21 diciembre, 2015

NAVIDAD SIN PIEDAD



Puede ser un juego de palabras que riman; la verdad es que da mucho juego. Hay muchas formas de celebrar la navidad: la «natividad» cristiana; la «bajada por la chimenea de P. Noel»; el «solsticio de invierno»; la eclosión del «consumismo». ¿Qué tienen que ver con la «piedad». Empecemos por la última y lleguemos a la primera.
Nuestra contradictoria sociedad «neo» (neoliberal, neocapitalista, neoconservadora, neoconsumista) necesita del gasto hiperactivo y compulsivo de sus miembros. La semana pasada fui a uno de estos templos modernos donde se adora al dios consumo. Evidentemente no digo el nombre; para no meterme en problemas y para no darle propaganda. Era impresionante. Tiendas espectacularmente montadas donde había buena iluminación, música adecuada, chicas y chicos dependientes monísimos (algunos de ellos hablaban en chino y en ruso, pensando en los clientes orientales y eslavos que frecuentan con despliegue de dinero fresco el lugar). Había de todo, mucho, reluciente, explosivo. La gente cargaba con bolsas brillantes en las que no se disimulaba la marca («supermarca»), con un rictus de felicidad conseguida a golpe de billetera en sus labios. Pregunta ¿qué tiene que ver la «navidad de las marcas» y de los «gastos sobreabundantes» con la «piedad a manos llenas» a la que hemos sido convocados en estas fechas? Nada. ¿Lo digo otra vez? Nada. No hay por dónde buscar un hilo conductor que una a las dos. Por favor, que alguien diga, y que le escuchen, que la adoración al dios consumo no tiene nada que ver con el nacimiento de Jesús. Es verdad que los ideólogos de esta cultura consumista no son tontos, y nos venden a la vez, para calmar nuestra mala conciencia, maratones de solidaridad: «Usted puede ser insolidario todo el año; basta con que se acuerde de los pobres y necesitados unos días al año (en Navidad) y será salvo», parece que dice este mensaje.
Los que propugnan un regreso a las culturas precristianas (atención, que esto no es ninguna tontería, pues lo hacen muy en serio), reivindican costumbres naturales y paganas para oscurecer el acontecimiento cristiano. Unos reivindican tradiciones locales de los agricultores, pastores o habitantes de la tierra previas a la irrupción cristiana (troncos bajados de la montaña repletos de chucherías o pastores que vuelven cada año por estas fechas con regalos). Hay que conseguir unas fiestas de la naturaleza (solsticio de invierno), asegurando regalos (troncas, pastores etc.) y con celebraciones populares no religiosas. ¡Esto es lo nuestro, parece que dicen, basta ya de la invasión de los cristianos! ¿Qué tiene que ver todo esto con la piedad de la Navidad? Nada. Quienes reivindican esto nos quieren retrotraer a un mundo limpio de las tradiciones religiosas vaciándolo de valores «no naturales», «importados» e «impuestos». No nos engañemos, la piedad/misericordia/compasión, no es natural. Es «contra natura». Por eso hay que convertirse a ella, y hay que aprender a ser misericordiosos, porque no nos brota de forma espontánea. La Navidad cristiana trae la compasión, y esto puede ser «extraño e impuesto».
El Papá Noel tiene otras connotaciones. Es un invento para sustituir a Jesús. Así es, y el que no lo quiera ver, que se compre unas gafas. No podían quitar a Jesús a cambio de nada. Se inventaron a este señor que no sirve para nada, que no tiene ningún mensaje y que no aporta nada, ni bueno ni malo. Nada. Como «icono» es perfecto: un color reconocible (el rojo), un personaje facilón (risueño y bondadoso), no tiene mensaje (así no molesta a nadie), y que llega por una chimenea después de un largo viaje en trineo (una historia curiosa, nada más). Eso sí, que trae regalos. ¿Qué tiene que ver con la piedad? Nada. El Papá Noel no habla ni de piedad, ni de amor, ni de perdón. Nada. ¿No nos damos cuenta de que nos han colado una figura inútil y falsa y que encima le damos propaganda año tras año? ¡Pobre sociedad occidental, qué ciega es!
La última referencia de estas fechas es la Navidad cristiana. Una historia que es real, ¡Jesús es un personaje de la historia, no un mito!; la navidad cristiana nos refiere las circunstancias por las que pasó una familia pobre, que vio cómo nacía el hijo a las afueras de una ciudad; que tuvo que huir como unos refugiados políticos para que no les matara el cruel rey Herodes. Una historia de ternura que nos revela el corazón de Dios. Una historia del desplegarse gratuito de Dios, porque él quiere, para que los pobres y pecadores entren en una dimensión nueva de riqueza y de perdón: no la que da el mundo, sino la que da Dios. En Belén la misericordia se hace humana. Esto es lo que hay. Que cada uno decida qué Navidad quiere celebrar.

Pedro Fraile

21 de Diciembre de 2015

18 diciembre, 2015

LAS 'ANTIFONAS DE LA O' EN LA GRUTA DE BELÉN


           


Tierra Santa siempre tiene reservada sorpresas. He visitado multitud de veces las grutas de san Jerónimo, así se llaman, en Belén. Forman parte de las grutas que están bajo la Basílica de la Natividad. Una de estas grutas de san Jerónimo, la primera, es la que se comunica directamente, si bien hay una puerta cerrada, con la gruta del nacimiento de Jesús. En esta capilla se puede celebrar la Eucaristía. En dos columnas que flanquean el altar están inscritas en la piedra, de forma cuidada, las siete «ANTÍFONAS DE LA O» (en latín), en castellano «oh», porque es una exclamación.



            Lo traigo a colación precisamente porque estamos rezándolas. La Iglesia las canta con el Magnificat del Oficio de Vísperas desde el día 17 hasta el día 23 de diciembre. Cada antífona empieza por una exclamación, seguida de un título mesiánico tomado del A.T., pero entendido con la plenitud del N.T. Es una aclamación a Jesús el Mesías, reconociendo todo lo que representa para nosotros. Y termina siempre con una súplica: «ven» y no tardes más.





O Sapientia!        Jesús es la Sabiduría de Dios
O Adonai !          Jesús es el Señor
O Radix !            Jesús es la el renuevo de Jesé 
                              (padre de David)
O Clavis !            Jesús es la llave, 
                                la clave de la salvación
O Oriens!            Jesús es la luz, 
                               el sol naciente (Oriente)
O Rex !                Jesús es el rey de la paz
O Emmanuel!  Jesús es el Emmanuel, 
                               el «Dios-con-nosotros».


            

¡OH SABIDURÍA!



¡Oh Sabiduría, 
salida de la boca del Padre, 
anunciada por profetas!
¡Ven a enseñarnos 
el camino de la salvación!


