JESÚS, EL CRISTO DE DIOS

 
UN REY EN EL PATÍBULO DE LA CRUZ

(Solemnidad de Cristo Rey y Señor del Universo, 24 de Noviembre de 2014)

La cruz es un patíbulo. En la historia cruenta de la humanidad, los ajusticiados a muerte han ido pasando, en momentos diversos, por el «filo de la espada o del alfanje», por la «guillotina» francesa, por el «garrote vil» ibérico, por la «horca» primero , la «silla eléctrica» o la «inyección letal», después, de los sheriffs americanos; por el disparo de fusilería de los paredones; por los «hornos crematorios», los «gulags» y los «campos de reeducación» de los asesinos institucionalizados del siglo XX… y por la cruz…. La cruz de los imperialistas romanos.
            La condena a muerte es abominable, como todas las condenas a muertes. Pareciera que a muerte se condenan sólo a asesinos reincidentes confesos, a violadores sin escrúpulos, a delincuentes muy peligrosos, a revoltosos y sublevados… También la historia nos dice que la pena de muerte se ha aplicado a reyes burgueses que vivían a espalda del sufrimiento secular de su pueblo. También que se han matado a personas cuyo único delito era «el no ser de los nuestros» o «no pensar como nosotros».              La historia recoge el grito de muerte de muchos condenados a muerte. La historia recoge también la ejecución de un «rey pacífico y compasivo; humano y coherente; duro con los poderosos y misericordioso con los débiles; un rey inocente». Mañana es «Cristo Rey y Señor del Universo». La Iglesia nos invita a celebrar en una gran fiesta que la historia de la humanidad no está desbocada como un caballo sin rumbo; que la historia tuvo un comienzo en el acto creador de Dios (Alfa) y que se dirige a su consumación final en la nueva creación de Cristo (Omega). La historia tiene principio y fin: todo viene de Dios y todo se dirige a Dios. Jesucristo, el rostro humano de Dios, ocupa todo el arco dándole dirección y sentido. Ahora bien. La tentación perenne de la humanidad es hacer de este Cristo un «emperador» poderoso al estilo humano: violento, justiciero, vengativo, duro, inmisericorde… ¡Cuánto daño se ha hecho con esta imagen de Dios, que se ha traspasado de forma injusta y dañina a la de Cristo!
            El evangelio de este domingo de Cristo Rey del Universo apunta en la dirección correcta: Jesús es rey en la cruz. Sí, en un patíbulo. Jesús muere como un condenado a muerte. Para entender quién es el Cristo-rey-crucificado no podemos acudir a las imágenes de los reyes de la antigüedad (¡tampoco de los reyes de hoy!). Solo podemos entender a Cristo-crucificado poniendo nuestra mirada en el Siervo de Yahvé que no abría la boca cuando le insultaban, que ofrecía su espalda para llevar culpas ajenas, cuyas heridas nos han curado.
            Jesús sí que es rey; así lo dice el cartel que corona el palo vertical «Jesús nazareno, rey de los judíos». Tiene corona, pero es de espinas. Lleva cetro, pero es una caña; sus ropas no son una hermosa capa de armiño, sino un paño de pureza; su trono no es un hermoso sillón dorado, sino una cruz de dos palos entrecruzados; sus manos no llevan anillos, sino clavos de herrero… Con todo, no caigamos en la descripción sentimentalista. Jesús es rey en la cruz, pero es rey misericordioso; no grita venganza, sino perdón; no inicia un camino de violencia, sino que sella un camino de coherencia.
            Jesús en la cruz es rey, y lo es en solidaridad con todos los crucificados del mundo: los niños asesinados en Siria; los que han visto perder todo en el tifón de Filipinas; las niñas perseguidas a muerte de Afganistán; los desahuciados por los bancos después de haber sido alevosamente engañados… Los crucificados de hoy tienen muchos nombres. No creemos en un «rey emperador» que banquetea con la «crème» de este mundo, sino en un «rey crucificado».

Pedro Ignacio Fraile Yécora
Solemnidad de Cristo Rey y Señor del Universo
   http://pedrofraile.blogspot.com.es/
  


