16 septiembre, 2015

PASCAL, DE BUDISTA A SACERDOTE CATÓLICO


            Este domingo pasado, día 13 de Septiembre, nos reuníamos en la parroquia del zaragozano barrio de Valdefierro para despedir a Pascal. Tras varios años entre nosotros, Pascal regresa a su Corea natal. Esto, siendo muy importante, porque la gente de la parroquia se volcó con él en señal de agradecimiento, no es lo que hoy quiero contar.
            La vida precede al pensamiento. El testimonio tiene mayor valor que las ideas. No quiero exponer una reflexión más o menos juiciosa, más o menos densa sobre las distintas religiones y sus interconexiones, siempre complejas y con frecuencia difuminadas a fuerza de forzarlas (valga la expresión). Quiero hablar de la experiencia del ser humano, del humano religioso.
            Pascal es un converso. Esto es decir mucho y no decir nada. En la historia de la Iglesia hay conversos como Pablo de Tarso, que era un judío intachable y correoso, hasta que se encontró con Jesucristo y le cambió la vida (de perseguidor a su máximo anunciador). Pedro era un hombre generoso que quería ser «el mejor discípulo», «el más aventajado», hasta que se rompió y lloró después de decir que no conocía Jesús; su conversión fue del voluntarismo a la humildad. Agustín de Hipona era un «pagano-filósofo-brillante», que buscaba la verdad, hasta que la descubrió en Dios y se entregó por completo a él. Francisco de Asís era un «pieza», el más juerguista entre los jóvenes acaudalados de la ciudad medieval italiana, y dejó todo para casarse con la «hermana pobreza» siguiendo a Jesús. Ignacio de Loyola dejó las armas y la carrera militar para entregarse por completo a la causa de Jesús. Teresa de Ávila llevaba tiempo de carmelita en el convento hasta que cambió por completo su vida. Edith Stein pasó de ser «filósofa-atea-judía» a ser «carmelita descalza» asesinada por los nazis en un campo de concentración por ser judía. La historia de las conversiones son muy distintas y muy personales. Todas tienen en común un encuentro con el Dios personal, con el Dios que se manifiesta en Jesús, «camino, verdad y vida».
            Pues bien, nuestro amigo Pascal era un joven budista inquieto, piadoso, que se quedó «fuera de juego» cuando le hablaron de un Dios personal. La divinidad no era el vacío, la nada, la despersonalización, sino todo lo contrario. Dios era historia llena, plenitud colmada, persona que busca y abraza: Dios no es soledad fría, sino amor cálido. Pascal se quedó conturbado y perdido, desnortado y marcado por el signo a fuego de Dios… hasta que se entregó a él. Tras su bautismo en la Iglesia católica y años de formación, Pascal entendió que Dios le llamaba al ministerio sacerdotal y estudió para ser sacerdote. Se ordenó en Zaragoza, en el Pilar.
            En una de las conversaciones que tuve con él me decía: «No entiendo a los europeos. Ellos tienen a Cristo y muchos lo dejan para buscar el budismo. Yo he abandonado el budismo cuando encontré a Jesucristo». Dicho de otra forma: nosotros tenemos al Dios personal que se nos da en la historia de la humanidad, del pueblo de Israel y de forma definitiva en Jesús… Un Dios con rasgos y con rostro humano, un Dios persona y personal, y resultad que ahora muchos europeos (entre los que se encuentra buen número de españoles), dejan atrás a Jesús para buscar la divinidad sin rostro, sin historia.
            Hace poco un teólogo español, que no pasa precisamente por ser «conservador», sino más bien todo lo contrario, escribía y decía poco más o menos esto: la fe cristiana es una fe fundada en la historia que mira al futuro; los cristianos no podemos buscar una espiritualidad que renuncie a nuestra identidad de religión personal y se entregue a la búsqueda del Dios-nada-vacío-no persona. Aviso para caminantes.
            Gracias Pascal por tu testimonio y tu experiencia de Jesús que cambió toda tu vida.

