22 junio, 2016

SEÑOR, NO ABANDONES LA OBRA DE TUS MANOS. Salmo 138

Salmo 138

1b        Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
                        delante de los ángeles tañeré para ti.
2          Me postraré hacia tu santuario,
                        daré gracias a tu nombre:
                        por tu misericordia y tu lealtad,
                        porque tu promesa supera tu fama;
3          Cuando te invoqué me escuchaste
                        acreciste el valor de mi alma
4          Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
                        al escuchar el oráculo de tu boca;
5          canten los caminos del Señor,
                        porque la gloria del Señor es grande.
6          El Señor es sublime, se fija en el humilde,
                        y de lejos conoce al soberbio
7          Cuando camino entre peligros,
                        me conservas la vida;
                        extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo
                        y tu derecha me salva
8          El Señor completará sus favores conmigo:
                        Señor, tu misericordia es eterna,
                        no abandones la obra de tus manos.

            1. Notas textuales. La cabecera se lo atribuye a David (v. 1 a). El texto presenta una variante interesante. El texto hebreo dice «delante de otros dioses», mientras que la Biblia griega (LXX) y la Vulgata, dice «delante de los ángeles». La primera traducción la mantienen algunas versiones (por ejemplo La Biblia (LB). La segunda la encontramos en la mayoría de las traducciones modernas.
            2. Aspectos literarios. Estamos ante un salmo de «acción de gracias». El salmo comienza con esta expresión «te doy gracias Señor (hodû Adonay) que aparece en otros salmos bíblicos.
            El sintagma «dar gracias» aparece hasta en tres ocasiones a lo largo de la oración/poema. Los dos primeros tienen como sujeto al orante (doy gracias/daré gracias), el tercero tiene por sujeto «los reyes de la tierra». Destaca igualmente las referencias explícitas al Señor/Yhwh, en siete ocasiones.
            3. Antropología teológica. La acción de gracias aparece con cierta frecuencia en la oración del salmista. El agradecimiento es propio de la persona creyente que se sabe «agraciada» por otro, favorecida de forma gratuita o inesperada por él. En el Libro de los salmos no es difícil encontrar versos que expresan este sentimiento.

            Te daré gracias de todo corazón, Señor, Dios mío,
            Daré gloria a tu nombre por siempre (Sal 86,12)    
           
            Te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación (Sal 118,21)
           
            Te daré gracias de corazón, instruido por tus justas decisiones (Sal 119,7)
           
            Te doy gracias porque eres sublime, tus obras son prodigiosas (Sal 139,14)

            Junto con esta actitud natural en la condición humana, toda una serie de temas propios de la Biblia se repiten: el santuario como morada; la misericordia y la fidelidad de Dios; Dios escucha; Dios se fija en el humilde; Dios defiende del enemigo etc. El poema/oración concluye con una referencia al ser humano como «obra de las manos de Dios», insistiendo de nuevo en las personas como «criaturas».
            4. Lectura espiritual. El orante tiene muchos motivos para dar gracias a Dios; nos fijamos solo en un uno: en la misericordia y fidelidad de Dios que dura por siempre. La misericordia es un tema recurrente en la Biblia y más en concreto en los salmos. La persona que se sabe «necesitada», «abandonada» o «descalificada»; aquella que no espera ya de nada ni de nadie, eleva sus brazos a Dios y se pone en sus manos de misericordia. El salmo concluye con una súplica muy hermosa, en la que el orante habla de sí mismo como «obra de las manos» de Dios, y se atreve a suplicarle, como un pobre, que «no le abandone». Esta no es la oración de alguien soberbio, engreído y pagado de sí mismo; todo lo contrario, es la oración de una persona que se «abandona» confiadamente en la misericordia divina.


EL SEÑOR SOSTIENE MI VIDA. Salmo 54


Comparto con vosotros esta breve exégesis del Salmo 54, una súplica individual.

Salmo 54

            3          Oh Dios, sálvame por tu nombre,
                        sal por mí con tu poder.
            4          Oh Dios, escucha mi súplica,
                        atiende a mis palabras;
            5          porque unos insolentes se alzan contra mí,
                        y hombres violentos me persiguen a muerte,
                        sin tener presente a Dios.
            6          Pero Dios es mi auxilio,
                        el Señor sostiene mi vida.
            7          Devuelve tú su maldad a mis contrarios
                        Y destrúyelos, por su lealtad
            8          Te ofreceré un sacrificio voluntario,
                        dando gracias a tu nombre, que es bueno;
            9          porque me libraste del peligro,
                        y he visto la derrota de mis enemigos.