Jesús nos enseña la verdadera sabiduría,
la que nos lleva a la salvación, 
al sentido de la vida, 
al saber vivir en plenitud como humanos.


¡VEN  PRONTO, SEÑOR, VEN SALVADOR!





¡OH PASTOR DE LA CASA DE ISRAEL!




 ¡Oh Señor, Pastor de la Casa de Israel,
Que conduces a tu pueblo!
¡Ven a rescatarnos por el
PODER DE TU BRAZO!


Jesús es el pastor que no abandona a su pueblo, 
lo acompaña en medio de las dificultades 
lo libra de los peligros.


¡VEN  PRONTO, SEÑOR, VEN SALVADOR! 



¡OH SOL DE JUSTICIA!


¡Oh sol naciente. 
Esplendor de la luz eterna, 
SOL DE JUSTICIA!
Ven a iluminar a los que yacen 
en sombras de muerte


Jesús es la verdadera luz, 
que hace que todo se sepa, con claridad, 
y que nada oculto o tenebroso domine sobre el mundo.


¡VEN  PRONTO, SEÑOR, VEN SALVADOR!



¡OH EMMANUEL!



 ¡Oh Emmanuel, nuestro rey, 
Salvador de las naciones, 
esperanza de los pueblos!
¡Ven a libertarnos, 
Señor, no tardes ya

Dios se hace niño y humano en Jesús.
Él es el 'Dios con nosotros'.

¡VEN  PRONTO, SEÑOR, VEN SALVADOR! 

  


Pedro Ignacio Fraile Yécora

16 diciembre, 2015

MI QUERIDA ESPAÑA… ANTE LAS PRÓXIMAS ELECCIONES



El próximo domingo tenemos en España elecciones generales. Dicen que son muy importantes, porque entre otras cosas nos jugamos qué España queremos.
            Hace ya cuarenta años, la malograda cantante Cecilia entonaba con esa voz melancólica y atractiva a la vez: «Mi querida España, esa España tuya, esa España nuestra…». España no pertenece a nadie en particular, pues desde otra óptica la «siemprejoven y atractiva» Ana Belén le contestaba con una canción inspirada en Blas de Otero:

«España, camisa blanca de mi esperanza, 
a veces madre, siempre madrastra...

España camisa blanca de mi esperanza 
aquí me tienes, nadie me manda 
quererte tanto me cuesta nada...






En la generación de poetas del 98, políticamente comprometidos y doloridamente sentidos, D. Miguel de Unamuno proclamaba: «Me duele España». El sevillano de adopción soriana, el casi inefable Antonio Machado, decía de forma profética.








«Españolito que vienes al mundo te guarde Dios,
una de las dos Españas ha de helarte el corazón».

El joven y tristemente desaparecido poeta orihuelano Miguel Hernández, cantaba en su poema «Vientos del pueblo»:

«No soy de un de pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España».

            Don Marcelino Menéndez Pelayo, santanderino y católico, que conocía bien la historia (escribió una monumental obra sobre los herejes españoles a lo largo de los siglos: Historia de los heterodoxos españoles) decía: «Los españoles siempre detrás de los curas; o con cirios o con garrotes».
Ya en el mundo de los políticos, el joven José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española escribía en los Principios Generales del Movimiento: «España es una unidad de destino en lo universal». En la misma centuria, separada por más de cinco décadas, otro político decía «A España no la va a conocer ni la madre que la parió» (dixit Alfonso Guerra).
¿Qué es España y a quién le importa España para que digan que en estas elecciones generales nos jugamos su futuro? España es una «historia de quinientos años»; de las más antiguas, si no es la que más, del occidente europeo. España en sus fronteras actuales (si bien hubo luego algunos intentos de que Portugal se uniera al resto de la Península), se remonta a los finales del siglo XV con los reyes Católicos (en su Escudo se contemplan la Corona de Castilla, -que incluye el Reino de León-, la Corona de Aragón, el Reino de Navarra y el Reino de Granada). La «gran Alemania» es del siglo XIX (que volvió a ser partida y reunificada después de la Segunda Guerra Mundial); la bella y dolce Italia, fragmentada en mil reinos, ducados, condados, pontificados, estados etc.), es de finales del siglo XIX; la gran Rusia es una amalgama de pueblos, razas y terrenos y límites geográficos imposibles siempre en recomposición; la Gran Bretaña sigue cosiendo unos pueblos que conviven en las islas pero que mantienen sus diferencias históricas; Grecia ha visto todo su territorio sometido a los turcos hasta el siglo XX; los Balcanes han dado lugar al nombre de «balcanización» para indicar algo despedazado y difícilmente unificable etc. Pero no todos admiten que España haya sido desde el siglo XV una «unidad», una «nación» o un «estado». En la «reescritura» interesada, escandalosa y falsa de la historia que se está haciendo en muchos sitios (la «Historia» sacrificada a los dioses de los «nacionalismos»), agrupaciones sociales, políticas  y culturales sostienen que ellos nunca han sido España y que nunca han sido españoles: han estado «sometidos» a España. Ya sabéis a quiénes y a qué me refiero. Pronunciar la palabra España ante ellos les produce repelús, por decir algo suave.
España es una «historia de guerras civilistas». Algunos ven esta exclusión endémica de unos por parte de otros en la expulsión de los judíos sefarditas y en la coversión forzada de los m moriscos españoles. Para algunos estudiosos la Guerra de la Independencia contra los franceses de Napoleón fue –dicen ellos, yo no- fue una guerra civil entre los progresistas (españoles afrancesados) y los conservadores (resistentes al francés). Luego vienen las Guerras Carlistas, que se extienden principalmente por el Norte, incluyendo el País Vasco (Bilbao, Vergara), Maestrazgo aragonés, y Cataluña, tierra de carlismo histórico. Sin duda la contienda más real y cruenta, esta vez entre «rojos y azules», entre «católicos y anticlericales», entre «pobres y ricos», entre «liberales y conservadores», entre «hermanos de una misma madre», fue la Guerra civil (incivil)  española que sigue enconando sentimientos y que muchos no quieren enterrar.
España es un «país sin himno ni bandera». No tiene himno porque el que en su día compuso el denostado poeta D. José María Pemán, «Triunfa España, alzad los brazos hijos del pueblo español…», se ignora en los mejores casos o se desprecia en los demás. No tiene bandera, pues muchos no se reconocen en ella. Es curioso cómo en algunas manifestaciones, para no sacar la enseña nacional, algunos sacan la tricolor, que es la bandera de la «República española», evitando así procesionar con la rojigualda, que la asocian torpe y maliciosamente al franquismo. Solo se ha visto una proliferación sin igual de la bandera con motivo de los triunfos de la selección española de fútbol, donde todos, del PP y del PSOE, de derechas de centro y «mediopensionistas» se unían para celebrar el triunfo; en ningún otro momento la bandera ha sido motivo de unión entre los españoles.
El mundo de los políticos y la política da mucho juego. ¿Se han dado cuenta de que muchos políticos no pronuncian nunca la palabra «España», por si acaso les sale un sarpullido en la boca? Suelen decir «país», que es más «inclusivo», más neutro, y no dice nada que a alguien pueda ofender. Por ejemplo repiten «en este país…», «los ciudadanos de este país» etc.
Es curiosos cómo unas siglas de partidos llevan el nombre de España/español y otras las han perdido, como si se les hubiera caído. Hagamos un repaso: el PSOE curiosamente es el único que de forma oficial nunca ha perdido el nombre (Partido Socialista Obrero Español, todo bien claro), menos en las autonomías donde es PSCatalán, PSEuzkadi y PSGalego. La derecha española, tras el franquismo, pasó de UCD (Unión de Centro Democrático); a CDS (Centro Democrático y Social) a AP (Alianza Popular) a PP (Partido Popular). ¿Dónde está la «E» de España? Como siempre, «maricomplejines». El caso de quienes han perdido la «E», entre otras muchas cosas, es el de los comunistas, que pasaron del PCE (Partido Comunista de España) a IU (Izquierda Unidad) y ahora, en las últimas elecciones se denominan UP (Unidad Popular). Pregunta: ¿Se dan cuenta de que tanto la derecha como la izquierda se apropian –como si fueran sus legítimos representantes- de  «lo popular, lo del pueblo» (PP y UP)? Ya saben eso de «todo para el pueblo, pero sin el pueblo». Bueno, los nuevos partidos evitan descaradamente esta palabra. No la llevan en sus siglas ni Ciudadanos, ni Podemos, ni UPyD, ni VOX. La palabra «España» es una rémora a evitar en las siglas. ¡Luego todos dicen que hay que promocionar y prestigiar la «marca España»!
En resumen: unos dicen que no saben qué es España y otros que no quieren ser España o que nunca han sido españoles. Otros dicen que sí a España y a ser españoles, pero no lo ponen en sus siglas del partido para no levantar suspicacias. Otros la tuvieron en sus sigla, pero se caen de ellas para ser «inclusivos» con todo tipo de colectivos sociales y políticos y que nadie se sienta incómodo. Unos dicen que el himno español no tiene letra y lo tararean ¡qué cosa más ridícula!
¡Ay! «Mi querida España, esa España mía, esa España nuestra»… como cantaba Cecilia. Después del 20-D (día de las elecciones), uno de los temas más arduos y difíciles será precisamente el de saber si hay «una o dos Españas que hielan el corazón» (A. Machado), si es una «madre y madrastra» (Ana Belén) y si en verdad, nos «duele España» (M. de Unamuno)

