27 julio, 2016

EUROPA CAMBIA DE RELIGIÓN


Mi condena rotunda al asesinato del sacerdote francés Jacques Hamel en Normandía. Que el Señor le acoja en su gloria. Ningún asesinato es justificable. Un sacerdote de 86 años, que celebraba la Eucaristía en la parroquia del pueblo cuando unos terroristas del DAESH asaltaron la Iglesia y le degollaron. Podría ser una noticia más si se plantea como el hecho de unos maleantes con resultado de muerte violenta; pero nadie es tan ingenuo, o tan irresponsable, de entender que este hecho no pertenece a la «delincuencia común», sino que forma parte de esta oleada de terror salvaje que unos fundamentalistas unen a una confesión religiosa muy antigua, el Islam, a la que quieren implicar y de la que dicen que son miembros.
He leído la noticia en unos diez medios de comunicación (periódicos digitales) y luego he leído los posts de muchos de ellos. Hay de todo. Desde los que exigen la expulsión de todos los musulmanes de Europa hasta los que dicen que es la respuesta lógica dell Islam a una agresión previa que les hemos ido haciendo los occidentales de forma paulatina. Desde los que insultan al Islam, metiendo en el mismo saco a todos los musulmanes, hasta los que dicen que el cristianismo es el responsable. Desde los que echan la culpa a la «cultura multicultural» que hemos favorecido en Europa, cuyos frutos estamos viendo ahora («de aquellos barros estos lodos»), hasta los que dicen que la multiculturalidad es un camino irreversible y enriquecedor. Desde el laicismo más radical que echa la culpa a las «religiones del Libro» (entre las que meten al Corán, y también al cristianismo porque leemos la Biblia), hasta los que convocan a una «reconquista espiritual cristiana de occidente». Se puede leer de todo. Unos más inteligentes, otros de cortas miras; unos con muy mala baba, incluso agresivos; otros «buenistas» que llaman a una paz universal en la que las tensiones desaparezcan por arte de «birli birloque».
Entre todo lo que he leído, me quedo con dos notas que transcribo al pie de la letra. La primera es de un periódico digital donde un lector dice:  “(…) Eso es precisamente lo que quieren los terroristas, poner en cuestión a Europa, a base de provocar una guerra interior, una guerra civil entre europeos "viejos" ex cristianos y europeos "nuevos" islamizados”. La segunda nota, con una sorna evidente dice: “ Un detalle que no debería pasar inadvertido es que en la iglesia donde se ha producido el degüello asistían a ‘misa’… ¡5 fieles! El sacerdote tenía 86 años… Dentro de poco nuestros amados hermanos musulmanes no tendrán a nadie a quién degollar…”

1. ¿EL FINAL DE LA IGLESIA EN EUROPA?

¿Qué tienen en común estas dos notas? Que ambas aluden al final de la Iglesia en Europa. La primera habla de «europeos viejos ex cristianos»; pocas palabras pueden ser más duras: «viejos» no solo porque sea una religión de siglos, sino porque los que van a las iglesias son viejos: y «ex cristianos», evidentemente, porque hace tiempo que Europa de forma silenciosa ha abandonado la fe de sus mayores. El comentarista habla, sin embargo, de «europeos nuevos islamizados», en clara referencia a la tónica dominante entre la población emigrante, joven en sus miembros, que desconoce y no comparte la fe cristiana. Esto es así, guste o no guste.
La segunda nota se sirve del humor negro. En vez de lamentarse por el asesinato del sacerdote, se lamenta por la muerte agonizante de la Iglesia: «a este paso, no habrá nadie a quien degollar». Comentario cruel.
¿Qué reflexiones se me ocurren? Muchas. Solo las voy a enumerar, sin desarrollarlas:

