31 octubre, 2014

SED SANTOS, SED PERFECTOS, SED MISERICORDIOSOS. GANAS DE VIVIR


            El cristianismo no es una religión de mínimos, sino de máximos. El cristianismo no te invita a que seas mediocre, prescindible, superfluo, evitable. Tampoco te invita a que seas aguafiestas, refunfuñón, aburrido y previsible. El cristianismo es religión de superación, de crecimiento, de sorpresa, de ilusión, de vida. ¡Y de vida eterna!
            Hay una secuencia bíblica en la que se invita a «ser algo». Más que una invitación es casi un ruego, una orden, una súplica: «¡Sed…!». En el libro del Levítico se nos dice «sed santos» (Lev 20,7). En el evangelio de Mateo, un texto con resabores judíos, se nos dice «sed perfectos» (Mt 5,48). El evangelio de Lucas, que escribe con el trasfondo cultural de la implacable justicia de los dioses paganos que construía una civilización muy dura, nos dice «sed misericordiosos» (Lc 6,36).
            La invitación a la santidad, a la perfección y a la misericordia tienen en común que nacen del mismo Dios. Del Señor Dios que se revela a su pueblo en la etapa de Israel, y el Señor Jesús que nos habla en esta etapa de la historia.
            Tiene una segunda lectura. Las tres invitaciones son positivas. La santidad siempre es meta sublime a alcanzar; no es propuesta banal ni rastrera, sino todo lo contrario. La perfección es camino a recorrer por quien no se queda en las dificultades, en los recodos del camino. La misericordia es virtud sublime, propia de personas maduras y magnánimas.
            La Iglesia católica celebra en los próximos días la Solemnidad de todos los santos y al día siguiente la memoria de todos los fieles difuntos. ¡No celebramos la muerte, sino la vida! ¡No celebramos la aparición de fantasmas, sino el encuentro con Dios! ¡No celebramos la oscuridad, sino la luz! ¡No celebramos el fracaso, la corrupción, la fealdad, sino el triunfo, la resurrección, la hermosura! No es lo mismo. No tienen nada que ver.
            En nuestra sociedad, despistada como pocas, que renuncia a las tradiciones propias, llenas de sentido, marchando tras tradiciones ajenas, y encima horrendas, se ha empeñado en celebrar lo feo, lo macabro, lo horripilante, lo aborrecible. No quiero decir esa palabra, porque hasta la palabra es fea.
            ¿Cuándo vamos a despertar los cristianos y decir con voz muy clara, que creemos en la vida, en la hermosura, en la alegría, en la luz… y que creemos en todo esto porque creemos en Dios y en su hijo Jesús, el Señor Resucitado? Igual nos dicen que somos ‘cursis’, o ‘retrógrados’. No. Somos simplemente cristianos.

Pedro Ignacio Fraile Yécora
31 de Octubre de 2014

            

19 octubre, 2014

Recensión de la 'Evangelii Nuntiandi'

MATERIALES DE TRABAJO

Revisando en estos días de la beatificación de Pablo VI los trabajos antiguos recogidos en el ordenador, he encontrado esta recensión de los principales puntos de la 'Evangelii Nuntiandi'.

La comparto con vosotros, por si a alguno le interesa. Sigue siendo una reflexión de una categoría teológica y evangélica única. 


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RECENSIÓN DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA

‘SOBRE LA EVANGELIZACIÓN DEL MUNDO CONTEMPORÁNEO’ 

(EVANGELII NUNTIANDI)

DE PABLO VI

(Recensión de Pedro Ignacio Fraile)

Preámbulo


§ 5 ‘La presentación del mensaje evangélico no constituye para la Iglesia algo de orden facultativo (…). Sí, este mensaje es necesario. Es único. De ningún modo podría ser reemplazado. No admite indiferencia, ni sincretismo, ni acomodos. Representa la belleza de la revelación’. (…) Es la verdad.

(I) DEL CRISTO EVANGELIZADOR A LA IGLESIA EVANGELIZADORA

Jesús, primer evangelizador

            § 6 San Lucas define en una sola frase toda la misión de Jesús: ‘porque para esto he sido enviado’ (Lc 4,43).
§ 7 Jesús mismo, evangelio de Dios (Mc 1,1; Rom 1,1-3)
§ 10 Este reino y esta salvación cada uno debe conquistarlos con la fuerza (…). Pero ante todo mediante un cambio interior que el evangelio designa con el nombre de «metanoia».

Signos evangélicos

§ 12. Al centro de todo el signo al que Él atribuye una gran importancia: los pequeños, los pobres son evangelizados, se convierten en discípulos suyos, se reúnen en su nombre en la gran comunidad de los que creen en él.

La evangelización, vocación propia de la Iglesia

§ 14. Queremos confirmar, una vez más, que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar.

