28 junio, 2013

LA CONVERSIÓN DE SAN PEDRO Y DE SAN PABLO


Ante la proximidad de la Solemnidad de los santos Pedro y Pablo, quiero compartir con vosotros un trabajo de hace unos años. Podéis usarlo siempre que sea para bien.
Siempre tenemos necesidad de conversión, pero muchas veces nuestra idea es un tanto inadecuada, por lo que lejos de favorecer, llega a impedir nuestro proceso o crecimiento como creyentes.
            Sabemos que muchos cristianos conciben su religión como un sistema de valores, como un conjunto de obligaciones que les permite ser considerados buenas personas, pero no han comprendido todavía que el fundamento de la existencia cristiana procede únicamente de la adhesión a Cristo, su Señor y su hermano mayor.

            Insistimos en ver la conversión como fruto de nuestros esfuerzos o de nuestra generosidad; en el fondo, somos nosotros los protagonistas, los que hacemos el esfuerzo y también los que nos ganamos a pulso nuestra justificación ante el Señor. Somos nosotros los que nos ponemos frente a Dios.

Sin embargo, la conversión es ante todo una gracia, un don de Dios, un fruto del conocimiento - relación, un fruto de la apertura a ‘aquel que nos ama apasionadamente’.

            La conversión  cristiana no tiene como punto de partida una fundamentación moral, yo no me convierto partiendo de unos valores mejorables que optimice por otros más sublimes o superiores. La conversión cristiana es existencial; es pasar de una existencia centrada en mí para dejar que una persona entre en mi vida.

La conversión cristiana tiene como característica el paso de vivir como ‘esclavos de la ley’ a vivir ‘en la libertad de los hijos de Dios’, de vivir desde nuestro yo, nuestra generosidad, nuestro ‘hacernos a nosotros mismos’ a vivir desde otro, desde la humildad desde el dejarse hacer por Dios.

Este paso sólo lo podemos dar en virtud de un descentramiento, de un desasimiento, de un despojo.

·       Descentrarnos de nuestro yo, aceptar que nuestra fe es relacional, y que el tú no es otro que Cristo.

·       Desasirnos de nuestras pequeñas seguridades para poner nuestra seguridad en Cristo, único y verdadero fundamento.

·       Despojarnos de nuestras riquezas, para que él pueda entrar y hacerse dueño y señor de nuestra vida.

La conversión cristiana está sometida es un proceso espiritual que dura toda la vida, porque a Cristo nunca se le termina de conocer y de amar suficientemente.  Sólo así podremos entender con san Pablo ‘ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí’ y suplicar ardientemente el poder llegar un día a entrar en esta experiencia mística.

 



1. LA CONVERSIÓN DE SAN PEDRO.


‘Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo’

(Jn 21, 17)


A primera vista las circunstancias de Pedro son distintas a las de Pablo;  nunca persiguió a la Iglesia sino que fue su primer guía; siguió a Jesús desde el comienzo de su vida pública. Sin embargo, las circunstancias de Pedro y Pablo son parecidas en cuanto que  los dos parten de sí mismos, de sus posibilidades los dos son generosos, quieren trabajar en el plan de Dios.

 


¿Quién es Pedro?



Pedro se puede definir como un ‘hombre generoso’.

-        Cuando Jesús lo llama, deja todo y le sigue (Mc 1,16) Es el más rápido en hablar y en actuar.

-        Cuando Jesús pregunta a los Doce ‘¿quién decís que soy yo? Pedro es quien contesta (Mc 8,29)

-        Tras el discurso del pan de vida, cuando muchos se marchan y Jesús pregunta a los Doce ‘ vosotros, ¿también queréis iros?’ (Jn 6,67) Pedro contesta, ‘Señor ¿ adónde iremos? Tú tienes palabras de vida eterna’ (6,68)

-        Cuando en la noche camina sobre el mar y se acerca a la barca, los discípulos están asustados porque creen que están viendo un fantasma. Pedro dice ‘si eres tú, Señor, dime que vaya andando hacia ti sobre el agua’

-        En la Transfiguración propone hacer tres tiendas

-        En Getsemaní desenvaina la espada para defender a Jesús.

-        Después de Pascua se lanza al agua para alcanzar antes a Jesús.


La generosidad de Pedro es evidente. Hombre temperamental, bien dispuesto. A menudo la conversión se entiende como el paso de una vida mediocre –poco generosa- a una vida generosa. Muchos necesitan este tipo de conversión, pero Pedro no la necesitó. Al contrario, su conversión iba a consistir, paradójicamente, en la renuncia a su generosidad. Podemos pensar que es una conversión extraña, pero es la más necesaria para los que queremos vivir nuestra fe cristiana con buena disposición pero confiados en nuestras fuerzas. Renunciar a la propia generosidad para basarlo todo en la gracia de Dios, en su amor gratuito. No es una conversión instantánea, como la de Pablo, sino que supone un aprendizaje, es un proceso de vida espiritual.


