¿No será todo una enorme vanidad? Jesús nos invita a entrar en una dimensión más honda, más profunda, más humana, más auténtica. Hay que adentrarse en los territorios del corazón sincero, del espíritu noble, de la gratuidad sencilla, de la justicia misericorde, de la gracia desbordante, de la sorpresa humilde… y nos llevarán al misterio mismo de Dios. La verdadera riqueza de la persona, nos dice Jesús, está en el misterio mismo de Dios que habita en nosotros.