Vínculos entre la Iglesia y la evangelización

            § 15. Evangelizadora, La Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma (…) La Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el evangelio.
            - La Iglesia es depositaria de la Buena Nueva que debe ser anunciada (…). El contenido del evangelio y, por consiguiente, de la evangelización que ella conserva como un depósito viviente y precioso, no para tenerlo escondido, sino para comunicarlo.
            - Enviada y evangelizada, la Iglesia misma envía a los evangelizadores (…). A predicar no a sí mismo o sus ideas personales (2 Cor 4,5), sino un evangelio del que ni ellos ni ella son dueños (…), sino ministros para transmitirlos con suma fidelidad.



La Iglesia, inseparable de Cristo

            § 16. Existe un nexo íntimo entre Cristo, la Iglesia y la evangelización. (…) Es conveniente recordar esto en un momento como el actual, en que no sin dolor podemos encontrar personas que van repitiendo que su aspiración es amar a Cristo, pero sin la Iglesia; escuchar a Cristo, pero al margen de la Iglesia. ¿Cómo es posible, siendo así que el más hermoso testimonio dado a favor de Cristo es el de Pablo: «amó a la Iglesia y se entregó por ella» (Ef 5,25).

(II) ¿QUÉ ES EVANGELIZAR?

Renovación de la humanidad

§ 18. Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad. Pero no hay humanidad nueva si no hay, en primer lugar, hombres nuevos, con la novedad del bautismo (Rom 6,4).

Evangelización de las culturas

§ 20. La ruptura entre Evangelio y cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo. Las culturas deben ser regeneradas por el encuentro con la Buena Nueva. Pero este encuentro no se llevará a cabo si la Buena Nueva no es proclamada.

Importancia primordial del testimonio

            § 21. La Buena Nueva debe ser proclamada, en primer lugar, mediante el testimonio. El testimonio (silencioso) constituye una proclamación clara y eficaz de la Buena Nueva. Hay en ello un gesto inicial de evangelización.

Necesidad de un anuncio explícito

            § 22. Sin embargo, sigue siendo insuficiente, pues el más hermoso testimonio se revelará impotente si no es esclarecido, justificado –lo que Pedro llamaba ‘dar razón de vuestra esperanza- (1 Pe 3,15), explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús. La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser, pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios.
            La Iglesia no tiene más que una preocupación: ¿a quién enviar para anunciar el misterio de Jesús? ¿En qué lenguaje anunciar este misterio? ¿Cómo lograr que resuene y llegue a todos aquellos que lo deben escuchar?
            § 23. El anuncio no adquiere toda su dimensión más que cuando es asimilado como una adhesión del corazón. Adhesión a las verdades, pero aún más, al programa de vida –vida transformada- que él propone.
            En el dinamismo de la evangelización, aquel que recoge el evangelio como Palabra que salva (Rom 1,16; 1 Cor 1,18), lo traduce normalmente en estos gestos sacramentales: adhesión a la Iglesia, acogida de los sacramentos que manifiestan y sostienen esta adhesión, por la gracia que confieren.
            § 24. Finalmente, el que ha sido evangelizado, evangeliza a su vez. He ahí la prueba de la verdad, la piedra de toque de la evangelización: es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia.

(III) CONTENIDO DE LA EVANGELIZACIÓN

Un testimonio de amor al Padre

§ 26. Evangelizar es, ante todo, dar testimonio de una manera sencilla y directa de Dios, revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo. (…) Para muchos es posible que este testimonio de Dios evoque al Dios desconocido (Hch 17,22-23); pero este testimonio resulta plenamente evangelizador cuando ponen de manifiesto que para el hombre el Creador no es un poder anónimo y lejano: es el Padre: «Nosotros somos llamados hijos de Dios, y en verdad lo somos» (1Jn 3,1; Rom 8,14-17).

