SALMOS. LECTURA CREYENTE

BUSCADORES INCANSABLES DE DIOS: Salmo 42-43


            Las personas podemos definirnos como «buscadores», o como «caminantes», o también como «peregrinos». Los tres títulos comparten la idea de «estar en búsqueda», de «abrirse» a algo distinto y desconocido. Los tres comparten la idea de «carencia» y de «necesidad». El caminante y el peregrino sienten sed en el camino y buscan agua. El peregrino, si sale con rumbo, si tiene un punto preciso de llegada, quiere ver la «meta», la desea con ansia comprensible. Si el destino es religioso, no vale con llegar a una estancia cómoda, a una vida muelle, sino que todo es estar de paso hasta alcanzar al mismo Dios. En el salmo 42 ambas ideas («sed» y «meta») se describen de forma magistral. El sustantivo «Dios» se repite en cuatro ocasiones, en diferentes sintagmas: «Dios mío», «sed de Dios», «Dios vivo» y «rostro de Dios».

Como busca la cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca a ti, Dios mío;
tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?

            La experiencia de la búsqueda de Dios es larga, a veces penosa, incluso dolorosa. Por dos veces el salmo 42 recoge esta idea. Primero habla de las «lágrimas» como alimento. La experiencia religiosa de búsqueda con frecuencia va acompañada de las lágrimas del que busca a Dios. No son incausadas,  o por simple cansancio físico. A veces son provocadas por las risas, burlas y chanzas de los amigos, vecinos y compañeros de viaje: ‘¿aún crees en Dios’, ‘dime dónde lo puedo encontrar, para que yo lo vea…’

Las lágrimas son mi pan noche y día
Mientras todo el día me repiten:
¿dónde está tu Dios?

Se me rompen los huesos
Por las burlas del adversario.
Todo el día me preguntan
¿dónde está tu Dios?

El poeta/creyente/orante juega con la imagen de Dios y su experiencia inmediata. Dios es «su Roca»;  Dios es «su protector». Primero le echa en cara que le «olvide» y que le «rechace». Luego repite un mismo estribillo por dos veces: ¿por qué voy andando, sombrío, hostigado por mi enemigo? Los salmistas no identifican al enemigo. Es mejor, porque es una experiencia cierta, pero con nombres y situaciones diversas. Enemigo es el compañero de trabajo que quiere desplazarte de tu puesto para colocarse él, y enemigo es el que te calumnia por envidia. Enemigo es el que se ríe de ti porque eres molesto, y enemigo es el que quiere echarte de las instituciones por tu actitud profética. Enemigo eres tú, «el hombre que va contigo» (en expresión de Antonio Machado) cuando sientes la tentación de dominar a otras personas, y cuando caes en tus contradicciones. Dios desaparece como en un silencio. Si es mi «roca» que me «protege», ¿por qué se desvanece en los momentos que más lo necesito?

Diré a Dios:
Roca mía, ¿por qué me olvidas?
¿Por qué voy andando sombrío,
Hostigado por mi enemigo?

Tú eres mi Dios y protector
¿Por qué me rechazas?
¿Por qué voy andando sombrío,
Hostigado por mi enemigo?

Sin embargo, el creyente, si ha tenido una «experiencia verdadera» de Dios; si no habla de él «de memoria», «de oídas», sino que su «sabiduría» proviene de «saborear» a Dios, «sabe» que Dios no le va a fallar. Por eso se pregunta a sí mismo, «a su alma», por qué se acongoja, entristece y turba. El tiempo de la turbación puede ser largo, pero está seguro de que «volverá a alabarlo». En el salmo, por tres veces, se repite esta estrofa, que no da pie a la angustia sino a la esperanza confiada.

¿Por qué te acongojas, alma mía,
 por qué te me turbas?
 Espera en Dios que volverás a alabarlo:
 "Salud de mi rostro, Dios mío".


EL SEÑOR SOSTIENE MI VIDA. Salmo 54

Comparto con vosotros esta breve exégesis del Salmo 54, una súplica individual.

Salmo 54

            3          Oh Dios, sálvame por tu nombre,
                        sal por mí con tu poder.
            4          Oh Dios, escucha mi súplica,
                        atiende a mis palabras;
            5          porque unos insolentes se alzan contra mí,
                        y hombres violentos me persiguen a muerte,
                        sin tener presente a Dios.
            6          Pero Dios es mi auxilio,
                        el Señor sostiene mi vida.
            7          Devuelve tú su maldad a mis contrarios
                        Y destrúyelos, por su lealtad
            8          Te ofreceré un sacrificio voluntario,
                        dando gracias a tu nombre, que es bueno;
            9          porque me libraste del peligro,
                        y he visto la derrota de mis enemigos.

