31 marzo, 2014

LOS DESEOS VITALES, EL SENTIDO DE LA VIDA Y LA VIDA EN SUS LÍMITES. (Quinto domingo de Cuaresma 2014)


            Ayer escuchábamos en la liturgia dominical de la Iglesia católica el evangelio, y consiguiente catequesis de san Juan sobre la luz: el ciego de nacimiento. El próximo domingo escucharemos el evangelio, y consiguiente catequesis joánica sobre la vida: la resucitación de Lázaro. De esta forma concluimos el ternario humano: «sed-luz-vida». O si lo preferís, vistos los tres domingos desde la perspectiva del ser humano y de la vida, podemos hacer la siguiente secuencia: los deseos vitales; el sentido  de la vida y la vida en sus límites. Los tres vistos desde la perspectiva de Jesús, es decir, de Dios.
            En esta semana volveremos al evangelio del próximo domingo, el de Lázaro. Hoy sólo una breve reflexión que sirva como introducción. Podemos partir de una experiencia humana, por tanto universal, que alcanza a ricos y pobres, cultos e incultos, nobles y plebeyos: la experiencia de los límites.
            La samaritana nos hacía conscientes de los límites que tenemos cuando contemplamos que todos nuestros deseos no son satisfechos: queremos otra cosa que sea más y mejor.
            El ciego nos mostraba cómo el ser humano se choca de frente con los límites de la luz o de la oscuridad ante la vida que se extiende en cada momento: ¿sabemos qué hacemos y por qué lo hacemos? Los límites del sentido o del sinsentido.
            Por último, el evangelio de Lázaro nos pone ante los límites de la naturaleza humana. Somos creaturas, por tanto sometidos a unas leyes biológicas que llevamos inscritas desde el día que nacemos.
            ¿Qué puede decir o hacer Jesús? ¿Qué puede decir o hacer Dios? ¿Qué puede o no puede la fe? Empezando por la última pregunta: la fe mueve montañas, dice Jesús. Con frecuencia calculamos nuestras posibilidades basándonos en argumentos mensurables y explicables y ahí nos paramos; pero ¿y la fuerza de la confianza, de la ilusión, del amor, del sentido, de la esperanza, acaso no vale nada, es un «cero»?
            La segunda pregunta nos mete en el misterio de Dios. Si Dios es un «misterio- misterioso-mistérico», mal vamos, porque nos dará miedo o repelús. Si Dios es «misterio de amor que acoge, reconcilia y lleva todo a su plenitud» nos ponemos en buenas manos. ¿Notas la diferencia?
            La tercera pregunta nos pone en relación directa con Jesús. La gran duda, a la vez que la gran aportación, de la fe cristiana a las religiones es que Jesús murió; es más, murió en una cruz. ¿Es seria y creíble una fe cuyo fundador muere? ¿No es ridícula una fe cuyo iniciador y mentor acaba como un delincuente? Así es: Jesús murió, y no «jugó a dormirse un poquito», ni hizo «magia potagia» con algo tan serio como la muerte. Ahora bien; si nos quedamos en esta primera parte, que Jesús murió, no contamos más que la historia de un «hombre-bueno-con-mala-suerte». Pero los cristianos decimos y creemos: «murió con sentido y el Padre le dio la vida para siempre». Muerte y resurrección son las dos caras de una misma moneda, no son dos monedas con dos caras.
            Los límites humanos tienen una puerta abierta a la vida gracias a la fe: a la «fe viva» (con ilusión y esperanza), de la «vida» (vida ya aquí y ahora, y vida en plenitud con Dios).

Pedro Ignacio Fraile Yécora-http://pedrofraile.blogspot.com.es/

Quinta semana de Cuaresma 2014

29 marzo, 2014

Luz, ciegos y encegados






A TODOS LOS QUE BUSCAN,
COMO ‘CIEGOS’ O POR ‘ENCEGADOS’
LA LUZ DE DIOS,
UN POEMA DE LUZ



Luz…
Cuando mis lágrimas
te alcancen
la función de mis ojos
ya no será llorar,
sino ver
(León Felipe)

28 marzo, 2014

LAS CRISIS DEL CREER (Cuarto domingo de Cuaresma: el Ciego de Nacimiento. Segunda reflexión)


La palabra «crisis» es muy seria como para hacer bromas de mal gusto. Cuando nos dicen una y otra vez que entre nosotros, aquí, en casa, cada vez hay más personas que no pueden afrontar los gastos ordinarios… eso es muy serio. No es para «ningunear» el problema. Por eso, sólo diré que la palabra «crisis», siendo terrible en muchas ocasiones, tiene en su origen etimológico un aspecto positivo junto con el negativo. El negativo es evidente; crisis es sinónimo de «ruptura», de «fracaso», de «abandono»; en definitiva, de dolor y de frustración.
¿Cuál es el aspecto positivo de la «crisis»? La etimología griega nos dice que viene de una palabra que significa «juicio»; por extensión «estar en crisis» supone estar en un estado de «enjuiciamiento», de «poner todo encima de la mesa para emitir un juicio», de «dirimir entre valores y contravalores». Desde este punto de vista, de la «crisis» se puede sacar luz o se pueden abrir caminos nuevos.



