27 septiembre, 2017

ANTONIO Y SATU EN LA IGLESIA, CON LA IGLESIA DE JESÚS


Supongo que para la mayoría de vosotros, los que leéis estas líneas, esta foto no dice nada. Dos ‘blancos europeos’ con una familia de ‘inditos’. Sin embargo a mí esta foto me dice mucho.

Esta foto me dice que son dos curas aragoneses. Antonio Martínez, el barbudo, es de Teruel, la ciudad mudéjar que “también existe”. José Antonio Satué, ‘Satu’ para los amigos, es de Sena, de la provincia de Huesca. Como canta el grupo aragonés Amaral, «son mis amigos…»

Me dice que los dos son alumnos del CRETA (Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón); allí compartimos ratos de estudio, de clases, de hacer amigos de los buenos. Los dos listos, muy listos. Los dos enamorados del evangelio de Jesús. Los dos con ‘finezza’ para oler por dónde va la Palabra de Dios. Y con agudeza para llegar hasta sus últimas consecuencias. Antonio con ímpetu y poderío aragonés; José Antonio con humor aragonés (en Aragón a este humor inteligente, que acierta y pone el dedo en la llaga, pero que no hace daño, se llama «somarda»).

Esta foto me dice que los dos llevan a su tierra en el corazón, pero que no son ‘cortos de mira’, que no se quedan en el cruce de las carreteras de sus pueblos. Ellos son de pueblo, del pueblo, de «sus pueblos», pero no son «pueblerinos» (que es un término feo y peyorativo). Su corazón es grande y sus ganas de vivir son muchas, con todos, con toda la humanidad.

Me dice que la Iglesia es grande y pequeña. Satu está al servicio de la Iglesia en una encomienda en la Santa Sede, en la Ciudad del Vaticano; y sabe que la Iglesia está formada por la gran humanidad que ama a Dios, que pone en su corazón a Jesús, y que vive con pasión la vida diaria. Antonio está al servicio de los pobres en la Iglesia de Ecuador. Dejó las frías y altas tierras de Teruel para adentrarse en el corazón de América y compartir su fe en Jesús con los pobres de allí.

La Iglesia no es lo que nos cuentan esas películas que ponen por las teles de todo el mundo, con monseñores bien peinados, de aviesas intenciones, y de pensamiento ruin. La Iglesia no es ese conjunto de ancianos de otra época, casposos y cascarrabias, con ganas de amargar la vida. La Iglesia es la comunidad de creyentes en Jesús, que viven el día a día, allí donde estén, con los pobres y con los que trabajan con honestidad; con los limpios de corazón y con los coherentes en medio de todo; con los que respetan y con los que escuchan sin argumentos falaces y retorcidos.

Antonio y José Antonio, maños, curas, amigos. Un fuerte abrazo.

Pedro Fraile

13 septiembre, 2017

LA FE CRISTIANA CON CRISTO, EN CRISTO Y POR CRISTO. QUÉ QUEDA, QUÉ NOS QUEDA.