JESÚS: UNA REVISIÓN PERSONAL, DOLOROSA Y NECESARIA
Os propongo hacer, a los que queráis, un ejercicio que resulta doloroso a la vez que necesario. ¿Para qué? Para hacer de forma personal nuestra trayectoria como cristianos. Sería mejor hacerlo en grupo, para compartir; y aún mejor ayudados por una persona exterior a nuestra historia que nos ayudase a distinguir lo que son fantasías de lo que son aciertos.
            Os propongo que hagáis un recorrido del paso de la persona de Jesús por vuestra vida. Yo hago públicamente el mío. Me desnudo, si bien evitaré dar datos estrictamente personales e innecesarios. Si os atrevéis a hacer vuestro propio recorrido, puede que os sorprendáis del resultado.
            El primer recuerdo que tengo yo de Jesús en mi vida es el «Corazón de Jesús». En mi ciudad natal, como en otras muchas partes de la España de los años 60, era habitual tener un «Corazón de Jesús» entronizado en las casas. Aunque muchos se sorprendan, diré que era uno de los regalos que se hacía a muchos matrimonios católicos en su boda. El que teníamos en casa (aún lo conservamos), era hermoso, sentado como rey en un trono, con la bola del mundo a los pies; la cara del «Corazón de Jesús» daba paz, serenidad. Estaba situado encima de una columna de alabastro con una lucecita en su interior. Muchas veces mis padres encendían la luz de la columna que traslucía la débil luz y nos juntábamos todos (padres e hijos) a rezar. También recuerdo que mis padres nos regalaron a cada uno de los hermanos un Nuevo Testamento en castellano; la primera traducción, de «Nácar Colunga». Cada uno lo teníamos con nuestro nombre que mi padre había escrito con una caligrafía envidiable.
            Los años 60 trajeron muchas cosas; entre otras una revolución, la del 68, de la que sólo nos enterábamos muy ligeramente en una sociedad tradicional en la que vivíamos. En mi formación, el primer cambio lo recuerdo en el nombre y en la devoción. Pasó paulatinamente de ser el «Corazón de Jesús» a ser «Jesús de Nazaret». No era una cuestión baladí.
            A finales de los años 70 llegó a España la película norteamericana «Jesucristo Superstar»; yo la fui a ver con otros compañeros de colegio, y nos invitó el cura que estaba a cargo de nuestro curso. Nos entusiasmó. ¡Eso sí que era novedad! ¡Había que acabar con una imagen de Jesús rancia, la de nuestros mayores! Sólo discutíamos dos cosas de la película: la primera, que Judas fuera negro, lo cual nos pareció una concesión indecente al racismo latente en nuestra sociedad; la segunda cosa que no nos gustó fue que la película acaba cuando todos los actores se van en el autobús y dejan a Jesús en la cruz, como diciendo: «se acabó el espectáculo»; en esta película no hay resurrección de Jesús; eso ya no nos gustó. También en estos finales de los años 70 se propagó como la espuma una obra teatral sobre Jesús que se llamaba «Gospel»; era fresca, irreverente, atrevida; un Jesús payaso, rompedor, simpático y atrayente…. Íbamos a verla con espíritu de peregrinos, ávidos de novedad; cantábamos sus canciones que todos nos sabíamos de memoria… Tampoco nos gustaba el final; los actores cantaban ‘Oh, Dios has muerto’… y luego una voz empezaba de nuevo, subiendo progresivamente, cuando los espectadores abandonaban las butacas, ‘Viva Dios, viva Dios….’ ¿En qué quedaba la resurrección de Jesús? ¿En una voz en «off» a modo de un recuerdo liviano para hacer más soportable su memoria? Eran tiempos confusos, pues a Jesús de Nazaret, el revolucionario, al que «se buscaba», se ponía al mismo nivel que el «Ché Guevara». Yo mismo he repartido, con un grupo parroquial de niños y jóvenes, pegatinas del «Se Busca» de Jesús y al mismo tiempo del Ché. La espiritualidad cristiana de esta guisa se definía por la palabra «compromiso». ¡Queríamos transformar el mundo y Jesús era nuestro «modelo»! (Atención al dato: «Jesús como modelo ético»).
           Los años 80 fueron definitivos en la experiencia y visión personal de Jesús. Por una parte la «teología de la secularización» que se leía con avidez en España, aunque con unos años de retraso respecto a Norte América, de donde había surgido. Proclamaban «la muerte de Dios»; si Dios «había muerto», ¿qué hacíamos con Jesús? Por otra parte una distinción de laboratorio que venía de Alemania y que todos repetíamos como papagayos sin saber bien qué significaba. Decíamos que había que distinguir entre el «Jesús histórico» y el «Cristo de la fe». Una afirmación casi semidogmática en ambientes clericales que con el tiempo se ha desvelado inútil, porque era un diseño artificial que a la gente sencilla no le aportaba nada. Algunos curas predicaban en sus homilías el «gran descubrimiento», pero ¿ayudaba a la gente a creer y  a poner a Jesús en sus vidas?
             Los años 90 redescubrieron el poder oculto del sentimiento religioso adormecido en el colectivo humano, pero no extinguido. Cuando los cristianos estábamos discutiendo entre el «Jesús histórico» y el «Cristo de la fe», una vez acabada y enterrada la devoción al Sagrado Corazón, aparece con fuerza la «New Age», (la «Nueva Era») que también viene de Norte América. Nos vienen con la mandanga de que hemos pasado de la «Era de Piscis» (la cristiana), a la «Era de Acuario» (¿quién recuerda la película «Hair», que comienza precisamente con la canción de «Acuario»?). Aparecieron en el lenguaje religioso palabras como «armonía», «paz interior», «chacras», «mantras»… Ya no se hablaba de «oración», sino de «meditación». Ya no se habla de «salvación», sino de «realizarse»; ya no se habla de «compromiso» sino de «serenidad». La verdad es que la New Age no sabe qué hacer con Jesús, porque le estorba. Por eso lo relega al saco de los «hombres espirituales» que ha habido en la historia de la humanidad; un «maestro de espiritualidad», pero no se plantea ni su resurrección, ni su mediación como salvador, ni nada por el estilo.
          Curiosamente, los atrevidos y nada dogmáticos norteamericanos, a la vez que dan vida a la New Age, deciden que hay que volver a investigar sobre Jesús. Eso sí: quedan excluidos los que vayan con planteamientos religiosos previos. No quieren hacer teología, sino «historia». Son antropólogos, médicos, psicólogos, sociólogos, historiadores, economistas… que quieren estudiar a Jesús sin «complejos previos» religiosos. Este experimento se ha llamado la «tercer búsqueda» de Jesús. Hubo dos «búsquedas» anteriores, pero no es el caso ahora el explicarlas.
          Estamos en la segunda década del siglo XXI. Los niños y jóvenes de ahora son hijos y nietos de los que el año 60 rezaban al «Corazón de Jesús» y que luego pasaron al Jesucristo Superstar, y luego decían que lo importante era el «Jesús histórico» más que el Cristo de la fe. Mi pregunta, por si alguien la quiere contestar es: ¿a nuestros niños y jóvenes les importa algo Jesús? ¿Creen que Jesús es distinto (ya no digo si es más plausible, o más creíble) que Mahoma, Buda, Confucio? Cuando rezan, si rezan, ¿se dirigen a Jesús? ¿Alguno de ellos estaría dispuesto a dar la vida por Jesús (recordemos a los mártires)? O sin ir tan lejos, ¿algunos de ellos se ofrecerían para ser catequista en su parroquia y explicar a los niños quién es Jesús? Una vez, no hace ni tres años, por plantear estas preguntas en un grupo de «cristianos viejos» muy convencidos de ellos mismos y de la solidez de la fe de sus familias, me respondieron airadamente, como si yo estuviese instigando contra Jesús. No entendieron mi mensaje, sino que pensaron que «matando al mensajero», o sea, increpándome a mí, desactivaban las preguntas que yo hacía.
              Si os parece que exagero, os propongo un ejercicio muy sencillo. Lo mejor para saber si sabemos de algo o no, es ponerlo por escrito sin prepararlo previamente. Decid a uno de nuestros niños, adolescentes y jóvenes que pongan en una hoja lo que saben de Jesús. Estoy convencido de que más de uno se sorprendería.
             Tarea para los mayores. Que los que se atrevan «dibujen» su relación con Jesús y respondan a esta pregunta: ¿sigue siendo Jesús importante para mí, como lo fue en mi infancia y juventud? Hoy es el día del Corazón de Jesús; hoy quiero volver al Jesús de mi infancia, de mi adolescencia, de mi primera juventud y de mi vida adulta, pero con los ojos, la vida acumulada y el corazón que tengo hoy.
Pedro Ignacio Fraile Yécora
7 de Junio de 2013

