12 junio, 2015

SUBYUGADOS CON YUGO DE TERNURA En la Solemnidad del Corazón de Jesús


No me gusta la palabra «yugo». En realidad, nunca me ha gustado. Es verdad que es una palabra que sirve para nombrar un apero de labranza totalmente necesario. Los bueyes, las mulas, se uncían con yugo para trabajar la tierra, formando una «yunta». El ser humano se ha servido de este artilugio para hacer que la tierra abriera su prieto tesoro en surcos fértiles donde poder sembrar el grano que prometía una futura cosecha. Los poetas han cantado a este yugo símbolo de una sociedad atada a la tierra, al trabajo, y con frecuencia a la explotación. El malogrado poeta de Orihuela, Miguel Hernández, ferviente católico en su juventud, tiene un poema tremendo, dedicado al «niño yuntero».

Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
(…)
Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
(…)
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.

Está el yugo de los animales, pero ha habido yugos para personas. Son los yugos de hierro que se empleaban para uncir a soldados derrotados, a mercenarios capturados, a hombres libres esclavizados. La Biblia, tesoro del que siempre podemos beber, habla de pueblos sometidos por asirios, egipcios, babilonios… de poblaciones enteras atadas bajo un peso inhumano del que no se podían desasir. Dios no quiere que nadie esté sometido bajo el yugo de otro ser humano: ‘Yo, el Señor, os saqué de Egipto, rompí vuestro yugo, para que marcharais erguidos’ (Lev 26,213). Más tarde, el profeta Jeremías andará por las calles de Jerusalén, con un yugo bajo sus hombros, para anunciar al pueblo que van a ir sin remedio al destierro (Jer 27,1-2).

Los fariseos de la época de Jesús predicaban que para cumplir la ley de Dios debían someterse al «yugo de la Ley». La gente sencilla estaba cansada, agotada y cansada  porque no podían cumplir tantos mandamientos como estaban prescritos: 613 mandamientos deducidos de la Torah. Era prácticamente imposible.


Ahora entendemos mejor las palabras de Jesús: «venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré, porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11,29-30). Jesús anunciaba a los que le escuchaban una nueva forma de relacionarse con Dios, en los que se podía respirar, vivir, cantar, alegrarse, gozar… ¡Esto es otra cosa! ¡Así daba gusto creer en Dios!
Los yugos cambian de nombre: unas veces son ideológicos, otras veces políticos, otras religiosos, otras económicos. A veces hay de todos. Pero Dios no quiere ningún yugo, y Jesús que es transparencia de las entrañas de Dios, mucho menos. Jesús nos repite: «venid a mí todos los que estáis cansados, que yo os aliviaré. Mi yugo es llevadero»… 
Jesús no pertenece al pasado, sino al presente. De todas formas, no podemos contentarnos con tenerlo en cuadros, iconos o repisas pensando que ya lo conocemos, que forma parte de nuestra vida. La urgencia, lo necesario, lo que pedimos sin pedir porque no nos atrevemos es un regreso a la misericordia de Jesús.

Pedro Ignacio Fraile Yécora
Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús
Junio 2015



09 junio, 2015

'VOLVER A JESÚS' (2): 'TE SEGUIRÉ ADONDEQUIERA QUE VAYAS'


            La devoción al Corazón de Jesús es, sin duda, de las más fructíferas en los dos últimos siglos de nuestra fe. En ella se marca de forma especial su condición de amor incondicional y entrañable. ¿Qué hay más noble que el cariño, que el perdón, que la compasión? Ahora bien ¿podemos vivir de forma separada la devoción y el amor a los hermanos?

  1. CREER Y SEGUIR
Fe y creencias. En nuestra forma de hablar normalmente usamos de forma indiferente los dos términos, fe y creencias, pero son muy distintos. Las «creencias» forman parte de una religión entendida como «mercado»; de esta forma cada uno compone su «cesta de la fe» mezclando la fe en Jesús con los astros o el destino. Reivindican que todas las creencias son respetables. Sin embargo, cuando nos movemos en el ámbito de la fe, nos movemos en el ámbito de la Iglesia. No sólo creemos lo que «sentimos», sino la fe de la Iglesia.

Fe y discipulado. En los evangelios la fe está unida directamente a Jesús, de forma que no se trata sólo de aceptarlo como «digno de fe», sino de «seguirle». Jesús mismo nos invita a su seguimiento. Es una llamada al corazón de la persona, a su interioridad y a su libertad. Es soberana y a la vez exigente.

Las dificultades del discipulado. Precisamente por esto, Jesús se encuentra con que no todos a quienes les invita están dispuestos al seguimiento. En el evangelio encontramos los ejemplos de personas bien dispuestas, pero también encontramos personas que se echan otras cuentas y piensan que hay otros «negocios» mejores. Ser discípulo no es sinónimo de no tener dificultades, sino de seguir a Jesús como Señor aun en medio de las dificultades.

