28 junio, 2014

FRANCISCO - EL MINISTERIO PETRINO DE OTRA FORMA



Comparto con vosotros este video del papa Francisco por si no lo conocéis.Mañana es san Pedro y san Pablo.
Sin duda, una buena felicitación para los que nos sentimos en la misma barca que Pedro.

http://www.youtube.com/watch?v=oVCrfNqQLWQ#t=13

16 junio, 2014

EL PAN QUE AMASAMOS, COMEMOS Y COMPARTIMOS


CORPUS CHRISTI


1. Pan que alimenta. La palabra «pan» tiene la capacidad de hacernos recordar el alimento sustancial, básico, fundamental; al menos, en la cultura mediterránea, a la que pertenece Jesús. En otras culturas deberían buscar otro alimento que sea de todos, del pueblo llano, que sea básico y a la vez que sea definitivo. La palabra ‘pan’ tiene esa capacidad evocadora y sintetizadora a la vez: le pedimos a Dios que nos dé el «pan de cada día». El obrero «tiene derecho a su pan». La mayor injusticia es «negar el pan y la sal». 
¿Por qué? Porque no hay vida sin alimento, al igual que no hay vida sin respiración o sin agua. Jesús, una vez más, va al fundamento de las cosas y nos habla del alimento, del bueno, del que perdura, del que todo ser humano necesita… y en una pretensión audaz… nos dice que es él. Es más se ofrece para ser «pan comido» por nosotros y de esta forma alimentarnos y «darnos vida».

2. Pan que se parte. El pan suele cocerse en bollos o tortas medianas o grandes. ¡hay que partirlo en pedazos! El padre de familia, en las culturas tradicionales, tiene la misión de ‘partir el pan’. Jesús mismo, parte el pan en los relatos de la multiplicación; parte el pan en la última cena y una vez resucitado, parte el pan a los discípulos de Emaús. 
De nuevo aparece la imagen y el símbolo que se unen a la persona de Jesús: Jesús mismo «se parte», porque su vida se entiende desde la entrega y desde el «ser para los demás». El pan se parte para «ser comido»; el sentido último de la vida de Jesús es «ser comido» por aquellos que se acercan con necesidad a él.

3. Pan que se comparte. El pan es del que lo trabaja, es de quien lo vende y de quien lo compra; y es también de los pobres que no pueden adquirirlo. Es, como dice la tradición cristiana «el pan de los pobres». El sentido humanitario inscrito en el corazón del hombre y, más aún, el sentido cristiano, hace que entendamos que el pan no es para almacenarlo o para que se endurezca en nuestras despensas, sino para que se alimente la humanidad. Deja de ser «mío» para ser «de los que lo necesitan». 
Jesús no es para unos pocos que tienen acceso a él; menos aún es para un grupo de «selectos»; es para ser alimento y ser comido por el ser humano pobre, hambriento, necesitado. 
La vida está en alimentarse, está en partirse existencialmente y está en aprender a compartir.




4. Comemos el pan del Señor. Jesús aún va más lejos. A partir de la imagen real y simbólica del pan, Jesús nos habla de «comerle a él». Dice que el pan del que habla es su «carne». Sigue de forma atrevida por el camino de la «carne y de la sangre», de la persona. Comer su pan, comer su carne y beber su sangre, es entrar en comunión plena con su persona, con su causa, con su mensaje, con sus criterios y con su misión. 
Los judíos que le escuchan no le entienden; se ponen a discutir qué significa: ¿no está proponiendo Jesús algo parecido a la antropofagia? ¿no está Jesús casi loco? 
Jesús no está fuera de sí; Jesús nos indica el camino para entrar en la plenitud de la vida: la plena comunión con él.









CORPUS DE VIDA

Eres audaz y provocador,
Señor Jesús.

Podías habernos dicho
Que siguiéramos tus consejos,
Que tomáramos buena nota
De tus mensajes y decisiones.

Podías habernos explicado
Hermosas teorías sobre el mundo,
Sobre el ser humano,
Sobre el sentido de las cosas.

Nos podríamos haber sentido
Satisfechos y orgullosos
De ti, ¡un buen y sabio maestro!

Pero nos descolocas:
Hablas del pan, que alimenta,
Se parte y se comparte… ¡y se come!