No te ocurrirá eso (Mt 16 / Mc 8)



Pedro después de la confesión de Cesarea es elevado a un lugar muy alto. Pero inmediatamente después anuncia su Pasión: ‘Dichoso tú...porque nadie te ha revelado esto sino mi Padre. Ahora te digo, tú eres «roca».’

Pedro no está de acuerdo, toma aparte a Jesús y le recrimina. Él se considera ‘dueño’ de la situación y no acepta que Jesús sea condenado. Son palabras sinceras, pero necesitadas de conversión.

            Pedro se sitúa en un nivel muy humano, pero necesita cambiar de mentalidad. Él quiere salvar, defender a Jesús. Jesús entonces le dirige palabras durísimas. El mismo a quien Dios se le había revelado, es objeto de recriminación. ‘Apártate de mi vista, Satanás’ Textualmente: ‘ve detrás de mi, Satanás (=tentador)


Iré contigo hasta la muerte (Mt 18,1-14 -Mc 9,33-37- Lc 9,46-48)


         


            Las pretensiones de poder y de autoridad nos acompañan. Pedro participa de ellas. Los evangelistas nos las narran dos veces.

            1º) ¿Quién es el más importante en el Reino de los cielos? (Mt 18,1)Jesús responde con una condicional taxativa ‘ si no os convertís... no alcanzaréis el Reino’ No es cuestión de deseo sino de cambio: ‘si no cambiáis y os hacéis como niños no entraréis...’ (18,2b)

 2º) ‘Se produjo entre ellos una discusión sobre quién debía ser considerado el más importante’ (Lc 22,24). Lucas pone esta segunda discusión sobre la autoridad en el contexto de la cena pascual. Marcos (10, 42-44) la pone en el camino a Jerusalén y la provocan ‘los hijos del Zebedeo’. Mateo 20, 25-27 se sitúa también en el camino y la pregunta la hace la madre de los Zebedeos.

El texto no dice que Pedro interviniera en esta discusión, pero es significativo que se dirige a él en el siguiente párrafo con las notas significativas de «Satanás», como adversario (tentador – cizañero), y con la alusión a la conversión: ‘tú, una vez convertido’ (Lc 22, 31-32). Pero Pedro no siente la necesidad de una conversión; está convencido de ser un discípulo generoso y exclama: ‘Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la muerte’ (Lc 22,33). A primera vista es una generosidad perfecta, ‘hasta la muerte’, pero es desconcertante. Jesús le responde que va a negar que le conoce.


Señor, ¿lavarme tú los pies a mí? (Jn 13,6)



            En la cena Pascual Jesús realiza el signo supremo de la caridad; el servicio a los hombres como un esclavo. Pedro se resiste porque no comprende: ‘Cuando llegó a Simón Pedro, éste se resistió: Señor, ¿lavarme los pies tú a mí? (13,6). Pedro es un hombre de reacciones impulsivas: ‘Jamás permitiré que me laves los pies’ (13,8). Jesús reacciona con una amenaza a Pedro, que tanto lo quiere: ‘no serás de los míos’: ‘Si no te lavo, no podrás contarte entre los míos’ (13, 8b). Pedro se resigna, pero, haciéndose el generoso, porque no ha entendido añade: ‘no sólo los pies, también las manos y la cabeza’ (13,9)


¿Por qué no puedo seguirte?



            Pedro se las da de generoso, pero esta generosidad está equivocada. En el mismo capítulo, tras la marcha de Judas, les anuncia que ‘adonde yo voy, no podéis venir’ (13.33). Jesús tiene que recorrer el camino solo. Simón Pedro, contrariado, quiere ir con él. Pedro es no sólo generoso e impaciente sino reiterativo. De nuevo vuelve a prometer su misma vida: ‘ Señor, ¿adónde vas?...¿ por qué no puedo seguirte? Estaría dispuesto a dar la vida por ti’ (13,37). Jesús le responde con crudeza; la generosidad equivocada conduce a la presunción espiritual: ‘antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces’ (13,38.)

            Como Pedro sigue sin comprender, en Getsemaní defiende a Jesús con violencia.