El evangelio de este próximo domingo, el del ciego de nacimiento que comenté ayer, cuando Jesús se encuentra por segunda vez con el ciego, ya curado, le preguntó: ‘Crees en el Hijo del hombre? El ciego le contestó: ¿quién es para que pueda creer en él? (…) Aquel hombre dijo: creo, señor, y se postró ante él (Jn 9, 36). Aunque seamos poco observadores, descubriremos que al final del relato, por tres veces aparece el verbo «creer». Jesús, en el evangelio de san Juan, pone en un compromiso a quien se cruza en su camino: «¿crees?», es la pregunta que hace a cada uno que se atreve a leer estas páginas.

Hace ya muchos años, quince o quizá más, un sacerdote de estos clarividentes, afirmaba sin complejos: «el gran problema de la Iglesia es la falta de fe». Los años le están dando la razón. Otro sacerdote amigo mío, con gracejo malagueño, sentenciaba hace más de treinta años: «cuando falla la fe, aumentan las devociones»; lo decía porque ya entonces se cambiaban en algunos grupos los planteamientos teológicos serios por una vuelta a devociones de bajo perfil. Un tercer sacerdote, también amigo, dice con frecuencia cuando se entera de que mucha gente abandona la fe cristiana para dejarse llevar por las atractivas llamadas de la «New Age»: «si ya lo digo, con tal de no creer en Dios, creen en cualquier cosa». Por último, mi padre, que no era sacerdote pero era un hombre de fe repetía una frase que no era suya: «el ser humano está hecho para adorar; si no adora a Dios, acaba adorando a las bestias».
Pongamos un poco de orden en lo que acabo de decir. El ser humano tiene inscrito en su corazón una huella indeleble, a fuego: la espiritualidad. Los cristianos reconocemos en ella la huella creadora de Dios; el profeta Isaías lo dice de forma hermosa y poética: «nuestros nombres están tatuados en las manos de Dios».
La fe es una respuesta afectiva, amorosa y madura de la persona que sabe reconocer las huellas de Dios en su vida. El paso de Dios por la vida de una persona «deja huellas», como nos dice el relato de la lucha de Jacob con el ángel de Dios. La fe, decimos los creyentes monoteístas (Judaísmo, Cristianismo e Islam) es personal: necesita un «tú» (Dios) al que se dirige, al que ora, al que suplica y al que pide explicaciones el ser humano: «yo». Las religiones monoteístas se toman muy en serio a Dios y al hombre: podemos abrirnos a él y creer en él, pero podemos también cerrarnos a él y negarle o incluso decidir que no lo queremos en nuestra vida.
La crisis ha llegado desde hace tiempo a la fe. La crisis no ha llegado a Dios, que no necesita «defensores» (en todos los siglos abundan «defensores de la causa de Dios»). La crisis ha tocado el corazón del ser humano, como decía mi amigo sacerdote: unos dirán que la teología es cosa de teólogos, y volverán a los devocionarios buscando una fe de perfil bajo. Otros se adentrarán en mundos nada definidos de espiritualidades sin nombre, con la promesa de encontrarse a sí mismos (incluso algunos presumiendo de haber abandonado el evangelio de Jesús por estar ampliamente superado)… Los hay que adorarán cualquier cosa: un deportista, un cantante, el poder, el dinero… ¡las bestias! ¡Adoramos a las bestias cuando sólo se puede adorar a Dios!
El evangelio del ciego de nacimiento nos habla de cegueras hondas (las propias del que nunca ha visto la luz, ni conoce los colores); de luces que faltan y de sombras que desdibujan la realidad. Nos hablan de una vida sin luces, sin colores, sin matices ni contornos… ¡sin sentido!
La fe tiene que ver con el sentido. Jesús nos invita a creer porque sabe que Dios no es barrera, no es obstáculo, ni callejón sin salida, sino puente, puerta y camino. La fe está en crisis. No es una buena noticia. El evangelio del domingo nos invita a que demos el paso: ‘Crees en el Hijo del hombre? El ciego se adelantó y dijo «creo».

Pedro Ignacio Fraile Yécora
28 de Marzo de 2014

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27 marzo, 2014

¿ESTO POR QUÉ? O ¿ESTO PARA QUÉ? (Razón o sentido en el 'Ciego de Nacimiento'. Cuarto domingo de cuaresma)