JESUS TOMÓ LA DECISIÓN DE IR A JERUSALÉN
Mañana es ‘Domingo de Ramos’. Mañana acompañaremos a Jesús en su entrada a Jerusalén como Mesías. Mañana nos pondremos de parte de los que salían a los caminos, arrancaban ramas de olivo y de palmera, alfombraban la tierra de la subida con sus mantos y gritaban «sálvanos» (en arameo ¡Hosanna!).
               Todos los evangelistas coinciden en que Jesús quiso subir a las fiestas de Pascua a Jerusalén, tal como mandaba la Ley (‘todo varón israelita subirá tres veces al año: en Pascua, en las Semanas y en Pentecostés, Dt 16,16), y tal como parece que hacía todos los años. San Lucas, sin embargo, nos hace un guiño en su evangelio. Primero dice en el capítulo nueve de su obra, «Jesús tomó la decisión de subir a Jerusalén» (Lc 9,51) , y luego, comienza la siguiente sección de su narración con un nada casual «dicho esto, subió a  Jerusalén» (Lc 19,28). La narración continúa localizando la escena en Betfagé y Betania, en plena subida a la ciudad por la ladera oriental del Monte de los Olivos.
               Jesús subió a Jerusalén no sólo porque era un buen judío y quería celebrar «como Dios manda», las fiestas de Pascua. Jesús subió a Jerusalén porque un profeta no puede no morir en la ciudad santa. Es la «prueba de fuego»; es la «asignatura que hay que aprobar»; es la señal de que no es un embaucador; es el paso casi invisible de la línea que separa el ser profeta de Israel o ser un «vendedor de humo» como lo habían sido otros muchos.  Para San Lucas Jesús no sólo «subió» a Jerusalén porque así lo mandaba el calendario, sino que «subió» porque era el camino final de su vida profética anunciando y haciendo realidad el señorío de Dios. San Lucas lo dice muy bien: «tomó la decisión».
               Hace muchos años, en uno de mis primeros viajes a Tierra Santa, un compañero dijo en voz alta en la evaluación final: no me gusta Jerusalén, prefiero Galilea. No andaba equivocado. Galilea es el anuncio del Reino, es estar horas con Jesús, sintiéndolo cerca; dejándose abrazar (físicamente, no simbólicamente) por Jesús. Galilea es escuchar el anuncio de las bienaventuranzas, es ver cómo Jesús se enfrentaba a los fariseos y decir: «sí señor, así se habla». Galilea es ir al puerto de Cafarnaún, al amanecer, a ver cómo ha ido la pesca y después sentarse con los pescadores que estaban cosiendo las redes a la vez que escuchaban a Jesús. Galilea es ir cruzando sembrados hasta llegar a Nazaret y ver cómo la familia de Jesús sale a su encuentro porque no terminan bien de entender qué tipo de vida está llevando.

               Jerusalén, por el contrario, es la sede del Templo y del Tribunal de Justicia. Recordemos que Jesús, las primeras comunidades, y pos supuesto san Pablo, conocieron el Templo en pleno apogeo. Jesús muere el año 33; san Pablo el 66, y el Templo es destruido por el general romano Tito en el año 70. Jesús no puede ir a Jerusalén e ignorar el Templo; no sólo no lo ignora, sino que entra y realiza la acción simbólica que con toda seguridad fue «la gota que colmó el vaso»: allí firmó su sentencia de muerte.  El Sanedrín, órgano oficioso del gobierno judío, decimos «oficioso» porque el «gobierno oficial» era el romano, le «tenía muchas ganas a Jesús», en expresión propia de la gente joven de hoy. Estaban hartos de ese «galileo-jornalero-campesino-predicador ambulante» que se las daba de profeta. ¿Condena a muerte? Bueno, no hacían más que llevar a su extremo una ley que prohibía la pretensión de ser «Hijo de Dios».
               Galilea es el lugar del anuncio del Reino y de la vida pública de Jesús entre sus seguidores; ¡también el lugar donde muchos se escandalizan y dejan de seguirle! (Jn 6,7) Jerusalén es el lugar donde culmina su obra; una culminación de muerte entregada, de vida culminada, de ofrenda de sí mismo sin reservas.
               ¿Se podría haber quedado Jesús siempre en las colinas de Galilea, o pescando en el Lago, con sus amigos? Podría. Pero Jesús sabía «que tenía que subir a Jerusalén». Nosotros, los cristianos de hoy, tenemos nuestras «Galileas», pero sabemos que en el camino de la vida no podemos evitar el que nos lleva a Jerusalén, lugar de confrontación con nuestra propia verdad, con nuestro ser, y con el de la sociedad, ambiente o costumbres que nos juzgan. Jesús mañana entrará en Jerusalén como Mesías. Pero eso es ya «otra historia».