Centro del mensaje: la salvación en Jesucristo

            § 27. La evangelización debe contener siempre una clara proclamación de que en Jesucristo se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios. No como una salvación inmanente, sino como una salvación trascendente, escatológica, que comienza ciertamente en esta vida, pero que tiene su cumplimiento en la eternidad.
            § 28. La evangelización no puede por menos de incluir el anuncio profético de una más allá, vocación profunda y definitiva del hombre. (…) Es urgente la predicación de la búsqueda del mismo Dios (…) a través de ese signo visible que es el encuentro con Dios que es la Iglesia de Jesucristo, comunión que se expresa mediante la participación en esos otros signos de Cristo, viviente y operante en la Iglesia, que son los sacramentos (…). Porque la totalidad de la evangelización, aparte la predicación del mensaje, consiste en implantar la Iglesia, la cual no existe sin este respiro de la vida sacramental culminante en la Eucaristía.
            § 29. La evangelización no será posible si no tuviera en cuenta la interpretación recíproca entre el evangelio y la vida concreta.
            § 31. Entre la evangelización y la promoción humana –desarrollo, liberación- existen efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de orden antropológico, porque el hombre hoy que hay que evangelizar no es un ser abstracto sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos.
            Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la Redención que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir y de injusticia que hay que instaurar.
             § 32. Muchos cristianos generosos han sentido con frecuencia la tentación de reducir (la salvación) a una perspectiva antropocéntrica. Si esto fuera así, la Iglesia perdería su significación más profunda.
            § 33. Acerca de la liberación que la evangelización anuncia y se esfuerza por poner en práctica, más bien hay que decir:
            - no puede reducirse a la simple y estrecha dimensión económica, política, social o cultural, sino que debe abarcar al hombre entero, en todas sus dimensiones, incluida su apertura al Absoluto, que es Dios.
            - va, por tanto, unida a una cierta concepción del hombre, a una antropología que no puede nunca sacrificarse a las exigencias de una estrategia cualquiera, de una praxis o de un éxito a corto plazo.
            § 34. (La Iglesia) reafirma la primacía de su vocación espiritual, rechaza la sustitución del anuncio del reino por la proclamación de las liberaciones humanas, y proclama también que su contribución a la liberación no sería completa si descuidara anunciar la salvación en Jesucristo.
            § 35. La Iglesia asocia, pero no identifica nunca, liberación humana y salvación en Jesucristo, porque sabe (…) que no es suficiente instaurar la liberación, crear el bienestar y el desarrollo para que llegue el reino de Dios.
§ 36. Aun las mejores estructuras, los sistemas más idealizados se convierten pronto en inhumanos si las inclinaciones inhumanas del hombre no son saneadas, si no hay conversión de corazón y de mente.
§ 37. Debemos decir que la violencia no es cristiana ni evangélica y que los cambios bruscos o violentos de las estructuras serán engañosos, ineficaces en sí mismos y ciertamente no conformes con la dignidad del pueblo.
§ 38. La Iglesia se esfuerza por inserir siempre la lucha cristiana por la liberación en el designio global de salvación que ella misma anuncia.
La liberación que proclama y prepara la evangelización es la que Cristo mismo ha anunciado y dado al hombre con su sacrificio.

(IV) MEDIOS DE EVANGELIZACIÓN

§ 40. Este problema del cómo evangelizar es siempre actual. A nosotros pastores incumbe el deber de descubrir con audacia y prudencia, conservando siempre la fidelidad al contenido, las formas más adecuadas y eficaces de comunicar el mensaje evangélico a los hombres de nuestro tiempo.
§ 41. El primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana (…). El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio. (…) Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y despego de los bienes materiales, de libertad frente a los pobres del mundo, en una palabra, de santidad.
§ 42. No es superfluo subrayar la importancia y necesidad de la predicación: ‘¿Cómo creerán si nadie les predica? La fe viene de la audición de la palabra de Cristo. Esta ley, enunciada un día por san Pablo, conserva hoy todo su vigor.
El hombre moderno, hastiado de discursos, se muestra con frecuencia cansado de escuchar y, lo que es peor, inmunizado contra las palabras. (…) El tedio que provocan hoy tantos discursos vacíos no deben disminuir el valor permanente de la palabra ni hacer perder la confianza en ella. La palabra permanece siempre actual, sobre todo cuando va acompañada del poder de Dios.
§ 46. Conserva toda su validez la transmisión de persona a persona ¿hay otra forma de comunicar el evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia de fe?

La función de los sacramentos


§ 47. La evangelización no se agota con la predicación y la enseñanza de una doctrina. Aquella debe conducir a la vida: a la vida natural a la que da un sentido nuevo gracias a las perspectivas evangélicas que le abre; a la vida sobrenatural, que no es una negación, sino purificación y elevación de la vida natural. Esta vida sobrenatural encuentra su expresión viva en los siete sacramentos y en la admirable fecundidad de gracia y santidad que contienen.

18 octubre, 2014

Cuatro textos para el DOMUND

DOMUND
Domingo Mundial de la 
propagación de la fe

Cuatro textos para este domingo

PABLO VI


‘Evangelizar constituye la dicha y vocación de la Iglesia, su identidad más profunda. La Iglesia existe para evangelizar’

(Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 14)


“Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor” 

(Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 15)


PAPA FRANCISCO

 “Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino «por atracción»”

(Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 14).


‘La palabra tiene en sí una potencialidad que no podemos predecir. El Evangelio habla de una semilla que, una vez sembrada, crece por sí sola también cuando el agricultor duerme (cf. Mc 4,26-29). La Iglesia debe aceptar esa libertad inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su manera, y de formas muy diversas que suelen superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas

(Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 22)

16 octubre, 2014

ELOGIO Y ELEGÍA DE LOS MISIONEROS


            El próximo domingo es el DOMUND. El próximo domingo también el papa Francisco beatifica en Roma al gran papa Pablo VI. ¿Tienen algo en común? Muchas cosas. La primera que se me ocurre, y de enorme importancia, es que Pablo VI nos regaló la «Evangelii Nuntiandi», o «La evangelización del mundo contemporáneo». Una exhortación apostólica firmada en Roma el día de la Inmaculada de 1975.