1) Europa ha dejado de ser cristiana. España también. Ahora bien, la fe pertenece a las personas, a los individuos, no a la geografía, las naciones, los pueblos, ni los estados. Pablo de Tarso era ciudadano romano (estado pagano) y anunció el cristianismo. Edith Stein era una alemana judía y se hizo monja carmelita. Un iraní o un marroquí puede ser cristiano y un español puede ser musulmán. Es verdad que a lo largo de la historia hemos visto cómo la población puede pasar de una religión a otra: el imperio pagano romano se hizo cristiano-bizantino. Los hispano- visigodos, que antes habían sido paganos, se hicieron muchos de ellos hispano-musulmanes a raíz de la invasión del 711, y los hispano-musulmanes medievales se volvieron con el tiempo en católicos, hasta ser la religión mayoritaria. Los mayas y aztecas (aunque fuera a la fuerza) se hicieron católicos. Hoy en día sabemos que la profesión religiosa pertenece a la persona, no al Estado, al pueblo o a la nación. No creo que nadie ponga «pegas» a este punto. Es historia.
2) Tanto el cristianismo como el Islam son religiones «expansivas». Curiosamente el judaísmo no; ha tenido alguna época en la que hacían «prosélitos», pero no es significativo, pues el judaísmo no tiene interés activo en extenderse entre gente que no sea de raza judía. El cristianismo entiende que la «misión» es fundamental: «id por todo el mundo», concluye el evangelio de Mateo; es verdad que la «teología» ha madurado mucho qué se entiende y qué no se entiende por «misión». El islam es expansivo; conquista territorio y no admite la «marcha atrás»; prueba de ello es que reclaman «Al Andalus» como propia, porque fue suya y la perdieron. Habría mucho que matizar en cómo entienden una y otra esta «misión» o esta «expansión».
3) Consecuencia de los dos puntos anteriores es que la fe se mezcla con la cultura. ¿Hay una cultura cristiana? Consecuentemente ¿hay unos valores cristianos? También podemos preguntarnos ¿hay una cultura musulmana? Y ¿hay unos valores musulmanes? Y más aún, ¿son los mismos o diversos? ¿Son intercambiables o no? ¿De dónde proceden los valores occidentales? Este punto es muy delicado, pues el valor de la «libertad» como algo sagrado, no es ni pagano-romano ni pagano-griego; mucho menos un valor «inventado» en la «revolución francesa»: es un valor bíblico (judío y cristiano) y un valor evangélico (madurado por Jesús). ¿Qué decir de la misericordia con los debiles, la compasión con el prójimo o el perdón de las ofensas? No son valores importados del lejano oriente, sino bíblicos, llevados hasta las últimas consecuencias por Jesús… Así podríamos seguir. Quizá no haya una «cultura cristiana», pero sí podemos decir que nuestra cultura occidental ha bebido y ha crecido, en buena parte aunque no en su totalidad, del espíritu del evangelio. Sin duda, la filosofía de Grecia; la ley de Roma y el evangelio han construido a Europa. El islam vino seis siglos más tarde (622 d.C.).
4) La religión como hecho de vida es importante. Europa occidental (más que Estados Unidos y Rusia) se ha sumergido en una «sana laicidad»  o del «laicismo militante» con una alegría desbordante. Parece que el discurso dominante sería: «ser laicista es bueno, ser creyente es malo». Los «laicos» son tolerantes, los «creyentes son fanáticos». Confusos y peligrosos reduccionismos. El islam, curiosamente, nos dice que la Religión no se pude desdeñar, sino que hay que contar con ella: la religión es importante en la vida de las personas, aunque Occidente la desprecie. No se puede construir o diseñar una convivencia sin contar con la religión, pues está ahí como un hecho irreducible. Europa, y España, tienen que pararse a ver cómo debe afrontar el tema religioso. No lo puede ni despreciar ni ignorar.
5) La religión no es espontánea ni autodidacta. La religión se enseña. Si un católico me dice que él ha hecho «su propia religión», a partir de sus experiencias personales y sentimientos, dejando a un lado lo que no entiende o no le gusta habrá que decirle: «perdona, tú eres una persona religiosa, pero no eres católico». No tiene por qué enfadarse porque se le diga la verdad. Algunos me dirán: la fe no se enseña, sino que se «transmite». Admito la corrección y apunto a un grave problema de occidente: no hemos sido capaces de «transmitir» la fe de nuestros mayores a nuestros hijos, sobrinos y nietos. Por dejadez, por indolencia o por lo que sea. Nuestros padres eran creyentes, nosotros un poco menos, y los hijos…. Ya no son cristianos; ni les importa. Hablo de forma muy general, sin matizar, pero es así la dura realidad.
6) El problema que Europa/España/Occidente tiene con el Islam no se soluciona con la represión, sino con la formación. España quiere abolir la religión de la Escuela; bueno, pues de aquí a unos años que nadie se extrañe de que los futuros españolitos bisnietos de católicos, no sepan distinguir una religión de otra, o ignoren todo de todas. La religión, la fenomenología de la religión o la historia de las religiones, debe ser una asignatura obligatoria pensando en la convivencia de todos con todos. Solo así hablarán después de haber estudiado, hablarán con 'conocimiento de causa', y no dirán simples 'opiniones'. La religión o las religiones son lo suficientemente importantes y complejas como para no dejarlas en el campo de la 'opinión'. Mucho menos en el campo de la 'superstición' como etapa superada de la inteligencia humana. Hay que estudiarlas con detenimiento.
7. El problema de la religión, por parte de la Iglesia, es un problema de «transmisión de la fe». Si no se hace nada, que luego no se queje nadie de que los futuros españolitos, bisnietos de antiguos católicos convencidos y felices de serlo, ni se bauticen, ni entiendan nada de la fe de sus mayores. El cortocircuito generacional es un hecho doloroso que aún no hemos aceptado en la Iglesia. La fe se transmite, se anuncia, se propone, se contagia. Necesitamos católicos que crean y que vivan de forma sencilla, bien formada, y alegre su fe, y que a la vez la transmitan a los suyos. ¡Católicos que sepan lo que dicen y lo que creen; católicos sin complejos! Nos sobran los fundamentalistas.
Que la tragedia abominable de este asesinato de un buen sacerdote, no nos impida ver el bosque. De aquí a unos años, podría ser que la vieja Europa/España/Occidente ya no se reconozca en los valores evangélicos, sino que se rija por otras formas de entender el mundo, formas religiosas, pero ya no cristianas. ¿Europa está cambiando de religión? Puede que sea que sí. ¿Y nosotros, qué decimos?