  1. CREER Y ESPERAR
"El que espera desespera". Con este dicho popular indicamos nuestra condición humana sometida al cansancio y a las frustraciones. Con frecuencia ponemos nuestra esperanza en cosas que no tienen consistencia, no tienen fundamento… o si lo tienen están por encima de nuestras posibilidades. La esperanza se frustra cuando no alcanza sus objetivos.



El que espera confía. Sin embargo, la fe cristiana no está marcada por la frustración sino por la confianza. Sabemos que estamos en buenas manos, y sabemos que aunque no podamos comprobar y ver de forma «evidente», sí que podemos poner nuestras vidas en manos de otro; en este caso de Jesús, y podemos decir «sé de quién me he fiado».


El que cree vive para otro. La confianza en Jesús marca la identidad del cristiano. La espiritualidad cristiana es un «desapropiarse» de uno mismo, para ponerse en las manos de otro. Cuando decimos «Corazón de Jesús, en ti confío» estamos diciendo que nuestras seguridades las ponemos en sus manos.







3. CREER Y AMAR

Se puede tener creencias y no amar. Una persona puede ser ‘crédula’ o incluso ‘creyente’ en sus cosas, pero no sentirse obligada a amar: los astros, fetiches…no aman

El discípulo cree y ama. Sin embargo quien se pone en la órbita de Jesús sabe que el amor forma parte inexcusable de su espiritualidad.

La novedad de Jesús. El mandamiento nuevo es ‘que os améis’; es nuevo no porque antes de Jesús no hubiera amor, sino porque une la fe en Dios y el amor al prójimo de forma inseparable. Casi podríamos decir que los identifica: amar y creer son una misma cosa. Al revés podríamos decir: ¿te atreves a decir que crees en Jesús si tienes cerrado el corazón a los hermanos? ¿Si te niegas a crecer, a avanzar, a ceder en aquellas cosas que no son importantes en bien de la comunidad? ¿Te atreves a decir que crees en Jesús si no perdonas, si no colaboras? La novedad de Jesús está en que el amor es el camino que lleva al corazón mismo de Dios.

Pedro Ignacio Fraile Yécora
Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús 2015

VOLVER A JESUS. SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZON

En la próxima solemnidad del Corazón de Jesús, la Iglesia nos recuerda que el único camino es este: «volver a Jesús».



«VOLVER A JESÚS»

De pequeño me hablaron de ti
y te dejé en el baúl de los recuerdos,
de las cosas perdidas,
de los saberes prescindibles.

Pasados los años,
cuando las preguntas importantes
las trae la vida y no los libros,
cuando quiero no pensar
y se me apodera el corazón,
has vuelto sin avisar.

He leído mucho sobre ti.
Algunos dicen que eres un personaje extraño;
que las Iglesias te han manipulado,
que te usan ladinamente para sus intereses.

Yo sólo quiero volver a la verdad primera,
a la que me enseñaron mis padres,
mis catequistas, mis abuelos…
¿Quién eres Jesús?

Al ciego del camino le devolviste la vista,
a la pecadora el perdón.
Soy yo quien hoy te pide
que hagas en mi tu milagro.

Pedro Ignacio Fraile Yécora

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús


08 junio, 2015

TRES MICROHISTORIAS-MACROHISTORIAS HUMANAS Y DIVINAS.


            Tres personajes con nombre de apóstol, para despistar a curiosos: Tomás, Felipe y Bartolomé. Las historias son reales:
            Es una tarde oscura y fría de diciembre. De esas de las que no apetece salir de casa. En la cárcel le dice un funcionario a un preso: «Tomás, tienes visita». Tomás sale y ve que le espera un anciano, con boina y bufanda. Se abrazan, y el anciano le dice: «Tomás, ¿quién te ha hecho esto?
            Me encuentro de casualidad a Felipe por la calle. Fue alumno mío hace más de veinte años. Un encuentro fortuito y de alegría por ambas partes. ¿Cómo te va la vida? ‘Desde que dejé el colegio no he levantado cabeza’, me dice.
Bartolomé es un hombre muy generoso. Echa más horas en los demás que casi en su familia. Vive en continuo movimiento, siempre viendo qué hay que hacer. Y se lleva muchos disgustos; algunos muy gordos, pero sigue adelante.
            Son tres historias reales, de este mes de junio de 2015. Son humanas. Y son divinas. Tomás, al hablar con él de su experiencia dice: «He experimentado la sabiduría de la cruz». Felipe me dice: «sigo teniendo esperanza». En un momento de amistad entre gente buena, uno de la cuadrilla se levanta y dice: «Bartolomé no es nada… si no es por el cariño y la paciencia de Rosa, su mujer».
            La historia de Dios es la historia de las personas. Que sepamos leer nuestras «microhistorias» con los ojos de Dios, que las hace «macrohistorias», porque somos muy importantes para él.