‘Simón Pedro desenvainó la espada e hirió al criado del sumo sacerdote’ (18,10)‘Eres discípulo... no lo soy’ (18,7) Lucas dice ‘no lo conozco’ (Lc 22,57)


No lo conozco



            ¿ De dónde procede la negación? Pedro no comprendía que un hombre muriera sin defenderse, sin luchar. Él estaba dispuesto a dar su vida pero luchando; por eso dice ‘no conozco a este hombre’. No lo conocía, porque él quería un Jesús que no existía, y por eso lo negó. Esta situación penosa le había conducido –sin él saberlo- a su conversión. Cuando se encuentra su mirada con la de Jesús llora amargamente: ‘Mientras estaba hablando cantó un gallo. Entonces el Señor se volvió y miró a Pedro. Pedro se acordó... y lloró amargamente’ (Lc 22, 61-62). Aquí, en el detalle de san Lucas, indicando que Pedro llora con amargura, está el momento de su conversión.

 


Tú lo sabes todo, tú sabes que te amo (Jn 21)



            En el encuentro de Pascua en Galilea entre Jesús y Pedro (Jn 21), con el trasfondo de las tres negaciones, se produce un cambio radical en la vida del apóstol. Para ello san Juan juega con dos verbos griegos: el verbo agapao significa «amar con generosidad»; es el verbo del amor oblativo, del amor que se entrega, que lo da todo, sin guardar nada para sí; es el verbo de Pedro antes de convertirse y antes de negar a Jesús. El segundo verbo griego que usa san Juan es fileo, que significa amar con el sentido positivo de «querer a una persona», de «tenerle aprecio», de «tenerle en estima».

            Jesús pregunta a Pedro usando el verbo fuerte, agapao: ‘Simón, ¿me amas más que estos? (Jn 21,15). La respuesta de Pedro es modesta porque se encuentra con él después de haberle negado tres veces: ‘Sí, Señor, tú sabes que te tengo aprecio’ (Jn 21,15).  Por segunda vez le hace la misma pregunta y Pedro contesta de la misma forma (Jn 21, 16).

            A la tercera pregunta Pedro ‘se entristece’. Jesús cambia el verbo; baja el nivel y ya no le pregunta si le «ama con generosidad», sino que le pregunta si le «ama/quiere», dando la impresión de que no quiere hacer le daño. Esta vez Pedro cambia su respuesta; hay que advertir que en griego se usa el pronombre personal cuando se quiere resaltar algo en el sentido del texto; pues bien san Juan repite por dos veces el pronombre personal «tú»: ‘Tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero» (Jn 21,17).  Pedro, después de la conversión, ya no pone su fuerza en sí mismo (pronombre personal «yo»), sino en Jesús (pronombre personal «tú»).  Hay un cambio fundamental de perspectiva. Jesús le muestra su confianza entregándole la Iglesia: ‘apacienta mis corderos’. Pedro es un hombre convertido que no pone en primer lugar sus certezas, su generosidad, sino que se somete a la gracia divina y confía en el Señor. Ya no dice ‘yo te amo generosamente’ sino ‘tú sabes que te amo’.


La mirada de Jesús



            La mirada de Jesús cambia el corazón de Pedro. Cuando abandona los pensamientos humanos (defenderlo, triunfar) para aceptar la gracia que procede de esta manera de hacer las cosas, desconcertante y profunda.

            No consiste en ser el primero en amar, sino en dejar que Jesús sea el primero. Pedro, una vez convertido, deja su generosidad para el segundo puesto, con humildad. De ser ‘el que controla’ la situación pasa humildemente a ser el discípulo; deja que Jesús le marque el paso. Jesús le responde entregándole su confianza total: apacienta mis ovejas, a los míos, a mi Iglesia.


2. LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO



Nada vale la pena en comparación con el conocimiento de Cristo (Flp 3,8 a)


Un sistema de valores incapaz y caduco



Filipenses 3 describe la vocación como conversión, un cambio radical en el modo de ser y de vivir. Empieza con una alusión al sistema de valores que tenía antes de su encuentro con Jesús para afirmar que ha abandonado todo, incluso ha llegado a despreciarlo, y eso que estaba orgulloso de su condición de judío observante.


‘En lo que a mí respecta, tendría motivos para confiar en mis títulos humanos’ (Flp 3,4ss)


‘Pero lo que entonces era ganancia, ahora lo considero pérdida si lo comparo con el conocimiento de Cristo’ (Flp 3,7-9)


Pablo es miembro del pueblo elegido, esto le da una situación de seguridad espiritual, conoce la voluntad de dios que es privilegio de Israel: ‘Reveló su palabra a Jacob, sus leyes y decretos a Israel. Con ningún pueblo actuó así ni les dio a conocer sus decretos’ (Sal 147,19-20)

Este «sistema de valores» era verdaderamente respetable pero, fruto de su conversión, lo ha rechazado ¿para adoptar otro sistema superior de valores? No, para adherirse a una persona: ‘Todo lo tengo por estiércol con tal de ganar a Cristo y vivir unido a Él’(3, 8b-9)