2. POSTCRISTIANISMO E ISLAM
    
Sigo con el argumento del artículo de ayer ‘Europa cambia de religión’, cuyas tesis principales eran dos. Por una parte que Europa está en un cambio de «religión oficial» (del cristianismo al Islam) o de «abandono de la religión» (laicismo imperante oficioso); por otra que la única forma de hacer frente a esta nueva situación es conocer más y mejor las religiones, no el ignorarlas o evitarlas.

Hace poco leía en un libro los nombres que dan algunos estudiosos o filósofos de la religión a este nuevo momento de la religión cristiana en Europa (incluyendo por supuesto España). Estamos en un entorno «post-cristiano», «secular y post-moderno», «escéptico», «post-utópico». Fíjense que de las cuatro calificaciones, tres llevan el prefijo «post», que indica algo pasado superado. Según esto, en materia de religión, se han «superado» los momentos del «cristianismo», de la «modernidad» y de la «utopía». Como todas las afirmaciones bien trabadas, no se puede despreciar «porque sí» esta visión, sino que algo de verdad hay en ellas.


Ya hace muchos años que los movimientos norteamericanos de la «New Age» nos decían que habíamos dejado atrás la era de «piscis» (el pez es símbolo de los primeros cristianos, anterior a la cruz, pues era el acróstico de ichthus – cinco palabras en griego: Jesús-Cristo-de Dios-Hijo-Salvador) y nos habíamos adentrado en la «Era de Acuario». ¿Alguien recuerda la película Hair, de fines de los años 70? No sé si tienen mucha o poca razón, pero los seguidores de la «New Age», aunque en España no se hagan visibles, van dejando sus perlas de «religión total y holística» entre la gente sin que los nuevos creyentes sean conscientes. Por ejemplo, al final de la vida el ser humano se «disolvería» en la naturaleza, se uniría al cosmos (visión holística/total, integradora); de esta forma desaparece la visión de encuentro personal de cada uno, ser único y responsable, con Dios; otro ejemplo, la libertad y responsabilidad humana desaparece, pues formamos parte de un «fluir» que gira, que va dando vueltas, donde la persona sucumbe ante el destino, que no controlamos; formamos parte de una realidad que nos envuelve; ya no hablamos de «relación hombre-Dios»… Podríamos poner otros muchos ejemplos de estas formas «no religiosas» que se han metido en la «religión» de muchos cristianos, sin que ellos mismos se den cuenta.
Por otra parte, y en otra dirección, la era de las utopías han fracasado. Cuando yo era un estudiante universitario, allá por los fines de los 70 y comienzos de los 80, estábamos en el apogeo de las «utopías», de todos los colores. Más que movidos por la «esperanza» (palabra creyente), lo hacíamos movidos por la «utopía» (término filosófico). Para unos estaba la utopía de hacer una «sociedad sin clases sociales» (utopía marxista); para otros una sociedad «pacífica», motivados por la «no violencia»; para otros de hacer una «Iglesia pueblo de Dios» (donde la jerarquía se disolvía en la asamblea igualitaria). Solo tres décadas después, con la caída de los «paraísos comunistas» (aún a día de hoy quedan los «paraísos» de Cuba y Corea del Norte) las utopías de las sociedades de clase han fracasado; con las guerras sucesivas y con el terrorismo, las utopías de la «resolución no violenta» de los conflictos se ha venido abajo; con el paso inexorable del tiempo, que no perdona, la Iglesia ha recuperado, con matices, su estructura jerárquica.
Si la «la modernidad» nos había traído las grandes explicaciones del mundo (marxismo, cientificismo,  evolucionismo, humanismo…) ahora todos somos un poco más escépticos: ¿hay una alternativa humana al capitalismo? ¿Las ciencias lo explican todo? ¿El ser humano es solo un animal muy evolucionado? ¿Los humanismos son suficientes para explicar los derechos humanos, la justicia con el débil y el pobre, el perdón y la misericordia inmerecida? No sabemos. Nos atrevemos a dudar ¿y si quizás no sea todo tan claro, tan evidente, tan científico?
En este magma de «escepticismos» y de «post-todo», surge el Islam; se presenta como una religión antigua, fuerte, seria, inmutable, dura, exigente; con muy poca cintura… ¡Y tiene éxito! Nos quedamos boquiabiertos y sinceramente sorprendidos.
El Islam es una religión seria; muy seria. El Islam forma parte de una triada que ha dirigido el pensamiento y la civilización occidental y próximo-oriental en estos dos últimos milenios. La triada de religiones, por orden histórica, es «judaísmo-cristianismo-Islam».