Pedro Fraile

16 de Diciembre de 2015

07 diciembre, 2015

¿MARÍA MODELO O ANTIMODELO DE LAS MUJERES DE HOY?



            Reconozco que entre mis muchas contradicciones tengo que admitir que me encantan las letras, y muchas canciones, de Joaquín Sabina (algunos pueden pensar que «no me pega»). Una de ellas, de hace más de veinte años, describiendo la sociedad madrileña dice que «las niñas ya no quieren ser princesas».
            Hace muchos años también, en el primer gobierno de Felipe González después de la Transición, un lenguaraz y mal encarado Alfonso Guerra profetizaba, con mucha mala idea, que de ingenuo no tenía nada, la frase ya histórica de que «a España no la va a reconocer ni la madre que la parió» (¡dixit!).

Como tercer motivo de introducción a mi reflexión quiero traer a la memoria a uno de mis profesores de teología más «listos», Javier Calvo. En el primer número de la Revista Aragonesa de Teología reflexionaba sobre la mujer en la Iglesia, y decía que la Iglesia había perdido a las mujeres, que ya no era evidente que las mujeres fueran el soporte de las parroquias, y que esta fractura iría en aumento. También lo anunciaba, y así está siendo.
No voy a analizar los porqués. Solo quiero recoger estos tres ejemplos ante el día de la Inmaculada, que celebramos mañana. ¿Dónde quedan esas «Vigilias de la Inmaculada» en muchas ciudades y pueblos de España que convocaban a decenas o incluso centenas de jóvenes, en las que  se proponía sin tapujos a María como «modelo» para los jóvenes cristianos, en especial para las chicas? ¿Dónde quedan ya esas asociaciones piadosas que se denominaban «Hijas de María» que contaban con casi todas las chicas del pueblo o parroquia de la «España católica y que ponían a María Inmaculada como modelo a seguir? Están los «cruzados de María» y las «Milicias de la Inmaculada» que se consagran a la Virgen. Siguen convocándose en algunos santuarios y parroquias las «Novenas a la Inmaculada». ¿Dónde quedan, mucho más lejos, esos «votos a la Purísima» de algunos pueblos de España? María Inmaculada, si no me falla la memoria, es la «Patrona de España». En la tradición católica Española la figura de María ha sido muy importante. El que os habla, con cientos de niños y jóvenes de otros tantos pueblos de mi zona, nos educamos en el «Seminario de la Inmaculada». Nuestro himno cantaba «¡Qué hermosa sois, oh madre Inmaculada…!»
Con Joaquín Sabina que nos dice en los «ochenta» que las niñas están cambiando, con Alfonso Guerra que nos profetiza que no vamos a conocer a España, después de una, dos o tres décadas nos preguntamos ¿de verdad hoy María es modelo para las mujeres de hoy? ¿La mujer española, especialmente las más jóvenes, se ven motivadas por la «pureza de pensamientos y obras», la «limpieza de corazón» o la «apertura incondicional a Dios»? ¿No es un mensaje que hoy no vende? ¿Habrá que cambiar el mensaje? ¿Habrá que presentar a María de otra forma, sin renunciar a hablar de María y de su papel fundamental en el plan de Salvación?
Personalmente sostengo que no son buenos momentos para la fe; ni para los chicos ni para las chicas jóvenes. Entiendo por fe no la del «carbonero» que obedece lo que le dicen y calla, sino la fe «de corazón y de entendimiento» que se sorprende, confía, acoge y camina aun en medio de las dificultades. María es «modelo de discípula» pues ella acogió en su vida de forma única, libre, sencilla, humilde y perfecta la propuesta de Dios. Tenemos que aprender a ser «acogedores de esta fe» como María. Sigue siendo modelo para tantos cristianos, chicos y chicas, hombres y mujeres, que se abren al misterio insondable y cercano, cálido y penetrante, necesario y desbordante que es Dios. Un Dios que no es anónimo, sino que se hace carne en las entrañas de María gracias a su «heme aquí».
Pedro Ignacio Fraile Yécora

7 de Diciembre de 2015

06 diciembre, 2015

LOS BELENES SON CONTRARREVOLUCIONARIOS ¡ACABEMOS CON ELLOS!