            1. Notas textuales. El salmo empieza en el v. 3 porque los dos primeros versículos forman parte de la «cabecera». ‘Al maestro del coro, con arpas. Oda de David. Cuando los de Zif fueron a decir a Saúl que David estaba escondido con ellos’.
            El versículo 7 es una petición de intervención de Dios contra los enemigos. La Liturgia de las Horas excluye intencionadamente este versículo.
            2. Aspectos literarios: El salmo pertenece al género literario de las 'súplicas individuales'.    Desde el punto de vista estilístico, se distingue con claridad tres paralelismos sinonímicos:

                        v. 4      Oh Dios,                                 escucha mi súplica
                                                                                   atiende mis palabras
                       
                        v. 5      unos insolentes                         se alzan contra mí
                                    unos hombres violentos            me persiguen a muerte

            El tercer paralelismo ocupa el centro del salmo (tres versos [3-5], centro en el v. 6 y  tres versos [7-9]), ayudándonos a reconocer el sentido que el orante quiere destacar: Dios auxilia y sostiene la vida del creyente

                        v. 6      Dios                 es                     mi auxilio
                                    el Señor           sostiene            mi vida
            
               3. Antropología teológica: El ser humano, débil en su constitución, y rodeado de peligros (carestía, violencia, enfermedades) suplica a Dios. La oración de súplica es, quizás, la más natural y espontánea. Tres verbos significativos: «sálvame», «escucha», «atiende». En una relación de fe de carácter interpersonal, el creyente pide a Dios que esté atento a sus súplicas y que además le haga caso, que no le ignore.
            El salmo continúa con una «confesión de confianza» en Dios: él es «mi auxilio», él «sostiene mi vida». No se puede rezar a Dio si se duda bien de que salva, bien de que está cerca de quien le reza. La confianza es necesaria en la vida relacional, y en la vida de la fe.
        El orante pide que Dios intervenga y que destruya a los «adversarios/contrarios/enemigos». ¿Quiénes son y, consecuentemente en qué consiste esta destrucción? Los «enemigos» que acechan no se identifican, si bien insiste en que son «violentos»: ¿acreedores que buscan cobrar un dinero? ¿Personas violentas que persiguen al justo? O de forma simbólica, ¿una enfermedad? ¿Un período largo de hambre?
            El salmo da un salto repentino y concluye con una promesa de acción de gracias porque Dios ha intervenido salvando. El colofón invita a la confianza en Dios.
            4. Lectura espiritual. La fe no excluye ni el dolor, ni el sufrimiento, ni las carestías, ni las dificultades. Pero el creyente las afronta de forma distinta. Los «adversarios» del ser humano, como hemos indicado, son múltiples; cada uno puede identificarlos y ponerles nombre.
            La fe en Dios no es un «seguro de vida», de forma que el creyente se ve libre de acosos, violencias, crisis o persecuciones. Pero la confianza en que Dios hace justicia, que no abandona, es el motor principal y el fundamento de su vida. Como dice el orante: «el Señor sostiene mi vida».

21 junio, 2016

DIOS ES NUESTRA FELICIDAD Y BENDICIÓN. Salmo 128

Comparto con vosotros esta exégesis, sencilla y breve, del salmo 128. Espero que os sirva.

Salmo 128

1 a       Canto de peregrinación

1b        Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos.

2          Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien;
3          tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa;
            tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa:

4          Esta es la bendición del hombre que teme al Señor.
5          ¡Que el Señor te bendiga desde Sión!
            ¡Que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida!
6          ¡Que veas a los hijos de tus hijos! ¡Paz a Israel!


            1. Notas textuales. El salmo empieza en el 1 b. Forma parte de la colección de salmos conocida como «Salmos de peregrinación» (120-134).
            2. Aspectos literarios: Es un salmo muy sencillo con dos partes muy claras. La primera es una «bienaventuranza» (dichoso aquél que…), la segunda una «bendición». En la «bienaventuranza», formulada en el tiempo verbal del futuro (serás, te irá…) se desarrolla en una doble imagen de fecundidad vegetal: mujer como «parra fecunda», los hijos como «renuevos de olivo». La bendición se amplía en otras tres que hacen referencia a la presencia de Dios en Sión/Jerusalén; a la prosperidad de Jerusalén; y de forma más cercana, que el orante vea su descendencia.
            El poeta se sirve de la repetición de una misma palabra en dos versos contiguos: «dichoso/dichoso» (v. 1 b y 2); «bendición/bendiga» (v. 4 y 5). Las dos partes del salmo están perfectamente relacionadas con la misma estructura:

            1 b       Dichoso el que teme al Señor
            4          Esta es la bendición del (…) que teme al Señor       
           
            3. Antropología teológica: Estamos ante un salmo sapiencial. Los dos términos clave que destacan son la «dicha» y la «bendición». El primero, el de la «bienaventuranza» está unido al de «temor de Dios», que en muchas traducciones versionan el sintagma hebreo como «respeto» u «honra» para evitar la palabra «temor». Con este sintagma, «temor de Dios», el sabio quiere resumir toda la experiencia religiosa de presencia ante Dios, que es cercana y a la vez inasible, que es de alegría y a la vez de santidad, que es de cariño y a la vez de respeto. El verdadero  creyente no hace burlas de Dios, ni pretende jugar con él, sino que le ama y le respeta. Por otra parte aparece de nuevo la imagen recurrente de los «caminos», propia de los consejos del sabio. La persona cabal transita por los «caminos» que le marca el Señor. La insensata los ignora o se sale de ellos.
            El segundo término clave es «bendición». Dios «bendice» a sus elegidos. Ahora bien, esta «bendición«, en estos momentos, se mueve en un ámbito puramente terrenal. Se manifiesta en una familia extensa, fecunda, y en una vida prolongada que permite ver a los «hijos de los hijos». La bendición incluye dos referencias a Jerusalén, que pueden parecer en principio extrañas. Para el judío creyente, la Gloria de Dios habita en el monte santo de Sión; Jerusalén es la ciudad santa. Ambas cosas van de la mano. Cuando Dios se retira del Templo, por ejemplo en el Exilio, Jerusalén fracasa. Viceversa, la prosperidad de Jerusalén está unida a la presencia de la Gloria de Dios en su Templo.

            4. Lectura espiritual. La experiencia de Dios de algunas personas es de no poder amar a Dios porque le ven como «rival», como «vigilante», como «acusador», como «déspota», o como «tirano». Son imágenes distorsionadas y muy dañinas que, sin embargo, no terminan de desaparecer. Este texto nos presenta a Dios como aquel que nos «bendice» y que es nuestra «dicha/felicidad». La perspectiva cambia radicalmente.
            El sabio (hoy diríamos el «acompañante» de nuestra vida espiritual), nos remite a Dios y al respeto amoroso que le debemos; de ahí se sigue una vida recta, acorde con nuestra experiencia de Dios. El que cree en Dios le «teme/respeta/honra» en todos momentos de su vida y «sigue sus caminos».

            En una sociedad agrícola, la multitud de hijos era una bendición, pues todos ayudaban en las tareas del campo y aseguraban la prosperidad de la casa. Hoy tendríamos que dar un giro a esta expresión, sin dejar de lado la bendición que supone acoger la vida en su lozanía, en su riqueza y hermosura, como regalo de Dios.