Pedro Ignacio Fraile Yécora

17 de Septiembre de 2015

15 septiembre, 2015

PEREGRINACIÓN A ROMA CON MOTIVO DE LA INAUGURACIÓN DEL AÑO DE LA MISERICORDIA.


Estamos organizando una peregrinación de 'romeros' (los peregrinos que van a Roma, a la tumba del apóstol Pedro). El Papa Francisco convoca a un gran jubileo de la Misericordia, y nosotros queremos estar allí. Las fechas son del 5 al 8 de Diciembre, ambos incluidos. Salimos de Barcelona. Si te interesa, escribe a    


viajesatierrasanta@hotmail.com

14 septiembre, 2015

LA TEOLOGÍA DE LA CRUZ EN LOS CRISTIANOS DE SIRIA



            Hoy celebramos en la liturgia de la Iglesia católica la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz; popularmente la fiesta del «Cristo de Septiembre». La cruz sigue siendo motivo de burla y  de escándalo, como ya nos lo recuerda san Pablo; de ridículo ilógico e incluso sádico para los laicistas; de fiesta popular para muchos. Para los cristianos de a pie, motivo de espiritualidad; para los cristianos de «frontera y trinchera», patíbulo donde les siguen crucificando realmente, no simbólicamente. No tenemos más que ver las fotos que nos siguen llegando de Siria.

            Mis conocidos y amigos laicistas me dicen que la cruz es un signo que tiene que desaparecer. ¿Por qué les molesta tanto? Quizá porque les recuerda sus orígenes cristianos de los que reniegan: ¡quita esa cruz de ahí!, es lo mismo que decir: ¡no me recuerdes que me bautizaron! Suelen argumentar con todas las barbaridades que se han hecho en nombre de la cruz (cruzadas, inquisiciones, evangelizaciones forzosas...). Reconozco que ya me estoy cansando de tener que pedir perdón una vez más por todas las atrocidades de la Historia de la Iglesia; pero si alguno me lo exige, digo de nuevo: ¡Es verdad, perdón! Otros argumentan que en nombre de la cruz la Iglesia ha predicado un dolorismo que ha provocado frustración, amargura e incluso incapacidad para vivir de forma sana y feliz en muchas personas. También hay mucho de verdad. ¡Perdón de nuevo! Vayamos adelante.
            En los inicios de la Iglesia el mundo del mediterráneo culto estaba habitado principalmente (¡no solo ellos!) por habitantes de cultura grecorromana y de cultura semítica, principalmente la hebrea. Cuando Pablo predica la cruz, ni unos ni otros la aceptan. Los de cultura grecorromana dicen, ¡vaya necedad! ¡Pero qué bobada es esta de que alguien salva muriendo en una cruz! ¡no hemos oído una filosofía más ridícula en nuestra vida! Los judíos, que esperaban la llegada del Mesías de Dios (como lo siguen esperando aún hoy), argumentaban: ¡esto es un escándalo inaguantable! ¡No podemos admitir que al Dios del Cielo, el Todopoderoso, el Santo, muera como un asesino o un delincuente! Lo dicho, Pablo se quedó solo anunciando la muerte de Jesús en la cruz con carácter salvador (1Cor 1,22-24). Pablo anuncia la muerte entregada de Jesús y su resurrección que lleva a la vida plena. Con otros argumentos, hoy muchas filosofías laicistas dicen algo parecido: si el ser humano busca la felicidad, el camino no puede ser el de la cruz. No es un tema cerrado; ahí está.