Pedro Ignacio Fraile Yécora

              

JESÚS: SUBYUGADOS CON YUGO DE TERNURA
No me gusta la palabra «yugo». En realidad, nunca me ha gustado. Es verdad que es una palabra que sirve para nombrar un apero de labranza totalmente necesario. Los bueyes, las mulas, se uncían con yugo para trabajar la tierra, formando una «yunta». El ser humano se ha servido de este artilugio para hacer que la tierra abriera su prieto tesoro en surcos fértiles donde poder sembrar el grano que prometía una futura cosecha. Los poetas han cantado a este yugo símbolo de una sociedad atada a la tierra, al trabajo, y con frecuencia a la explotación. El malogrado poeta de Orihuela, Miguel Hernández, ferviente católico en su juventud, tiene un poema tremendo, dedicado al «niño yuntero».


Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
(…)
Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
(…)
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.


Está el yugo de los animales, pero ha habido yugos para personas. Son los yugos de hierro que se empleaban para uncir a soldados derrotados, a mercenarios capturados, a hombres libres esclavizados. La Biblia, tesoro del que siempre podemos beber, habla de pueblos sometidos por asirios, egipcios, babilonios… de poblaciones enteras atadas bajo un peso inhumano del que no se podían desasir. Dios no quiere que nadie esté sometido bajo el yugo de otro ser humano: ‘Yo, el Señor, os saqué de Egipto, rompí vuestro yugo, para que marcharais erguidos’ (Lev 26,213). Más tarde, el profeta Jeremías andará por las calles de Jerusalén, con un yugo bajo sus hombros, para anunciar al pueblo que van a ir sin remedio al destierro (Jer 27,1-2).

Los fariseos de la época de Jesús predicaban que para cumplir la ley de Dios debían someterse al «yugo de la Ley». La gente sencilla estaba cansada, agotada y cansada  porque no podían cumplir tantos mandamientos como estaban prescritos: 613 mandamientos deducidos de la Torah. Era prácticamente imposible.

Ahora entendemos mejor las palabras de Jesús: «venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré, porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11,29-30). Jesús anunciaba a los que le escuchaban una nueva forma de relacionarse con Dios, en los que se podía respirar, vivir, cantar, alegrarse, gozar… ¡Esto es otra cosa! ¡Así da gusto creer en Dios!

La Iglesia Católica celebra el viernes posterior al segundo domingo después de Pentecostés una «Solemnidad del Señor»: el Sagrado Corazón de Jesús. Este texto que citamos es el que propone la liturgia para el ciclo en el que se lee a san Mateo, el «ciclo A». Mañana en la liturgia de la Misa del día se leerá otro texto, el del «ciclo C», pero no importa para lo que estamos tratando. He querido traer a colación este texto de san Mateo por su actualidad. Hoy en día muchas gentes están muy cansadas, muy agobiadas. Los políticos van de mal en peor; la economía no remonta y se está convirtiendo en un motivo de seria preocupación y desesperanza; la fe está adelgazando progresivamente, como si de una dieta agresiva se tratara. Son tiempos duros. ¿Peor que otros? Probablemente no, pero son los nuestros. Hoy tenemos que gritar bien alto, en esta Solemnidad del Sagrado Corazón que el mensaje de Jesús sigue siendo totalmente válido y necesario: «venid a mí todos los que estáis cansados, que yo os aliviaré. Mi yugo es llevadero»… Una vez más, pongamos nuestros ojos y nuestro corazón en el de Jesús.


Pedro Ignacio Fraile Yécora

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

7 de Junio de 2013


¿JESÚS LLAMA A SER "PERFECTOS" O A SER "MISERICORDIOSOS"?

El evangelio de hoy acaba con una sentencia tremenda de Jesús: «sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). Una auténtica bomba retardada, que puede explotar bien al momento, bien a lo largo de la vida. Porque, ¿en qué consiste la perfección? ¿Puede Jesús exigirnos ser perfectos? ¿y si no somos perfectos? ¿no es el evangelio buena noticia para personas débiles, pecadoras…? Esta invitación de Jesús, mal interpretada, puede llevar no sólo a malos entendidos, sino también a una mala comprensión de la vida cristiana. Si el lector me lo permite, quiero hacer una serie de advertencias, todas necesarias, y todas bien conocidas:

               La primera es que la palabra «perfección» en el evangelio de Mateo sólo aparece aquí y en otro texto, el del joven rico: «si quieres ser perfecto…vende todo, dáselo a los pobres, y sígueme» (Mt 19,21). Esta palabra no aparece nunca ni en el evangelio de san Marcos, ni en el de san Lucas, ni en el de san Juan.

               Lo segundo que tenemos que decir es que sólo hay un texto paralelo en los evangelios para poder compararlo; es de San Lucas, y Jesús dice: «Sed misericordiosos, como vuestro padre del cielo es misericordioso» (Lc 6,36). San Lucas prefiere hablar de una invitación a la «misericordia»  y no a la «perfección».

               Lo tercero es que esta invitación a la «perfección» forma parte fundamental de la concepción religiosa judía. Los habitantes de Qumrán, que se caracterizaban por ser extremistas en sus planteamientos religiosos, incluso con comportamientos que hoy calificaríamos de sectarios, pedían la «perfección»  a sus miembros.

               Lo cuarto es que en el Antiguo Testamento se conocen los ‘antecedentes’ literarios y religiosos de esta invitación de Jesús. En el libro del Levítico (núcleo duro del judaísmo histórico y de todos los tiempos), se le dice al pueblo de Israel: «Sed santos como yo, vuestro Dios, soy santo» (Lev 20,7).  El pueblo de Israel no era como los demás; no se le permitía la idolatría de ningún tipo ni la apostasía: ¡ellos son un pueblo santo, porque son el pueblo de Dios!