            1. Notas textuales. El salmo empieza en el v. 3 porque los dos primeros versículos forman parte de la «cabecera». ‘Al maestro del coro, con arpas. Oda de David. Cuando los de Zif fueron a decir a Saúl que David estaba escondido con ellos’.
            El versículo 7 es una petición de intervención de Dios contra los enemigos. La Liturgia de las Horas excluye intencionadamente este versículo.
            2. Aspectos literarios: El salmo pertenece al género literario de las 'súplicas individuales'.    Desde el punto de vista estilístico, se distingue con claridad tres paralelismos sinonímicos:

                        v. 4      Oh Dios,                                 escucha mi súplica
                                                                                   atiende mis palabras
                       
                        v. 5      unos insolentes                         se alzan contra mí
                                    unos hombres violentos            me persiguen a muerte

            El tercer paralelismo ocupa el centro del salmo (tres versos [3-5], centro en el v. 6 y  tres versos [7-9]), ayudándonos a reconocer el sentido que el orante quiere destacar: Dios auxilia y sostiene la vida del creyente

                        v. 6      Dios                 es                     mi auxilio
                                    el Señor           sostiene            mi vida
            
               3. Antropología teológica: El ser humano, débil en su constitución, y rodeado de peligros (carestía, violencia, enfermedades) suplica a Dios. La oración de súplica es, quizás, la más natural y espontánea. Tres verbos significativos: «sálvame», «escucha», «atiende». En una relación de fe de carácter interpersonal, el creyente pide a Dios que esté atento a sus súplicas y que además le haga caso, que no le ignore.
            El salmo continúa con una «confesión de confianza» en Dios: él es «mi auxilio», él «sostiene mi vida». No se puede rezar a Dio si se duda bien de que salva, bien de que está cerca de quien le reza. La confianza es necesaria en la vida relacional, y en la vida de la fe.
        El orante pide que Dios intervenga y que destruya a los «adversarios/contrarios/enemigos». ¿Quiénes son y, consecuentemente en qué consiste esta destrucción? Los «enemigos» que acechan no se identifican, si bien insiste en que son «violentos»: ¿acreedores que buscan cobrar un dinero? ¿Personas violentas que persiguen al justo? O de forma simbólica, ¿una enfermedad? ¿Un período largo de hambre?
            El salmo da un salto repentino y concluye con una promesa de acción de gracias porque Dios ha intervenido salvando. El colofón invita a la confianza en Dios.
            4. Lectura espiritual. La fe no excluye ni el dolor, ni el sufrimiento, ni las carestías, ni las dificultades. Pero el creyente las afronta de forma distinta. Los «adversarios» del ser humano, como hemos indicado, son múltiples; cada uno puede identificarlos y ponerles nombre.
            La fe en Dios no es un «seguro de vida», de forma que el creyente se ve libre de acosos, violencias, crisis o persecuciones. Pero la confianza en que Dios hace justicia, que no abandona, es el motor principal y el fundamento de su vida. Como dice el orante: «el Señor sostiene mi vida».


DIOS ES NUESTRA FELICIDAD Y BENDICIÓN. Salmo 128

Salmo 128

1 a       Canto de peregrinación

1b        Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos.

2          Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien;
3          tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa;
            tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa:

4          Esta es la bendición del hombre que teme al Señor.
5          ¡Que el Señor te bendiga desde Sión!
            ¡Que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida!
6          ¡Que veas a los hijos de tus hijos! ¡Paz a Israel!


            1. Notas textuales. El salmo empieza en el 1 b. Forma parte de la colección de salmos conocida como «Salmos de peregrinación» (120-134).
            2. Aspectos literarios: Es un salmo muy sencillo con dos partes muy claras. La primera es una «bienaventuranza» (dichoso aquél que…), la segunda una «bendición». En la «bienaventuranza», formulada en el tiempo verbal del futuro (serás, te irá…) se desarrolla en una doble imagen de fecundidad vegetal: mujer como «parra fecunda», los hijos como «renuevos de olivo». La bendición se amplía en otras tres que hacen referencia a la presencia de Dios en Sión/Jerusalén; a la prosperidad de Jerusalén; y de forma más cercana, que el orante vea su descendencia.
            El poeta se sirve de la repetición de una misma palabra en dos versos contiguos: «dichoso/dichoso» (v. 1 b y 2); «bendición/bendiga» (v. 4 y 5). Las dos partes del salmo están perfectamente relacionadas con la misma estructura:

            1 b       Dichoso el que teme al Señor
            4          Esta es la bendición del (…) que teme al Señor       
           
            3. Antropología teológica: Estamos ante un salmo sapiencial. Los dos términos clave que destacan son la «dicha» y la «bendición». El primero, el de la «bienaventuranza» está unido al de «temor de Dios», que en muchas traducciones versionan el sintagma hebreo como «respeto» u «honra» para evitar la palabra «temor». Con este sintagma, «temor de Dios», el sabio quiere resumir toda la experiencia religiosa de presencia ante Dios, que es cercana y a la vez inasible, que es de alegría y a la vez de santidad, que es de cariño y a la vez de respeto. El verdadero  creyente no hace burlas de Dios, ni pretende jugar con él, sino que le ama y le respeta. Por otra parte aparece de nuevo la imagen recurrente de los «caminos», propia de los consejos del sabio. La persona cabal transita por los «caminos» que le marca el Señor. La insensata los ignora o se sale de ellos.
            El segundo término clave es «bendición». Dios «bendice» a sus elegidos. Ahora bien, esta «bendición«, en estos momentos, se mueve en un ámbito puramente terrenal. Se manifiesta en una familia extensa, fecunda, y en una vida prolongada que permite ver a los «hijos de los hijos». La bendición incluye dos referencias a Jerusalén, que pueden parecer en principio extrañas. Para el judío creyente, la Gloria de Dios habita en el monte santo de Sión; Jerusalén es la ciudad santa. Ambas cosas van de la mano. Cuando Dios se retira del Templo, por ejemplo en el Exilio, Jerusalén fracasa. Viceversa, la prosperidad de Jerusalén está unida a la presencia de la Gloria de Dios en su Templo.

            4. Lectura espiritual. La experiencia de Dios de algunas personas es de no poder amar a Dios porque le ven como «rival», como «vigilante», como «acusador», como «déspota», o como «tirano». Son imágenes distorsionadas y muy dañinas que, sin embargo, no terminan de desaparecer. Este texto nos presenta a Dios como aquel que nos «bendice» y que es nuestra «dicha/felicidad». La perspectiva cambia radicalmente.
            El sabio (hoy diríamos el «acompañante» de nuestra vida espiritual), nos remite a Dios y al respeto amoroso que le debemos; de ahí se sigue una vida recta, acorde con nuestra experiencia de Dios. El que cree en Dios le «teme/respeta/honra» en todos momentos de su vida y «sigue sus caminos».
           En una sociedad agrícola, la multitud de hijos era una bendición, pues todos ayudaban en las tareas del campo y aseguraban la prosperidad de la casa. Hoy tendríamos que dar un giro a esta expresión, sin dejar de lado la bendición que supone acoger la vida en su lozanía, en su riqueza y hermosura, como regalo de Dios.


GUSTAR A DIOS: Salmo 139

Dios no es un «problema del intelecto». No es posible ni explicarlo en una pizarra universitaria, ni captarlo en una fotografía de alta definición. Dios no se deja «atrapar», pero se puede «gustar», «saborear». Unas veces el «regusto» que deja en los sentidos y en la memoria es dulce, otras amargo. Los  salmos recogen esta experiencia única, y real, de «haber gustado» a Dios. El salmo 34 al hablar de que Dios «escucha» y atiende a su pueblo, contiene esta conocida frase: ‘gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a Él’ (Sal 34,9).
            El ser humano puede ser protagonista de una experiencia religiosa, aunque no sea capaz de ponerle nombre. Es la experiencia de saberse «habitado por otro»; de saberse «sostenido por otro»; de saberse «sobrepasado por otro», «envuelto y abrazado por otro». No es una experiencia de miedo, sino de ser consciente de que tu intimidad, por grande que sea, la conoce otro; y la conoce incluso más que tú mismo. La experiencia de que todos tenemos una vida externa es evidente, pero es la experiencia de que todos tenemos, en mayor o menor medida, una vida interior. Que quizá no la hemos desarrollado, no la hemos cultivado, no nos hemos puesto a la escucha, pero que existe.
            Para los creyentes ese «otro» es Dios, al que deseas, pero que no terminas de dominar. Al que intuyes, pero no terminas de percibir; al que buscas, pero no terminas de encontrar. La experiencia de Dios necesario y cercano, y a la vez totalmente otro, la refleja muy bien el salmo 139. Es un salmo para todos, creyentes y personas que están en búsqueda, pero que sienten «susurros» de Dios en su vida.
            Comienza con una constatación de la intimidad que supone una relación con Dios: «sondear», «penetrar», «estrechar». No es solo un conocimiento de memoria, de libro, sino de experiencia que no se busca y que aparece: «me conoces», «sabes», «distingues». Es una experiencia total, global, que llega hasta lo más íntimo; que uno mismo no es capaz de dominar: «me sobrepasa», «es sublime y no lo abarco». Esta experiencia lo la llamaríamos «fontal», porque nos conecta con nuestra «fuente» más profunda, que bebe en Dios. Una experiencia «envolvente», pues no podemos abarcarla. Una experiencia «paradójica», pues a la vez es familiar, conoce las sendas, y a la vez es sublime.