            La exhortación apostólica nos recuerda que ‘evangelizar constituye la dicha y vocación de la Iglesia, su identidad más profunda. La Iglesia existe para evangelizar’ (EN 14). La Iglesia es misionera, como el agua nos moja y el fuego nos quema. No tienen vida propia lo uno sin lo otro. No hay agua seca, ni fuego frío, ni iglesia callada.
         
   Los misioneros son por tanto, los «mejores» hijos de la Iglesia. No son los «mejores» a lo humano, entendiendo esto en que sean los que mejores calificaciones académicas obtuvieron en sus estudios, ni los que mejor predican, o los dotados con más «don de gentes». Son los «mejores» porque han entendido que su vida es anunciar el evangelio con palabras y con obras saltando las fronteras que ponemos las personas.

            ¿Os imagináis un misionero trazando límites o levantando vallas para que los otros no pasen o no lleguen? ¿Os imagináis un misionero diciendo a alguien que «no es de la comunidad»? ¿Os imagináis a un misionero diciendo a alguien que «no es digno»? ¿Os imagináis a un misionero poniendo condiciones para ayudar a alguien?
            Los misioneros son la «avanzadilla» del evangelio. Son la «primera fila» que va desbrozando el camino de lianas, espesuras y trampas, no solo naturales, sino las más difíciles, las espirituales.
            Los misioneros se van a la misión sin billete de vuelta. No saben si volverán, pero tampoco les importa, porque han encontrado otras familias. Muchos de ellos mueren incluso de forma violenta, como consecuencia de su tarea evangelizadora, pero lo saben. Hace poco conocí a un misionero ya mayor, de más de setenta y cinco años, que había estado condenado a muerte en dos ocasiones por los «paramilitares» de las repúblicas centroamericanas. Él se libró, sin saber aún por qué ni cómo; otros compañeros suyos murieron y están enterrados sin que aún se sepa dónde. Recuerdo a uno, de un pueblo pequeño de Aragón, que era seglar.
            Hay que escribir un «elogio del misionero», no para enaltecer su figura a lo humano, esto es, con estatuas o monumentos, o reconocimientos públicos con «cena de homenaje»; no. El «elogio del misionero» es decirles que no les olvidamos, que sus comunidades oran por ellos y les apoyan; que no han marchado a la misión por una locura transitoria, sino porque llevan el corazón mismo del evangelio.
            Hay que escribir el «elogio» y no la «elegía» triste de una tarea que se agota. Uno de los síntomas de que una comunidad está débil es la falta de misioneros. Una comunidad viva no escribe «elegías», sino «elogios alegres» porque el evangelio se difunde como un buen olor.
            Oremos al buen Dios por los misioneros, y pidamos al beato Pablo VI que su exhortación apostólica «Evangelii Nuntiandi» siga siendo motor luminoso para nuestras comunidades.

Pedro Ignacio Fraile Yécora
16 de Ocubre de 2014

           

           