No dices que tenemos que comer
Cualquier pan, sino que
Tenemos que comer de «tu pan»,
Que tenemos que «comerte a ti».
Porque tú mismo eres el «pan de vida»

Pedro Ignacio Fraile Yécora


12 junio, 2014

LA TRINIDAD...¿CREEMOS EN DIOS?


1.  UNA MIRADA A NUESTRO ALREDEDOR:

PAPÁ, MAMÁ, HÁBLAME DE DIOS

            Voy a soñar con los ojos abiertos. Un niño de nuestros pueblos o ciudades, de estos comienzos del siglo XXI, acostumbrado a ver la tele, a tener una «tablet» para jugar, a ir al colegio con más de lo necesario, a tener en el frigorífico todo lo que le apetece y más, a usar un teléfono móvil de última generación… Este niño, digo, un día le dijo a su padre y a su madre: «papá, mamá, háblame de Dios».
            Lo que digo puede ser muy ingenuo, muy simple, muy enternecedor dicho por un hombre creyente que pasa la cincuentena. Pero hago esta pregunta: ¿quién habla hoy de Dios? ¿Alguna vez nos hemos propuesto hablar de Dios a nuestros hijos, sobrinos, nietos, sin que ellos nos preguntaran? ¿Sólo se puede hablar de Dios en un ámbito de catequesis o de celebración litúrgica? ¿Esperamos a que los niños nos pregunten, y si no nos preguntan, no les decimos nada?
            Puede haber varias razones. Una, la más corriente y probable, es que no sabríamos qué decir. Porque de Dios sólo habla bien Dios, y la persona que lo «conoce», porque lo vive desde muy dentro. De Dios no habla bien ni el teórico, ni el ideólogo, ni el profesional de la religión. Sólo el creyente que reza y ama sabe hablar bien de Dios. Otra razón, más elaborada, es la que repite la letra de aquella canción de hace unos años sobre la educación de los hijos que «cargan con nuestros dioses y nuestro idioma, nuestros rencores y nuestro porvenir». Para el autor de esta letra, la transmisión de la fe sería algo así como «cargar con nuestra mochila a nuestros hijos, incluyendo los mitos, dioses, ritos…». ¿De verdad es eso «hablar de Dios»?
            Nunca han sido tiempos fáciles para la fe cristiana. Hace siglos porque bien otras confesiones religiosas (Islam preferentemente) se oponían con vigor, bien porque los ilustrados de cada momento oponían la «diosa razón» al Dios de Jesús. Los riesgos hoy vienen por otro sitio: no hablamos de Dios sencillamente porque no lo necesitamos (al menos eso creemos); o si lo necesitamos, queremos que sea un «ídolo» a nuestro uso y alcance, no soportamos al Dios personal que nos busca, nos habla y nos interpela. Para algunos más «leídos» es una proyección de nuestros deseos y una solución para nuestros miedos atávicos; un producto de nuestra mente y una fuerza a la que hay que dominar. Pero ¿ese es el Dios cristiano? ¿Ese es el Dios que se revela en la Biblia? ¿Ese es el Padre de Jesucristo?
            La realidad es que Dios ha salido de nuestras vidas. Sea por desconocimiento, por no saber qué decir; sea por desinterés, porque no creemos que aporte nada creer en él, la realidad es que hoy no se le «ataca», en una especie de «ateísmo militante», sino que sencillamente se ignora. Por eso, en este domingo de la Santísima Trinidad podemos pensar: ¿en qué Dios creemos? ¿Nos atrevemos a hablar de Dios?



2. EXÉGESIS DE LAS LECTURAS DEL DOMINGO

Lectura del Libro del ÉXODO 34, 4b‑6. 8‑9

En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra. El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor. El Señor pasó ante él proclamando: Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad. Moisés al momento se inclinó y se echó por tierra. Y le dijo: si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ése es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya.
Palabra de Dios