Las tres comparten que son religiones 1) abrahámicas 2) proféticas 3) reveladas 4) históricas 5) personales 6) Mesiánicas.
1) Que sean abrahámicas importan más al judaísmo y al Islam que al cristianismo. Para las tres Abrahán es el «padre de los creyentes». Matices: para el cristianismo es el «padre» del pueblo; para el cristianismo Abrahán es solo «modelo de fe», nada más. Para el Islam, Ibrahim (Abrahán) es el «primer creyente monoteísta», anterior y superior a Moisés.
2) El término profético es muy amplio y ambiguo. Para el judaísmo Dios habla por la Ley y por los Profetas. Para los cristianos, que reconocen a los profetas del judaísmo como propios, el último profeta, que prepara la venida de Jesús, es Juan Bautista. Para el Islam Jesús es un gran profeta, pero nada más; el verdadero profeta, el único digno de llevar este nombre, es Mahoma.
3) Uno de los puntos clave, y  más difíciles es la revelación. Las tres afirman que «Dios se comunica». Para el judaísmo y el cristianismo Dios se comunica por acontecimientos y por palabras; también por la Escritura que es «Palabra de Dios». Para el Islam Dios se revela a Mahoma por medio de un libro, el Corán, que adquiere categoría de «revelación suprema». Para el cristianismo, lo importante no es el libro (la Biblia), sino la Palabra; es más, la «palabra que se hace carne»: Jesús. Este punto es inaceptable para judaísmo e Islam.
4) Las tres se toman en serio la historia. Dios no es ajeno a la historia humana. La Escritura judía es la «historia de la salvación» de Dios. Para los cristianos, la «historia» culmina en Cristo, que es «alfa y omega». Los musulmanes desarrollan poco la «historia» de la salvación, si bien ellos se entienden como el fin de las dos etapas anteriores: judaísmo y cristianismo.
5) Ante y frente a las expresiones religiosas (¿son religiones?) del lejano oriente, las tres se presentan como religiones «personales». Dios habla y el ser humano escucha. Dios exige y el ser humano obedecer. El ser humano grita o suplica y Dios atiende. Por ser «personales», son «relacionales», nacen y fructifican en el «diálogo», no en el «monólogo» de quien habla consigo mismo. Para los cristianos, la identificación de Dios con Jesús, es casi total: Jesús es el rostro humano de Dios; el cristiano reza a Jesús al igual que reza a Dios. Para las otras dos religiones, esto es inaceptable.
6) Son religiones mesiánicas. Dios promete una persona humana que lleve a término sus promesas. Para el judaísmo, el Mesías no ha llegado, lo siguen esperando. Para el cristianismo, el Mesías es Jesús, pero un Mesías crucificado, que se entrega por amor a la humanidad, resucitado por el Padre. El islam cree que Mahoma, que no es divino, volverá al final de los tiempos.
Hay muchos otros puntos de contacto, de convergencia y de divergencia. Pero las tres, y esto es así, son religiones. Tienen muchos problemas, pues las tres tienen un origen semita (¡con todo lo que esto supone de «cultura semítica», no por la lengua, sino por las costumbres). Las tres son «respetables», pero no «reducibles». No podemos decir que el cristianismo es una evolución natural del judaísmo (¡el judaísmo no puede aceptar a un Mesías Hijo de Dios crucificado!). o que el Islam es una evolución del cristianismo: Jesús no es un profeta, es la Palabra encarnada, y esto no se deduce desde la Lógica.
Muchos proponen trabajar desde los puntos que tenemos en común, no para que se disuelvan como un azucarillo se disuelve en el agua, sino para tender puentes. Por ejemplo ¿cómo rezas tú? ¿Qué experiencia tienes de Dios, Santo y cercano a un mismo tiempo? ¿Qué quieres decir cuando afirmas que Dios se comunica? ¿Podemos escuchar hoy la voz de Dios? Etc.
Repito lo dicho al principio. La solución de los problemas del Islam, religión emergente y expansiva, frente al cristianismo que está en repliegue en Europa, no es ni ignorarlo (solución de la avestruz que mete la cabeza en el agujero) ni reprimirlo: solución de los laicistas que luchan contra todo lo que haga referencia a Dios y lo divino. Hay que explicar y dar a conocer el hecho religioso. La religión como hecho humano espiritual tiene espacio y cabida en la sociedad. Pero no se puede dejar ni a los fundamentalismos ni a los sentimentalismos. Hay que razonar con la cabeza, aunque para creer necesitemos también el corazón.