20 junio, 2016

ACABO DE LLEGAR DE TIERRA SANTA


Hoy es lunes 20 de Junio de 2016. Acabo de llegar de Tierra Santa y no puedo por menos que escribir, aunque sea de forma rápida, las experiencias que «de nuevo», y de «forma nueva», han pasado por mi vida. Tierra Santa no es una «tierra de otro mundo». Es Junio y hace calor; es el calor del Mediterráneo, de los campos recién cosechados, de los escuálidos pinares de nuestros montes, de los cabezos que han dejado atrás el verdor de la primavera. Tierra Santa es «mediterráneo» (ovejas, viñas, higueras, cereal, olivos…), pero es «mediterráneo oriental»: hierbabuena, especias, sésamo, cardamomo… Otros sabores, otras músicas, otros olores.
            Tierra Santa es una casa que se conoce y desconoce a la vez. Cuando llegamos a Nazaret, aunque no hayamos estado nunca, los peregrinos conectan con un «conocimiento inscrito» en el corazón: la Virgen María, la Anunciación, Jesús de Nazaret, la Sagrada Familia. Todos saben de qué hablamos, aunque muchos de ellos, la mayoría no hayan estado allí nunca. No es «esoterismo», ni «recuerdo de vidas anteriores», no. Cuando un  peregrino ha escuchado desde pequeño el texto de la Anunciación a María, y lo escucha allí, sabe de qué habla y lo saborea de otra forma. Con los ojos cerrados, el sí» de María se hace actual, presente, se personaliza. El peregrino dice «sí» a esas pequeñas llamadas de Dios, si no diarias, sí frecuentes; si no inmediatas, sí esperadas.
            Cuando llegamos a Belén, nadie pregunta qué pasó allí. Lo que suelen preguntar es dónde está la gruta, o dónde está el pesebre… porque saben que Jesús nace en una cueva y en un pesebre de animales, a las afueras de la ciudad. No hay que explicarlo todo, hay que dejar que el peregrino traiga a su corazón tantas navidades vividas con los suyos. El animador o el acompañante de la peregrinación tiene, eso sí, que recordar que creemos en un Dios que nació en un establo de animales y no en una corte; que creemos en un Dios que se hace niño y nace pobre, no un héroe fuerte e invencible; que creemos en un Dios accesible, que se puede abrazar, no en un Dios lejano, ajeno a nosotros y nuestras pobres vidas.
            Tierra Santa es la casa de todos los cristianos aunque no hayamos estado físicamente en ella. Hacemos personal y espiritualmente nuestro recorrido: nos unimos al sí de María en Nazaret y besamos a Jesús niño en Belén; acompañamos como los discípulos a Jesús por los caminos que rodean el Lago y nos dejamos sorprender por sus enseñanzas; subimos con Jesús al monte Tabor y decidimos acompañarle hasta Jerusalén. Allí, en la ciudad tres veces santa, para judíos, cristianos y musulmanes, hacemos memoria de la presencia siempre nueva, nunca reducible, siempre sorprendente, nunca tematizada, de Dios. ¿Cómo no hablar de Dios en Jerusalén, cuando oímos las campanas del Santo Sepulcro, escuchamos la llamada a la oración de las mezquitas y vemos cómo cantan y bailan los judíos al Señor en el Muro de las Lamentaciones?
            Yo no digo que Tierra Santa sea «Tierra de conversiones» tumbativas, como la de Saulo/Pablo en su camino a Damasco; pero sí afirmo que yo he visto llorar de emoción a muchas personas en Tierra Santa. Muchos me buscan con preguntas que no se atreven a hacer en público; otros se acercan al sacerdote y disimuladamente comienzan conversaciones profundas, de hondura humana y espiritual con él; otros espontáneamente en alguna eucaristía o en una oración compartida dicen lo que están viviendo.  Tierra Santa no es «mágica». El que tiene duro el corazón, y se cierra como una ostra, sigue teniendo duro el corazón; pero el que peregrina sin corazas, se encuentra sorpresas que él mismo no se esperaba.
            Acabo de acompañar a un grupo parroquial de Palma de Mallorca, con su párroco y vicario al frente. Una vez más, el milagro de Tierra Santa se ha cumplido. Personas que han dado repetidamente las gracias porque «ha sido el viaje de su vida», o «porque excede las expectativas puestas», o porque las preguntas que siempre estaban pendientes han brotado de forma espontánea. Dios hace su obra con sus tiempos y sus métodos; como él quiere y decide en su sabiduría… porque es Dios. Nosotros solo nos dejamos hacer. ¿Os animáis a hacer el viaje de vuestra vida peregrinando a Tierra Santa?

Pedro Ignacio Fraile Yécora
https://pedrofraile.blogspot.com/

09 junio, 2016

GUSTAR A DIOS: Salmo 139



            Dios no es un «problema del intelecto». No es posible ni explicarlo en una pizarra universitaria, ni captarlo en una fotografía de alta definición. Dios no se deja «atrapar», pero se puede «gustar», «saborear». Unas veces el «regusto» que deja en los sentidos y en la memoria es dulce, otras amargo. Los  salmos recogen esta experiencia única, y real, de «haber gustado» a Dios. El salmo 34 al hablar de que Dios «escucha» y atiende a su pueblo, contiene esta conocida frase: ‘gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a Él’ (Sal 34,9).
            El ser humano puede ser protagonista de una experiencia religiosa, aunque no sea capaz de ponerle nombre. Es la experiencia de saberse «habitado por otro»; de saberse «sostenido por otro»; de saberse «sobrepasado por otro», «envuelto y abrazado por otro». No es una experiencia de miedo, sino de ser consciente de que tu intimidad, por grande que sea, la conoce otro; y la conoce incluso más que tú mismo. La experiencia de que todos tenemos una vida externa es evidente, pero es la experiencia de que todos tenemos, en mayor o menor medida, una vida interior. Que quizá no la hemos desarrollado, no la hemos cultivado, no nos hemos puesto a la escucha, pero que existe.
            Para los creyentes ese «otro» es Dios, al que deseas, pero que no terminas de dominar. Al que intuyes, pero no terminas de percibir; al que buscas, pero no terminas de encontrar. La experiencia de Dios necesario y cercano, y a la vez totalmente otro, la refleja muy bien el salmo 139. Es un salmo para todos, creyentes y personas que están en búsqueda, pero que sienten «susurros» de Dios en su vida.
            Comienza con una constatación de la intimidad que supone una relación con Dios: «sondear», «penetrar», «estrechar». No es solo un conocimiento de memoria, de libro, sino de experiencia que no se busca y que aparece: «me conoces», «sabes», «distingues». Es una experiencia total, global, que llega hasta lo más íntimo; que uno mismo no es capaz de dominar: «me sobrepasa», «es sublime y no lo abarco». Esta experiencia lo la llamaríamos «fontal», porque nos conecta con nuestra «fuente» más profunda, que bebe en Dios. Una experiencia «envolvente», pues no podemos abarcarla. Una experiencia «paradójica», pues a la vez es familiar, conoce las sendas, y a la vez es sublime.