La Biblia, si bien recoge distintas manifestaciones de Dios (teofanías), su finalidad no es hablar sobre lo divino, sino revelar quién es Dios y cómo es Dios. ¿Cómo es el Dios bíblico? ¿Cómo se manifiesta? ¿Es semejante a otras divinidades que exigen sacrificios humanos o que se muestran versátiles y caprichosos?  El libro del Éxodo nos presenta la revelación del Sinaí. Es una revelación «cara a cara»; es una revelación de Dios, una revelación de Moisés y una revelación del pueblo. El Señor Yhwh toma la iniciativa; es él quien manda subir a Moisés para hablar con él; no es un Dios lejano, sino próximo al ser humano, un Dios de presencia: «se quedó con él allí». Es una presencia que invita a la adoración; la cercanía de Dios no es contraria a su misterio que nos sobrepasa. Dios es un Dios cercano, a la vez que no se confunde con la criatura; el ser humano le debe tributar adoración y reverencia. Es una presencia cercana que posibilita la súplica: Moisés intercede por su pueblo. Los títulos que acompañan el nombre de Dios y lo revelan son cinco: «compasivo; misericordioso; lento a la ira; rico en clemencia y lealtad». Todos destacan que es un Dios que busca al hombre para favorecerle, no para destruirle, a pesar de que Moisés dice que el pueblo es «duro de cerviz», necesitado de «perdón» y huérfano. La Escritura nos hace entrar en un misterio de grandeza y de compasión más que de un Dios de terror.

Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 13, 11‑13

Hermanos :
Alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y vivir en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso santo. Os saludan todos los fieles. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros.
Palabra de Dios

Leemos el final de la segunda carta de san Pablo a la comunidad de Corinto y su correspondiente despedida que concluye en una confesión de fe trinitaria. Es un testimonio precioso de la fe del apóstol en Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Se trata de la única confesión de fe trinitaria en su sentido más preciso y estricto que aparece en san Pablo (Mateo tiene una propia al acabar su evangelio) si bien el apóstol refleja continuamente en su teología la voluntad salvífica del Padre, que ha entregado por amor a su Hijo, que ha manifestado su voluntad salvífica universal en la Resurrección, que nos concede en el Espíritu el nacimiento a una vida nueva. Esta fórmula del apóstol ha pasado a la liturgia de la Iglesia en el saludo eucarístico.

Lectura del santo Evangelio según SAN JUAN 3, 16‑18

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Palabra del Señor

En la confesión de fe decimos que creemos en Dios que ha creado el mundo, donde el ser humano es el culmen de su creación. Pero, ¿para qué nos crea Dios? ¿Nos puede crear y después condenar? San Juan proclama sin ambages su fe en el plan amoroso de Dios. Como exceso del amor de Dios, como muestra definitiva y última de su voluntad, como expresión de quién es Él y de cuál es su proyecto sobre la humanidad, se ha revelado en Jesús. El amor del Padre se hace patente en la entrega de su propio Hijo; no es una entrega del Dios sádico que se goza en la sangre del Hijo, sino en el amor desbordante de Dios que no se reserva nada para sí sino que se vacía. La voluntad del Padre es que toda la creación y toda la humanidad lleguen a su culminación; que nada se pierda. Creación y salvación deben ser comprendidas como una realidad única. Está el misterio de la libertad; se puede ‘creer’ o ‘no creer’ en el Hijo. El hombre tiene una palabra que decir en su libertad soberana; pero Dios ya la ha dicho en la entrega del Hijo en un acto supremo de amor.
Pedro Fraile



3. NOTAS PARA UNA HOMILIA

DIME CÓMO VIVES Y TE DIRÉ EN QUÉ DIOS CREES

            Dios forma parte de la esencia de cualquier «religión». «Religión» tiene que ver con «religación». No podemos decir lo mismo de cualquier experiencia espiritualista, pues nos podemos encontrar con personas inmersas en formas espiritistas o espiritualistas, pero que no creen en Dios o no viven en su presencia. Tres pasos en nuestra reflexión.
Saber «sobre» Dios. En una cultura que valora mucho el «saber», el tener «conocimientos», podemos preguntarnos qué sabemos sobre Dios; qué podemos decir sobre él. De la misma forma que podemos elaborar un discurso o ponencia sobre historia, política, sociedad, arte o psicología, también podemos articular una propuesta coherente sobre el problema de Dios y su misterio. Pero ¿es lo mismo tener conocimientos sobre Dios que creer en él?
Saborear a Dios. Cuando hablamos de Dios tenemos que recurrir necesariamente al mundo de la experiencia, propia y ajena. Nos faltan las palabras y aun sin querer usamos símbolos; no podemos ofrecer fotos ni dibujos de Dios y nos servimos de imágenes aproximativas a un misterio que nos envuelve y a la vez nos desborda. Es una presencia y una realidad que, cuando se ha hecho vida, no se olvida, porque no es una «lección aprendida», sino una parte viva de lo que somos y sentimos. Por eso, más que «saber sobre Dios», lo que necesitamos es «saborear a Dios».
Confesar a Dios. La fe cristiana es confesante y a la vez es moral. El cristiano cree en Dios «en» la Iglesia y «con» toda la Iglesia, y a la vez se compromete en su día a día con la fe que profesa. Para un cristiano, la fe que profesa en un Dios cercano e íntimo, misericordioso y compasivo, libertador y justo, la vive en su pequeño mundo. Dios es Padre de todos, es el Hijo amado revelado plenamente en Jesús, es el Espíritu vivificador y dador de vida. Dios es comunidad que ama, y sólo se tiene acceso a Dios desde el amor. Sólo el que ama puede «saber» de Dios, «saborear a Dios» y vivir según la voluntad de Dios.