15 octubre, 2014

LA MUJER Y DIOS



Hoy es Santa Teresa de Jesús. Es una de las mujeres más respetadas en todos los ámbitos. Respetada y muy querida entre los católicos, pues es «santa de las grandes», de las de primera división de honor, que nos habla con hondura del misterio de Dios que nos supera y nos atrae a partes iguales: «Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta». Parece como si cada frase fuera un tratado de teología poética o de poesía teológica.
Respeto entre los literatos y poetas, pues en castellano ha alcanzado cotas de altísima belleza, en sus paradojas acabadas y rítmicas, sin cursilería ni vaciedad: «tan alta vida espero, que muero porque no muero». Teresa ocupa páginas por derecho propio en la historia de la literatura española y en la historia del castellano, independientemente de la fe o ausencia de credo del historiador de la lengua.
Respeto entre los historiadores de la religión, pues Teresa abre un camino en la mística de forma seria, madura. No es esoterismo, ni brujería, ni visionaría. Teresa habla de su experiencia de Dios, de su saber de Dios. Los que saben de Dios, saben de conversión al misterio y de ausencia del misterio. Teresa se «convirtió», pues aunque ya era religiosa en un convento, aún no había hecho experiencia de aquel que llenó del todo su vida. Los que saben de Dios saben también de ausencia del misterio; algunos piensan, torpemente, que la fe «se tiene». No; la fe «no se tiene», sino que «nos tiene» a nosotros. Somos nosotros los que en momentos de nuestra vida parece como si «perdiéramos» la fe, siendo todo lo contrario: aunque parezca que todo se nos cae, que ya no creemos en nada, que nos adentramos en los abismos, cuando hemos gozado del don incomparable de la fe, ella es la que nos tiene.
Respeto entre las mujeres «esta es una de las nuestras». Teresa es mujer de armas tomar. Valiente, lista, emprendedora, regidora, incansable viajera. Supo mantener una relación fructífera, amistosa y a la vez modélica con otro santo castellano, místico, poeta y grande entre los grandes: «Juan de la cruz».
 Teresa es mujer, teóloga, mística, emprendedora, poeta y santa. Una mujer así ¿cuándo vivió? ¿En el siglo XXI? No; ¡vivió en el convulso siglo XVI!, teniendo que luchar contra los inquisidores que querían leer y entender lo que Teresa no decía; en el siglo del auge y expansión de la reforma protestante, cuando se miraba con lupa cada palabra, cada expresión, cada detalle… Teresa pasó a ser Santa Teresa. ¿Algo más? Sí, Teresa 'con apellido': Teresa 'de Jesús'.
Hoy, en el siglo XXI, la situación de la mujer ha cambiado en muchos sitios para bien; en otros muchos no. Esta apreciación sigue siendo ridícula y casi indignante, pues si decimos que «ha cambiado para bien» es que ha sido y sigue siendo tremendamente injusta, violenta y denigrante respecto al varón en muchos sitios lejanos y hogaños, de ayer y de hoy. Personalmente, como consecuencia directa de mi fe cristiana en Dios que es «señor y dador de vida», que es «creador del ser humano en libertad a su imagen y semejanza» (¡Dios no tiene sexo, a ver si nos enteramos; el sexo es propio de los animales y de los humanos; Dios es Dios! Esto lo digo para los machistas y para las feministas, que en esto son iguales), pues gracia a la fe en Dios, sostengo que «varón y hembra» somos iguales totalmente en deberes y derechos a los ojos de Dios y de la humanidad.
¿Todos los cambios son buenos en lo que respecta a la mujer? Aquí habría mucho que hablar. Casi sin pensar, lo primero a lo que nos dirigimos todos es a la cuestión sexual-genital. Es sin duda un progreso que la mujer no sea «esclava», «sierva», «propiedad», del varón (¡ni aunque sea su legítima esposa!), y mucho menos que se quiera legalizar en nombre de las tradiciones o de la religión, aunque sea la cristiana. Es sin duda un progreso que la mujer tenga una asistencia sanitaria adecuada, propia y regular (al menos en los países occidentales y avanzados, no podemos decir lo mismo en países mal llamados del «tercer mundo»). Es sin duda un progreso la educación sexual, que hasta hace pocos años era un «tema tabú», teniendo que buscar la información por los canales que se tuviera al alcance, muchas veces nada apropiados. Otros temas en los que habría mucho que discutir son los temas «peliagudos»; el más grave sin duda el presunto «derecho al aborto» que se ha erigido como bandera en estos últimos años ¿Una mujer gestante puede apelar a su derecho a no ser madre? ¿Y el derecho del que ha sido gestado a que no corten su vida, que es autónoma y distinta a la de la madre? Un tema muy serio y muy doloroso, del que no se pueden hacer bromas ni chistes, ni se puede trivializar. No hay que condenar, pero sí que hay que iluminar.
Habría muchos otros cambios que son sin duda a mejor a nivel laboral, de responsabilidades políticas, académicas, estatales, sociales, de remuneración justa (ni más ni menos que las del hombre). Hay mucho, mucho, mucho, aún por hacer.
¿Y en lo religioso? Son muchas las voces que se alzan pidiendo a la Iglesia católica que dé pasos en la progresiva toma de responsabilidades por parte de la mujer en la Iglesia. Son cada vez más las teólogas que reivindican una «teología con rostro femenino». Hemos dicho un poco más arriba que Dios no es sexuado; así es. Podemos decir también, por consiguiente, que el varón no tiene por qué entender mejor el misterio de Dios que la mujer; o que el varón sea el teólogo y la mujer sea la que escuche las enseñanzas del «varón teólogo». El varón y la mujer son «criaturas», distintas de Dios, creados a «imagen y semejanza de Dios». Los dos tienen mucho que decir sobre Dios; es una experiencia que se comparte porque es distinta y complementaria. La experiencia materna de la mujer, que concibe y engendra, que tiene un sentimiento único de unión al hijo, nunca la podrá experimentar el varón. Esta experiencia de «entrañas maternas», de las que ya nos habla el profeta Oseas, es femenina. Puedo decir, desde mi experiencia, que textos bíblicos cuya interpretación había escuchado mil veces en labios de varones, cambian totalmente y adquieren un sabor nuevo explicados y comentados por una mujer. Es así. Necesitamos teólogas.
La tragedia, sin embargo, es otra a mi modo de ver. La mujer, al menos en España, ha hecho en los últimos años un gran movimiento de alejamiento de la Iglesia. Creo no equivocarme si digo que mayor y más radical que el de los varones. Hace más de quince años esta afirmación mía la presentó un profesor de Zaragoza, Javier Calvo, en el primer número de la Revista Aragonesa de Teología. Es la retirada progresiva de la mujer de la Iglesia. Se hace patente sobre todo en las generaciones más jóvenes.
Hemos estado hablando durante muchos años, quizá demasiado, de forma crítica y criticona, sin demasiado criterio y con acritud muchas veces, del «Dios machista» de la Biblia; del «Dios juez que condena», del «Dios que culpabiliza y traumatiza», del «Dios represor de nuestros sentimientos». ¡Nos hemos despegado de él y lo hemos abandonado para ser «mayores de edad»! Creo, honradamente, que nos han ganado la partida los «detractores de Dios» a quienes hemos querido presentar el misterio de Dios conforme al evangelio: «Dios Padre», «Dios compasivo», «Dios que busca al pecador para que viva», que toma rostro en Jesús de Nazaret. En muchos sitios se ha optado por «no hablar de Dios», siguiendo la norma de que no se habla de lo que bien «no existe», bien «no interesa».
Necesitamos teólogos y teólogas. Necesitamos mujeres y varones creyentes. Necesitamos hacer experiencia de Dios, hablar de Dios, compartir la «hondura y la herida» que llevamos de Dios en nuestra vida. Teresa de Jesús hablaba de Dios sin tapujos ni medias tintas: «quien a Dios tiene, nada le falta. Solo Dios basta».