1b        Señor, tú me sondeas y me conoces;
2          me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
3          distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
4          No ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda.
5          Me estrechas detrás y delante,          
me cubres con tu palma.
6          Tanto saber me sobrepasa,
es sublime, y no lo abarco.

            En un segundo momento, el orante expresa este deseo de desasimiento, casi de desgarro, de no querer que esta experiencia vaya contigo a todas partes. Sin embargo, es imposible, porque está «grabada» como una «huella indeleble» en el corazón. No es cuestión de «huir», de «correr», de «esconderse». El que quiere evitar la luz es porque algo teme. El que quiere esconderse es porque hay aspectos de su vida que no quiere que se conozcan. Sin embargo este deseo de «ocultación», de «pérdida» en el «anonimato» es imposible ante Dios. Él es nuestro compañero de camino, nuestra sombra en los días del sol, y nuestro descanso en las fatigas del camino. Va con nosotros. La cuestión está en cómo vivimos esta experiencia profunda, íntima, personal, delicada, suave y fuerte a la vez.


7          ¿Adónde iré lejos de tu aliento,
adónde escaparé de tu mirada?
8          Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro;
9          si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta el confín del mar,
10        allí me alcanzará tu izquierda,
me agarrará tu derecha.
11        Si digo: "que al menos la tiniebla me encubra,
que la luz se haga noche en torno a mí",
12        ni la tiniebla es oscura para ti,
La noche es clara como el día.

El orante no cae sin embargo en la desesperación, o en la locura, o en la violencia. Este saberse «habitado» por otro, que no es él mismo, sino Dios en él, hace que «dé las gracias». Primero reconoce humildemente que es «criatura»: has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Luego pasa al agradecimiento. No es una experiencia fácil, pues hay muchas personas que no se sienten deudoras de la acción creadora de Dios. La autosuficiencia cierra el paso a la alabanza al creador.

13        Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
14        Te doy gracias porque me has escogido portentosamente,
porque son admirables tus obras;
15        conocías hasta el fondo de mi alma,
no desconocías mis huesos.

Más difícil es aún comprender los versos siguientes en nuestra cultura. Para unos, los más racionales que no admiten una relación con Dios, porque no admiten un Dios personal, rechazan que Dios tenga algo que ver con la historia personal de cada uno de nosotros: «Si Dios existe es su problema», podrían decir de forma cáustica. Para otros, más crédulos con el mundo de las fuerzas atávicas y cósmicas que nos gobiernan (el «fatal destino», el «fatalismo», que no es Dios), querrían ver aquí la confirmación de sus creencias. Sin embargo, para el creyente bíblico, la experiencia es que Dios no tiene un antes, y un después; Dios no está sujeto a los minutos y a las horas. Su «ahora» es un presente que no concluye; su «hoy» es una presencia del momento salvífico. El orante se siente desbordado por Dios, que lo sabe todo, pero que a la vez cuenta con él en su vida personal, libre y autónoma.



Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra,
16        tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro;
calculados estaban mis días antes que llegase el primero.
17        ¡Qué incomparables encuentro tus designios,
Dios mío, qué inmenso es su conjunto!
18        Si me pongo a contarlos, son más que arena;
si los doy por terminados, aún me quedas tú.(…)

El orante concluye, admirado, con una petición humilde. Ya no es una afirmación como al principio, sino una súplica: «sondéame», «conóceme», «ponme a prueba». Concluye, como no podría ser de otra forma en un texto orante de la tradición judía, con una súplica para que le lleve «por el camino eterno».

23        Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
24        mira si mi camino se desvía,

guíame por el camino eterno.

IMPORTANTE: Esta tercera entrega es un fragmento de un trabajo que estoy haciendo sobre los salmos. El comentario al salmo 16, 'Confiar cuando en nadie se confía', sigue siendo la entrada más exitosa de este blog. Esto me ha llevado a seguir por este campo de la oración bíblica.