28 de Julio de 2016
Pedro Ignacio Fraile


26 julio, 2016

JOAQUIN Y ANA O LA REIVINDICACIÓN DE LA GENTE SENCILLA

        ¿Quiénes fueron los padres de la Virgen María? Rara forma de empezar un artículo. No procede. Parece que es una pregunta de catecismo, o una pregunta innecesaria.

            ¿Aparecen los nombres de los padres de la Virgen María en los evangelios? Parece que nos acercamos un poco más a lo importante, pero tampoco le vemos mayor trascendencia a la pregunta. La respuesta es que «no». Los evangelios nos hablan de María, la joven de Nazaret que dijo un «sí» rotundo a Dios, pero no dicen el nombre de sus padres. ¿Tiene alguna importancia?
            En mi experiencia como acompañante de grupos en Tierra Santa, cuando llegamos a la Iglesia de Santa Ana, junto a la Piscina Probática, allí en Jerusalén, siempre hago un recuerdo para los padres de la Virgen y hago una breve reflexión y comentario. Para muchos es una sorpresa, no porque sea fundamental para la fe católica, simplemente porque no habían caído en la cuenta de este detalle. Otros preguntan con cierto interés que cómo conocemos sus nombres, si sabemos más de ellos…
            Una profesora de arte, que venía en el grupo, me hizo caer en la cuenta hace unos años que en los retablos dedicados a la vida de la Virgen María, sobre todo los renacentistas y barrocos, comienzan siempre por una tabla que narra «El encuentro de la Puerta Dorada». En ella se narra con los pinceles una escena aparentemente trivial: un abrazo de dos personas con una puerta al fondo y con un pastor que lleva a hombros un cordero. Joaquín, nos dice la venerable tradición del lugar, era un pastor de los que habitaban humildemente en los alrededores del Templo de Jerusalén. Los animales que sacrificaban en el Templo, principalmente las ovejas, estaban en una zona lateral fuera del recinto sagrado, cerca de unos estanques de agua (la Piscina de Betesda); de ahí también el nombre de «Puerta de las ovejas» que aún hoy se recuerda en aquel lugar. Pues bien, Joaquín ve cómo pasan los años y no tiene descendencia. Como judío piadoso y bueno que es, se retira al desierto para hacer penitencia. Un ángel le comunica que regrese a Jerusalén porque su oración ha sido escuchada; en la Puerta Dorada, otra de las Puertas de Jerusalén que llevan aún a día de hoy este nombre, le está esperando Ana, su esposa, y se funden en un abrazo fecundo. La escena del «Abrazo de la Puerta Dorada» inicia los retablos de la Virgen María (Santa María de Ateca, Santa María de Calatayud…), y hace memoria de dos buenos creyentes.
            El evangelio de san Lucas se detiene, en los primeros capítulos, en la presentación  de Juan Bautista, precursor de Jesús. Juan Bautista es anunciado por el ángel a Zacarías, su padre; luego sabemos que su madre, Isabel, se beneficia de la visita de María en el encuentro de las dos madres: Isabel y María en estado de buena esperanza, abrazando la historia de la salvación. Sabemos los nombres de los padres de Juan Bautista, pero no sabemos por los evangelios los nombres de María.

