09 junio, 2013

JESÚS TOCÓ EL FÉRETRO Y SE COMPADECIÓ





Hoy os propongo una “pelea” entre dos púgiles que luchan en el interior de todo ser humano. Por una parte, un potentísimo, musculoso y bien nutrido combatiente responde al nombre de “legalismo”. Hace siglos que impone su ley por doquier; nadie se libra de su influencia. En el lado contrario se propone vencerle el indomable y persistente luchador que responde al nombre de “compasión”. Uno frente otro y uno «contra» otro (la “vs” del título es un apócope de versus, que en latín se puede traducir como “contra”).

Ambos pueden luchar ante la “Legalidad oficial del estado” (ser compasivo con los errores o aplicar la dura ley); ante la razón y sentido de la “sanidad” (derechos para todos, tengan papeles o no o sanidad sólo para quien cumpla requisitos); también pueden combatir la dura pelea de las “relaciones humanas” (rigidez o respeto; intolerancia o diálogo). Hoy los dos púgiles se enfrentan poniendo en juego la relación del ser humano con Dios. No nos engañemos, ¿quién de nosotros, como creyentes, no ha tenido alguna vez en su interior este combate?

La Biblia refleja con claridad esta doble vía. Son dos formas distintas de ponerse ante Dios, ante la presencia de Aquel que nos rodea a la vez que nos sustenta; de Aquel que nos provoca a la vez que  nos consuela; de Aquel que nos exige a la vez que nos abraza; de Aquel que se nos esconde a la vez que lo llamamos; de Aquel que buscamos y también rechazamos. Para unos el único acceso a Dios y la única forma de presentarse ante Él es preservar la separación entre su santidad y nuestra pobreza: la única relación posible es la marcada por las normas. Para otros el camino a seguir para acceder a él y vivir de forma correcta la fe es hacer la ruta de la humanidad que ama, que sufre, comprende y se compadece.
Como he dicho, en la Biblia hay dos caminos que no se excluyen, sino que conviven. Uno de ellos insiste en la «alianza» por «amor», si bien luego advierte que es una alianza condicionada a que el pueblo cumpla unos mandamientos; a su vez estos mandamientos no son para esclavizar, sino para que el pueblo «viva» en la tierra que Dios le va a dar (Deuteronomio). Una alianza que el pueblo rompe y a la que Dios responde buscando enamorar de nuevo a su gente para que vuelva a él (Oseas). Una alianza que se revela en la «misericordia, ternura, entrañas» (Oseas). Una alianza que, ante la continua tozudez del pueblo de ir por otros caminos distintos a los de Dios, Dios mismo promete que la hará «nueva» (Jeremías) y «eterna» (Ezequiel).
El segundo camino es el de la «santidad que separa a Dios de su creación» (Génesis), que se revela en la santidad del Templo y ante el que sólo puedes postrarte (Isaías), que se manifiesta en los patios concéntricos y sucesivos del Templo de Jerusalén. Una santidad que necesita mediadores (la monarquía davídica, el Mesías), para acercar al hombre a Dios. Una santidad que con el tiempo se transformará en Ley (Esdras), y tras sucesivas crisis en legalismo puro y duro (fariseos).
No son dos caminos excluyentes, sino dos formas de «vivirnos» en presencia de Dios. Todos conocemos personas que, cuando hablan de Dios, las palabras que salen espontáneamente de su boca son «los mandamientos de la ley de Dios»; un poco de humor no viene mal ¿cómo tiene la cara esta gente? ¿No tienen la cara muy severa, como si de “señoritas Rottermaier”, la tutora de Heidi, se trataran? ¿No parece que se han tragado un palo o que están todo el día comiendo pepinillos?
Hay otras personas que, cuando hablan de Dios, espontáneamente les viene a la boca la palaba «amor». Estas personas se dejan mover por la misericordia más que por la culpabilidad, y por el abrazo más que por el golpe. Estas personas lloran por el sufrimiento ajeno y se encabritan cuando ven que todos se ríen de una persona débil. Hay una palabra bíblica que se repite en Oseas, y luego sobre todo en los evangelios cuando hablan de Jesús. Esa palabra es «compasión».
En el evangelio de hoy Jesús se «compadece» al ver cómo aquella mujer llora desconsolada porque ha perdido a su hijo. Sucedió en Naín, en un pueblo pequeño de Galilea. Jesús se «dejó mover a compasión» y así reveló en qué Dios creía y cuál era su experiencia de Dios. Es más, para los que somos cristianos, Jesús con este gesto revela quién es Dios y cómo es Dios, porque creemos que Jesús es el rostro humano de Dios. No hay que simplificar demasiado, so pena de reducir la religión a sentimientos, lo cual sería un error grave e imperdonable. No hay que simplificar, pero hay que decir con voz clara y contundente que en el «combate» entre la «compasión» y el «legalismo», cuando el púgil era Jesús, ganaba siempre la «compasión».
Pedro Ignacio Fraile Yécora, 9 de Junio de 2013