Mañana es ‘la fiesta del Cristo’. Así la llamaba mi abuelo Paco, que nació tal día; se arreglaba con la muda de los domingos y se iba a la Misa Solemne. En Tarazona, mi ciudad natal, se celebra el ‘Santo Cristo de la Venerable Orden Tercera’, recuerdo de la otrora presencia de los franciscanos en la ciudad. Volvamos a las palabras de mi abuelo: «fiesta del Cristo». No decía «de Jesús»; menos aún «de Jesús de Nazaret», que probablemente le hubiera sonado a palabras raras. Luego, su nieto, el que esto escribe, habla más del «Jesús histórico», del «Jesús Galileo» de Nazaret, sin dejar hablar por ello del «título» que profesa gozoso en la fe: «Cristo» es el «Mesías», el «Ungido por Dios».
Mañana en muchos pueblos de España, muchos de ellos en zonas, barrios, aldeas, pueblos donde vivieron hace cinco siglos los moriscos, se celebra con alegría esta fiesta «cristiana» como su mismo nombre indica. Vayamos al grano: ¿fiesta de Jesús o fiesta del Cristo? ¿Es lo mismo? ¿Da lo mismo?
Parece que en nuestra sociedad se vive una dicotomía; algo así como un desdoblamiento en el sentimiento religioso. Jesús, el personaje de la historia, el judío galileo, el iniciador de un movimiento religioso, parece que solo ocupa el interés de unos cuantos académicos (cristianos o no, creyentes o no…) que escriben incesantemente sobre su figura. Salvada la cuestión de su existencia, de la que nadie sensato duda (menos un periodista que aún la semana pasada se lo preguntaba como si fuera la ‘pregunta del millón’ a mi párroco en una entrevista); salvada, digo, la certeza de que existió y de que tenemos accesos (en
plural), más que suficientes para dibujar un esbozo creíble y sostenible de su vida, su obra y su mensaje… surge la pregunta realmente importante: ¿y a mí qué?, ¿qué me dice Jesús?, ¿cómo repercute en mi vida, dos mil años después?, ¿solo porque hubiera sido una ‘buena persona’ justa y honesta, me aporta un ‘plus’ de vida, de felicidad, de plenificación que otros no pueden dar?, ¿se le puede rezar al «hombre Jesús»?
Esta es la pregunta. Conozco muchas personas que pueden «saber cosas» acerca de Jesús; puede que hasta que les caiga muy bien: «fue justo, honesto, libre etc.»; pero cuando necesitan hacer frente a las grandes cuestiones vitales (el sentido de la vida, cómo afrontar el dolor y la muerte, la propia identidad y singularidad personal…), entonces muchos de ellos no apelan a Jesús, sino que se refugian en la filosofía, en la cultura, en las espiritualidades orientales no personales, en el espiritismo… Hay un «ruptura» real entre saber cosas acerca de Jesús y vivirlo como alguien significativo en la vida personal, espiritual, creyente.
Los que leéis estas líneas sabéis que esto es así, y que se ha planteado desde hace mucho tiempo. No podemos separar a Jesús del Cristo. De hecho la fe de la Iglesia profesa a «Jesucristo» (Jesús es el Cristo). No podemos separar al Jesús que anduvo por Galilea anunciando el Reino, del Jesús que llevaba a cumplimiento el plan de salvación de Dios. No podemos separar su muerte (violenta, a manos de los romanos), del sentido que él mismo le dio le dio como plenitud del Siervo de Dios (Siervo de Yhwh) que asume sobre sus hombres  la condición humana, desde el perdón. No solo decimos que Jesús fue «un hombre genial, descomunal», sino que «nos amó hasta el extremo», confesamos con san Pablo que «me amó y se entregó por mí»; unidos a toda la Iglesia cantamos «por tu cruz y resurrección, nos has salvado, Señor».
Así es. No separamos Jesús del Cristo, si bien en una correcta investigación científica es lícito y necesario no confundir torpemente los «datos» , objetivos y revisables, que conocemos por la historia social de Palestina en el siglo I, con la confesión de fe que brota de la acogida humilde y sincera como «don» del Espíritu Santo. En la Eucaristía proclamamos «Por Cristo, con Cristo, en Cristo…».
Mañana, muchas iglesias de nuestros pueblos, barrios, ciudades, aldeas, ermitas… se llenarán en misas solemnes y en procesiones porque es la «fiesta del Cristo». Cientos, mils de personas, harán gran fiesta. Una pregunta, sin mala intención… ¿qué supone para mí, creer en Jesucristo? ¿Qué aporta a mi vida y cómo ilumina mi cansado caminar? ¿Cómo es capaz de darme esperanza para vivir en plenitud? Sin separar lo que no se puede separar, siguiendo como discípulo a Jesús y confesándolo como Señor. Un deseo: que mañana todos dediquemos un rato a «orar» a Dios «por medio» de Cristo, «unidos con» Cristo, y «en» la persona de Cristo.