El niño pequeño le pregunta a su madre, ¿por qué? El adolescente le pregunta a su padre ¿por qué? El científico se pregunta a sí mismo ¿por qué? No sé explicar la primera de las tres preguntas, la del niño pequeño, pues no soy pedagogo; intuyo que es porque se abre a un mundo novedoso, sorprendente e inesperado a la vez. Es más fácil explicar la pregunta del adolescente, que tiene que recomponer su mundo y tomar decisiones en una vorágine de estímulos, dudas, seducciones y convicciones no maduras a partes iguales: ¿por qué lo tengo que hacer yo? o ¿por qué no puedo hacerlo? Duda existencial biológica, dolorosa y necesaria. La más fácil de las tres es explicar la pregunta del científico, que busca las «causas» de las cosas (su aitía), su razón última, (su lógos), su «porqué» (¡todo junto y con acento!).
Los europeos y occidentales, que remontamos nuestra paternidad intelectual a la antigua Grecia de los filósofos, solemos trabajar el mundo de la razón, de las causas primeras, segundas, hasta llegar a las últimas. Cuando pensamos que lo hemos logrado, gritamos eureka (o sea, «lo he encontrado»). ¡Hemos vencido a la pregunta a la duda o al misterio! Es más; llegamos a pensar que esta es la única forma de acceder al corazón de la vida. ¡Gran error!
Otros pueblos se acercan a la realidad de distintas formas. Yo conozco un poco más la aproximación de los semitas a la realidad de la vida (mundo bíblico), tanto en el pensamiento hebreo como árabe. La Biblia no es un «libro de los porqués». La Biblia no es un libro de ciencias naturales (biología, cosmología, física, astronomía…). La Biblia (repito, todo el mundo semita), cuando quiere hablar de la vida nos cuenta una historia real, un suceso, una hermosa narración, algo que ha pasado o que puede perfectamente pasar porque es humano. Lo cuenta no para que busquemos «su porqué», sino para que reflexionemos, lo comentemos y entre todos saquemos una enseñanza. No les preocupa demasiado si «fue así» o «fue algo parecido». ¡Ahí está la gran dificultad de los occidentales para leer la Biblia: la leemos como un libro de «historia sesuda» o de «ciencias naturales», o de «propuestas filosóficas», y no es nada de eso! Cuando vamos armados y pertrechados con nuestras preguntas lógicas y se las ponemos delante a la Biblia… ¡fracasamos!, porque esa no es la forma de «derribar sus muros y acceder a sus tesoros». La Biblia nos habla del «para qué» de las situaciones, de la vida misma, de lo que les pasa a personas de carne y hueso como nosotros. Habla de deseos, de pecados, de gestas heroicas, de personas débiles y creyentes a la vez…; pero no se pregunta el «por qué», la «causa última» de las cosas.
El evangelio del cuarto domingo de Cuaresma es el conocido como del «ciego de nacimiento» curado por Jesús (Capítulo 9 de san Juan). San Juan dice que los discípulos preguntan a Jesús: ¿quién pecó para que naciera ciego? Otras traducciones son más explicitas: ¿por qué nació ciego? (Jn 9,2) Jesús hace todo un alarde de «mano izquierda» y redirige la situación. Jesús primero dice que ese hombre no es ciego por ninguna causa externa a él (un pecado de sus padres). Jesús aprovecha la vida que tiene delante (un hombre ciego) y la curación (un signo de vitalizar), para una hermosa catequesis. Cambia el «por qué nació ciego» por un «para que…»: «este hombre nació así para que el poder de Dios pueda manifestarse en él» (Jn 9,3).
Dicho de otra forma. La Biblia, como Palabra de Dios que es, nos hace entrar en el sentido de las cosas más que en su causa. Las preguntas a las que responde la Biblia son: «¿para qué vivimos?», «¿para qué trabajamos y nos esforzamos?», «¿para qué tomamos decisiones: amamos, protestamos, nos oponemos? Y también «¿para qué nos abrimos a Dios?», o sea, «¿para qué creemos»? Esas son las preguntas sobre el sentido de la vida, sobre las enseñanzas que aprendemos y que ponemos (o ni aprendemos ni ponemos) en práctica; son los «para qué» que presenta Jesús en su evangelio.
San Juan usa muchas veces en su evangelio el « para que…»: Jesús ha venido al mundo «para que nadie se pierda» (Jn 3,16); no ha venido «para condenarlo», sino «para salvarlo» (Jn 3,17). Jesús ha venido «para que tengamos vida y la tengamos en abundancia» (Jn 10,10). Jesús nos alimenta «para que no tengamos hambre» (Jn 6,50) y nos da agua viva «para que nadie tenga sed» (Jn 4,15). Jesús ha venido al mundo «para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37). En este relato del ciego de nacimiento, cuando Jesús se encuentra por segunda vez con el ciego, ya curado, le preguntó: «crees en el Hijo del hombre? Y el ciego le contestó: «¿quién es para que pueda creer en él?» (Jn 9, 36). Luego sigue hablando Jesús: «Yo he venido a este mundo para un juicio: para dar la vista a los ciegos y para privar de ella a los que creen ver» (Jn 9,39).
Hoy muchas personas viven y no saben para qué viven. En palabras «occidentales»: no encuentran sentido a la vida. Jesús, nos dice el evangelio de hoy, ha venido para «dar la vista a los ciegos» (Jn 9,39). Nosotros podemos añadir: Jesús ha venido para llenar de sentido todo lo que somos, lo que hacemos, y lo que nos acontece. Por eso nos podemos preguntar: y tú, ¿para qué trabajas, amas, luchas, sufres, perdonas, denuncias, rezas, crees…?

Pedro Ignacio Fraile Yécora
27 de Marzo de 2014
http://pedrofraile.blogspot.com.es/


22 marzo, 2014

DIOS TIENE COLORES (Ecuador de la Cuaresma 2014)




A veces los cristianos somos personas
con cara triste,
que vestimos 
con ropas oscuras
y celebramos la fe en iglesias grises.






A veces los cristianos
sacamos ‘ideas negras’:
pesimistas, culpabilizadoras,
negativas, feas.

¡Luego nos quejamos
de que no nos quieren!