               Retomando el argumento inicial tenemos que decir que el evangelio se lee no cogiendo un párrafo suelto y elevándolo a la categoría de máxima universal, no. El evangelio hay que leerlo en su contexto inmediato literario, en el contexto religioso en el que nace, y sobre todo, con mucho sentido común. San Mateo es un evangelista que se dirige sobre todo a los judíos de su tiempo, invitándoles a creer en Jesús; él se sirve del argumento de la perfección de vida, porque los judíos entendían bien este mensaje. San Lucas  se dirige a los paganos, necesitados de perdón y compasión; por eso las palabras de Jesús son de invitación a ser misericordiosos, porque Dios es misericordiosos, no es cruel, vengativo y vanidoso como lo eran los dioses paganos de donde proceden muchos de ellos.

               Además, si leemos el evangelio de san Mateo pensando que el buen evangelista sabía lo que hacía y lo que quería decir, y no como un cuaderno de apuntes sin organizar, tenemos que advertir lo siguiente: la frase de Mateo en la que se invita a la ‘perfección’ está colocada al final y es el ‘colofón’,  el culmen del discurso de las bienaventuranzas en el que se nos invita a ir más lejos que la ley, guiados sólo por el amor. La perfección cristiana es una ‘perfección en el amor’; o como dice la plegaria eucarística, ‘perfección en la caridad’. Santa Teresita de Lisieux vivió como pocas este amor pleno desde su convento: ella decía que ‘en el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo quiero ser el amor’.

               Bueno, el evangelio de hoy, como el de todos los días, es precioso. Hay que leerlo. No hay que tener miedo a la palabra de Dios. Sólo que a veces hay que tener algunas claves para que no interpretemos lo que no quiere decir. La perfección a la que nos invita Jesús es el amor en todas sus dimensiones, nos dice Mateo; o con palabras de Lucas, es una invitación a la misericordia.

Pedro Ignacio Fraile Yécora, 18 de Junio de 2013






JESÚS, LOS HIPÓCRITAS, Y SÉFORIS
               Son tres palabras que aparentemente no tienen relación, como si dijéramos ‘Isabel, la alegría y Zaragoza’. Sin embargo podemos adivinar un lazo común que las une. El evangelio de hoy es de san Mateo; por tres veces Jesús advierte contra los ‘hipócritas’. Los avezados estudiantes pronto se preguntan: ‘¿Jesús, que hablaba arameo, pronunció esta palabra que es griega? Una pregunta bien hecha. Además, nuestro avezado estudiante nos advierte: ‘la  palabra hipócrita en la época antigua no servía para insultar o para definir un comportamiento humano, sino que designaba a los actores de teatro’. Esta segunda afirmación también es correcta. En efecto, los actores de la antigüedad podían representar distintos papeles en una misma obra (bien hombre respetuoso, honrado y noble, bien un pérfido asesino). Sólo tenía que cambiarse de ‘máscara’. De ahí, del uso de las máscaras en los teatros, se pasó a designar a la persona que podía cambiar de comportamiento y actitud ante los demás sólo cambiándose la máscara. Eso es un hipócrita; alguien de quien nunca sabes qué máscara lleva puesta.


               Admitiendo todo lo anterior podemos preguntarnos de nuevo si Jesús conocía esta palabra en el contexto de su uso originario y habitual (actor de teatro), y además si la pudo decir él. Dos nuevas vías en nuestra investigación se abren; ambas tienen que ver con la ciudad de Séforis, a sólo cinco kilómetros monte a través desde Nazaret. Sabemos por la arqueología que en la juventud de Jesús el rey Herodes Antipas mandó reconstruir la ciudad de Séforis que previamente había sido arrasada por los generales romanos en una de sus campañas de castigo contra los rebeldes judíos. Algunos autores proponen (nunca se sabrá a ciencia cierta), que Jesús pudo ir a trabajar como jornalero en la reconstrucción de Séforis con José y con otros hombres de Nazaret. Ni decimos que sí, ni decimos que no; puede ser. Queda por resolver el enigma de los actores de teatro. Cuando hoy vamos a Séforis, podemos encontrar los restos de un teatro grecorromano en la ladera de la ciudad. Los arqueólogos tienen que decirnos con precisión de qué época es, pues Séforis como todas las ciudades conoció distintos momentos en su no muy dilatada vida. Concluyendo: si en Séforis encontramos hoy un teatro grecorromano, es indicio de que pudo haber un teatro en la época de Jesús; si Jesús llegó a trabajar como jornalero en la reconstrucción de la ciudad pudo conocer la existencia de aquellos hombres que se ponían máscaras para actuar y que se conocía como ‘hipócritas’. Es plausible, por tanto, que el uso de esta palabra griega, ‘hipócrita’, se pueda remitir a Jesús mismo. No sería una idea descabellada.


               Pasemos de la arqueología al evangelio vivo. Jesús advierte contra aquellas personas de las que no te puedes fiar porque llevan siempre máscara, careta, y no sabes ni qué piensan ni quiénes son en verdad. Jesús arremete contra los que falsean los tres pilares de una vida piadosa en la concepción judía: la oración, la limosna y el ayuno. Los tres, bien entendidos, son signos de una libertad interior. El hombre libre reza ante Dios, que es su origen, su sustento y su meta; el hombre libre comparte de forma espontánea con los necesitados, porque la única riqueza absoluta es Dios; el hombre libre ayuna para decir que no adora a nada ni a nadie (cuerpo, placeres, objetos) fuera de Dios. No adoréis a nadie más que a él.


