31 mayo, 2013

EL CANTO DE LIBERTAD DE LA MUJER


 

               No es fácil encontrar en la Biblia una escena donde las dos protagonistas sean mujeres, sin que aparezca la figura masculina, aunque las haya. Una de ellas, poco conocida, es la de Sara con su esclava Agar. La narración principal sigue el hilo de un matrimonio anciano, cabezas de un gran clan: el de Abrahán y Sara. En todas las culturas, mucho más en las antiguas, la descendencia y procreación es un honor, un deber, una responsabilidad y un medio de subsistencia y de asegurar el futuro. Sara, la esposa legítima, no puede tener hijos (ancianidad, esterilidad… sea lo que sea); Agar, la esclava, es mujer fértil que lleva en sus entrañas el fruto del anciano Abrahán. Sara siente envidias, celos, ira, coraje… y busca la «solución» expulsando a la esclava Agar al desierto con su niñito, Ismael.

            Esta historia es tremenda, pero no es ni la única en la Biblia que hable de mujeres, ni la definitiva. Bueno, lo primero: ¿Cómo acaba la historia de Agar e Ismael? La narración nos dice que Dios no abandona a la joven Agar con su hijito, sino que los protege; no en vano, el niño Ismael será el padre de los futuros ismaelitas. Recordemos que los musulmanes se remontan en sus tradiciones a Ismael, y que los hijos del Islam reciben también el nombre de «agarenos».

            Esta historia, como decía, no es la «ejemplar» en la Biblia, sino que es modelo de la condición humana sujeta a la envidia y  la violencia, que sin embargo, tiene una salida feliz. La narración que más me interesa a mí hoy es la de otras dos mujeres: Isabel y María. Son «primas», pues ambas tienen sus orígenes en las montañas de Judá, si bien la familia de María se había desplazado al norte del país, a Nazaret. Sabemos por la historia que los reyes judíos «asmoneos», siguieron todo un plan de «judaización» de la poco piadosa Galilea enviando familias de los alrededores de Jerusalén.

            La escena es ahora sólo de dos mujeres. Una, Isabel, es la mujer  madura que ha esperado durante mucho tiempo tener un hijo; ya en su «vejez/madurez» lo recibe y lo acoge como un «regalo de Dios». La otra, María, es la doncella de Israel que ha visto su joven vida virginal abierta a la vida de un futuro nacimiento. Cuando María se entera de que Isabel está encinta, sale corriendo al encuentro con su prima. La narración nos dice que se funden en un «abrazo». Encuentro con abrazo; abrazo que se encuentra; abrazo encontrado; encuentro abrazado.

            ¿Sólo se abrazan dos primas? ¿Sólo se encuentran dos mujeres? No. Se encuentran y se abrazan las dos mujeres que llevan en su seno el plan amoroso de Dios. Isabel lleva en su seno a Juan Bautista. María lleva en su seno a Jesús. Isabel lleva en sus entrañas al profeta que culmina las promesas de Dios, manifestadas en el Antiguo Testamento, y el que asegura el tránsito al nuevo profeta, Jesús. María lleva en sus entrañas al hombre-profeta Jesús, que lleva a plenitud la revelación del Dios de Israel y de la historia. No sólo se abrazan dos mujeres, sino que se abrazan dos eslabones de una única historia, la historia de la salvación de Dios, que culmina en Jesús.

            ¿Qué dice Isabel? Lo primero, bendice a su prima: «¡Pero qué requeteguapa estás! ¡Pero qué bien te sienta el embarazo! ¡Pero qué requetesalada y requetebonita que eres!» O en lenguaje bíblico, para que nadie se me enfade: «¡Bendita tú entre las mujeres!».

            ¿Qué dice María? María nos salió «revolucionaria». Comienza bendiciendo a Dios («¡Qué grande eres, Dios mío! ¡Cuánto te quiero!», o literalmente: ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor!). Luego dice que Dios hace sus planes, que no coinciden necesariamente con los criterios de los hombres; a unos, los potentados egoístas y soberbios; malencarados, maleducados y aburridos... Dios les hace caer de su «altura» y les pone a servir la mesa. ¿Ahí queda todo? No; Dios se fija en los sencillos con buena cara; a los que aman sin poner medida; a los que entienden lo inimaginable sólo por amor; a los que son capaces de perder sólo para que una persona débil se beneficie… Son las cosas de Dios, y María las canta en un himno a la libertad.

            Hay un «pequeño» problema para los hombres y mujeres de hoy. El problema está en que hoy cuando decimos «libertad», lo primero que nos quitamos de encima, como si de un mal compañero de viaje se tratara, a Dios. María nos salió humilde a la vez que valiente; sencilla a la vez que lista; despierta a la vez que atrevida; y además, creía con todo el corazón en Dios, en el Dios de sus padres. Que María fuera una «mujer creyente» eso ya no lo lleva tan bien una parte de nuestra sociedad, pero… eso es lo que hay… Una mujer libre y creyente; creía con libertad; era libre para creer. Era una «revolucionaria que creía en Dios».

            Hoy, 31 de Mayo, es la Visitación. Allí, en la Montaña de Judea hay un Santuario en la ciudad de Ain Karen, a las afueras de Jerusalén. El corazón se nos va allí… y el corazón se nos queda con todas las mujeres que entonan su «Magníficat» a Dios, su «canto de libertad de mujer».

 

Pedro Ignacio Fraile Yécora

 

31 de Mayo de 2013; Fiesta de la Visitación de María a su prima Santa Isabel.

 

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