¿Qué tal si hiciéramos
de la Cuaresma
una fiesta de encuentro
con Dios y con los hermanos?





¿Qué tal si el ayuno fuera
dar de comer a los pobres,
y la limosna decir en voz alta
que nuestra riqueza es Dios-Amor,
y la oración un lujo
que nos podemos permitir?

Dios no es aburrido, ni oscuro,
ni oscurantista, ni gruñón.

Dios tiene colores, vivos,
sorprendentes, en movimiento.







A Dios no le gustan
los que pintan el mundo
de negros y oscuros nubarrones.




Pedro Ignacio Fraile
En mitad de la Cuaresma del 2014
http://pedrofraile.blogspot.com.es/



21 marzo, 2014

LOS BUENOS DESEOS QUE TODOS TENEMOS, COMO LA SAMARITANA


Maite López, cantautora pamplonica de hermosa voz y letras pasadas una y otra vez por el corazón y la oración, tiene un disco que se titula «deseos».  Me encanta porque tiene una visión positiva de los deseos, siempre tan mal considerados tanto por los moralistas no evangélicos como por las espiritualidades no humanas.  Hay deseos que son buenos (también los hay malos); hay deseos que nos humanizan (otros nos separan de nuestra humanidad); hay deseos que nos liberan de un mundo invivible (otros, es verdad, nos atenazan a él). Dejemos que Maite, que por cierto es amiga y esposa de amigo, hable por ella misma. En la presentación de su trabajo Maite dice:

«Los mejores deseos son los que, antes aún de hacerse realidad, hacen brotar la vida. Los que se saborean, precisamente como la vida, incluso, antes de nacer. Esos deseos, propios y ajenos, son los que necesitamos encontrar y por los que vale la pena luchar. Muchos de ellos proceden de Dios. Es él quien los pone dentro de nosotros para que seamos felices y para que hagamos más felices a quienes nos rodean. Dios no es fruto de nuestros deseos, ni se identifica con ellos, pero sí los utiliza para comunicarse con nosotros y, a menudo, los hace suyos (o quizás lo eran primero), para dar plenitud a nuestra vida».


La canción que da título al disco lleva también este nombre, «deseos», y tiene una letra cuidada y sugerente:

«Deseos de sanar las heridas de quien sufre.
Deseos de abrazar y de derrochar ternura.
Amar hasta el límite, hasta el extremo.
Caminar codo a codo con todos vosotros.

BIENVENIDOS SEÁIS, DESEOS MÍOS,
            QUEDAOS CONMIGO, ACOMPAÑAD MI CAMINO,
            RECORDADME QUE ESTOY VIVA,
            QUE NO ESTOY SOLA, QUE ALGUIEN OS PUSO EN MÍ,

Deseos de gritar la verdad y que la escuchen.
Deseos de acabar de una vez con la injusticia.
Vivir sin defensas, con manos abiertas,
Salir de mi mundo y entrar en el tuyo.

Deseos de romper las cadenas de la muerte.
Deseos de reconciliación, de paz auténtica.
Mirar cara a cara las dificultades.
Buscar lo que más nos acerque a la meta.

Deseos de amar y ser amada, enteramente.
Deseos de compartir la vida, de entregarme.
Creer en la fuerza que llevamos dentro;
Beber de la fuente de todo deseo».

Este último verso, no sé si Maite estaba pensando lo mismo, nos lleva de la mano al evangelio del próximo domingo de Cuaresma, el de la Samaritana: «beber de la fuente de todo deseo». Los deseos tienen que ver con el alimento que sacia y con la bebida que reconforta. Los deseos piden respuesta; de lo contrario, un deseo insatisfecho puede ser fuente de frustración y de amargura.
Muchos de los deseos, nos dice Maite, proceden de Dios. En la letra de la canción los explicita: deseo de amar, deseo de gritar la verdad, de acabar con la injusticia, de romper las cadenas de la muerte…
El próximo domingo, el tercero de esta cuaresma, escucharemos el evangelio de esa mujer que estaba lleno de deseos, muy hondos, permanentes. Unos deseos que estaban insatisfechos.
Jesús se sirve de una situación humana, la de tener sed física, real, porque venía de lejos, de un largo camino y necesitaba beber. La mujer iba también a buscar agua para su casa. Jesús se pone a hablar con ella y le pregunta por lo que vive, por lo que le preocupa, por lo que lleva en su corazón; satisfacciones e insatisfacciones; cumplimientos y frustraciones.
Jesús le va sacando del fondo de su corazón todo lo que lleva dentro hasta que le descubre su profundo vacío: cree que está saciada, y está vacía. Cree que lleva una vida normal, y su vida no tiene nada que ofrecer. Busca agua porque ella misma está seca.
¿Qué nos dice este evangelio? Como la samaritana, también hoy hay muchas personas que están secas, resecas y cuarteadas en su interior por falta de frescura. Van a por agua a las fuentes, y como no solucionan el verdadero problema, tienen que volver otra vez o, si pueden, van emigrando de fuente en fuente, buscando qué agua es la mejor.
Jesús se propone como el «agua viva» que sacia, de forma que nunca más tengamos que ir mendigando un vaso de agua que nos refresque y reconforte.
¿Qué es evangelizar? ¿Cómo acercarse a muchas personas que están a años luz del evangelio? Un buen camino puede ser este (¡camino que apunta san Juan en su evangelio!): el camino de los deseos. ¿Cuáles son mis deseos?, ¿cómo busco satisfacerlos?, ¿cuáles son mis frustraciones?  
Jesús no busca amargarte la vida, sino que busques en tu interior, bucees en lo que llevas dentro de ti, y descubras cómo él puede saciar tanta necesidad de humanidad, de espiritualidad, de hondura. ¡Felices deseos a todos!