            ¿Solo argumenta así la filosofía laicista? En absoluto. No faltan personas bautizadas, incluso dicen que son cristianos, que proponen una vida espiritual sin cruz. La cruz les molesta porque no saben qué hacer con ella. Piensan que es un obstáculo para llevar una vida espiritual, para que el cristianismo sea hoy atractivo y atrayente a los ojos del mundo. Hay que limar asperezas con otras espiritualidades para llegar a una espiritualidad global, holística, planetaria… Hay que liberarse de antiguas tradiciones que solo nos provocan peso y enojo. A estos «nuevos cristianos» de «espiritualidad global» lo primero que les sobra es la cruz de Jesús. Les interesa el Jesús sabio, el fraterno, el místico, el Cristo integrador de espíritus diversos… pero no saben qué hacer con el dolor real y con la espiritualidad de la muerte entregada hasta el final.
            La cruz es molesta también, incluso ofensiva, para gente que no tiene planteamientos espirituales de ningún tipo. Espirituales no, ¡pero sí ideológicos! Una anécdota: un amigo mío va el primer día a su puesto de trabajo, en un pueblo de Aragón, no en un lugar extraño. El que le contrata ve que lleva una cruz al cuello y le dice: «Ya te estás quitando eso». Mi amigo le dijo que no pensaba en hacerlo; se plantó. Hoy mi amigo se ha ganado el respeto de todos, y nadie le dice que se quite la crucecita que lleva en el cuello cuando está en su puesto de trabajo. Cosas de la vida.
            La cruz es una dificultad para la teología, y para la espiritualidad. En efecto, ¿podemos decir que creemos en un Dios amor si a continuación confesamos que su Hijo muere en la cruz por obediencia filial a su Padre? La teología se lo plantea, lo discute, y nos dice que sí. Que el verdadero amor solo puede ser oblativo; los demás, los de color de rosa y suave olor, son de «sueños de adolescencia perpetua» y de «papel couché» (esto último lo digo yo, no la teología). La cruz es una dificultad para la espiritualidad, pues si lo que el ser humano busca sin descanso es la «realización» («yo quiero realizarme»), la «felicidad» («yo lo que quiero es ser feliz»), ¿quién se atreve a proponer una felicidad que pase por el dolor, la entrega, la renuncia?
            La teología y la espiritualidad no están hechas para desarrollar nuestras argumentaciones fáciles, débiles y blandas, sino para hacernos preguntas rocosas, para adentrarnos en caminos duros para la experiencia e insospechados para nuestra inteligencia. Para la vida espiritual y para la reflexión teológica hace falta coraje, no cataplasmas que alivien nuestros dolores o carencias.