            El pueblo sencillo, el pueblo creyente, el que avanza en el camino de la fe y la transmite de padres a hijos, ha entendido siempre que María es una mujer creyente educada en la fe y el amor de sus padres. María no es una mujer ni aburguesada ni altiva. Es del pueblo sencillo, del Israel de a pie, no de sus clases dirigentes; es una mujer limpia y humilde, no complicada y engreída. María lo aprendió en casa; aprendió de su padre Joaquín que era un pastor de ovejas (oficio impuro en los conceptos de pureza del judaísmo) y de su madre Ana. Aprendió a creer en Dios y a descubrir que la mayor riqueza es Dios. Esto no lo digo yo, lo dicen los grandes biblistas cuando nos hablan de los «anawim», de los «pobres del Señor» que confiaban y esperaban el cumplimiento de las promesas de Dios. Ana y Joaquín, como Zacarías e Isabel, como Simeón y Ana en el Templo de Jerusalén, todos formaban parte de estos «creyentes limpios, sencillos y a la vez firmes en que el Señor no falla». Joaquín y Ana, reivindican la fe del pueblo de Dios.

24 julio, 2016

SANTIAGO, MEMORIA DE HISTORIA Y DE EVANGELIO.

            Esta fiesta del pueblo de Dios, del pueblo creyente que une a Palestina con España, tiene marchamo de fiesta bien mítica, bien política, o las dos. No se puede evitar. Para muchos, para miles de personas, mañana es el punto de llegada del «Camino de Santiago». Para otros muchos miles, mañana es el «Patrón de España».
            Por mi afición a la historia, no hace mucho compré y leí una revista de divulgación (seria, no de «historia ficción» o de «misterios extraños»), que se dedicaba de forma monográfica al camino de Santiago. Cuándo nació, los reyes que lo favorecieron, las vías que siguieron… Un auténtico placer de erudición de datos de ciudades, de personas, de anécdotas. Es verdad que dedicaban solo un artículo, de pasada, al aspecto religioso. El «Camino de Santiago» ya es «Patrimonio espiritual de la humanidad», aunque me parece que la UNESCO no le haya concedido este título.  A nadie se le ocurre negar la evidencia, cerrar los ojos al hecho de que personas de todos los lugares del mundo transitan caminos y veredas, atraviesan montes y bosques, pasan calamidades para llegar a la Ciudad Santa y dar un beso o un abrazo al Santo. Ni el más necio del lugar se atrevería a despreciar este hecho. Es verdad que para muchos es un «reto a conseguir» de distinto tipo, no necesariamente espiritual; también puede ser una «medalla» que colgarse… pero no importa demasiado. Para muchos, para muchísimos, ir a Santiago es ir a encontrarse con el apóstol de Jesús. Con el evangelio. Y eso está ahí.
            Para otros muchos el día de Santiago, con la ofrenda al Patrón de España por parte del Rey o en su defecto de un alto cargo del Gobierno, tiene una evidente lectura política. No solo por lo que significa que se haga la  ofrenda en nombre de España, sino también por la unión que supone entre la fe católica y el Estado. A mí, personalmente, no me molesta.
            Pero creo que para los católicos, la fiesta de mañana es mucho más. Nos vamos a Galilea. Jesús acaba de ser bautizado por Juan Bautista en el Jordán. Regresa a su tierra, pero no vuelve a Nazaret, sino que va al Lago de Tiberíades. Una mañana acude a un grupo de pescadores, dos familias, que están recogiendo las redes. Jesús es de «tierra adentro», es campesino; Nazaret está lejos de la costa del Mediterráneo. Jesús se acerca a aquellos hombres y les habla. Cómo sería la conversación, que sienten «llamados» y le «siguen». Los evangelistas nos hablan de una verdadera llamada, que con el tiempo denominaremos «vocación». Los hermanos son Pedro y Andrés por una parte; Santiago y Juan por la otra. Desde este momento, ya no dejan nunca solo a Jesús. Le acompañan en los mejores y en los peores momentos. A veces meten la pata, como cuando quieren ocupar puestos importantes en el futuro «reinado» de Jesús. No terminan de entender. Pero no le abandonan. Santiago no solo estuvo hasta el final, sino que además estuvo en los albores del anuncio del evangelio. Es «apóstol».
            Celebrar a Santiago es recordar que estas tierras nuestras, desde el Mediterráneo al Atlántico, fueron un día «evangelizadas» por hombres y mujeres de coraje, de corazón, valientes. Para mí, celebrar a Santiago es celebrar la primera evangelización, la de hace siglos; a la vez que me arde una pregunta: ¿cómo anunciar hoy, aquí, ahora, esta buena noticia de Jesús? Los siglos nos separan, la urgencia y la belleza de la misión nos une.