Pedro Ignacio Fraile
https://pedrofraile.blogspot.com/


12 septiembre, 2017

TAREA, CANSANCIO, FATIGA… Y ESPERANZA

La condición humana es así. La vida conlleva el cansancio y la fatiga «por el peso de los días». Jesús lo dice con otras palabras: «a cada día le basta su afán». A cada jornada vivida le acompañan, de forma inexorable, los éxitos luchados, los momentos disfrutados, los proyectos inacabados y una sensación de ligereza, de paso, de finitud de la que no podemos escapar.
La vida es compleja y dura. ¿Ponemos ejemplos? En estas últimas semanas, finales de agosto y comienzos de septiembre de 2018, sin ir más lejos, hemos vivido la doble destrucción imparable de dos huracanes seguidos en el Caribe y de un terremoto en la costa del Pacífico de México. La madre tierra se estremece y el ser humano se descubre como muy pequeño, impotente, muy frágil…. No puede casi nada…
Otro ejemplo de esta sensación de cansancio en la debilidad: miramos la locura del dictador coreano y la amenaza de respuesta inmediata del no menos desquiciado presidente americano. ¿Unos y otros nos condenarán a una violencia y destrucción sin límites?
Más ejemplos, estos más cercanos. Por una parte el atentado yihadista en el corazón de Barcelona. Se desatan las «cajas de pandora» de todos los monstruos a los que tememos. ¿Qué va a ser de nosotros? ¿Nos espera, de ahora en adelante, un futuro que no controlamos sometidos a la constante amenaza de unos asesinos? ¿Ese es el futuro de la humanidad, al menos en nuestro plácido occidente? La «sociedad de bienestar», que añoramos como nuevo Edén, se tambalea ante la amenaza de la violencia inc
ontrolable.
En esta cercanía que vivimos, España está asistiendo entre incrédula e impotente, a un paso en la historia que, digan lo que digan los políticos, ellos mismos no controlan. No es solo que una parte de España se independice, no; la realidad es que España dejaría de ser España para ser otra cosa, ¿el qué? A mí me preocupan las historias personales, pues la «gran historia», para los que nos gusta leerla y estudiarla, nos revela los continuos cambios y mutaciones a través de los siglos. ¿Qué va a ser de muchas personas que ven con temor un futuro incierto? Fatiga, cansancio… peso de los días; las frustraciones que se asoman, la inquietud imposible de parar.
Por añadir un punto más de cansancio a la ardua tarea de estar vivo en esta historia, no puedo por menos traer al papel la visita que hice ayer por la mañana a un amigo al que han diagnosticado un tumor cerebral. Al salir solo pude comentar: «no conocemos qué futuro nos depara. Si lo supiéramos, viviríamos de otra forma»… ¿o quizá no?
La primera tentación a la que nos enfrentamos es el derrotismo: «no se puede hacer nada«, «disfruta pacíficamente de lo que tienes ante tus ojos», como si al estilo del bíblico Eclesiastés, la solución estuviera en un «carpe diem» modigerato. La segunda tentación es el determinismo o fatalismo, muy del gusto de la cultura moderna, si bien hunde sus raíces en el pasado de la humanidad: «no intentes cambiar nada, porque no puedes. Todo ya está escrito». La tercera tentación, insoportable en sí misma, es la de la desesperación.
¿Qué decimos los que decimos que somos creyentes? ¿Cómo ilumina la fe esta tarea vital, este cansancio y fatiga por el peso de los días y de los acontecimientos, nuestro caminar cotidiano? Hace unos dos años un sacerdote ruandés, que estaba preparando su tesis doctoral en teología en Barcelona, que había escapado a las matanzas de su tribu por las tribus enemigas vecinas; que había sido «refugiado» con sus familiares en la selva africana; que había experimentado la mínima línea divisoria entre la vida y la muerte violenta siendo muy niño, me decía: «el mensaje que podemos transmitir los cristianos, es el de la esperanza. Nosotros tenemos esperanza; cosa que no puede aportar este mundo». Cansancio y fatiga sí… pero con esperanza.

Pedro Ignacio Fraile Yécora

12 de Septiembre de 2017

05 septiembre, 2017

TERESA DE CALCUTA Y LADY DI: “LA SANTIDAD NO ES GLAMOUROSA”.