            No soy persona de ironías. De hecho no las uso nunca en mis escritos. Dicen que la ironía no se entiende ni en la radio ni en la tele, que es propia de los textos… no sé. ¿Esto es una ironía o una verdad, que los «belenes son contrarrevolucionarios»?

           

Ayer por la tarde fui a la «Feria de Santa Lucía» de Barcelona, delante de la Plaza de la Catedral y observé cómo poco a poco las casetas dedicadas a «Papá Noel» iban ganando terreno a las «antiguas» casetas dedicadas a vender figuras de Navidad, portales, y todos los aderezos y minuciosos detalles que se pudieran imaginar. Me pareció que había menos casetas que otros años dedicadas al mundo de los «belenes» y que había menos gente interesada en ellos. Sin embargo, las dedicadas a los «papanoeles» en bicicleta, que subían y bajaban por escaleras, de todo tipo de tamaños y formas posibles acaparaban la atención de la gente.
            Esto es un detalle sin importancia, pero ahí está. Más preocupante son las noticias en las que se nos advierte de que grupos «extremistas» han lanzado una campaña, no sé si orquestada o no, contra la «navidad cristiana» que va allende nuestras fronteras. Los alcaldes franceses han prohibido que se pusieran belenes en zonas públicas para no molestar a una población musulmana que aumenta, en nombre de los «valores republicanos». En el norte de Italia han intentado, por motivo similar, desterrar los belenes, y el mismo presidente Renzi ha dicho que la navidad pertenece a la tradición italiana (no en vano, los «belenes» se remontan al patrón de Italia, San Francisco de Asís). Aquí en España se repiten los intentos de quitar a la navida

d su carácter religioso; la alcaldesa de Barcelona, con todo el descaro, ha avisado de que quiere cambiar el nombre de «Navidad» (ella sabe que es un nombre cristiano –nacimiento de Jesús- por el de Solsticio de invierno). ¿Lo veremos?
            Si pensamos un poco vemos que esto no es de ahora, sino que tiene muchos años de recorrido. No hay nada más «anticristiano» que el capitalismo salvaje. Para muchos la Navidad se ha reducido a «comprar-vender-regalar», o a «consumir-comer-gastar», pero sin sentido, o casi. Los regalos tenían su sentido en un contexto de «fiestas populares»; la gente expresaba la belleza y la alegría de estos días en detalles, en mesas compartidas, en reuniones familiares, en villancicos… Todo tenía su equilibrio. Para muchos eran días «religiosos»,  pues se celebraba el «nacimiento de Jesús», la gran alegría para el mundo necesitado de un salvador.
            Los grandes gurús internacionales del consumo vieron un motivo de hacer pingües negocios, rebajaron la Navidad de su contenido religioso, y se la cambiaron por el de Christmas (que no sé qué tiene que ver con el «nacimiento» de Jesús). A Jesús lo cambiaron por un señor gordinflón que no dice «nada»; bueno sí, su mensaje es «Ho,ho,ho», y los villancicos los cambiaron por sonidos de campanas chispeantes: ¡la nada con sifón! Parecía que ya estábamos contentos con unas navidades reducidas al consumo, donde los niños de hoy ya no tienen casi referentes religiosos, cuando le quieren dar el «golpe de gracia»: ¡fuera los belenes!
            Para unos hay que quitarlos para no molestar a los «musulmanes», tamaña necedad, pues se supone que tenemos que caminar hacia el respeto mutuo, no hacia la exclusión de los otros. Para otros son «restos de un pasado a superar»; tamaña contradicción, pues ¿no nos empeñamos en recuperar nuestras tradiciones, y esta tradición se remonta al siglo XIII con san Francisco de Asís? Para otros es molesto porque es cristiano; pues mire usted, las Navidades, le guste o no, son fiestas cristianas. Los que prohíben aún no se han enterado de que es el mejor aliciente para hacer precisamente lo prohibido. Pues lo dicho, ¡pongamos un buen y hermoso Belén en casa!

Pedro Ignacio Fraile

6 de Diciembre de 2015

05 noviembre, 2015

MARÍA RAFOLS Y LA HOSPITALIDAD



Hoy, día 5 de noviembre, las Congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana están de fiesta. Celebran el aniversario del nacimiento de María Ràfols, su fundadora. Este mujer, catalana de nacimiento, aragonesa de vida entregada en los Sitios de Zaragoza (es Heroína de los asedios de la capital aragonesa en la guerra de la Independencia contra los franceses), destacó por su generosidad en la misericordia y su valentía en la contienda, poniéndose al lado de los heridos, pobres, mutilados y enfermos. Es una «heroína de la caridad» hasta el extremo, incluso hasta la muerte.
La espiritualidad de la hospitalidad es profundamente bíblica. Abrahán da hospedaje a los tres hombres/ángeles, sin preguntar quiénes eran, porque iban de camino. Ellos le anuncian que su esposa, Sara, iba a engendrar y que su descendencia sería como las estrellas del cielo y la arena de la playa. Abrahán les acogió, les hospedó, y Dios se le reveló.
La viuda de Sarepta acoge al profeta Elías que iba de camino. Es más, le da todo lo que tiene, sabiendo que el pan de la artesa y el agua de la alcuza se acababan sin remedio. Elías no deja sin recompensa la generosidad límite de esa mujer.
Muchos otros ejemplos bíblicos de hospedaje al peregrino podríamos buscar. Damos un paso más. La Sagrada Escritura revela la teología de la «escucha». Dios le dice a su pueblo que tiene que «escuchar». La oración judía por excelencia es el «Shema», primera palabra de la oración que dice «Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios»; los piadosos judíos la siguen recitando al comenzar el día y al acostarse, cuando están en casa y cuando se ponen de viaje.
Para hospedar hay que acoger, y al que se acoge, hay que escucharlo. Si se acoge a Dios, hay que escuchar a Dios. No se le puede «hospedar» sin atenderle: quién es, qué espera, qué propone. La escucha es una apertura radical al «otro», y ese «otro» no soy yo mismo, sin Dios. La oración no salir de mí para regresar a mí, sino salir de mí para escuchar a Dios. La espiritualidad de la hospitalidad es espiritualidad de la escucha de Dios.
En el evangelio, Jesús nos propone una imagen tremenda, inusual, provocadora. Habla de un juicio en el que «las naciones» están convocadas. La sorpresa es que el rey-juez toma la decisión conforme a la actitud que cada persona tiene con los más desfavorecidos: encarcelados, pobres, desvalidos y enfermos. Cuando se acoge a uno de estos más pequeños, a Jesús mismo se le acoge. De nuevo aparece la «acogida del otro», la «hospitalidad» con los débiles como punto crucial en el encuentro con Jesús. Dicho de otra forma: el «otro» no es un «hostes» (en latín enemigo), sino un «hospites» (en latín, un «acogido»). La espiritualidad cristiana, con el texto de Mateo en la mano, es la de la «hospitalidad»  y no de la «hostilidad».
 Nuestro mundo carece de misericordia; no tenemos más que ver las continuas imágenes que aparecen en todos los medios de comunicación social (ejecuciones de inocentes indefensos; filas interminables de refugiados que huyen de la barbarie, hambrunas solucionables etc.). La novedad cristiana está en que esas personas «necesitadas», no son «enemigos/hostes», sino «acogidos/hospites». Es más, en el rostro de todo ser humano pobre y débil, vemos el rostro del Señor Jesús.
María Ràfols es testigo de caridad y de hospitalidad. Sus herederas hoy son testigos de la «acogida» al misterio siempre insondable y siempre presente de Dios en nuestras vidas, el «dulce huésped del alma» y de la caridad con los necesitados más débiles. ¡Feliz día de fiesta a todas las Hermanas de Santa Ana!