Pedro Ignacio Fraile
25 de Julio. Solemnidad de Santiago Apóstol. Patrón de España.



IN MEMORIAM: MARCELINO LEGIDO. LA ALEGRÍA DEL NUEVO ÉXODO




Hay personas que las llevamos inscritas en el corazón y no solo en el pensamiento. Cuando, en un momento de silencio interior, de reajustes y de puestas a punto, echamos la vista atrás, aparecen sin que se les llame. Una de esas personas es la del sacerdote salmantino Marcelino Legido. No puedo decir que hubiera sido amigo suyo, ¡vana e inútil pretensión!, pero sí puedo decir que hice en más de una ocasión ejercicios espirituales con él y que marcó mi vida. Eran los años ochenta cuando por todos los lugares de la geografía española se hablaba de un hombre menudo, muy humilde, muy listo; enjuto en su físico, enorme en su vida de cristiano.

Hablaba sonriendo. Hablaba de la Palabra de Dios, de toda la historia de la salvación. Movía la Biblia de arriba abajo, como quien relee un texto conocido, rezado, sabido por saboreado. Lo hacía con unción, con soltura, con profundidad y con lucidez de un creyente de una sola pieza.
Solo dos apuntes, rápidos, antes de que me falle la memoria del corazón. El primero, cuando en unos Ejercicios, hablándonos de los pobres (él no era un ideólogo, sino que era pobre porque amaba a los pobres y vivía con ellos), nos decía que hay tres ídolos que la sociedad adoraba: el ídolo del tener, del poder y del saber. Los pobres, decía él, no tienen nada; no pueden nada y no saben nada. Es verdad. Yo había reflexionado sobre las dos primeras pobrezas (no tener y no poder), pero no sobre la tercera: no saber. Hay personas que abusan de su dominio intelectual sobre los que no lo tienen: «yo sé más que tú», o «yo sé y tú no sabes». Es la vanidad y el orgullo intelectual que desprecia a los que no tienen acceso a la cultura circundante y dominante, aunque tengan su «saber vital», su «experiencia de vida». Marcelino era un brillante biblista, formado en Alemania, que dominaba las lenguas orientales, pero eligió vivir con los que no tenían «acceso a los libros» para aprender de ellos. No lo sé «a ciencia cierta»; esto lo tendrían que corroborar los que lo saben de primera mano. Yo oí en repetidas ocasiones que Marcelino fue enviado a Alemania para que obtuviera grados académicos y después incorporarse a la Pontificia Universidad de Salamanca. Él los obtuvo brillantemente, pero renunció a la cátedra universitaria para irse a vivir con los pobres a unas parroquias pequeñas. Se le conocía como «el cura de ‘El Cubo de don Sancho’», en Salamanca.
El segundo apunte que quiero traer a colación es el de la tensión entre el «primer y el segundo éxodo», distintos del «exilio». A él le encantaba la reflexión sobre estos dos momentos de la historia de la salvación expresada en la Biblia. El primer éxodo fue de liberación: el pueblo israelita salió de la esclavitud, y después de atravesar el desierto, llegó a la libertad. Experiencia deseada y loable; ¡hay que ser libres de todo tipo de opresiones, porque Dios no quiere que nadie sufra el peso de la opresión! Bien. Todos de acuerdo.