            Cristo crucificado se presenta ante nuestros ojos. Él es el verdadero icono de la condición humana por partida doble: primero, porque en él se ve de forma patente la violencia y el odio que puede desarrollar el ser humano. Todos los mártires han pasado por la experiencia de la cruz; muchos de ellos literalmente: mártires de Corea, China y de Japón; de Armenia y ahora de Siria. Mártires crucificados. Jesús crucificado es también icono de la verdadera condición humana porque no hay madurez y plenitud si no hay vida vivida, sufrida, perdonada, experimentada, gritada, abrazada y llorada. El llanto por el dolor propio y ajeno nos humaniza. La indignación y rabia por el sufrimiento y la violencia provocada a inocentes nos hace humanos. La decisión de luchar contra cualquier tipo de dolor nos hace fraternos de la gran familia del mundo.
            Fiesta de la Exaltación de la Santa cruz. Oremos por todos las personas que sufren en este mundo. Oremos por los cristianos que hoy son crucificados en Siria e Irak. Oremos para hacer un mundo de perdón y de misericordia. ¡Señor Jesús, ten compasión de nosotros!

Pedro Ignacio Fraile Yécora
Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

14 de Septiembre de 2015

10 septiembre, 2015

DEL EDÉN A CAÍN EN LAS MONTAÑAS DE SIRIA


            La palabra Edén suena muy bien. Suena a «paraíso» (palabra de origen persa), a placer, a ocio duradero, a querer estar allí o al menor perderse por allí un buen tiempo. Cuando vamos por la carretera todos hemos visto cómo las luces de neón nos prometen un «paraíso» hecho de pobreza humana, amasada con deseos de lívida eternidad que llevan este bíblico nombre. Somos así de pobres, poniendo esta palabra hermosa donde se la denigra. Esta palabra ha llegado a nosotros a través de la «historia sagrada», que nos explicaba cómo los «primeros padres» fueron colocados por Dios «en el jardín del Edén» (Gén 2,8). No quiero forzar los textos, diciendo lo que no dicen, pero de nuevo os propongo ir a Siria.
            Se me puede objetar que la Biblia no dice nada de Siria. ¡Evidentemente, pues el relato bíblico sobre el Edén se mueve en unos parámetros al margen del tiempo y del espacio! Sería un anacronismo infantil e imperdonable. Está hablando de unos orígenes no sujetos a límites humanos. Ahora bien, sabemos que los semitas, el pueblo hebreo para que nos entendamos, bucea en sus narraciones antiguas y coloristas, amasadas con el barro de los sabios de Babilonia que miran las estrellas, con la sabiduría agrícola de los habitantes de los fértiles terrenos «entrerríos» (Mesopotamia), con las respuestas a las preguntas que se hacen una y otra vez los creyentes: ¿de dónde venimos? ¿Quiénes son nuestros padres? ¿Por qué el mal es más fuerte que el bien? Los semitas no son filósofos al estilo de los griegos. Los semitas no usan palabras «gruesas», al estilo de «esencia», o «sustancia», o «ente», sino que lo explican todo sirviéndose de las narraciones tejidas, amasadas, engrosadas, pulidas y pulimentadas, de unos creyentes en Dios. Son verdaderas obras de arte, joyas de literatura, de sensibilidad y de teología.

            Pues bien, leyendo la Biblia (texto que pone por escrito estas hermosas tradiciones anteriores a ellos y que ellos leen con los ojos de Dios-Yahvéh), encontramos el siguiente texto: «Dios plantó un huerto en Edén y allí colocó al hombre que había formado (…). De Edén salía un río que regaba el huerto y que se partía en cuatro brazos: el Pisón, el Guijón, el Tigris y el Éufrates (Gén 2,8-14). Los geógrafos nos dicen que los dos grandes ríos que desembocan en el Golfo Pérsico, el Tigris y el Éufrates, junto a los cuales se originan y desarrollan las civilizaciones asirias y babilonias,  nacen en las montañas de la actual Siria. Más en concreto, en ese punto que hace estallar los límites geográficos donde se encuentran Turquía, Siria e Irak. Un lugar que todos lo reclaman y que no es de nadie, sino de sus habitantes.
            El «jardín del Edén», el paraíso perdido, nos lleva a las fuentes de los dos grandes ríos de nuestra civilización. No podemos «hacer fotografías» de este paraíso y ponerlas sobre el texto bíblico, como si quisiéramos atrapar en papel lo que es una verdad que sobrepasa los límites geográficos. Los doce primeros capítulos del libro del Génesis no son «ciencia histórica», no son «comprobables con GPS y con cámara de fotos». Nos hablan de nuestra verdad más profunda: nos dicen que nuestro origen, el de cada uno de los humanos, está en la tierra amasada por Dios, en la fragilidad del barro moldeado por los dedos amorosos de Dios. ¡Somos humanos, no divinos, pero somos «barro amado» sobre el que Dios insufló su espíritu, un espíritu de vida y de vida divina! (Gén 2,7). El Edén no es un lugar físico geográfico; menos aún mítico; es un lugar humano y teológico de encuentro del ser humano con Dios. La Biblia, visualmente, nos lleva a las montañas de Siria.