Pedro Fraile

5 de Noviembre de 2015 

15 octubre, 2015

CURSOS DE BIBLIA, 'ON LINE'.





Permitidme unas líneas para presentaros unos cursos de Biblia de los que soy tanto autor como tutor.




Hace ya unos años que iniciamos esta tarea con la 
Editorial Verbo Divino. 

Son cuatro, por el momento, pues estoy preparando ya el quinto 
(¡y no hay quinto malo!).

1) Introducción a la Sagrada Escritura
2) Introducción al Antiguo Testamento
3) Introducción al Nuevo Testamento

Luego, el año pasado, preparamos un tema monográfico, 

'La familia en la Biblia'.

El quinto curso, en estado avanzado de gestación, será Dios mediante:

'Lectura literaria, orante y creyente de los salmos'. 

Si algún está interesado, puede ponerse en contacto con la editorial Verbo Divino, por medio de su página WEB donde ofrece los cursos de formación.

Pedro Fraile

16 septiembre, 2015

PASCAL, DE BUDISTA A SACERDOTE CATÓLICO


            Este domingo pasado, día 13 de Septiembre, nos reuníamos en la parroquia del zaragozano barrio de Valdefierro para despedir a Pascal. Tras varios años entre nosotros, Pascal regresa a su Corea natal. Esto, siendo muy importante, porque la gente de la parroquia se volcó con él en señal de agradecimiento, no es lo que hoy quiero contar.
            La vida precede al pensamiento. El testimonio tiene mayor valor que las ideas. No quiero exponer una reflexión más o menos juiciosa, más o menos densa sobre las distintas religiones y sus interconexiones, siempre complejas y con frecuencia difuminadas a fuerza de forzarlas (valga la expresión). Quiero hablar de la experiencia del ser humano, del humano religioso.
            Pascal es un converso. Esto es decir mucho y no decir nada. En la historia de la Iglesia hay conversos como Pablo de Tarso, que era un judío intachable y correoso, hasta que se encontró con Jesucristo y le cambió la vida (de perseguidor a su máximo anunciador). Pedro era un hombre generoso que quería ser «el mejor discípulo», «el más aventajado», hasta que se rompió y lloró después de decir que no conocía Jesús; su conversión fue del voluntarismo a la humildad. Agustín de Hipona era un «pagano-filósofo-brillante», que buscaba la verdad, hasta que la descubrió en Dios y se entregó por completo a él. Francisco de Asís era un «pieza», el más juerguista entre los jóvenes acaudalados de la ciudad medieval italiana, y dejó todo para casarse con la «hermana pobreza» siguiendo a Jesús. Ignacio de Loyola dejó las armas y la carrera militar para entregarse por completo a la causa de Jesús. Teresa de Ávila llevaba tiempo de carmelita en el convento hasta que cambió por completo su vida. Edith Stein pasó de ser «filósofa-atea-judía» a ser «carmelita descalza» asesinada por los nazis en un campo de concentración por ser judía. La historia de las conversiones son muy distintas y muy personales. Todas tienen en común un encuentro con el Dios personal, con el Dios que se manifiesta en Jesús, «camino, verdad y vida».
            Pues bien, nuestro amigo Pascal era un joven budista inquieto, piadoso, que se quedó «fuera de juego» cuando le hablaron de un Dios personal. La divinidad no era el vacío, la nada, la despersonalización, sino todo lo contrario. Dios era historia llena, plenitud colmada, persona que busca y abraza: Dios no es soledad fría, sino amor cálido. Pascal se quedó conturbado y perdido, desnortado y marcado por el signo a fuego de Dios… hasta que se entregó a él. Tras su bautismo en la Iglesia católica y años de formación, Pascal entendió que Dios le llamaba al ministerio sacerdotal y estudió para ser sacerdote. Se ordenó en Zaragoza, en el Pilar.
            En una de las conversaciones que tuve con él me decía: «No entiendo a los europeos. Ellos tienen a Cristo y muchos lo dejan para buscar el budismo. Yo he abandonado el budismo cuando encontré a Jesucristo». Dicho de otra forma: nosotros tenemos al Dios personal que se nos da en la historia de la humanidad, del pueblo de Israel y de forma definitiva en Jesús… Un Dios con rasgos y con rostro humano, un Dios persona y personal, y resultad que ahora muchos europeos (entre los que se encuentra buen número de españoles), dejan atrás a Jesús para buscar la divinidad sin rostro, sin historia.
            Hace poco un teólogo español, que no pasa precisamente por ser «conservador», sino más bien todo lo contrario, escribía y decía poco más o menos esto: la fe cristiana es una fe fundada en la historia que mira al futuro; los cristianos no podemos buscar una espiritualidad que renuncie a nuestra identidad de religión personal y se entregue a la búsqueda del Dios-nada-vacío-no persona. Aviso para caminantes.
            Gracias Pascal por tu testimonio y tu experiencia de Jesús que cambió toda tu vida.

Pedro Ignacio Fraile Yécora

17 de Septiembre de 2015

15 septiembre, 2015

PEREGRINACIÓN A ROMA CON MOTIVO DE LA INAUGURACIÓN DEL AÑO DE LA MISERICORDIA.