               Las personas que nos quieren engañar esconden tras la máscara una vida que no es la suya y que muchas veces está totalmente vacía. Las personas libres no necesitan máscaras, sino que van con la libertad y la verdad por delante, con transparencia, como nos enseña Jesús. Somos discípulos de Jesús, de Nazaret, y no somos aprendices de actores de teatro griegos. ¿Llevamos caretas? Seguro que alguna vez nos la hemos puesto. Pues tenemos una tarea: ir poco a poco quitándonoslas para ser personas libres como nos enseña Jesús.




Pedro Ignacio Fraile Yécora, 19 de Junio de 2013



JESÚS TOCÓ EL FÉRETRO Y SE COMPADECIÓ 

Hoy os propongo una “pelea” entre dos púgiles que luchan en el interior de todo ser humano. Por una parte, un potentísimo, musculoso y bien nutrido combatiente responde al nombre de “legalismo”. Hace siglos que impone su ley por doquier; nadie se libra de su influencia. En el lado contrario se propone vencerle el indomable y persistente luchador que responde al nombre de “compasión”. Uno frente otro y uno «contra» otro (la “vs” del título es un apócope de versus, que en latín se puede traducir como “contra”).


Ambos pueden luchar ante la “Legalidad oficial del estado” (ser compasivo con los errores o aplicar la dura ley); ante la razón y sentido de la “sanidad” (derechos para todos, tengan papeles o no o sanidad sólo para quien cumpla requisitos); también pueden combatir la dura pelea de las “relaciones humanas” (rigidez o respeto; intolerancia o diálogo). Hoy los dos púgiles se enfrentan poniendo en juego la relación del ser humano con Dios. No nos engañemos, ¿quién de nosotros, como creyentes, no ha tenido alguna vez en su interior este combate?



La Biblia refleja con claridad esta doble vía. Son dos formas distintas de ponerse ante Dios, ante la presencia de Aquel que nos rodea a la vez que nos sustenta; de Aquel que nos provoca a la vez que  nos consuela; de Aquel que nos exige a la vez que nos abraza; de Aquel que se nos esconde a la vez que lo llamamos; de Aquel que buscamos y también rechazamos. Para unos el único acceso a Dios y la única forma de presentarse ante Él es preservar la separación entre su santidad y nuestra pobreza: la única relación posible es la marcada por las normas. Para otros el camino a seguir para acceder a él y vivir de forma correcta la fe es hacer la ruta de la humanidad que ama, que sufre, comprende y se compadece.


Como he dicho, en la Biblia hay dos caminos que no se excluyen, sino que conviven. Uno de ellos insiste en la «alianza» por «amor», si bien luego advierte que es una alianza condicionada a que el pueblo cumpla unos mandamientos; a su vez estos mandamientos no son para esclavizar, sino para que el pueblo «viva» en la tierra que Dios le va a dar (Deuteronomio). Una alianza que el pueblo rompe y a la que Dios responde buscando enamorar de nuevo a su gente para que vuelva a él (Oseas). Una alianza que se revela en la «misericordia, ternura, entrañas» (Oseas). Una alianza que, ante la continua tozudez del pueblo de ir por otros caminos distintos a los de Dios, Dios mismo promete que la hará «nueva» (Jeremías) y «eterna» (Ezequiel).

El segundo camino es el de la «santidad que separa a Dios de su creación» (Génesis), que se revela en la santidad del Templo y ante el que sólo puedes postrarte (Isaías), que se manifiesta en los patios concéntricos y sucesivos del Templo de Jerusalén. Una santidad que necesita mediadores (la monarquía davídica, el Mesías), para acercar al hombre a Dios. Una santidad que con el tiempo se transformará en Ley (Esdras), y tras sucesivas crisis en legalismo puro y duro (fariseos).
No son dos caminos excluyentes, sino dos formas de «vivirnos» en presencia de Dios. Todos conocemos personas que, cuando hablan de Dios, las palabras que salen espontáneamente de su boca son «los mandamientos de la ley de Dios»; un poco de humor no viene mal ¿cómo tiene la cara esta gente? ¿No tienen la cara muy severa, como si de “señoritas Rottermaier”, la tutora de Heidi, se trataran? ¿No parece que se han tragado un palo o que están todo el día comiendo pepinillos?
Hay otras personas que, cuando hablan de Dios, espontáneamente les viene a la boca la palaba «amor». Estas personas se dejan mover por la misericordia más que por la culpabilidad, y por el abrazo más que por el golpe. Estas personas lloran por el sufrimiento ajeno y se encabritan cuando ven que todos se ríen de una persona débil. Hay una palabra bíblica que se repite en Oseas, y luego sobre todo en los evangelios cuando hablan de Jesús. Esa palabra es «compasión».
En el evangelio de hoy Jesús se «compadece» al ver cómo aquella mujer llora desconsolada porque ha perdido a su hijo. Sucedió en Naín, en un pueblo pequeño de Galilea. Jesús se «dejó mover a compasión» y así reveló en qué Dios creía y cuál era su experiencia de Dios. Es más, para los que somos cristianos, Jesús con este gesto revela quién es Dios y cómo es Dios, porque creemos que Jesús es el rostro humano de Dios. No hay que simplificar demasiado, so pena de reducir la religión a sentimientos, lo cual sería un error grave e imperdonable. No hay que simplificar, pero hay que decir con voz clara y contundente que en el «combate» entre la «compasión» y el «legalismo», cuando el púgil era Jesús, ganaba siempre la «compasión».
Pedro Ignacio Fraile Yécora, 9 de Junio de 2013




LA CRUZ DE CRISTO Y LA POESÍA (i)
            Mañana es la «Exaltación de la Santa Cruz». Fiesta hermosa y popular. En mi ciudad natal, Tarazona, es el «Santísimo Cristo de la VOT (Venerable Orden Tercera)», en memoria viva de la presencia franciscana en la ciudad; para la gente de a pie es sencillamente «el Cristo». En torno a Tarazona muchos pueblos celebran también la fiesta de la cruz del Señor. Hoy quiero acercarme a esta fiesta desde la poesía.