Pedro Ignacio Fraile Yécora
15 de Octubre de 2014
Fiesta de Santa Teresa de Jesús




13 octubre, 2014

EL MISIONERO Y EL PERRO (Teoría de los desplazamientos en la crisis del Ébola)



El mundo cada uno lo ve con unas «gafas diferentes». Según quién se asome a él dirá que «estamos ante la catástrofe del Ébola». Otros están (estamos) sobresaltados y preocupados por el avance de ISIS (Califato Islámico) en Siria e Irak; otros, a una nivel más particular, están acabando las «fiestas del Pilar del 2014», y otros, los menos, los que profesamos nuestra fe en la Iglesia Católica, somos convocados a celebrar el DOMUND este próximo domingo.
Esta semana pasada, aquí en las tierras de la península ibérica, hoy poblada por astures y andalucíes, gallegos y murcianos, portugueses y aragoneses, castellanos y catalanes (evito la enumeración pormenorizada), se ha hablado insistentemente del ébola, de su contagio por parte de una auxiliar de enfermería de Madrid y su alerta en toda la comunidad, extensible a otros lares del solar hispánico.
No he dejado de darle vueltas a la cabeza sobre el asunto. Lo primero que me viene, es la «teoría de los desplazamientos», creada por mí, y que me sirve para explicar ciertos comportamientos humanos. Lo segundo que me viene es una frase que repito mucho y de la que cada vez estoy más convencido.
La «teoría de los desplazamientos» dice poco más o menos (no la tengo formulada), que a lo largo de la historia los lugares significativos, las formas de ver la vida y los criterios morales se van «desplazando» sigilosamente sin que nos apercibamos, hasta que alguien da la voz de alarma y dice: «¡pero si esto, hace sólo unos años era de otra manera!». Esta teoría se ve muy bien en Jerusalén: el peregrino cristiano peregrinaba al Santo Sepulcro, lugar de la muerte y resurrección de Cristo,  en quien y por medio de quien celebramos nuestra salvación. Pues bien, me he encontrado con numerosos peregrinos cristianos que se han quedado fríos en el Santo Sepulcro y que sin embargo se han emocionado en el Muro de las Lamentaciones, ¡que a los cristianos no nos dice nada! Como dicen los latinos: «maiora videbis!» (cosas más grandes vais a ver).
En el caso del ébola estamos asistiendo en España a una serie de disparates. Me quedé sorprendido cuando mucha gente, algunos muy cercanos a mí, argumentaban que el culpable era el gobierno por haber repatriado al misionero; insistían en que «se tenía que haber quedado allí». Total, esto lo digo yo, un misionero ya sabe a qué va, o forma parte de su «opción de vida». A los pocos días, esa misma sociedad que no reaccionó por el misionero, se lanzó a la calle a protestar porque habían matado al perro mascota de la asistente de enfermería infectada. ¡Ha habido concentraciones de protesta en toda España! Yo vi las reacciones de algunos en la tele. Unos decían: (el perro)  «¡es un ser vivo!»; otros gritaban: «¡tiene sus derechos!». Que me perdone el lector, pero yo no he podido menos que recordar la polémica sobre el aborto que sólo hace un mes renació en España: ¿el niño gestado no es un ser vivo? ¿no tiene derechos? Sin duda estamos asistiendo a un «desplazamiento» de criterios vitales y morales en nuestra sociedad.
El próximo domingo es el DOMUND. Desde mi atalaya externa veo que poco a poco esta fiesta de la fe católica que cultivaba el espíritu misional está languideciendo. Recuerdo los niños que salían  a las calles con huchas para pedir para los «misioneros». Recuerdo que los «misioneros» eran los «héroes» de los niños y niñas católicos que asistían a la catequesis y que iban a colegios religiosos. Muchos decían: «yo de mayor quiero ser misionero». En España han cambiado muchas cosas (unas para bien, otras para mal y de otras aún no tengo criterios…); una de las cosas que han cambiado son los misioneros. Dos de ellos, Hermanos de san Juan de Dios, han venido a morir a España entre la desgana y las críticas de la opinión pública; al mismo tiempo parte de esta opinión pública se movilizaba porque habían sacrificado un perro en la crisis del ébola. ¿Lo entendéis? Yo no sé si lo quiero entender.
Lo segundo de lo que quería hablar, aunque sea muy de paso, es que todos los hombres no somos iguales. Preciso: somos iguales a los ojos de Dios, pero no de los hombres. Uno de los periódicos de hoy titula literalmente: «Urge la vacuna contra el ébola tras los contagios fuera de África». ¡Vaya titular torpe, o muy significativo, como se quiera! O sea, que si el ébola se queda en África no urge la vacuna. Si el ébola es una enfermedad de africanos, «que se mueran, que hay muchos y son pobres» (esto lo digo con ironía, no se me malentienda); pero si pasa a la «humanidad culta, bien comida, aburrida y sosegada» hay que evitar que se contagie. ¡Menos mal que nos queda la fe en el buen Dios que nos dice que solo Dios es Dios, que solo en él podemos confiar, que sólo él hace justicia! Porque los humanos… damos una de cal y otra de arena.