Estamos organizando una peregrinación de 'romeros' (los peregrinos que van a Roma, a la tumba del apóstol Pedro). El Papa Francisco convoca a un gran jubileo de la Misericordia, y nosotros queremos estar allí. Las fechas son del 5 al 8 de Diciembre, ambos incluidos. Salimos de Barcelona. Si te interesa, escribe a    


viajesatierrasanta@hotmail.com

14 septiembre, 2015

LA TEOLOGÍA DE LA CRUZ EN LOS CRISTIANOS DE SIRIA



            Hoy celebramos en la liturgia de la Iglesia católica la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz; popularmente la fiesta del «Cristo de Septiembre». La cruz sigue siendo motivo de burla y  de escándalo, como ya nos lo recuerda san Pablo; de ridículo ilógico e incluso sádico para los laicistas; de fiesta popular para muchos. Para los cristianos de a pie, motivo de espiritualidad; para los cristianos de «frontera y trinchera», patíbulo donde les siguen crucificando realmente, no simbólicamente. No tenemos más que ver las fotos que nos siguen llegando de Siria.

            Mis conocidos y amigos laicistas me dicen que la cruz es un signo que tiene que desaparecer. ¿Por qué les molesta tanto? Quizá porque les recuerda sus orígenes cristianos de los que reniegan: ¡quita esa cruz de ahí!, es lo mismo que decir: ¡no me recuerdes que me bautizaron! Suelen argumentar con todas las barbaridades que se han hecho en nombre de la cruz (cruzadas, inquisiciones, evangelizaciones forzosas...). Reconozco que ya me estoy cansando de tener que pedir perdón una vez más por todas las atrocidades de la Historia de la Iglesia; pero si alguno me lo exige, digo de nuevo: ¡Es verdad, perdón! Otros argumentan que en nombre de la cruz la Iglesia ha predicado un dolorismo que ha provocado frustración, amargura e incluso incapacidad para vivir de forma sana y feliz en muchas personas. También hay mucho de verdad. ¡Perdón de nuevo! Vayamos adelante.
            En los inicios de la Iglesia el mundo del mediterráneo culto estaba habitado principalmente (¡no solo ellos!) por habitantes de cultura grecorromana y de cultura semítica, principalmente la hebrea. Cuando Pablo predica la cruz, ni unos ni otros la aceptan. Los de cultura grecorromana dicen, ¡vaya necedad! ¡Pero qué bobada es esta de que alguien salva muriendo en una cruz! ¡no hemos oído una filosofía más ridícula en nuestra vida! Los judíos, que esperaban la llegada del Mesías de Dios (como lo siguen esperando aún hoy), argumentaban: ¡esto es un escándalo inaguantable! ¡No podemos admitir que al Dios del Cielo, el Todopoderoso, el Santo, muera como un asesino o un delincuente! Lo dicho, Pablo se quedó solo anunciando la muerte de Jesús en la cruz con carácter salvador (1Cor 1,22-24). Pablo anuncia la muerte entregada de Jesús y su resurrección que lleva a la vida plena. Con otros argumentos, hoy muchas filosofías laicistas dicen algo parecido: si el ser humano busca la felicidad, el camino no puede ser el de la cruz. No es un tema cerrado; ahí está.
            ¿Solo argumenta así la filosofía laicista? En absoluto. No faltan personas bautizadas, incluso dicen que son cristianos, que proponen una vida espiritual sin cruz. La cruz les molesta porque no saben qué hacer con ella. Piensan que es un obstáculo para llevar una vida espiritual, para que el cristianismo sea hoy atractivo y atrayente a los ojos del mundo. Hay que limar asperezas con otras espiritualidades para llegar a una espiritualidad global, holística, planetaria… Hay que liberarse de antiguas tradiciones que solo nos provocan peso y enojo. A estos «nuevos cristianos» de «espiritualidad global» lo primero que les sobra es la cruz de Jesús. Les interesa el Jesús sabio, el fraterno, el místico, el Cristo integrador de espíritus diversos… pero no saben qué hacer con el dolor real y con la espiritualidad de la muerte entregada hasta el final.
            La cruz es molesta también, incluso ofensiva, para gente que no tiene planteamientos espirituales de ningún tipo. Espirituales no, ¡pero sí ideológicos! Una anécdota: un amigo mío va el primer día a su puesto de trabajo, en un pueblo de Aragón, no en un lugar extraño. El que le contrata ve que lleva una cruz al cuello y le dice: «Ya te estás quitando eso». Mi amigo le dijo que no pensaba en hacerlo; se plantó. Hoy mi amigo se ha ganado el respeto de todos, y nadie le dice que se quite la crucecita que lleva en el cuello cuando está en su puesto de trabajo. Cosas de la vida.
            La cruz es una dificultad para la teología, y para la espiritualidad. En efecto, ¿podemos decir que creemos en un Dios amor si a continuación confesamos que su Hijo muere en la cruz por obediencia filial a su Padre? La teología se lo plantea, lo discute, y nos dice que sí. Que el verdadero amor solo puede ser oblativo; los demás, los de color de rosa y suave olor, son de «sueños de adolescencia perpetua» y de «papel couché» (esto último lo digo yo, no la teología). La cruz es una dificultad para la espiritualidad, pues si lo que el ser humano busca sin descanso es la «realización» («yo quiero realizarme»), la «felicidad» («yo lo que quiero es ser feliz»), ¿quién se atreve a proponer una felicidad que pase por el dolor, la entrega, la renuncia?
            La teología y la espiritualidad no están hechas para desarrollar nuestras argumentaciones fáciles, débiles y blandas, sino para hacernos preguntas rocosas, para adentrarnos en caminos duros para la experiencia e insospechados para nuestra inteligencia. Para la vida espiritual y para la reflexión teológica hace falta coraje, no cataplasmas que alivien nuestros dolores o carencias.

            Cristo crucificado se presenta ante nuestros ojos. Él es el verdadero icono de la condición humana por partida doble: primero, porque en él se ve de forma patente la violencia y el odio que puede desarrollar el ser humano. Todos los mártires han pasado por la experiencia de la cruz; muchos de ellos literalmente: mártires de Corea, China y de Japón; de Armenia y ahora de Siria. Mártires crucificados. Jesús crucificado es también icono de la verdadera condición humana porque no hay madurez y plenitud si no hay vida vivida, sufrida, perdonada, experimentada, gritada, abrazada y llorada. El llanto por el dolor propio y ajeno nos humaniza. La indignación y rabia por el sufrimiento y la violencia provocada a inocentes nos hace humanos. La decisión de luchar contra cualquier tipo de dolor nos hace fraternos de la gran familia del mundo.
            Fiesta de la Exaltación de la Santa cruz. Oremos por todos las personas que sufren en este mundo. Oremos por los cristianos que hoy son crucificados en Siria e Irak. Oremos para hacer un mundo de perdón y de misericordia. ¡Señor Jesús, ten compasión de nosotros!