            Si seguimos leyendo el texto bíblico nos dice que el ser humano, varón y hembra, rompen con el designio de Dios; no aceptan su plan. No podemos ahora detenernos en este punto, que es esencial. De su descendencia nacerán Abel y Caín. Un hijo para construir y vivir en paz y armonía; un hijo que se morirá de la envidia por su hermano, que cultivará el odio en su corazón y que se atrapará en las redes de la violencia extrema. De nuevo nos preguntamos ¿un cuentecillo para niños? No, una verdad como un templo de grande. La Biblia no presenta una dualidad, dos fuerzas autónomas que se entrechocan; ese pensamiento es ajeno a la Biblia. La Biblia nos dice que el corazón del ser humano es capaz de lo mejor, pero que el corazón del ser humano puede ser atrapado por la ira, la venganza y la violencia. El cainismo no es un «movimiento» filosófico o social, o contracultural, pero sí que es una constante que encontramos en el día a día. No hay generación que no tenga su Caín. Pongámosle nombres: Hitler y Stalin destacan en el terrible y violento siglo XX. Los yihadistas que cortan cabezas y matan a familias enteras, hoy, en el año 2015, aquí entre nosotros.
            Las dos cosas nos remiten a Siria, al norte, a las montañas. De allí se extienden por todo el mundo occidental. Siria la llevamos en nuestro ADN occidental, porque nos han explicado (por lo menos hasta la generación pasada), que hubo un Edén y que entre los seres humanos hay «caínes». El Edén es tierra a recuperar, horizonte de futuro; nos dice que el mundo no es necesariamente malo, ni que Dios creó el mal. Caín nos recuerda que no podemos ser «blandamente blandos», que Abel murió por la violencia de su hermano. ¿Condenados al fracaso? La fe cristiana nos dice que no; que Jesús el Cristo murió para reconciliar, perdonando. Por eso, aún hoy, muchos cristianos siguen muriendo en Siria, perdonando a sus ejecutores, como nos mandó Jesús. De nuevo, Siria nos remite a nuestros orígenes.

Pedro Ignacio Fraile Yécora
10 de Septiembre de 2015

           

09 septiembre, 2015

LOS HIJOS (SIRIOS) DE ABRAHÁN



            Uno de los textos más repetidos del Antiguo Testamento es la orden que le da Dios a Abrahán: ‘Sal de tu tierra, de la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te indicaré’ (Gén 12,1). Visto lo que estamos viendo, tiene al menos tres interpretaciones. La primera, que es una broma de mal gusto, pues los hijos de Abrahán (los sirios) están dispersándose por el mundo; por los países vecinos y ahora por occidente. La segunda es que suena a «maldición», ¿pues cómo entender si no una frase que suena a anuncio de una realidad que tiene que cumplirse inexorablemente? La tercera nos habla de la Biblia como Palabra de Dios: nuestra condición de peregrinos. No somos de ningún sitio. Somos habitantes de una tierra que no nos pertenece, estamos de paso, siempre en camino. Unas veces por decisión propia; la mayor parte de las veces porque nos obligan las circunstancias o la violencia.
            Yo no pienso ni en la primera (broma de mal gusto), ni mucho menos en la segunda (maldición). Pienso que la tercera es la correcta. Si leemos la Biblia, vemos cómo el ser humano es un ser vivo que se mueve, que está saliendo continuamente de su casa (de sí mismo) para adentrarse en caminos inhóspitos e intransitados. El ser humano es un «homo viator», un eterno caminante. Al andar abre nuevos caminos, nuevas expectativas.
            La Biblia nos dice que Abrahán provenía de la tierra de Ur (allí en el país de los sumerios, donde hoy la política nos dice que está Kuwait). Nos dice que marchó con su familia para establecerse en Harán (Jarán), hoy Siria. Abrahán provenía de las fértiles tierras de Siria cuando Dios le mandó que se pusiera en camino; de allí se adentró en el país de Canaán (hoy Líbano, Palestina-Israel) y allí se estableció en el sur (ciudad de Hebrón). De allí marchó a causa de una hambruna al país de Egipto, pero regresó de nuevo a la montaña sur de Canaán, donde murió su esposa Sara y la enterró (encina de Mambré).
            Nos cuenta la Biblia que Isaac, hijo de Abrahán y de Sara, tuvo que elegir esposa; Abrahán le prohibió que se casara con una lugareña, y le mandó que fuera a buscar una digna esposa entre sus familiares del norte (Gén 24,3-4). De allí viene Rebeca, de Siria, de Aram Najaraín (Gén 24,10-66). Rebeca, la siria, se establece en el sur de Canaán con Isaac.