Pero, decía Marcelino, hay un segundo éxodo. El que tiene que hacer el pueblo de Israel exiliado en Babilonia para regresar a Jerusalén. Este segundo éxodo es mucho más difícil, porque supone pasar de una «aparente libertad», pues Israel gozaba de libertad de movimientos en los lugares donde fueron instalados por los babilonios, a adentrarse en el camino del desierto movido por una esperanza ¿no es mejor gozar de «pequeñas libertades», fragmentadas, confusas y parciales, aunque no seamos plenamente libres? En Babilonia el pueblo de Israel comía, y podía vivir en paz ¿por qué arriesgar la vida en el viaje de regreso de Jerusalén donde no sabemos si nos esperan o si nos van a rechazar? ¿No es mejor vivir sin arriesgar? ¿No es mejor disfrutar del 'carpe diem'?
Marcelino, en los años 80, decía que la cristiandad europea occidental estaba en el exilio de Babilonia. Los nuevos profetas invitaban al pueblo a salir de esta «aparente libertad», de esta «tranquilidad que da el comer todos los días, el bienestar», para buscar la verdadera tierra. Marcelino decía que la Iglesia tenía que hacer este camino, de riesgo, de pobreza, de esperanza para regresar a su verdadera tierra… Él soñaba con esta nueva Iglesia en camino. Entre los apuntes que guardo con cariño en mi pequeña biblioteca, están los folios que copiábamos, nos repartíamos y leíamos con fruición; uno de estos «apuntes» llevan este título: «La alegría del Nuevo Éxodo».
Pero a la vez Marcelino no anunciaba un Dios tremendo y colérico, sino un Dios de «misericordia entrañable». Es curioso ver cómo muchos años antes de que el papa Francisco convocara al Año Jubilar de la Misericordia, en unos pueblos salmantinos, un sacerdote escribía sus páginas que cuando llegaron a ser libro las tituló: «Misericordia entrañable» (Salamanca 1988), para hablar de nuestro Dios.
Han pasado treinta años desde aquellos dolorosos, tensos, vibrantes y esperanzados «años ochenta», en los que la Iglesia española disfrutaba de sacerdotes valientes y profundamente creyentes, que vivían con los pobres, no que «hablaban de los pobres».
La semana pasada moría Carmen Hernández, cofundadora de las Comunidades Neocatecumenales, con ochenta y cinco años, que ha sido sin duda un referente para miles de personas de todo el mundo en su proceso de fe. En este año han muerto Senén Vidal, Gonzalo Aranda y Felipe Fernández Ramos, biblistas españoles de ciencia probada, de peso eclesial y de fe sincera. Hace un mes se nos moría en Zaragoza, de accidente, Carmen Cañada, Carmelita Teresiana, referencia para la vida espiritual de los cristianos de Zaragoza y de muchas partes de España. Hoy se nos ha muerto un profeta, Marcelino Legido, que tanto bien hizo a cientos de sacerdotes y seminaristas de nuestra tierra.
¿Dónde están los referentes hoy de nuestras Iglesias? ¿Quién pone luz cuando necesitamos faros que nos ayuden a caminar como «cristianos de a pie» en este complicado siglo XXI, que ha nacido con un laicismo militante sibilino y una violencia fundamentalista mortífera global nunca vista antes?
Marcelino, amigo, no estás muerto. Como creyentes sabemos que estás dormido, esperando el abrazo con el Dios de la «misericordia entrañable» que vivías y enseñabas. Tú has recorrido tu camino de «nuevo éxodo». Tú estás celebrando ya la Pascua. Esa Pascua que cantabas y comentabas emocionado en tus Ejercicios Espirituales, cuando comentabas el amor del Padre que nos ha entregado al Hijo. Misterio que solo en la fe se percibe y se descubre. Gracias maestro creyente, pastor humilde, pobre entre los pobres. Desde el corazón de Dios, ruega por nosotros.

Pedro Ignacio Fraile Yécora

24 de Julio de 2016