Pedro Ignacio Fraile Yécora
Tercer domingo de Cuaresma –La Samaritana-
http://pedrofraile.blogspot.com.es/


20 marzo, 2014

HOMENAJE AL POETA PEREGRINO


Antonio Machado es un 'poeta peregrino'. Sevillano de nacimiento; soriano de adopción; baezano en la segunda etapa de su vida; muerto en el exilio francés, tras la terrible guerra civil.

Siempre me ha llamado la atención dos cosas de él. Primero que hace una poesía muy fácil, nada rebuscada ni alambicada; usa palabras comunes, de la calle, y les saca toda su belleza en un ritmo sencillo, de andar por casa.




La segunda cosa que me encanta de él es que no es 'cursi'; defecto muy frecuente en los que juegan a ser poetas.



Hoy, en el día en que 'oficialmente' comienza la primaveral recogemos una de sus poesías. No es la mejor para mí, pero es una pequeña obra maestra de Antonio Machado, el "católico-republicano-andaluz y soriano".


LA PRIMAVERA HA VENIDO

"La primavera ha venido.
Nadie sabe cómo ha sido.
La primavera ha venido.
¡Aleluyas blancas
de los zarzales floridos!"

"Nubes, sol, prado verde y caserío
en la loma, revueltos. Primavera
puso en el aire de este campo frío
la gracia de sus chopos de ribera
Los caminos del valle van al río
y allí, junto al agua, amor espera"

"Tejidos sois de primavera,amantes,
de tierra y agua y viento y sol tejidos.
La sierra en vuestros ojos los campos florecidos,
pasead vuestra mutua primavera,
y aún bebed sin temor la dulce leche
que os brida hoy la lúbrica pantera,
antes que, torva, en el camino aceche."

"Tú y yo, silenciosamente,
trabajamos , compañera,
en esta noche de marzo,
hilo a hilo, letra a letra
¡con cuánto amor! mientras duerme
el campo de primavera"

"La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.
Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil..."

Primavera , en la obra de Antonio Machado

Pedro Ignacio Fraile Yécora
Sant Cugat del Vallés
-20 de Marzo de 2014-
http://pedrofraile.blogspot.com.es/ 

19 marzo, 2014

LOS DESEOS, EL SENTIDO Y LOS LÍMITES DE NUESTRO CORAZÓN. Tres catequesis de san Juan para 'nosotros-hoy'


(Guardado en la página 'Año litúrgico: Cuaresma 2014)
        
    Es curioso ver cómo muchas veces los cristianos buscamos luz en textos filosóficos, en documentales científicos o en «dimes y diretes» pseudoespirituales para responder a las grandes preguntas que antes o después nos hacemos. ¡Pero nunca, o casi nunca, buscamos la luz del evangelio! El evangelio se queda, en muchas ocasiones, como un «cuaderno de campo» curioso y ameno para seguir las andanzas de Jesús o, en otras ocasiones, como una «libreta de vida moral» (lo que llamamos el «espíritu evangélico»); pero no lo leemos como «fuente» de luz y de sentido para nosotros hoy.
            El ser humano tiene tres polos que ha de trabajar antes o después en su vida. Uno es el de los deseos, otro el del sentido y por último el de sus límites.
            Los deseos los llevamos dentro, como el ADN. Deseos positivos y buenos, como el de amar y ser amados; o como el de ser feliz y vivir felices con otros. El budismo, curiosamente, trabaja mucho el mundo de los deseos, como fuente de insatisfacción: apaciguar los deseos o dominarlos para evitar los sufrimientos. Pero ¿hay que controlarlos o dejar que cumplan su papel en la vida, como energía que  nos mueve?
            En otro nivel distinto, pero igualmente importante, el ser humano necesita dar sentido a lo que es, a lo que hace, a lo que vive. Cuando uno encuentra sentido a su quehacer, su vida es más llevadera, incluso más motivada; cuando uno no encuentra sentido a nada de lo que hace… puede aparecer incluso la sombra amenazante de la autodestrucción.
            Por último está el conocimiento de los propios límites. Somos «limitados» en las energías (nos cansamos, nos debilitamos, envejecemos…) y en los años de vida: no son los que querríamos, sino que son los que son.
            ¿El evangelio habla de esto? Sí, si bien no usa estos términos. San Juan presenta en su evangelio grandes catequesis que van al corazón del ser humano. A lo que le importa. Las tres las vamos a leer en estos domingos de Cuaresma que faltan hasta llegar al Domingo de Ramos. Primero, la catequesis de la Samaritana; luego la catequesis del ciego de nacimiento; por último, la catequesis de la resucitación de Lázaro.
            La catequesis de la Samaritana nos habla de deseos, de ‘tener sed’; nos habla de saciar esos deseos, del ‘agua’. Nos dirá que hay ‘aguas que no sacian’, que aumentan los deseos y la frustración; nos dirá también que hay un ‘agua’ que ‘calma, que sacia, y que frustra’, la que nos da Jesús.
            La catequesis del ciego de nacimiento nos habla de «ver» y «no ver»; de extrañas culpabilidades por «no ver». Del deseo de «ver» con claridad. Queremos «ver» el «sentido» de la vida, de nuestras opciones y decisiones, de situar las cosas en su sitio con una jerarquía de opciones y valores.
            Por último, la catequesis de la «resucitación» de Lázaro nos habla de los límites de esta vida: enfermedad y muerte; ausencia y dolor; llanto y angustia. Pero nos habla también de que Jesús es la «Resurrección y la Vida» (ambas con mayúsculas, a idea).