Adhesión a una persona



Pablo desea sobre todo ‘conocer a Cristo’: ‘Nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús’ (3,8 a). «Conocer» no es una operación mental sino una relación personal. A continuación dice ganar a Cristo. Ganar,  verbo significativo que demuestra que Pablo considera a Cristo su único tesoro. Pablo defiende su nueva postura religiosa. Se trata de una vida unida a Cristo no en virtud de la ley que es incapaz y provisional sino en virtud de la fe: ‘Vivir unido a Él con una justicia que no procede de la ley, sino de la fe en Cristo, una justicia que viene de Dios a través de la fe’ (3,9)


Dos tipos de «justicia/salvación»



            En realidad se contraponen dos tipos de «justicia», o sea, dos formas de obtener la salvación La de la ley se basa en una institución religioso-jurídica. El que la observa está convencido de que su cumplimiento hace que se sienta justo ante Dios. La persona se sitúa con orgullo ante Dios seguro de sus posibilidades.

La de la fe se basa en una relación personal. Parte de un encuentro, de una entrega confiada. La persona sale de sí misma para entregarse obedientemente al otro. Se sitúa en actitud de pobreza y humildad.

La verdadera «justicia/salvación», dice Pablo, viene de Dios mediante la fe. Justicia no por la que nosotros somos justos sino la justicia de Dios que nos hace justos. La conversión de san Pablo consiste en que descubre que la justicia fundada en la ley es incapaz de salvar porque tiene un error de base, de fundamentación, porque está basada en mis esfuerzos, en mis capacidades, en mis pretensiones, y no en Dios y en su misericordia gratuita.

 


LA JUSTICIA QUE PROVIENE DE LA OBSERVANCIA DE LA LEY
LA JUSTICIA QUE PROVIENE DE LA FE COMO ENCUENTRO CON CRISTO
1) La ley me dice lo que tengo que hacer. Es una ley de mínimos, no me lleva a buscar la plenitud en el amor.
1) Lejos de marcar unos mínimos me abre a una relación, que no sabes adónde te puede llevar
2) No salgo de mí mismo, no me desinstala, sino que busca afianzarme en mis  posiciones, en mis tradiciones adquiridas. La confianza la tengo en mí.
2) Me desinstala, me provoca, me pone en relación con otra persona, a la que presto mi persona y mi obediencia. La confianza la pongo en el otro.
3) Calculo la salvación sobre la base de mis esfuerzos. La salvación es obra mía.
3)La salvación es una acción de Dios en mí; yo soy un humilde siervo.
4) Los pobres y los débiles nunca podrán alcanzar esta justicia/salvación porque nunca reúnen los requisitos suficientes: no saben, no tienen valores que presentar.
4) Es buena noticia para los pobres, los humildes y los limpios de corazón.


Conoceré a Cristo


 


      Pablo insiste  en que sólo por la fe se puede llegar al verdadero conocimiento/relación en intimidad de Cristo. ‘De esta manera conoceré a Cristo y experimentaré el poder de su Resurrección’ (3,10 a)

      Ha comprendido que para alcanzar a Cristo resucitado sólo hay un medio: pasar por la pasión: ‘la participación/comunión (koinonía) en sus sufrimientos ‘para conocerle’. Y la fuerza de su resurrección y la comunión de sus padecimientos’ (10b)

Pablo demuestra la sinceridad de su adhesión personal a Cristo. No hace falta un amor grande para estar unido en su gloria; sí que hace falta para estar unido en sus padecimientos. Éste sí que es el amor auténtico.


3. CONCLUSIÓN



La experiencia cristiana es una experiencia espiritual, de encuentro con Cristo, antes que una experiencia moral. Una persona que recibe unos criterios morales sin fundamento religioso de encuentro con el Resucitado, puede que la viva como algo bueno, pero puede también que lo viva como algo artificial, impuesto, externo, que no sabe de dónde viene.

La fe cristiana cree que las personas pueden cambiar, incluso las que lleven una vida totalmente alejada de Dios y del evangelio de Cristo; la fe cristiana profesa a Cristo Resucitado, verdadero artífice del cambio personal. Partir del encuentro transformador con Cristo es partir de una base firme para sustentar toda la vida, también la moral.

Los santos apóstoles Pedro y Pablo tuvieron que pasar por su propia conversión. La de san Pedro fue más un camino a seguir, a descubrir, teniendo que renunciar a muchos criterios propios y a su propia seguridad, a su generosidad innata,  para dejarse abrazar por el amor de Cristo y dejar que él sea el primero.

La de san Pablo fue un encuentro definitivo, un chispazo, una iluminación, un «caer del caballo», un choque de trenes… Pablo era enérgico, relampagueante… cuando descubrió a Cristo, entendió que su vida sólo podía ser para él.


Pedro Ignacio Fraile Yécora

29 de Junio, Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo 2013

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