            De nuevo se repite la historia. De los dos hijos de Isaac y Rebeca, uno se tira por la aridez de las tierras del sur, Esaú (lo que hoy conocemos como Edom, Idumea, o lo que visitamos los viajeros actuales como tierras de Petra). El otro hijo se vuelve al norte, a las tierras de sus abuelos maternos. La Biblia lo explica de forma mucho más compleja. El caso es que Jacob, hijo de Isaac y Rebeca y hermano enfrentado a Esaú, se tiene que ir a Siria (Padam-Aram) a buscar de nuevo esposa. Allí se establece temporalmente; de Siria viene con dos esposas, Lía y Raquel, con dos esclavas de las esposas, y con ¡once hijos sirios! El único hijo no sirio fue Benjamín, que nació en Belén en el mismo parto en que murió su madre, la querida y llorada Raquel (Gén 28-32).  
            En resumen: Abrahán y Sara provienen de Siria (Jarán); Rebeca, la madre de Isaac, es de Siria (Aram Najaraín); Raquel, la esposa de Jacob, sus once hijos y su hija Dina son de Siria, de la zona de Padam-Arán. Esto nos puede servir para colegir  que el pueblo de Israel tiene en sus orígenes unos indudables ascendientes sirios. Los estudiosos nos dicen que Israel tendría dos orígenes, unos los sirios o arameos, y los otros los egipcios, que provienen por parte de José el hijo de Jacob que llegó a ser visir en la corte del Faraón.
            ¿Por qué traigo a colación este argumento? Nosotros, los occidentales, solemos meter a todos en un mismo saco. Nos da lo mismo árabes que sirios; afganos que turcos; griegos que macedonios. No es lo mismo. En esta crisis migratoria se está viendo.
            La televisión nos dice que los ricos árabes del Golfo, los Emiratos que viven de la bendición del petróleo, son pueblos del desierto que hasta hace muy poco (después de la primera guerra mundial, que acabó en 1919) no eran sino beduinos que se movían con sus rebaños de cabras por el desierto. Su cultura es la del desierto. Su religión la de Mahoma, de la que pretenden ser únicos señores y administradores. Su historia es la de sus tribus y clanes. El coronel británico Lawrence de Arabia consiguió engañarlos para que se sublevaran contra los turcos. Esto cuando aún no tenían petróleo. No tienen nada que ver con los sirios, los hijos de Abrahán, Isaac y Jacob. Ellos, los árabes de los supermillonarios emiratos, son los hijos de la esclava de Abrahán, de Ismael. No quieren a los sirios porque son muy distintos, son desconocidos entre ellos.
            Curiosamente, los sirios son los descendientes de las grandes civilizaciones semitas que nos han regalado los inicios de la cultura occidental; eso sí, distinta a la greco romana. Los sirios guardan en su territorio las ciudades de Ebla, con su lengua propia, el eblaíta; la ciudad de Mari; ambas celosas guardianas de las culturas mesopotámicas. Ellos nos han dado los primeros textos escritos de oriente próximo (la escritura cuneirforme) y el origen remoto de nuestros abecedarios occidentales. No olvidemos que la Biblia nace entre las culturas de dos ríos: Tigris y Éufrates en el Norte (Mesopotamia) y el Nilo en el sur (Egipto). En medio de los dos, nace el pueblo de Israel con sus tradiciones.
            Siria es un pueblo rico en tierras, rico en historia, rico en civilizaciones, rico en culturas, rico en religiones. ¡especialmente en el cristianismo sirio, del que nadie habla!. Muy rico en humanidad, pero muy pobre porque está siendo pasto de las fieras salvajes que lo están arrasando. Nunca he visto imágenes tan duras como las que están llegando de aquellos parajes. Nunca había retirado la mirada de una foto hasta que he visto lo que nos llega de aquellas hermosas tierras hoy sometidas a la barbarie de los sin Dios (porque los que hacen eso no creen en Dios).
            La Biblia es un libro de éxodos: el éxodo de Abrahán de Ur a Jarán y de Jarán a Hebrón; el éxodo de Jacob a Padam Arán y de allí a Canaán; el éxodo de Egipto y la travesía a la tierra prometida; el éxodo de los judíos a Babilonia y su posterior regreso. La Biblia nos enseña que estamos de paso, que la tierra no es de nadie y es de todos. La Biblia nos enseña que la humanidad está hecha de sangres mezcladas, de pueblos que se mueven… y también de violencia y de imposiciones.
            ¿En qué deparará este nuevo éxodo que proviene de Siria y no se dirige al sur sino a la vieja, cansada y sin ideas ni ilusiones, Europa? ¿Serán sangre nueva? ¿Serán causa de nuevas migraciones? ¿Regresarán a su tierra devastada? ¿Nos recordarán que todos somos «hijos de Abrahán, el caminante?