Pedro Ignacio Fraile Yécora
Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

14 de Septiembre de 2015

10 septiembre, 2015

DEL EDÉN A CAÍN EN LAS MONTAÑAS DE SIRIA


            La palabra Edén suena muy bien. Suena a «paraíso» (palabra de origen persa), a placer, a ocio duradero, a querer estar allí o al menor perderse por allí un buen tiempo. Cuando vamos por la carretera todos hemos visto cómo las luces de neón nos prometen un «paraíso» hecho de pobreza humana, amasada con deseos de lívida eternidad que llevan este bíblico nombre. Somos así de pobres, poniendo esta palabra hermosa donde se la denigra. Esta palabra ha llegado a nosotros a través de la «historia sagrada», que nos explicaba cómo los «primeros padres» fueron colocados por Dios «en el jardín del Edén» (Gén 2,8). No quiero forzar los textos, diciendo lo que no dicen, pero de nuevo os propongo ir a Siria.
            Se me puede objetar que la Biblia no dice nada de Siria. ¡Evidentemente, pues el relato bíblico sobre el Edén se mueve en unos parámetros al margen del tiempo y del espacio! Sería un anacronismo infantil e imperdonable. Está hablando de unos orígenes no sujetos a límites humanos. Ahora bien, sabemos que los semitas, el pueblo hebreo para que nos entendamos, bucea en sus narraciones antiguas y coloristas, amasadas con el barro de los sabios de Babilonia que miran las estrellas, con la sabiduría agrícola de los habitantes de los fértiles terrenos «entrerríos» (Mesopotamia), con las respuestas a las preguntas que se hacen una y otra vez los creyentes: ¿de dónde venimos? ¿Quiénes son nuestros padres? ¿Por qué el mal es más fuerte que el bien? Los semitas no son filósofos al estilo de los griegos. Los semitas no usan palabras «gruesas», al estilo de «esencia», o «sustancia», o «ente», sino que lo explican todo sirviéndose de las narraciones tejidas, amasadas, engrosadas, pulidas y pulimentadas, de unos creyentes en Dios. Son verdaderas obras de arte, joyas de literatura, de sensibilidad y de teología.

            Pues bien, leyendo la Biblia (texto que pone por escrito estas hermosas tradiciones anteriores a ellos y que ellos leen con los ojos de Dios-Yahvéh), encontramos el siguiente texto: «Dios plantó un huerto en Edén y allí colocó al hombre que había formado (…). De Edén salía un río que regaba el huerto y que se partía en cuatro brazos: el Pisón, el Guijón, el Tigris y el Éufrates (Gén 2,8-14). Los geógrafos nos dicen que los dos grandes ríos que desembocan en el Golfo Pérsico, el Tigris y el Éufrates, junto a los cuales se originan y desarrollan las civilizaciones asirias y babilonias,  nacen en las montañas de la actual Siria. Más en concreto, en ese punto que hace estallar los límites geográficos donde se encuentran Turquía, Siria e Irak. Un lugar que todos lo reclaman y que no es de nadie, sino de sus habitantes.
            El «jardín del Edén», el paraíso perdido, nos lleva a las fuentes de los dos grandes ríos de nuestra civilización. No podemos «hacer fotografías» de este paraíso y ponerlas sobre el texto bíblico, como si quisiéramos atrapar en papel lo que es una verdad que sobrepasa los límites geográficos. Los doce primeros capítulos del libro del Génesis no son «ciencia histórica», no son «comprobables con GPS y con cámara de fotos». Nos hablan de nuestra verdad más profunda: nos dicen que nuestro origen, el de cada uno de los humanos, está en la tierra amasada por Dios, en la fragilidad del barro moldeado por los dedos amorosos de Dios. ¡Somos humanos, no divinos, pero somos «barro amado» sobre el que Dios insufló su espíritu, un espíritu de vida y de vida divina! (Gén 2,7). El Edén no es un lugar físico geográfico; menos aún mítico; es un lugar humano y teológico de encuentro del ser humano con Dios. La Biblia, visualmente, nos lleva a las montañas de Siria.

            Si seguimos leyendo el texto bíblico nos dice que el ser humano, varón y hembra, rompen con el designio de Dios; no aceptan su plan. No podemos ahora detenernos en este punto, que es esencial. De su descendencia nacerán Abel y Caín. Un hijo para construir y vivir en paz y armonía; un hijo que se morirá de la envidia por su hermano, que cultivará el odio en su corazón y que se atrapará en las redes de la violencia extrema. De nuevo nos preguntamos ¿un cuentecillo para niños? No, una verdad como un templo de grande. La Biblia no presenta una dualidad, dos fuerzas autónomas que se entrechocan; ese pensamiento es ajeno a la Biblia. La Biblia nos dice que el corazón del ser humano es capaz de lo mejor, pero que el corazón del ser humano puede ser atrapado por la ira, la venganza y la violencia. El cainismo no es un «movimiento» filosófico o social, o contracultural, pero sí que es una constante que encontramos en el día a día. No hay generación que no tenga su Caín. Pongámosle nombres: Hitler y Stalin destacan en el terrible y violento siglo XX. Los yihadistas que cortan cabezas y matan a familias enteras, hoy, en el año 2015, aquí entre nosotros.
            Las dos cosas nos remiten a Siria, al norte, a las montañas. De allí se extienden por todo el mundo occidental. Siria la llevamos en nuestro ADN occidental, porque nos han explicado (por lo menos hasta la generación pasada), que hubo un Edén y que entre los seres humanos hay «caínes». El Edén es tierra a recuperar, horizonte de futuro; nos dice que el mundo no es necesariamente malo, ni que Dios creó el mal. Caín nos recuerda que no podemos ser «blandamente blandos», que Abel murió por la violencia de su hermano. ¿Condenados al fracaso? La fe cristiana nos dice que no; que Jesús el Cristo murió para reconciliar, perdonando. Por eso, aún hoy, muchos cristianos siguen muriendo en Siria, perdonando a sus ejecutores, como nos mandó Jesús. De nuevo, Siria nos remite a nuestros orígenes.