4. PARA ORAR

HÁBLAME DE DIOS

Dije al almendro: háblame de Dios
y el almendro floreció,
Dije al pobre: háblame de Dios,
y el pobre me ofreció su capa.
Dije al sueño: háblame de Dios
y el sueño se hizo realidad.
Dije a un campesino: háblame de Dios
y el campesino me enseñó a labrar.
Dije a la naturaleza: háblame de Dios
y la naturaleza se cubrió de hermosura
Dije a un amigo: háblame de Dios
y el amigo me enseñó a amar.
Dije a un pequeño: háblame de Dios
y el pequeño sonrió.
Dije a un ruiseñor: háblame de Dios
y el ruiseñor se puso a cantar.
Dije a la fuente: háblame de Dios
y el agua brotó.
Dije a mi madre: háblame de Dios
y mi madre me dio un beso en la frente.
Dije a la gente: habladme de Dios
y la gente se amaba.
Dije a la voz: háblame de Dios
y la voz no encontró palabras.
Dije al dolor: háblame de Dios
y el dolor se transformó en agradecimiento.
Dije a la Biblia: háblame de Dios
y la Biblia no paró de hablar
Dije a Jesús: háblame de Dios
y Jesús rezó el Padrenuestro.
Dije temeroso al sol poniente: háblame de Dios
y el sol se ocultó sin decirme nada.
Pero al día siguiente al amanecer,
cuando abría la ventana, ya me volvió a sonreír.




06 junio, 2014

SIN EL ESPIRITU, CON EL ESPÍRITU



Sin el Espíritu Santo, Dios queda muy lejano:
Cristo es una figura del pasado,
y el Evangelio no es más que una organización.
la autoridad es cuestión de propaganda,
y el amor cristiano una moral de esclavos.

 
Pero, con el Espíritu Santo el mundo resucita
y crece con los dolores de parto del Reino.
Cristo resucitado está realmente aquí,
y el Evangelio tiene poder de dar vida.

La Iglesia manifiesta la vida de la Trinidad,
la autoridad es una sabiduría liberadora,
la misión es un Pentecostés,
la liturgia es a la vez memoria y anticipación
las obras de los hombres son divinas.

Metropolita 
IGNACIO DE LATAKAIA,
en la Asamblea del Consejo Mundial
de las Iglesias. Uppsala. 1968