Pedro Ignacio Fraile
9 de Septiembre de 2015

             
           

              

07 septiembre, 2015

LA HISTORIA INTERMINABLE DE UNA HUMANIDAD VIOLENTA



            Llevo muchos días pensando que tengo que escribir algo a raíz de los acontecimientos últimos sobre los miles de desplazados que piden entrar en Europa. El tema es no solo muy duro, sino muy difícil. Es una roca con muchas aristas afiladas y se puede caer con facilidad en la demagogia, en la insensibilidad, en el pragmatismo, o en la inhumanidad.

            Está en primer lugar la arista de la hipocresía. La guerra de Siria, que es uno de los focos de donde provienen estos refugiados, aunque no es el único, ¡ha cumplido cinco años! El mundo entero, en sus políticos, lleva cinco años mirando a otra parte. Ahora se escandaliza de que hayan salido entre tres y cuatro millones de refugiados del país. No dirán que no lo sabían o que no lo esperaban.
        


 Está la arista de la información. La información, se sabe, es un arma muy potente que se puede usar marcando los tiempos. Hace un año ya empezaron a llegar escenas terribles de los crímenes abominables y demoníacos del así llamado «Estado Islámico», ISIS o DAESH. Las fotos de niños cristianos crucificados llegaban a cuentagotas; de niñas violadas aparecían y desaparecían inmediatamente de los informativos. Después de un año, por fin, la imagen de un niño de tres años ahogado en una playa ha servido para que todos los periódicos, y todas las televisiones del mundo dijeran: ¡Hay que hacer algo! ¿Por qué no reaccionaron ante los niños torturados hace ya un año? ¿Quién ocultó esas fotos?
           
          Está la arista de los intereses políticos. La zona en cuestión es un auténtico polvorín. Es muy difícil explicar los juegos de interés que hay allí: en la zona disputada hay petróleo, ahora controlado por el ISIS; Turquía, que es musulmana, ha hecho siempre de «policía» de occidente en la zona, pues pertenece a la OTAN, pero es enemiga de los kurdos, que son un pueblo sin territorio. Los americanos, ingleses y franceses, meten la mano en el avispero, lo revuelven y se van corriendo. ¿Qué quieren, qué buscan?

              Está la arista de la historia. No podemos olvidar que estos países son de creación muy reciente. Algunos aún no han cumplido un siglo de existencia. Al derrumbarse y desaparecer el Imperio Otomano tras la primera guerra mundial, los vencedores, los franceses e ingleses, se repartieron el territorio vencido e inventaron fronteras y países que nunca antes habían existido: Irak, Jordania… Existían los montes, los pueblos, los valles…. Las tribus y las familias pasaban de un sitio a otro sin problemas… hasta que les dijeron que habían nacido unos «estados». Naciones sin estado y estados con varias naciones. Familias en dos países distintos.

            Está la arista de la religión. Nos quieren hacer creer que esos países son musulmanes en su origen y en su historia. No es verdad. El Islam nace en el año 622 después de Cristo, mientras que las iglesias cristianas se remontan al siglo segundo después de Cristo. La presencia cristiana en aquellas tierras, muy rica por cierto, es cuatro siglos anterior a la aparición del Islam. Parece que esto no interesa a nadie. Recordemos que la palabra «cristiano» nace en Antioquía de Siria, el primer lugar donde se da este nombre a los «discípulos del Nazareno» (Hch 11,26).