La primera catequesis: la samaritana.
           
Una de las necesidades fundamentales del ser humano, junto con el alimento, es «saciar la sed». El «agua» tiene también el valor universal de satisfacer plenamente esta necesidad.
San Juan pone a Jesús en la tesitura de tener sed. Llega a un pozo, pero no a cualquiera sino a uno que tiene tradición histórica en Israel: es el «pozo de Jacob», el padre del pueblo, de Israel. Tiene una tradición simbólica, porque es el «pozo de los patriarcas», de los «antepasados». De esta forma une a Jesús con la historia del pueblo de Israel. Jesús no es un «francotirador» que va por libre.
Sin embargo Jesús no puede acceder al agua. Jesús tiene necesidad de que alguien le ayude. Esta imagen de Jesús que necesita ayuda es muy humana y a la vez muy simbólica.
Juan incorpora una mujer a la narración (elemento perturbador en aquella sociedad). Pero además no es cualquier mujer (judía, galilea o incluso pagana), sino ¡una «samaritana»! San Juan incide así en su condición de «sospecha», de «prevención» para los oyentes. Los judíos y los samaritanos se profesan odio ancestral por causas y agravios históricos que ahora no es el lugar para explicar.
Jesús no sólo rompe el hielo con la mujer, sino que inicia toda una catequesis en torno a la necesidad del agua, al agua que sacia y que no sacia, a las dificultades para acceder a ella. Como si se tratase de un pedagogo, Jesús la va conduciendo desde la necesidad de agua, hasta el «agua viva» que ella desconoce. En el momento  álgido, Jesús se revela a sí mismo, y hace que la mujer  la pida explícitamente: «dame de esa agua». ¡Dame de beber! ¡Tengo sed!
La samaritana puede ser cualquier persona que tiene en el fondo de su corazón una sed desconocida, son «deseos»  sin límites precisos, pero que busca saciar. No sabe bien ni en qué consisten ni cómo encontrar el «agua» en medio de tantas dificultades.
El evangelio presenta a un Jesús hábil, paciente, respetuoso, a la vez que incisivo. Interviene porque esa mujer le necesita, pero ni la desprecia, ni la avasalla, ni se impone. Es el «tacto» que le acompaña en su anuncio de la Buena Noticia de Dios.
El evangelio sigue siendo buena noticia que sacia; quizá debemos aprender de este Jesús que busca primero al hombre, a la persona en su pobreza, para proponerse como agua de Vida.

Pedro Ignacio Fraile Yécora
Primer Domingo de Cuaresma
Marzo de 2014
http://pedrofraile.blogspot.com.es/


            

18 marzo, 2014

LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN TIENE MUCHOS COLORES (Las primeras lecturas de los cinco domingos de Cuaresma)


(Guardado en la página: 'Año litúrgico'. Cuaresma 2014)

Es sabido que el Antiguo Testamento nos resulta especialmente difícil a los cristianos. 


No sabemos bien qué hacer con él. Sin embargo, hay una lectura no sólo válida y legítima, sino necesaria: ver cómo se despliega la historia de la salvación.                

Dios salva en la historia de la humanidad y de las personas. Dios despliega su salvación bajo mil pequeñas historias particulares. Incluso algunas muy difíciles de entender o de aceptar. 
Pero es Dios.
                 
Os propongo leer seguidas las cinco «primeras lecturas» de esta Cuaresma (leemos el ciclo A), y descubrir que la Palabra de Dios tiene una «lógica interna» que está presente (el Espíritu Santo es el Inspirador), pero que a la vez hay que descubrir. La Palabra de Dios no es monocolor, sino que tiene muchos colores; por que Dios escribe en todos los momentos de la vida.

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA

Lectura del Libro del GÉNESIS  2,  7‑9;  3,  1‑7

           El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un aliento de vida y el hombre se convirtió en ser vivo.
           El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia Oriente, y colocó en él al hombre que había modelado.
El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además el árbol de la vida, en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal.
La serpiente era el más astuto de los animales del campo que el Señor Dios había hecho.
           Y dijo a la mujer: - ¿Cómo es que os ha dicho Dios que no comáis de ningún árbol del jardín?
           La mujer respondió a la serpiente: Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; solamente del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: «No comáis de él ni lo toquéis, bajo pena de muerte.»
           La serpiente replicó a la mujer: No moriréis. Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal.
           La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable porque daba inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió.
           Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.