05 junio, 2014

PENTECOSTÉS: ACTIVOS, CREATIVOS Y ARRIESGADOS


            Luisa y Blas son unos «viejos cristianos». Eso no es lo malo. Lo malo es que se han convertido en unos «cristianos viejos». Han gastado lo mejor de su juventud y de su matrimonio en la Iglesia comprometidos con el evangelio. De jóvenes pertenecieron a grupos parroquiales; vivieron con fuerza e ilusión el Concilio Vaticano II; les explicaron que tenían que ser «militantes»; y ahí estaban ellos gastando sábados, domingos y algunos días entre semana para «hacer presente el Reino». Se casaron con gran alegría de los «comilitantes cristianos». Los hijos les salieron preciosos: listos y educados; hablan lenguas y conocen el extranjero como la palma de su mano; son ecologistas, solidarios y pertenecen a una ONG; pero dicen que «no son cristianos». Luisa y Blas se miran uno al otro y lloran en silencio: ¿qué hemos hecho mal? Ellos seguían metidos hasta las cejas en los grupos parroquiales, en la catequesis, en Caritas… y sus hijos les «respetaban», pero no compartían lo que pensaban ni lo que hacían sus padres. Si aparecían según qué temas en la comida familiar era «la guerra de Corea». O sea, mejor no hablar de temas espinosos para salvar la «paz familiar».
Hace unos veinte años el papa Juan Pablo II convocó a una «nueva evangelización», y ellos, voluntaristas y fieles, se apuntaron aunque ya les quedaban pocas fuerzas: ¡hay que evangelizar de nuevo! ¡Nuevas formas! ¡Nuevos impulsos! Los gritos de la «nueva evangelización» se fueron apagando poco a poco, sin que nadie supiera bien qué hacer ni cómo «hacer efectiva» esta propuesta. Después del breve e intelectual pontificado de Benedicto XVI, ha aparecido con la fuerza de un torbellino un papa argentino. La verdad es que no dice cosas raras. Solo cita al evangelio y dice que ser cristiano es una alegría. Que ser cristiano merece la pena y que tenemos muchas cosas que aportar al mundo desde nuestra fe en Jesús. Además tiene ideas arriesgadas, ¡y le hacen caso!, porque ha descolocado a los grandes y potentes y paniaguados mandatarios de este mundo. Este día de Pentecostés de 2014 ha invitado a los presidentes de Israel y de Palestina al Vaticano, allí, a la Santa Sede, a rezar y a hablar. ¡Van a ir!
El cura de la parroquia, en la homilía del domingo de Pentecostés, leído el pasaje de los Hechos, da tres claves. Primera: «frente al bloqueo, hay que estar activos». Basta ya de «vivir de la nostalgia del pasado» o de pensar que «no se puede hacer nada». Segunda clave «frente a la rutina, ser creativos». ¿Quién dijo que el aburrimiento, la pesadez, el sueño, la dejadez, sean fruto del Espíritu Santo? ¡Basta ya del «siempre ha sido así! ¡Inventad lo inventado!;¡soñad sueños!; ¡dibujad músicas y cantad imágenes! ¡El evangelio tiene mucho que decir hoy! Tercera clave: «frente a la apatía, sed arriesgados». El que no arriesga, piensa que no pierde; pero en realidad pierde mucho, porque se estanca, se encastilla, se defiende… y cuando quiere comenzar de nuevo, ve cómo el tiempo ha pasado y está viviendo en un mundo que ya no existe más que en su cabeza. Hay que arriesgarse, salir, hablar, preguntar, escuchar, proponer, intuir, cambiar, reconstruir, rediseñar. Luisa y Blas escuchan al cura y dicen: ¿nos apuntamos? Y se apuntan como unos jovenzanos con mil tiros dados.
Todos los años celebramos Pentecostés. Es la gran fiesta de todos los «Luisas y Blases» de nuestras parroquias, de nuestros grupos, de nuestras asociaciones que quieren vivir en la Iglesia con el evangelio como «hoja de ruta». Ya sabéis, es Pentecostés, hay que recuperar como en los años de la juventud el ser «activos, creativos y arriesgados».