            Está la arista del mundo árabe del Golfo. Hoy he visto en una televisión pública, aunque de forma muy tímida, que los refugiados de esta «crisis» buscan los países occidentales, mientras que los supermillonarios países petrolíferos del golfo, con los que comparten la misma lengua (el árabe) y en muchos casos la religión (el Islam) no acogen a refugiados. Las cifras son: Turquía, Líbano y Jordania, unos tres millones de refugiados; a Occidente se le pide que acoja a 200.000… y los países del Golfo, los que participan en los equipos de fútbol europeos, los que compran acciones de grandes empresas españolas, los que tienen griferías de oro en los hoteles, entre todos no llegan a dos mil refugiados.

            Está la arista de las políticas de la Unión Europea. Es interesante ver cómo reaccionan unos y otros países. Por cierto, los refugiados quieren ir todos a Alemania, no quieren venir ni a Italia, ni a Portugal ni a España. ¿Han leído lo que piensa hacer Inglaterra, la misma que ha provocado en buena parte el conflicto? ¿Dónde está Estados Unidos de América, que metió la mano para mover un avispero que estaba apaciguado; eso sí, la paz de los dictadores?
            
Está la arista del modelo mundial. ¿Qué mundo queremos? ¿Queremos un modelo único para todo el mundo? ¿Tienen que seguir los pueblos semitas, cuya organización está basada en las familias y en los clanes, a día de hoy, los mismos esquemas de organización que los pueblos occidentales: una persona, un voto? Parte del conflicto está en que se quiere imponer a pueblos que durante siglos se han gobernado con criterios propios, el modelo único de occidente. ¿Es mejor nuestro sistema que el suyo? Parece que no funciona. Al menos eso dan a entender los resultados tras varios años de la cacareada «primavera árabe».

            Está la arista de los delincuentes y traficantes. Para que esas familias crucen desde Siria hasta la costa oeste de Turquía, se tienen que poner en manos de traficantes humanos. Pagan cantidades enormes de dinero para que les crucen de lado a lado de Turquía de la forma más invisible posible a las autoridades. ¿Nos tenemos que creer que las autoridades turcas no lo saben o que no se enteran? Tráfico de personas, de niños y familias enteras, a comienzos del siglo XXI. Más aún; la guerra no existiría si no hubiese armas: ¿quién y dónde se fabrican las armas? ¿Quién las vende y trafica con ellas? ¿Quién la distribuye sin que aparentemente se vea? ¿De dónde sale el dinero para pagar tantos millones en comprar armas?

            Está la arista de las soluciones. ¿Cuál es la solución? Evidentemente que la primera es darles refugio, pero… ¿y la guerra? Más aún, no solo la guerra de Siria, sino la de Irak, y la de Afganistán, y la de Somalia… Los que allí se han quedado gritan: ¡no queremos irnos de nuestro país, lo que queremos es que acabe la guerra!


            Está la arista de la islamización. En este complejo y enrevesado mundo moderno, que dicen que debe ser «laico», hay que interpretar o hay que leer entre líneas que debe ser «laico frente a los cristianos», pero no «laico frente al Islam». Es políticamente incorrecto, pero hay que decirlo. Europa le está permitiendo al Islam lo que no le permite a ninguna iglesia cristiana. Sin ir más lejos: algunos refugiados se niegan a aceptar comida que reparta la «Cruz roja». Esto es así. Algunos Centro de Inteligencia de los gobiernos han dado la voz de alarma: ¿cuántos yihadistas pueden entrar en Europa bajo el paraguas de los refugiados? ¿Los estados tienen que dejar a todos o tienen que guardarse las espaldas? Solidarios y justos sí, pero no ingenuos

            Como personas y como cristianos tenemos que tener el corazón y las casas abiertas. Pero que no nos impidan reflexionar y que no nos digan lo que tenemos que pensar.

Pedro Fraile
7 de Septiembre de 2015