            La primera cita, cómo no, me lleva con la cabeza, no sé si con el corazón, a mi idolatrado Antonio Machado. En su hermoso poema «al Cristo de los gitanos» dice: ‘no puedo cantar ni quiero, a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar». Hermosas palabras que Juan Manuel Serrat ha divulgado por todo el mundo hasta el punto de que ni él mismo es dueño de su canción: por doquier se canta esta hermosa letra y esta hermosa melodía, pero… ¿qué quería decir Antonio Machado? ¿no queremos cantar la cruz redentora de Cristo? ¿preferimos al Jesús de Galilea que anuncia el reino de Dios entre los pobres, a orillas del mar de Galilea, y no queremos al que entregó su vida hasta el final y fue ajusticiado por los dirigentes en Jerusalén? No lo sé… pensemos. Y leamos de nuevo a Antonio Machado.
¿Quién me presta una escalera
Para subir al madero
para quitarle los clavos
    a Jesús el nazareno?
Oh, la saeta al cantar
al Cristo de los gitanos
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar.
Cantar del pueblo andaluz
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz.
Cantar de la tierra mía
que echa flores
al Jesús de la agonía
que es la fe de mis mayores.
Oh, no eres tú mi cantar
no puedo cantar, ni quiero
                                                                  a ese Jesús del madero,
                                                        Sino el que anduvo en la mar
            Una poesía anónima del siglo de oro español, que se atribuye sin saber bien por qué a san Francisco Javier, se dirige al Cristo «clavado en una cruz y escarnecido», y juega con las paradojas tan del gusto de los poetas místicos españoles: «aunque no hubiera cielo, yo te amara» y «aunque no hubiera infierno te temiera». La cruz de Cristo tiene esa capacidad de ponernos frente a él. Miramos y nos mira. Le interrogamos y nos interroga. Cuentan del Santo cura de Ars que una vez entró en la iglesita de su parroquia y vio a un campesino mirando al Cristo. El buen cura le preguntó ¿qué hace usted? Y el campesino le dijo: «yo le miro y él mi mira». Dejemos que hable el poema.
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
            Entre las poesías a la cruz, esta con nombre, siempre me ha impresionado la dedicada a Cristo crucificado desde la experiencia del dolor propio que la autora denomina ‘mi carne enferma’. La experiencia del dolor humano tiene su espejo en Cristo crucificado. No creemos en un «dios de juguete» que no comparte nuestra vida. La experiencia del dolor acompañar el devenir diario del ser humano, y el amor de Cristo crucificado abraza al hombre que sufre en su carne y en su espíritu. Abraza para amarlo, para decirle que Dios no le ha abandonado.
En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y sólo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
 cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta. Amén.
Gabriela Mistral 
            Quiero concluir con un himno litúrgico y con una antífona. El himno nos adentra de nuevo en la paradoja cristiana: la victoria y la vida que nos regala Cristo está en su cruz: ‘Victoria, tú reinarás, ¡oh cruz, tú nos salvarás!
 ¡VICTORIA! ¡TÚ REINARÁS!
¡OH CRUZ! ¡TÚ NOS SALVARÁS!

El Verbo en ti clavado,
muriendo nos rescató.
De ti, madero santo,
nos viene la redención.

Extiende por el mundo,
tu Reino de salvación.
¡Oh cruz, fecunda fuente,
de vida y bendición!
La gloria por los siglos,
a Cristo libertador.
Su cruz nos lleve al cielo,
la tierra de promisión.
La antífona es luminosa a la vez que hermosa: 
“Tu Cruz adoramos, Señor,
y tu santa resurrección
alabamos y glorificamos,
Por el madero ha venido
la alegría al mundo entero”.
 Que pongamos, como el campesino de Ars, nuestros ojos en Cristo crucificado.
Pedro Ignacio Fraile Yécora
14 de Septiembre de 2012
Exaltación de la Santa Cruz
 
           










LA CRUZ DE CRISTO EN LA POESÍA CREYENTE (II)

             A raíz de la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, he recordado otras poesías en castellano que afrontan este mismo hecho terrible, que se torna en acontecimiento salvífico. La cruz no se entiende; por eso mismo los poetas quieren acercarse a ella con las palabras del corazón, no sólo de la inteligencia.

            Quiero comenzar recordando a ese poeta de altura, a quien creo que no se le ha hecho toda la justicia que se merece; hecho de barro zamorano y de fe honda de sus mayores. León Felipe encierra en sus versos la hondura de la fe rumiada y heredada en la tierra castellana junto con la rebeldía del poeta sensible que no se sabe de ningún sitio y que quiere creer aunque no pueda. León Felipe es un gigante de la poesía y de la fe. En su poema pide una cruz «sencilla», porque la tierra es sencilla, y el hombre es de tierra, y Jesús-hombre se «hace humano y se hace barro y tierra». Los ornamentos sobran, porque oros y platas sólo despistan de la hondura del momento: hombre crucificado y Dios crucificado. Misterio del barro humano, que solo Dios puede acoger y transformar en vida. La cruz solo tiene dos palos: uno hacia el cielo y otro hacia la tierra. Abrazo para los humanos y grito al Padre. Muchas veces recuerdo este poema y me lo repito, para no olvidar el misterio de la cruz.


Hazme una cruz sencilla carpintero


Hazme una cruz sencilla, carpintero...
sin añadidos  ni ornamentos...

Que se vean desnudos los maderos,
desnudos y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano
de los dos mandamientos...