1b        Señor, tú me sondeas y me conoces;
2          me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
3          distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
4          No ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda.
5          Me estrechas detrás y delante,          
me cubres con tu palma.
6          Tanto saber me sobrepasa,
es sublime, y no lo abarco.

            En un segundo momento, el orante expresa este deseo de desasimiento, casi de desgarro, de no querer que esta experiencia vaya contigo a todas partes. Sin embargo, es imposible, porque está «grabada» como una «huella indeleble» en el corazón. No es cuestión de «huir», de «correr», de «esconderse». El que quiere evitar la luz es porque algo teme. El que quiere esconderse es porque hay aspectos de su vida que no quiere que se conozcan. Sin embargo este deseo de «ocultación», de «pérdida» en el «anonimato» es imposible ante Dios. Él es nuestro compañero de camino, nuestra sombra en los días del sol, y nuestro descanso en las fatigas del camino. Va con nosotros. La cuestión está en cómo vivimos esta experiencia profunda, íntima, personal, delicada, suave y fuerte a la vez.


7          ¿Adónde iré lejos de tu aliento,
adónde escaparé de tu mirada?
8          Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro;
9          si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta el confín del mar,
10        allí me alcanzará tu izquierda,
me agarrará tu derecha.
11        Si digo: "que al menos la tiniebla me encubra,
que la luz se haga noche en torno a mí",
12        ni la tiniebla es oscura para ti,
La noche es clara como el día.

El orante no cae sin embargo en la desesperación, o en la locura, o en la violencia. Este saberse «habitado» por otro, que no es él mismo, sino Dios en él, hace que «dé las gracias». Primero reconoce humildemente que es «criatura»: has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Luego pasa al agradecimiento. No es una experiencia fácil, pues hay muchas personas que no se sienten deudoras de la acción creadora de Dios. La autosuficiencia cierra el paso a la alabanza al creador.

13        Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
14        Te doy gracias porque me has escogido portentosamente,
porque son admirables tus obras;
15        conocías hasta el fondo de mi alma,
no desconocías mis huesos.

Más difícil es aún comprender los versos siguientes en nuestra cultura. Para unos, los más racionales que no admiten una relación con Dios, porque no admiten un Dios personal, rechazan que Dios tenga algo que ver con la historia personal de cada uno de nosotros: «Si Dios existe es su problema», podrían decir de forma cáustica. Para otros, más crédulos con el mundo de las fuerzas atávicas y cósmicas que nos gobiernan (el «fatal destino», el «fatalismo», que no es Dios), querrían ver aquí la confirmación de sus creencias. Sin embargo, para el creyente bíblico, la experiencia es que Dios no tiene un antes, y un después; Dios no está sujeto a los minutos y a las horas. Su «ahora» es un presente que no concluye; su «hoy» es una presencia del momento salvífico. El orante se siente desbordado por Dios, que lo sabe todo, pero que a la vez cuenta con él en su vida personal, libre y autónoma.



Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra,
16        tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro;
calculados estaban mis días antes que llegase el primero.
17        ¡Qué incomparables encuentro tus designios,
Dios mío, qué inmenso es su conjunto!
18        Si me pongo a contarlos, son más que arena;
si los doy por terminados, aún me quedas tú.(…)

El orante concluye, admirado, con una petición humilde. Ya no es una afirmación como al principio, sino una súplica: «sondéame», «conóceme», «ponme a prueba». Concluye, como no podría ser de otra forma en un texto orante de la tradición judía, con una súplica para que le lleve «por el camino eterno».

23        Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
24        mira si mi camino se desvía,

guíame por el camino eterno.


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