                El subtítulo de este artículo no es mío. Se lo he robado, sin su permiso, a mi amigo Pedro. Lo hago porque es un título soberbio, definitivo, de esos que deberían pasar a los anales de las frases acabadas, logradas, ajustadas. Inteligentes a la vez que provocadoras y profundamente verdaderas.
                El día 31 de Agosto moría en extrañas circunstancias (cada uno que piense lo que quiera), Lady Di. Llevamos varios días viendo cómo todas las cadenas de televisión le dedican reportajes, documentales, ‘investigaciones’, películas etc. Lady Di tiene un título que vende: ‘La princesa del pueblo’. Su amigo Elton John le dedicaba una canción preciosa, “Candle in the wind”, de las más bonitas que ha escrito.
                El día 5 de Septiembre, del mismo año, moría Teresa de Calcuta. Una monja albanesa; sí, sí, de Albania. Ese país del que nadie sabe casi nada. Ese país de los Balcanes que bajo el yugo comunista se intitulaba oficialmente como ‘ateo’: en Albania todos eran ateos… o eso decían. Madre Teresa, de una minoría entre las minorías albanesas; católica en medio de musulmanes y de ortodoxos. Pero eso mismo l
e hizo entender el mundo de otra forma, un corazón grande y amplio, sin encorsetamientos, y eso mismo le hizo valiente y fuerte.
    Dos mujeres. Las dos muy famosas. Dos historias distintas. De Lady Di sé muy poco, lo que dicen los grandes titulares y poco más. ¿Fue feliz en su vida y en su matrimonio? ¿Necesitaba salir de las rejas asfixiantes del Palacio? Lady Di quiso acercarse al pueblo, y buscó a la gente sencilla. En varios de estos encuentros se cruzó con Teresa de Calcuta. ¿De qué hablaron? ¿Qué se decían estas dos mujeres? Las fotos delatan cierta simpatía mutua, no sé si cierta complicidad.
            Santa Teresa de Calcuta, en línea de continuidad con Santa Teresa de Jesús, vivió su propia conversión dentro de la Iglesia Católica; sin abandonarla. Dejó atrás la congregación a la que pertenecía, para hacer su propio camino de discipulado. Se fue con los más pobres de los pobres. Ese es el camino de los santos. La santidad no es glamourosa. Los pobres son personas, que no tienen nada, ni gustan a nadie, ni nadie se ocupa de ellos. En todo caso los pobres estropean las fotos y molestan en las fiestas y en los tinglados. Los pobres sobran.
                Hay una diferencia importante entre ellas. Lady Di era una ‘diva del papel couché’, aunque fuera una princesa triste. Vestía bien y marcaba tendencia; aún se conservan sus mejores vestidos en un museo de la familia. Además al gran público gustaba esa ‘protesta juvenil’ entre sabida y ocultada de sus huidas de palacio. Era una ‘princesa rebelde’ que no seguía los duros protocolos de la corte.
                Por otra parte Teresa de Calcuta tenía un problema muy grande. ¡Era una monja católica que apoyaba en todo a la Iglesia! Eso muchos no se lo perdonaron.  Un grupo español de música punk cantaba en su estribillo: La Madre Teresa... no nos interesa! Ser ‘monja oficiliista’, no gustaba a la gran prensa; así vivió y así falleció, fiel a la Madre Iglesia.
                Las dos murieron con quince días de diferencia. Diana en un carrera loca de coches - ¿perseguida? - en la noche parisina con un millonario acompañante; ¿alguna vez sabremos la verdad? Teresa de Calcuta con sus pobres; desgastada, pobre y en silencio.
                A los veinte años de la muerte de ambas (1997-2017), ¿a quién dedica la prensa su recuerdo y sus titulares? Signo inequívoco de la frivolidad reinante. Vende más la tragedia de una princesa que el camino humilde y pobre de una discípula de Jesús, fiel a los pobres y a su amor por ellos en comunión plena e indiscutible con la Iglesia católica.

Pedro Ignacio Fraile Yécora

5 de Septiembre de 2017