Sencilla, sencilla...
hazme una cruz sencilla, carpintero

(León Felipe)


EN LA CRUZ ESTA LA VIDA Y EL CONSUELO


     Santa Teresa de Jesús es castellana, abulense; León Felipe es zamorano, del antiguo reino de León. Los dos están unidos a la tierra y a la fe. El varón tiene una poesía suelta, libre, sin referencias teológicas explícitas. La mujer compone de forma elaborada, con «sabidurencia» teológica. El primero sólo pide que le hagan una «cruz sencilla» que recuerde el abrazo de Dios al hombre y su mirada que se eleva al cielo. La segunda nos habla de salvación, y de consuelo. Los dos sufren porque son sensibles y aman. Los dos escriben y saben que la cruz forma parte del día a día del ser humano. Dos poetas de la tierra con hondura de sufrimiento amasado y expresado.

En la cruz está la vida y el consuelo,
y ella sola es el camino para el cielo.


En la cruz está "el Señor de cielo y tierra",
y el gozar de mucha paz, aunque haya guerra.
Todos los males destierra en este suelo,
y ella sola es el camino para el cielo.
De la cruz dice la Esposa a su Querido
que es una "palma preciosa" donde ha subido,
y su fruto le ha sabido a Dios del cielo,
y ella sola es el camino para el cielo.
Es una "oliva preciosa" la santa cruz
que con su aceite nos unta y nos da luz.
Alma mía, toma la cruz con gran consuelo,
que ella sola es el camino para el cielo.
Es la cruz el "árbol verde y deseado"
de la Esposa, que a su sombra se ha sentado
para gozar de su Amado, el Rey del cielo,
y ella sola es el camino para el cielo.
El alma que a Dios está toda rendida,
y muy de veras del mundo desasida,
la cruz le es "árbol de vida" y de consuelo,
y un camino deleitoso para el cielo.
Después que se puso en cruz el Salvador,
en la cruz está "la gloria y el honor",
y en el padecer dolor vida y consuelo,
y el camino más seguro para el cielo.

(Teresa de Jesús)


!OH CRUZ FIEL, aRBOL uNICO EN NOBLEZA!


            Los himnos litúrgicos están mucho más elaborados. Se ve la mano del poeta que sabe medir y rimar con maestría. Se ve la mano del teólogo: «el redentor en trance de cordero»; el «árbol de Adán se contrapone al árbol de la cruz»; Jesús camina libremente a su muerte en cruz «dando el paso porque él quiso».  Las imágenes son contundentes: el árbol que da hoja, flor y fruto, haciendo del tronco abrupto del madero, un árbol inigualable. No por la nobleza de la madera, sino por el humano que de ella pende.


¡Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos!

¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!

Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triunfo de la sangre y del madero;
y un Redentor, que en trance de Cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra.

Dolido mi Señor por el fracaso
de Adán, que mordió muerte en la manzana,
otro árbol señaló, de flor humana,
que reparase el daño paso a paso.

Y así dijo el Señor: "¡Vuelva la Vida,
y que el Amor redima la condena!"
La gracia está en el fondo de la pena,
y la salud naciendo de la herida.

¡Oh plenitud del tiempo consumado!
Del seno de Dios Padre en que vivía,
ved la Palabra entrando por María
en el misterio mismo del pecado.

¿Quién vio en más estrechez gloria más plena,
y a Dios como el menor de los humanos?
Llorando en el pesebre, pies y manos
le faja una doncella nazarena.

En plenitud de vida y de sendero,
dio el paso hacia la muerte porque él quiso.
Mirad de par en par el paraíso
abierto por la fuerza de un Cordero.

Vinagre y sed la boca, apenas gime;
y, al golpe de los clavos y la lanza,
un mar de sangre fluye, inunda, avanza
por tierra, mar y cielo, y los redime.

Ablándate, madero, tronco abrupto
de duro corazón y fibra inerte;
doblégate a este peso y esta muerte
que cuelga de tus ramas como un fruto.

Tú, solo entre los árboles, crecido
para tender a Cristo en tu regazo;
tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo
de Dios con los verdugos del Ungido.

Al Dios de los designios de la historia,
que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
al que en la cruz devuelve la esperanza
de toda salvación, honor y gloria.

  Amén.


EL ARBOL DE LA VIDA


            No me puedo considerar poeta, porque no lo soy; pero a veces me gusta poner por escrito, casi sin corregir, lo que me sugiere una lectura bíblica. El evangelio de Juan pone en paralelo el episodio de la serpiente levantada en un palo, como símbolo en medio del desierto, que sólo sanaba exteriormente, con la persona de Jesús, que elevado en la cruz, salva: ‘como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado,  para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna (Jn 3,14-15). Yo me imaginaba al pueblo de Israel, ansiando por llegar a la Tierra Prometida: un monte, un barranco, un espejismo… sigue el camino… ¿hay futuro? La serpiente del desierto era símbolo de una salvación pasajera para aquellos que estaban dañados; Cristo en la cruz es salvación real para todo el que pone sus ojos en él. Sin pretensiones de poeta, sino de creyente que comparte sus sentimientos, ahí están mis versos sueltos y sentidos.

Num 21,4-9; Jn 3,14

La Tierra Prometida
está siempre detrás de aquella colina.
El guía nos dice, ‘un poco más’,
y nosotros sólo podemos musitar:
‘ya no puedo más’.

Con voz débil le decimos:
¿Dónde estás, Señor, en este desierto?
¿Vas a dejar que tu pueblo muera renegando?
¿No vas a intervenir?
Si murmuramos, no te extrañes.
¿Vas a castigarnos porque recordamos otros tiempos
cuando éramos insultantemente felices?
La distancia es demasiado grande
entre nuestra condición rota y tu Señorío.
No nos dejes; no renuncies a tu obra;
somos tuyos; tú nos llamaste a la vida;
tú nos regalaste el don de la fe.

Y entonces, como en una visión,
aparece la cruz del Hijo, y una voz que dice:
«En este árbol está la Vida».


Pedro Fraile




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