Pedro Ignacio Fraile Yécora
10 de Septiembre de 2015

           

09 septiembre, 2015

LOS HIJOS (SIRIOS) DE ABRAHÁN



            Uno de los textos más repetidos del Antiguo Testamento es la orden que le da Dios a Abrahán: ‘Sal de tu tierra, de la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te indicaré’ (Gén 12,1). Visto lo que estamos viendo, tiene al menos tres interpretaciones. La primera, que es una broma de mal gusto, pues los hijos de Abrahán (los sirios) están dispersándose por el mundo; por los países vecinos y ahora por occidente. La segunda es que suena a «maldición», ¿pues cómo entender si no una frase que suena a anuncio de una realidad que tiene que cumplirse inexorablemente? La tercera nos habla de la Biblia como Palabra de Dios: nuestra condición de peregrinos. No somos de ningún sitio. Somos habitantes de una tierra que no nos pertenece, estamos de paso, siempre en camino. Unas veces por decisión propia; la mayor parte de las veces porque nos obligan las circunstancias o la violencia.
            Yo no pienso ni en la primera (broma de mal gusto), ni mucho menos en la segunda (maldición). Pienso que la tercera es la correcta. Si leemos la Biblia, vemos cómo el ser humano es un ser vivo que se mueve, que está saliendo continuamente de su casa (de sí mismo) para adentrarse en caminos inhóspitos e intransitados. El ser humano es un «homo viator», un eterno caminante. Al andar abre nuevos caminos, nuevas expectativas.
            La Biblia nos dice que Abrahán provenía de la tierra de Ur (allí en el país de los sumerios, donde hoy la política nos dice que está Kuwait). Nos dice que marchó con su familia para establecerse en Harán (Jarán), hoy Siria. Abrahán provenía de las fértiles tierras de Siria cuando Dios le mandó que se pusiera en camino; de allí se adentró en el país de Canaán (hoy Líbano, Palestina-Israel) y allí se estableció en el sur (ciudad de Hebrón). De allí marchó a causa de una hambruna al país de Egipto, pero regresó de nuevo a la montaña sur de Canaán, donde murió su esposa Sara y la enterró (encina de Mambré).
            Nos cuenta la Biblia que Isaac, hijo de Abrahán y de Sara, tuvo que elegir esposa; Abrahán le prohibió que se casara con una lugareña, y le mandó que fuera a buscar una digna esposa entre sus familiares del norte (Gén 24,3-4). De allí viene Rebeca, de Siria, de Aram Najaraín (Gén 24,10-66). Rebeca, la siria, se establece en el sur de Canaán con Isaac.

            De nuevo se repite la historia. De los dos hijos de Isaac y Rebeca, uno se tira por la aridez de las tierras del sur, Esaú (lo que hoy conocemos como Edom, Idumea, o lo que visitamos los viajeros actuales como tierras de Petra). El otro hijo se vuelve al norte, a las tierras de sus abuelos maternos. La Biblia lo explica de forma mucho más compleja. El caso es que Jacob, hijo de Isaac y Rebeca y hermano enfrentado a Esaú, se tiene que ir a Siria (Padam-Aram) a buscar de nuevo esposa. Allí se establece temporalmente; de Siria viene con dos esposas, Lía y Raquel, con dos esclavas de las esposas, y con ¡once hijos sirios! El único hijo no sirio fue Benjamín, que nació en Belén en el mismo parto en que murió su madre, la querida y llorada Raquel (Gén 28-32).  
            En resumen: Abrahán y Sara provienen de Siria (Jarán); Rebeca, la madre de Isaac, es de Siria (Aram Najaraín); Raquel, la esposa de Jacob, sus once hijos y su hija Dina son de Siria, de la zona de Padam-Arán. Esto nos puede servir para colegir  que el pueblo de Israel tiene en sus orígenes unos indudables ascendientes sirios. Los estudiosos nos dicen que Israel tendría dos orígenes, unos los sirios o arameos, y los otros los egipcios, que provienen por parte de José el hijo de Jacob que llegó a ser visir en la corte del Faraón.
            ¿Por qué traigo a colación este argumento? Nosotros, los occidentales, solemos meter a todos en un mismo saco. Nos da lo mismo árabes que sirios; afganos que turcos; griegos que macedonios. No es lo mismo. En esta crisis migratoria se está viendo.
            La televisión nos dice que los ricos árabes del Golfo, los Emiratos que viven de la bendición del petróleo, son pueblos del desierto que hasta hace muy poco (después de la primera guerra mundial, que acabó en 1919) no eran sino beduinos que se movían con sus rebaños de cabras por el desierto. Su cultura es la del desierto. Su religión la de Mahoma, de la que pretenden ser únicos señores y administradores. Su historia es la de sus tribus y clanes. El coronel británico Lawrence de Arabia consiguió engañarlos para que se sublevaran contra los turcos. Esto cuando aún no tenían petróleo. No tienen nada que ver con los sirios, los hijos de Abrahán, Isaac y Jacob. Ellos, los árabes de los supermillonarios emiratos, son los hijos de la esclava de Abrahán, de Ismael. No quieren a los sirios porque son muy distintos, son desconocidos entre ellos.
            Curiosamente, los sirios son los descendientes de las grandes civilizaciones semitas que nos han regalado los inicios de la cultura occidental; eso sí, distinta a la greco romana. Los sirios guardan en su territorio las ciudades de Ebla, con su lengua propia, el eblaíta; la ciudad de Mari; ambas celosas guardianas de las culturas mesopotámicas. Ellos nos han dado los primeros textos escritos de oriente próximo (la escritura cuneirforme) y el origen remoto de nuestros abecedarios occidentales. No olvidemos que la Biblia nace entre las culturas de dos ríos: Tigris y Éufrates en el Norte (Mesopotamia) y el Nilo en el sur (Egipto). En medio de los dos, nace el pueblo de Israel con sus tradiciones.
            Siria es un pueblo rico en tierras, rico en historia, rico en civilizaciones, rico en culturas, rico en religiones. ¡especialmente en el cristianismo sirio, del que nadie habla!. Muy rico en humanidad, pero muy pobre porque está siendo pasto de las fieras salvajes que lo están arrasando. Nunca he visto imágenes tan duras como las que están llegando de aquellos parajes. Nunca había retirado la mirada de una foto hasta que he visto lo que nos llega de aquellas hermosas tierras hoy sometidas a la barbarie de los sin Dios (porque los que hacen eso no creen en Dios).
            La Biblia es un libro de éxodos: el éxodo de Abrahán de Ur a Jarán y de Jarán a Hebrón; el éxodo de Jacob a Padam Arán y de allí a Canaán; el éxodo de Egipto y la travesía a la tierra prometida; el éxodo de los judíos a Babilonia y su posterior regreso. La Biblia nos enseña que estamos de paso, que la tierra no es de nadie y es de todos. La Biblia nos enseña que la humanidad está hecha de sangres mezcladas, de pueblos que se mueven… y también de violencia y de imposiciones.
            ¿En qué deparará este nuevo éxodo que proviene de Siria y no se dirige al sur sino a la vieja, cansada y sin ideas ni ilusiones, Europa? ¿Serán sangre nueva? ¿Serán causa de nuevas migraciones? ¿Regresarán a su tierra devastada? ¿Nos recordarán que todos somos «hijos de Abrahán, el caminante?

Pedro Ignacio Fraile
9 de Septiembre de 2015