                        «SOMOS LIBRES POR VOLUNTAD DE DIOS»
                
                 Comienza la «historia de la salvación» con un texto de los orígenes. El relato del Génesis no es un «cuento infantil»; tampoco es una explicación científica de los primeros pasos de la humanidad.
                 Leemos una reflexión sobre el  alma humana. Es una página de «antropología» (¿qué y quién es el ser humano?), pero de «antropología bíblica» (¿qué, quién y cómo es el ser humano con Dios, para Dios y ante Dios?).
                 Se sirve de una imagen curiosa; un «árbol del conocimiento del bien y del mal». El «conocimiento» bíblico tiene matriz semítica, no griega. No consiste, por tanto, en un «conocimiento» que busca descubrir la «verdad» entendida como adecuación del objeto a mi mente; no busca las «esencias». El «conocimiento»  bíblico tiene que ver con la experiencia, con la intimidad, con el gusto, con el saborear, con el placer de encontrarse con el otro, con la exploración del otro que me lleva a amarle. 
                 Dios conoce el bien y el mal porque es creador del ser humano. Dios sabe qué da la felicidad al ser humano, qué le lleva a su perdición; pero Dios es también el que da la libertad. Una persona que no fuera libre ¿podría ser feliz?
                 No somos muñecos en manos de Dios, sino que la libertad forma parte de nuestra condición de seres creados por Dios. Los humanos descubren su desnudez cuando se apartan de Dios.  

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

Lectura del Libro del GÉNESIS  12,  1‑4a

En aquellos días, el Señor dijo a Abrahán:

           “Sal de tu tierra
          y de la casa de tu padre
         hacia la tierra que te mostraré.
           Haré de ti un gran pueblo,
        te bendeciré, haré famoso tu nombre
        y será una bendición.
           Bendeciré a los que te bendigan,
        maldeciré a los que te maldigan.
           Con tu nombre se bendecirán
        todas las familias del mundo.”

Abrahán marchó, como le había dicho el Señor.

«LA CONFIANZA DE ABRAHÁN NO TIENE FECHA DE CADUCIDAD»
                
                 El capítulo 12 comienza la segunda gran parte del libro del Génesis que se extiende hasta el 50; es la historia de los «patriarcas», familias de pastores que viven sin tierra fija, apoyándose en una descendencia que les asegure protección y supervivencia.
                 Israel, que escribe una vez asentado en Canaán, relee su historia como una vuelta a la tierra de donde salieron sus antepasados. Leen la época patriarcal como etapa de las promesas de Dios: tierra y descendencia; ambos son dones prometidos y bendecidos por Dios.
                 En la persona de Abrán (posteriormente Abrahám)  Dios bendice un proyecto de salvación que se abre a toda la humanidad, a pesar de que todo parece imposible: Abrahám es anciano, para abandonar su tierra; no tiene hijos que le aseguren un futuro; Sara su mujer es estéril.
                 La historia de la salvación, que en sus inicios vio cómo el ser humano desobedecía a Dios, ahora sigue con la obediencia frágil de un anciano: ‘salió Abrahán, como le había dicho el Señor’.  La historia apunta al futuro, muy lejos, de forma casi imposible de creer; sin embargo, en Abrahán se cumple la confianza plena.
                 Abrahám ha pasado a ser en las tres religiones monoteístas  modelo de creyente que se pone en camino fiándose de Dios.





TERCER DOMINGO DE CUARESMA

Lectura del libro del ÉXODO 17,  3‑7

           En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés:
           ¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?
           Clamó Moisés al Señor y dijo: ¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.
           Respondió el Señor a Moisés: Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña y saldrá de ella agua para que beba el pueblo.
           Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel.
Y puso por nombre a aquel lugar Massá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor diciendo: ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?

«LA FE PASA SIEMPRE POR EL CRISOL DE LAS PRUEBAS»
                
El tercer texto de esta cuaresma nos presenta la rebelión del pueblo. Dios crea al hombre libre (primer domingo); en Abrahám encontramos al hombre obediente que cree en el plan de Dios (segundo domingo); el pueblo de Israel no sólo desconfía, sino que ofende y provoca al mismo Dios (tercer domingo)
                 El pueblo en el desierto sólo encuentran «aguas amargas» (mará, Ex 15, 22-25); cae en la «tentación» (masá) de dudar de la  presencia de Dios y «pleitea» (meribá) con él. Duda sobre la presencia de Dios y sobre la autoridad de Moisés. «Masá – tentación» y «Meribá – pleito» equivalen a desesperar y pedir a Dios un signo de su poder. Llegan a la blasfemia:  ¿Dios les ha sacado de Egipto para matarlos? 
                 La promesa de la presencia de Dios, «allí estaré yo ante ti»  y la pregunta final «¿está el Señor en medio de nosotros ?» son la clave de toda la sección. El camino del Éxodo es el camino de cualquier persona y de cualquier grupo humano en su relación religiosa. Cuando nos liberan, cuando nos favorecen, cuando nos va todo bien, cuando tenemos a Dios de nuestra parte, hasta el desierto es llevadero. Cuando aparece la prueba, lo primero que se resiente es nuestra fe en Dios. ¿La fe en Dios es ‘acomodaticia’? ¿Creemos en un Dios de la historia o en un Dios de juguete que debe estar a nuestro servicio? La duda (¿está Dios? forma parte de la conciencia y de la libertad humana.
                 El Dios que se revela en la historia nos ayuda a descubrir su presencia en la vida ordinaria, en los momentos en que experimentamos el gozo de la liberación, y en las pruebas que van surgiendo en el camino.