Pedro Ignacio Fraile - Pentecostés 2014

http://pedrofraile.blogspot.com.es/

04 junio, 2014

PENTECOSTÉS Y LOS VEINTEAÑEROS



De las peores que cosas que te pueden decir es que «eres viejo». Eso es peor aún que si te dicen que «eres antipático» o que eres «una raspa». La palabra «viejo» es antónima de «joven». Sabemos lo triste que es que una persona huela a «viejo», porque lo que deseamos es que el olor sea «fresco». También tiene que ver con el «valor» de las cosas: un sillón «viejo» se tira; un sillón «antiguo» se restaura.
En los acontecimientos de estos días en España (tanto las elecciones al Parlamento europeo como la abdicación del rey), muchos han leído que «estamos viejos». Han pasado cuarenta años (casi) desde el inicio de la democracia (Franco muere en el 1975; la constitución es de 1978); pero, ahí quería llegar, estos cuarenta años hay que sumarlos a los veinteañeros o treintañeros de entonces; hoy están en los sesenta, setenta, ochenta… Otra generación. Otros recuerdos. Otras perspectivas. Otros esquemas mentales. ¿Son mayores o viejos? ¿Aquella es una generación mejor o peor preparada que los de ahora? ¿Con más valores o con otros valores que los de hoy? ¿Con más sentido de la responsabilidad o con menos que los jóvenes que empujan?
Hace ya un tiempo, al hablar de los años setenta con el corazón en la boca, los años de la transición, un chaval joven me decía: «Pedro, ¡que yo he nacido en el 82, cuando el triunfo del PSOE!, ¡que no sé de qué me hablas…!». ¡Era verdad! ¡Él oía cosas del pasado! Me acordaba de cuando nuestros superiores en el Seminario nos hablaban de los años del Concilio: lo que esperaban, cómo se movilizaban, cómo leían con avidez todo lo que llegaba de las aulas conciliares… y nosotros decíamos: «pero, Tino, cuando tuvo lugar el Concilio… ¡yo estaba naciendo…! ¡yo no he vivido eso!». Los veinteañeros y treintañeros de ahora han nacido en la democracia (para ellos Franco y su dictadura pertenece a la historia); los veinteañeros y treintañeros de ahora ni han cantado nunca, ni conocen el «Cara al Sol», tampoco la «Internacional», ni tampoco el «Venid y vamos todos con flores a María». Son otra generación para todo.
Jesús dice en el evangelio «no se puede poner un remiendo en un vestido viejo, ni se puede echar vino joven en unos odres viejos». Jesús sabía mucho y decía mucho. No nos podemos empeñar en usar medios viejos, expresiones viejas, incluso estructuras viejas, para algo que es nuevo, emergente, fuerte, imprevisible. Como no soy «ácrata» (nunca lo he sido), no quiero hacer un alegato de la «anarquía», sino de la novedad, de la fuerza, de la frescura, de la ilusión y sabiduría que nace en Pentecostés.
Dicho con imágenes. En la era del «AVE», no podemos proponer un viaje en «ferrocarril». Puede ser que el ferrocarril sea más nostálgico y romántico; las nostalgias no nos sirven para nada, más que para paralizar; aceptamos ser románticos, pero con moderación y solo en momentos puntuales, no como «norma».
En la era de las «redes sociales» (inmediatez, agresividad, internacionalidad), no podemos proponer «octavillas» como medio de comunicación social (esta idea no es mía, la oí el otro día en la tele cuando hablaban de los cambios palpables y evidentes). Aquí ya no se puede ser ni nostálgico ni romántico, sino práctico y operativo.
En la era de la participación y de la autonomía del individuo, no se pueden dar argumentos de cuartel: «porque yo lo digo», o «porque yo lo mando», o «esto es así y basta». Hace ya tiempo que la «autoridad» se distingue del «autoritarismo». Están diciendo «una persona, una voz, un voto»; ¿dónde queda el «no se preocupe, señora María, que yo hablaré por usted?».
Lo más difícil, sin duda, es el lenguaje. No hablamos el mismo lenguaje; bueno, no hablamos el mismo lenguaje porque tampoco tenemos los mismos esquemas antropológicos, morales, sociales, políticos y religiosos. Es como un «teléfono roto». Para muestra, un botón. Nosotros decimos que «Cristo nos salva del pecado y de la muerte». Los jóvenes veinteañeros-treintañeros nos dirán: 1. ¿quién es Cristo y por qué Cristo y no otro? 2) ¿qué es eso de «salvar»? ¿qué he hecho yo para que nadie tenga que venir a salvarme? Más que de «salvar» hay que hablar de «salud», que es lo importante y lo que queremos. 3) ¿Qué es el pecado?  En todo caso cometo «errores», pero «yo no peco». 4) Por último, nuestra sociedad ya hace tiempo que ha renunciad a hablar de la muerte y dice que alguien «se ha ido»… ¡y hasta le aplauden!
El próximo domingo es PENTECOSTÉS. A los veinteañeros y treintañeros, por desgracia, no les dice nada, o casi nada. A los que creemos en el Dios de Jesús, a los que invocamos al Espíritu Santo para que nos «renueve», PENTECOSTÉS es sinónimo de «frescura impregnante», de «ilusión renovadora», de «fuerza arrolladora», de «novedad en el pensamiento, en las actitudes y en el lenguaje».  El batiburrillo y el guirigay que se formó en Babel, se transforman en PENTECOSTÉS en diálogo, en propuestas, en ganas de salir a la calle, en abrazos. Para todos los creyentes de todas las generaciones, también para los veinteañeros y treintañeros que tienen el reto difícil pero apasionante de dar forma y lenguaje a la fe cristiana, ¡feliz Pascua de Pentecostés!

Pedro Ignacio Fraile Yécora
Pentecostés 2014
http://pedrofraile.blogspot.com.es/