VETE A TOMAR POR EL PERDÓN. Lectio Divina.


 Lectura del santo Evangelio según San Mateo 5, 20-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano, será procesado. Y si uno llama a su hermano «imbécil», tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama «renegado», merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Procura arreglarte con el que te pone pleito, enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último cuarto.

LECTIO. Primera de una serie de contraposiciones entre lo que la Ley de Moisés dice, «se ha dicho», y lo que propone Jesús, «pero yo os digo». Es una forma de hablar propia e los judíos. Evitan decir «Dios dice», llevando la prohibición de «pronunciar el nombre de Dios en vano» a su máxima expresión. Los rabinos quieren
proteger el nombre de Dios y trazan en torno a él una «valla». El evangelio se hace eco de esta forma judía de pensar, pero se centra en Jesús. Es un evangelio radical. El discípulo de Jesús no sólo no puede matar, sino que incluso debe evitar toda ofensa que busque herir al otro. Continúa Jesús con una «aplicación práctica» para la vida. Las ofensas existen, son casi inevitables; pero si quieres un culto agradable a Dios, vete primero a reconciliarte con tu hermano. El perdón es previo a la oración.

MEDITATIO. Los profetas denuncian a los que rezan a Dios y explotan a los pobres. Es sin duda una exigencia propia de la verdadera fe en Dios. Jesús va más lejos: declara que no se puede rezar si estás enfrentado con un hermano. Texto muy duro por la extensión de esta situación en nuestra sociedad e incluso en nuestras propias comunidades. ¿Hemos buscado la reconciliación antes de ir a celebrar la Eucaristía, o de ponernos en oración? El perdón no es un «adorno» que algunos ostentan, sino que es condición necesaria para que nuestra oración sea agradable a Dios. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento inciden mucho en el perdón, precisamente porque saben que cuesta mucho. Las ofensas son fáciles de decir; el perdón cuesta mucho más.

ORATIO. Sana mis heridas, Señor. Ayúdame a dar los pasos que sean necesarios para que sepa perdonar de corazón. ¡Hazme un servidor de la reconciliación!

CONTEMPLATIO. Pasamos por nuestra mente y nuestro corazón escenas de situaciones reales; mejor si las hemos vivido como protagonistas o como testigos directos. Escenas de ofensas, de reacciones a estas ofensas. Insultos que hemos escuchado con la intención de hacer mucho daño. Nos ponemos en la actitud a la que invita Jesús: perdonar. ¿Seríamos capaces de perdonar/no tener en cuenta/no dejar que haga daño/ no permitir que nos afecte, esa ofensa? ¿decidir que queremos vivir como si no nos hubieran ofendido? Hacemos esta contemplación sin dejar que el odio ni el rencor, ni las malas justificaciones, se apoderen de nosotros.



03 junio, 2016

BUSCADORES INCANSABLES DE DIOS: Salmo 42-43


            Las personas podemos definirnos como «buscadores», o como «caminantes», o también como «peregrinos». Los tres títulos comparten la idea de «estar en búsqueda», de «abrirse» a algo distinto y desconocido. Los tres comparten la idea de «carencia» y de «necesidad». El caminante y el peregrino sienten sed en el camino y buscan agua. El peregrino, si sale con rumbo, si tiene un punto preciso de llegada, quiere ver la «meta», la desea con ansia comprensible. Si el destino es religioso, no vale con llegar a una estancia cómoda, a una vida muelle, sino que todo es estar de paso hasta alcanzar al mismo Dios. En el salmo 42 ambas ideas («sed» y «meta») se describen de forma magistral. El sustantivo «Dios» se repite en cuatro ocasiones, en diferentes sintagmas: «Dios mío», «sed de Dios», «Dios vivo» y «rostro de Dios».

Como busca la cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca a ti, Dios mío;
tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?

            La experiencia de la búsqueda de Dios es larga, a veces penosa, incluso dolorosa. Por dos veces el salmo 42 recoge esta idea. Primero habla de las «lágrimas» como alimento. La experiencia religiosa de búsqueda con frecuencia va acompañada de las lágrimas del que busca a Dios. No son incausadas,  o por simple cansancio físico. A veces son provocadas por las risas, burlas y chanzas de los amigos, vecinos y compañeros de viaje: ‘¿aún crees en Dios’, ‘dime dónde lo puedo encontrar, para que yo lo vea…’

Las lágrimas son mi pan noche y día
Mientras todo el día me repiten:
¿dónde está tu Dios?

