15 febrero, 2017

LA SEDUCCIÓN DE LA RELIGIÓN. UN VIAJE SIN PREJUICIOS A TIERRA SANTA.


           
Los que me conocéis y seguís en mis comentarios, sabéis cuál es mi posición respecto a la religión. Por familia, por educación, por estudios y dedicación, no solo no puedo prescindir de lo religioso, sino que me atrapa; o me seduce; o me busca porque sabe que me encuentra. Lo religioso brota a borbotones de las personas, aunque a veces lo queramos tapar con las manos, en un intento inútil, como si pudiéramos taponar un manantial de agua.
            Acabo de llegar de Tierra Santa. Esta vez ha sido una peregrinación con gente de mi edad, la mayor parte, y algunas personas mayores que han hecho de nuestras madres no solo por la edad, sino por el trato cercano, cariñoso y amoroso. Al compartir edad, condividíamos también recuerdos infantiles y juveniles; formación y estudios semejantes; carencias y frustraciones de la época, junto con convicciones arraigadas. Lo que se dice, compartíamos un mundo de imágenes, de experiencias y de visión sobre las cosas. También en lo religioso. Con nuestras distintas visiones, de la vida, pero todos aceptábamos con tranquilidad,  a la vez que con simpatía, el complicado y seductor mundo de la fe.
            Cuando se lee el evangelio en Galilea, las emociones salen sin querer. Son espontáneas. Sobre todo cuando se conoce el evangelio: Jesús llama a los discípulos en el Lago; Jesús les anuncia las bienaventuranzas, les cura y les parte el pan; Jesús va a Nazaret, su pueblo y se presenta sin ambages. María que acoge al misterio de amor en su seno, que acoge a Dios mismo. En el Tabor recordamos que todos hemos tenido, o necesitamos tener, experiencias de Dios en nuestra vida. Galilea es calor y color natural de evangelio.
            Jerusalén es otro cantar. En esta peregrinación llegamos el jueves por la noche a la «Ciudad tres veces santa», cuando comenzaba el día de descanso de los musulmanes; al día siguiente, el viernes por la mañana, fuimos testigos de cómo oleadas de varones, de todas las edades, en  peregrinación inacabable, se acercaban a la Explanada de las Mezquitas (Haram es-Sharif), para la oración de mediodía.

-          ¿Pero dónde van tantos hombres?
-          A rezar
-          ¿Aún observan el día de oración?
-          Tú mismo lo ves
-          ¿Pero no habíamos decidido, los occidentales, que la religión estaba moribunda?
-          Bueno, piensa por ti mismo, y no por lo que te digan. Saca tú las consecuencias.

Los occidentales hemos decidido, por nuestra cuenta, que la religión es cosa del pasado. La sorpresa es el contacto con el Islam, cuando vemos que miles de personas, de todas las edades, con seriedad y convencimiento, acuden a rezar cada viernes a las mezquitas.
Ese mismo viernes, nos acercamos al Kotel (el Muro de las Lamentaciones para los occidentales), un poco antes de que comenzara el Sabat. Centenares de judíos, de todas las edades, cantaban en corros, felices, porque iban a celebrar el día de descanso previsto y querido por Dios desde la creación del mundo (Ex 20,8-11).También celebran que Dios ‘les ha liberado’ de la opresión de sus enemigos, tal como recuerda el libro del Deuteronomio  (Dt 5,12-15). De nuevo las preguntas.

-          ¿Por qué bailan?
-          Porque es una fiesta.
-          Pero, ¿no habíamos quedado en que la religión judía era triste?
-          Míralo con tus ojos. Están saltando de alegría y se desean ‘Shalom Sabbat’ (Feliz día de Sábado)
-          No entiendo nada.
-          Pues párate y piénsalo.

Del sábado, pasamos al domingo, día de fiesta para los cristianos. Comentamos algo que todos sabemos, pero que no caemos en la cuenta. El domingo es ‘el primer día de la semana’. La religión judía celebra ‘el último día de la semana’, el sábado. Los cristianos celebramos ‘el primer día de la semana’, el día de la Resurrección de Jesús. Aquel día vamos al Santo Sepulcro, a celebrar la Eucaristía dominical. Sin esperarlo, oímos cantar en la parte superior del Santo Sepulcro. Son voces bellísimas: ‘los armenios’, digo. Buscamos la escalera de acceso a las estancias superiores, y escuchamos entre atónitos y embelesados el canto de las voces de los cristianos viejos del Cáucaso. Celebran la Misa, la Santa Misa, en un rito ancestral. Despacio, con mucho tiento, como quien toca algo que no le pertenece, que no lo puede manejar a su antojo. Exquisito, delicado, bello, conmovedor.

-          Estos ¿quiénes son?
-          Los armenios
-          ¿Son cristianos?
-          El reino de Armenia se hizo cristiano antes que el Bizantino.
-          ¿Sí? ¿No fue Constantino el Grande?
-          No. Se le adelantó por unos pocos años el rey armenio. Con él, se convirtió todo su pueblo. Hasta el día de hoy.


Ir a Tierra Santa, con la cabeza abierta, no con los prejuicios de los occidentales que hemos decidido por nuestra cuenta que la religión está obsoleta, es abrirse al mundo de la experiencia de Dios. Los musulmanes se someten a Dios y a su voluntad: Islam significa precisamente eso, «sumisión». Los judíos, los primeros en la fe monoteísta, cantan al Dios creador y liberador,        que se ha manifestado a su pueblo, Israel. Los cristianos cantamos en la mañana del Domingo, la mañana permanente de Pascua, del Señor Resucitado.
Cuando vuelvo a esta orilla del Mediterráneo, por la que han pasado, convivido y se han enfrentado las distintas confesiones; cuando regreso a esta tierra occidental que parece que se quiere quitar, como si de una maldición se tratara, del peso de las religiones monoteístas, no puedo menos que recordar con cariño ¡y envidia!, la importancia que tiene Dios en la vida y en la felicidad de las persona. Para muestra un botón. Si quieres verlo con tus propios ojos, arriésgate y ve a Tierra Santa.

Pedro Ignacio Fraile Yécora

15 de Febrero de 2017