Pedro Ignacio Fraile Yécora
13 de Octubre de 2014





09 octubre, 2014

MALTA Y SICILIA: EL ULTIMO VIAJE DE SAN PABLO


 La vida es una caja de sorpresas. El «homo viator» que todos llevamos dentro nos ayuda a sacar el jugo a cada uno de nuestros peregrinajes interiores y exteriores. Acabamos de regresar del corazón del Mediterráneo: Malta y Sicilia. La motivación, recorrer los caminos de san Pablo en lo que fue su último viaje desde Cesarea Marítima a Roma. Seguimos la ruta que nos indica el libro de los Hechos de los Apóstoles en sus capítulos vigesimoséptimo y vigesimoctavo.


Primera sorpresa: la conformidad del texto de los Hechos con la geografía. Nuestro pequeño periplo comenzó por la isla de Malta. Buscamos las huellas del apóstol, que nos conduce a una ciudad, Medina, y sus arrabales: Rabat.  Ambos nombres recuerda la proximidad de la costa africana y la herencia árabe. En los dos lugares se guarda memoria viva de la presencia de Pablo. En Rabat nos acercamos a una iglesita donde se preservan los restos de la casa de Publio, hombre de posibles que acogió al apóstol cuando el barco donde iba prisionero camino de Roma, naufragó y encalló en unas rocas de una isla que reconocieron como Malta (Hch 27,39-44). 



El papa Juan Pablo II estuvo allí en su peregrinación a la isla, y allí oró. También en el dintel interior de la puerta de entrada a la ciudad de Medina se puede ver cómo el bajorrelieve esculpido en la piedra narra la picadura de serpiente al apóstol (Hch 28). Pablo debería haber caído muerto, pero el vigor y la fuerza que mantuvo fueron signo de gracia ante Dios para los atónitos indígenas que presenciaron la escena. 

Malta es un lugar preñado de historia; desde los restos megalíticos que se pierden en la noche de los siglos hasta la más reciente historia de protectorado británico, cuya herencia son el inglés como lengua cooficial de la isla y la conducción por la izquierda. ¿Qué hay en medio de estos dos límites temporales? Destaca en la historia la poderosa Orden de los Hospitalarios de San Juan, que se refugiaron en la isla tras ser expulsados de Tierra Santa por los sarracenos. 