8 de Junio de 2015
Pedro Ignacio Fraile


01 junio, 2015

CORPUS CHRISTI: EL PAN QUE AMASAMOS, COMEMOS Y COMPARTIMOS

El próximo domingo celebramos la fiesta del CORPUS CHRISTI. Una reflexión en torno al pan, al alimento, a Jesús que nos invita a comerle a él y entrar en su misterio de entrega amorosa. Una reflexión y un poema.

                  Pan que alimenta. La palabra «pan» tiene la capacidad de hacernos recordar el alimento sustancial, básico, fundamental; al menos, en la cultura mediterránea, a la que pertenece Jesús. En otras culturas deberían buscar otro alimento que sea de todos, del pueblo llano, que sea básico y a la vez que sea definitivo.
                 La palabra ‘pan’ tiene esa capacidad evocadora y sintetizadora a la vez: le pedimos a Dios que nos dé el «pan de cada día». El obrero «tiene derecho a su pan». La mayor injusticia es «negar el pan y la sal». ¿Por qué? Porque no hay vida sin alimento, al igual que no hay vida sin respiración o sin agua.
                 Jesús, una vez más, va al fundamento de las cosas y nos habla del alimento, del bueno, del que perdura, del que todo ser humano necesita… y en una pretensión audaz… nos dice que ese pan es él «Yo soy el pan de vida». Es más, se ofrece para ser «pan comido» por nosotros y de esta forma alimentarnos, fortalecernos y sustentarnos.
                 Pan que se parte. El pan suele cocerse en barras, bollos, tortas u hogazas. Unas son medianas, otras mayores o incluso grandes. El pan no se mete a la boca entero, no se puede dar mordiscos a una hogaza: hay que trocearlo, hay que «partirlo» partirlo en pedazos.
                 El padre de familia, en las culturas tradicionales, tiene la misión de «partir el pan». Jesús mismo, parte el pan en los relatos de la multiplicación; parte el pan en la última cena y una vez resucitado, parte el pan a los discípulos de Emaús.
                 De nuevo aparece la imagen y el símbolo que se unen a la persona de Jesús: Jesús mismo «se parte», porque su vida se entiende desde la entrega y desde el «ser para los demás». El pan se parte para «ser comido»; el sentido último de la vida de Jesús es «ser comido» por aquellos que se acercan con necesidad a él.
Pan que se comparte. El pan es del que lo trabaja, es de quien lo vende y de quien lo compra; y es también de los que no pueden adquirirlo. Es, como dice la tradición cristiana «el pan de los pobres».
                 El sentido humanitario inscrito en el corazón del hombre y, más aún, el sentido cristiano, hace que entendamos que el pan no es para almacenarlo o para que se endurezca en nuestras despensas, sino para que se alimente la humanidad. Deja de ser «mío» para ser «de los que lo necesitan».
                 Jesús no es para unos pocos que tienen acceso a él; menos aún es para un grupo de «selectos»; es para ser alimento y ser comido por el ser humano pobre, hambriento, necesitado. La vida está en alimentarse, está en partirse existencialmente y está en aprender a compartir.
                 Comemos el pan del Señor. Jesús aún va más lejos. A partir de la imagen real y simbólica del pan, Jesús nos habla de «comerle a él». Dice que el pan del que habla es su «carne». Sigue de forma atrevida por el camino de la «carne y de la sangre», de la persona. Comer su pan, comer su carne y beber su sangre, es entrar en comunión plena con su persona, con su causa, con su mensaje, con sus criterios y con su misión. Los judíos que le escuchan no le entienden; se ponen a discutir qué significa: ¿no está proponiendo Jesús algo parecido a la antropofagia? ¿no está Jesús casi loco? Jesús no está fuera de sí; Jesús nos indica el camino para entrar en la plenitud de la vida: la plena comunión con él.

Pedro Ignacio Fraile Yécora




CORPUS DE VIDA

Eres audaz y provocador,
Señor Jesús.

Podías habernos dicho
que siguiéramos tus consejos,
que tomáramos buena nota
de tus mensajes y decisiones.

Podías habernos explicado
hermosas teorías sobre el mundo,
sobre el ser humano,
sobre el sentido de las cosas.

Nos podríamos haber sentido
satisfechos y orgullosos
de ti, ¡un buen y sabio maestro!

Pero nos descolocas:
hablas del pan, que alimenta,
se parte y se comparte… ¡y se come!

No dices que tenemos que comer
cualquier pan, sino que
tenemos que comer de «tu pan»,
que tenemos que «comerte a ti».
porque tú mismo eres el «pan de vida»

Pedro Ignacio Fraile Yécora