Se me rompen los huesos
Por las burlas del adversario.
Todo el día me preguntan
¿dónde está tu Dios?

El poeta/creyente/orante juega con la imagen de Dios y su experiencia inmediata. Dios es «su Roca»;  Dios es «su protector». Primero le echa en cara que le «olvide» y que le «rechace». Luego repite un mismo estribillo por dos veces: ¿por qué voy andando, sombrío, hostigado por mi enemigo? Los salmistas no identifican al enemigo. Es mejor, porque es una experiencia cierta, pero con nombres y situaciones diversas. Enemigo es el compañero de trabajo que quiere desplazarte de tu puesto para colocarse él, y enemigo es el que te calumnia por envidia. Enemigo es el que se ríe de ti porque eres molesto, y enemigo es el que quiere echarte de las instituciones por tu actitud profética. Enemigo eres tú, «el hombre que va contigo» (en expresión de Antonio Machado) cuando sientes la tentación de dominar a otras personas, y cuando caes en tus contradicciones. Dios desaparece como en un silencio. Si es mi «roca» que me «protege», ¿por qué se desvanece en los momentos que más lo necesito?

Diré a Dios:
Roca mía, ¿por qué me olvidas?
¿Por qué voy andando sombrío,
Hostigado por mi enemigo?

Tú eres mi Dios y protector
¿Por qué me rechazas?
¿Por qué voy andando sombrío,
Hostigado por mi enemigo?

Sin embargo, el creyente, si ha tenido una «experiencia verdadera» de Dios; si no habla de él «de memoria», «de oídas», sino que su «sabiduría» proviene de «saborear» a Dios, «sabe» que Dios no le va a fallar. Por eso se pregunta a sí mismo, «a su alma», por qué se acongoja, entristece y turba. El tiempo de la turbación puede ser largo, pero está seguro de que «volverá a alabarlo». En el salmo, por tres veces, se repite esta estrofa, que no da pie a la angustia sino a la esperanza confiada.

¿Por qué te acongojas, alma mía,
 por qué te me turbas?
 Espera en Dios que volverás a alabarlo:
 "Salud de mi rostro, Dios mío".

Nota: quiero compartir con vosotros el comentario al salmo 42-43, que estoy preparando para un curso sobre Salmos. Conforme vaya teniendo más material, os anticiparé algo. ¡El curso no, obviamente!


DISCIPULOS AQUI Y AHORA. SOLEMNIDAD DEL CORAZÓN DE JESUS


             Hoy celebra la Iglesia la Solemnidad del Corazón de Jesús. La devoción al Corazón de Jesús es, sin duda, de las más fructíferas en los dos últimos siglos de nuestra fe. En ella se marca de forma especial su condición de amor incondicional y entrañable. ¿Qué hay más noble que el cariño, que el perdón, que la compasión? Ahora bien ¿podemos vivir de forma separada la devoción y el amor a los hermanos?