No se querían marchar lejos de la costa de Israel movidos por la esperanza de recuperarla. Vano sueño. Tuvieron que permanecer en la isla y hacer frente a los turcos otomanos que en distintas oleadas la quisieron conquistar. La capital actual de La Valetta es un testimonio perenne y único de una ciudad vuelta al mar y construida para resistir. Sus dos puertos, con La Valetta en medio; las tres ciudades como bastión en forma de tenaza que junto con la capital hacían casi imposible el ataque otomano. Los almogávares defendiendo y venciendo a los forzados marineros y soldados de la media luna... Mucha historia... 
Belleza, historia, fuerza, nobleza, memoria agradecida. Todo se reúne en la isla que sin querer se hizo «puerta de entrada» para los que transitaban por el sur del mediterráneo en su camino hacia el occidente. Malta, por si misma, merece más de dos días de reposado y entusiasta callejeo.
Estábamos con Pablo. Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que «pasados tres meses partimos en una nave alejandrina que llevaba por insignia a Cástor y Pólux. Llegados a Siracusa, nos detuvimos tres días. De allí fuimos a Regio, y luego a Pozzuoli. (…) Por fin nos pusimos de camino hacia Roma». (Hch 27,11-14).  De esta etapa tenemos pocos detalles, pero es patente que Pablo evangelizó Sicilia.
Segunda sorpresa. El evangelio a tiempo y a destiempo. Cuántas veces se quejan los cristianos de hoy que no son tiempos fáciles para anunciar y vivir el evangelio. ¿Lo fueron mejor los de san Pablo? Al recorrer Sicilia uno descubre lo que supuso la civilización griega en la isla. Era la conocida como «Magna Grecia». Allí se habían asentado desde los siglos VIII y VII a.C. las colonias de las ciudades griegas que expandían su cultura y su comercio por el mediterráneo. ¿Algunos restos secundarios? En absoluto. 
La guía nos explica cómo la isla de Sicilia estuvo durante muchos siglos partida en dos: el occidente para los púnicos, de cultura semítica fenicia, bajo la mirada atenta de Cartago. La parte oriental de la isla para los griegos, que alcanzaron su máximo esplendor en la ciudad de Siracusa, que le llegó a hacer competencia a la misma Atenas. Hoy en día recorremos los templos de Agrigento, expresión delicada y poderosa a la vez del nivel arquitectónico y estético que alcanzó la sociedad griega; pero hay otros muchos que completan la secuencia del arte dórico: los templos en diferentes colinas de Selinunte y el templo que focaliza todas las miradas en Segesta.  Hoy nos quedan los templo y los teatros, pero ¿el culto a los dioses que acogían? ¿los mitos que año tras año celebraban? ¿las acrópolis con sus construcciones religiosas que presidían la vida de la ciudad? Pablo no predicaba en terrenos solitarios, sino que iba al corazón de la civilización. Por donde pasaba y se lo permitían, hablaba del evangelio de Jesús.
Tercera sorpresa: la evangelización de la cultura. Ir a Sicilia es adentrarse en el corazón de la historia y de la cultura de la Europa mediterránea. Nos hablan de los listos y paganos griegos, cuyos monumentos y mitos perduran en los nombres y tradiciones hasta el día de hoy: templo de Hércules, Polifemo etc. Nos hablan de los poderosos romanos, en cuya villa de mosaicos de Piazza Armerina hasta los más insensibles al arte no son capaces de hacer el recorrido sin abrir la boca en señal de estupor. Nos hablan de los árabes, cuya presencia fue menor, pero perdura en palabras y sobre todo en comidas. Nos hablan de los normandos (¡sí, los vikingos!), que fueron encargados de expulsar a los árabes por el mismo papa (en aquella época pasaban estas cosas), y de paso nos dejaron un «unicum»: la arquitectura y el estilo «árabe normando»; este peculiar estilo, consecuencia de un matrimonio cultural casi imposible, solo se da en esta isla. Les siguen los bizantinos. En mi humilde perspectiva, solo son comparables los mosaicos de Monreale, Cefalú y de Sta María del Ammiraglio, en Palermo, a los de la mismísima Constantinopla (San Salvador en Cora y Santa Sofía). 

¿Qué decir del barroco siciliano? Pues decir que no tiene ni retablos de madera, ni imaginería al estilo sevillano, ni pan de oro; pero ¡tiene mármol!, y como arte barroco que se precie, decora absolutamente todos los espacios, dando lugar al conocido como «horror vacui», sin que por ello agobie al espectador. La Iglesia del Gesù de Palermo es un exceso de belleza barroca. ¿Se puede anunciar el evangelio con las distintas culturas? Se puede y se debe.
Pablo de Tarso no tenía previsto ir a Malta y Sicilia. Él se dirigía a Roma porque había apelado al César, ya que por su condición de «ciudadano romano» no le podía juzgar un tribunal menor. El naufragio en Malta, primero, y el paso por Sicilia después, le llevaron a esta parte hermosa donde casi se cierra el mediterráneo.
El peregrino hoy puede contemplar sus huellas, presentes en los cristianos de hoy que pueblan estas tierras; puede hacer memoria de los que nos han precedido en la fe gracias al «apóstol de los gentiles», que no se amedrentó ante el poderío del mundo pagano. Puede hacer memoria de esta Iglesia que en cada momento hace frente y sale al paso de las circunstancias de la historia: griegos y romanos; árabes y normandos; bizantinos, franceses y aragoneses… ¡y de Garibalid con sus «mil» piamonteses!, pero esto es ya otra historia que, si Dios quiere, continuará.

Pedro Ignacio Fraile Yécora

MALTA-SICILIA
Octubre de 2014