DOMINGO 4 DE CUARESMA

Lectura del primer Libro de SAMUEL 16, 1b. 6‑7. 10‑13a

En aquellos días, dijo el Señor a Samuel:
           Llena tu cuerno de aceite y vete. Voy a enviarte a Jesé, de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí.
Cuando se presentó vio a Eliab y se dijo: «Sin duda está ante el Señor su ungido.»
           Pero el Señor dijo a Samuel: No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo le he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón.
           Hizo pasar Jesé a sus siete hijos ante Samuel, pero Samuel dijo: A ninguno de éstos ha elegido el Señor.
           Preguntó, pues, Samuel a Jesé:
           - ¿No quedan ya más muchachos?
El respondió:
           - Todavía falta el más pequeño, que está guardando el rebaño.
Dijo entonces Samuel a Jesé:
Manda que lo traigan, porque no comeremos hasta que haya venido.
Mandó, pues, que lo trajeran; era rubio, de bellos ojos y hermosa presencia.
           Dijo el Señor: Levántate y úngelo, porque éste es.
Tomó Samuel el cuerno de aceite y le ungió en medio de sus hermanos.

«A DIOS SE LE ENCUENTRA EN LOS CAMINOS SENCILLOS Y NUEVOS»

                 Dios se sirve para llevar adelante su salvación de un ser humano que le desobedece (Adán), y que le obedece (Abrahán); de un pueblo que duda de él y se querella contra él (Masá y Meribá), y se sirve también de un niño pequeño.
                 La historia de David comienza con un gesto sorprendente. El ungido de Dios no es el rey Saúl (a quien ha rechazado), ni ninguno de los hermanos mayores, fuertes para el combate y dignos de una corona. Por medio de Samuel, profeta (Dios siempre se sirve de mediaciones), David es ungido como futuro rey de Israel. Es una unción anticipada, en germen, pues aún quedan muchos episodios por jugar. Pero Dios ya ha dicho su palabra.  
                 Tres palabras a resaltar en esta lectura: «mediador carismático», «niño pequeño», «unción real». Dios siempre se ha servido de mediaciones sorprendentes; el pueblo no reconoce tanto a la persona cuanto al Espíritu que se posa en una persona. La esbeltez y fortaleza pasan a un segundo plano; es más, Dios hace su obra de salvación con lo pequeño, despreciable, débil. El ungido tiene la misión de ser fiel al plan de Dios y de servir al pueblo de Israel.



QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

Lectura del Profeta EZEQUIEL 37, 12‑14.

Esto dice el Señor:

           Yo mismo abriré vuestros sepulcros,
           y os haré salir de vuestros sepulcros,
               - pueblo mío-,
           y os traeré a la tierra de Israel.
           Y cuando abra vuestros sepulcros
           y os saque de vuestros sepulcros, 
               - pueblo mío-,
           sabréis que soy el Señor:
           os infundiré mi espíritu y viviréis;
           os colocaré en vuestra tierra,
           y sabréis que yo, el Señor,
           lo digo y lo hago.
-     Oráculo del Señor-.

«DIOS SIGUE RECREANDO EL MUNDO»

                 La historia de la salvación, que recuerda la liberación de Egipto y el camino a la tierra prometida (Éxodo), pasa necesariamente por el destierro en Babilonia y un nuevo regreso (Segundo Éxodo).
                 El texto litúrgico es la conclusión de la conocida visión de los huesos secos (Eze 37,1-14).  El contexto histórico nos sitúa en Babilonia, mitad del siglo VI a.C., donde la palabra de Dios se dirige a la comunidad judía allí desterrada sin esperanzas de volver un día a Judá. En el destierro de Babilonia el pueblo carece de toda esperanza.
                 Están convencidos de que Dios les ha abandonado a su suerte y no cabe la posibilidad de volver a la ciudad santa de Jerusalén. El pueblo se queja: nuestros huesos están calcinados, estamos muertos en vida, sin esperanza. El profeta Ezequiel plantea una revitalización de las fuerzas exhaustas, una recapitalización de los créditos inexistentes, una refundación de los cimientos. Si el pueblo vive en sepulcros (muerte, hedor, llanto, luto) él anuncia la vida (espíritu, tierra, esperanza, futuro...) que provienen del mismo Dios: «abriré sepulcros», «os traeré a Israel».
                 Dios mismo es el que actúa (fijémonos en que habla en primera persona). La actuación de Dios, al igual que en el pasado, les llevará al verdadero conocimiento: «sabréis que yo soy el Señor» (v. 13).
                 El Espíritu de Dios sopla de nuevo, como en la creación, recrea, hace que de lo seco, de la muerte, surja la vida.  De nuevo aparece la paradoja: el destierro como lugar de gracia. El pueblo de Israel vio en el exilio no sólo el castigo justo al que había sido conducido por su pecado (abandono del Dios de la Alianza) sino un lugar de gracia desde el que recomenzar de nuevo la historia con Dios.

Pedro Ignacio Fraile Yécora
Cuaresma 2014
http://pedrofraile.blogspot.com.es/