  1. CREER Y SEGUIR
Fe y creencias. En nuestra forma de hablar normalmente usamos de forma indiferente los dos términos, fe y creencias, pero son muy distintos. Las «creencias» forman parte de una religión entendida como «mercado»; de esta forma cada uno compone su «cesta de la fe» mezclando la fe en Jesús con los astros o el destino. Reivindican que todas las creencias son respetables. Sin embargo, cuando nos movemos en el ámbito de la fe, nos movemos en el ámbito de la Iglesia. No sólo creemos lo que «sentimos», sino la fe de la Iglesia.
Fe y discipulado. En los evangelios la fe está unida directamente a Jesús, de forma que no se trata sólo de aceptarlo como «digno de fe», sino de «seguirle». Jesús mismo nos invita a su seguimiento, tal como vemos en el evangelio. Es una llamada al corazón de la persona, a su interioridad y a su libertad. Es soberana y a la vez exigente. 
Las dificultades del discipulado. Precisamente por esto, Jesús se encuentra con que no todos a quienes les invita están dispuestos a seguirle. En el evangelio encontramos los ejemplos de personas bien dispuestas, pero también encontramos personas que se echan otras cuentas y piensan que hay otros «negocios» mejores. Ser discípulo no es sinónimo de no tener dificultades, sino de seguir a Jesús como Señor aun en medio de las dificultades.
  1. CREER Y ESPERAR
El que espera desespera. Con este dicho popular indicamos nuestra condición humana sometida al cansancio y a las frustraciones. Con frecuencia ponemos nuestra esperanza en cosas que no tienen consistencia, no tienen fundamento… o si lo tienen están por encima de nuestras posibilidades. La esperanza se frustra cuando no alcanza sus objetivos.
El que espera confía. Sin embargo, la fe cristiana no está marcada por la frustración sino por la confianza. Sabemos que estamos en buenas manos, y sabemos que aunque no podamos comprobar y ver de forma «evidente», sí que podemos poner nuestras vidas en manos de otro; en este caso de Jesús, y podemos decir «sé de quién me he fiado».
El que cree vive para otro. La confianza en Jesús marca la identidad del cristiano. La espiritualidad cristiana es un «desapropiarse» de uno mismo, para ponerse en las manos de otro. Cuando decimos «Corazón de Jesús, en ti confío» estamos diciendo que nuestras seguridades las ponemos en sus manos.
  1. CREER Y AMAR
Se puede tener creencias y no amar. Una persona puede ser ‘crédula’ o incluso ‘creyente’ en sus cosas, pero no sentirse obligada a amar: los astros, fetiches…no aman
El discípulo cree y ama. Sin embargo quien se pone en la órbita de Jesús sabe que el amor forma parte inexcusable de su espiritualidad.
La novedad de Jesús. El mandamiento nuevo es ‘que os améis’; es nuevo no porque antes de Jesús no hubiera amor, sino porque une la fe en Dios y el amor al prójimo de forma inseparable. Casi podríamos decir que los identifica: amar y creer son una misma cosa. Al revés podríamos decir: ¿te atreves a decir que crees en Jesús si tienes cerrado el corazón a los hermanos? ¿Si te niegas a crecer, a avanzar, a ceder en aquellas cosas que no son importantes en bien de la comunidad? ¿Te atreves a decir que crees en Jesús si no perdonas, si no colaboras? La novedad de Jesús está en que el amor es el camino que lleva al corazón mismo de Dios.


02 junio, 2016

LECTIO DIVINA: PERSONAS BUENAS QUE BUSCAN A DIOS


 Lectura del santo Evangelio según San Marcos 12, 28b-34

En aquel tiempo, un letrado se acercó a Jesús y le preguntó:
-          ¿Qué mandamiento es el primero de todos?
Respondió Jesús:
-       El primero es: «Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser». El segundo es éste: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».  No hay mandamiento mayor que éstos.
El letrado replicó:
- Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
-          No estás lejos del Reino de Dios.
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

LECTIO. El maestro de la Ley no busca tender una trampa a Jesús, como en otras ocasiones y en otros textos, sino que le pregunta con sinceridad. En la religión judía la Ley es lo más importante, y el orden de los mandamientos tiene su importancia. ¿Cuál es el primero? ¿Cómo debo ordenar mi vida para que cumpla escrupulosamente la Ley? Jesús recuerda el Shema (“amarás a Dios con todo el corazón... ”), y añade otra cita del Levítico que manda amar al prójimo, poniendo los dos al mismo nivel. Esta equiparación de los dos mandamientos es la verdadera novedad de Jesús.

MEDITATIO. Jesús dice al letrado: «no estás lejos del Reino». La prueba infalible para saber si una persona cree en el Dios de Jesús es comprobar cómo se comporta con los hermanos; especialmente con los más débiles y necesitados. No falla nunca. Una segunda reflexión: la fe cristiana da una importancia enorme, inexcusable, fundamental, al ser humano. El amor al hermano se equipara con el amor a Dios, y al revés. De ahí que uno que dice que ama mucho a Dios pero humilla al hermano, no puede pretender ser un buen cristiano; y al revés, uno que dice que ama al hermano y se cierra al misterio de Dios, tampoco alcanza el fondo último de la vida en espíritu según el evangelio. Muchas personas quieren ser buenas; buscan la verdad en este amor que es inseparable entre Dios y la humanidad. Su búsqueda a veces es confusa. Jesús tiene una respuesta.

ORATIO. Padre bueno, que te invoquemos con un corazón íntegro; que te alabemos en las adversidades; que honremos tu nombre en el amor a los hermanos.

CONTEMPLATIO. Hoy nos paramos a contemplar este hombre bueno, que no va con mala intención. Su preocupación es comprensible. Él quiere cumplir la ley. Pensamos y ponemos nombres y rostros a tantas personas que quieren ser buenas, que quieren vivir conforme a la llamada de Dios que sienten en su interior. Damos gracias a Dios por estas buenas personas y pedimos que Dios les ilumine para encontrar el sentido pleno de su búsqueda.


Frase para pensar: ‘Cuando nos dirijamos a alguien, recordemos que Cristo vive en esa persona’. (B. Teresa de Calcuta)