HOMO CREDENS

LA TENTACIÓN DE VIVIR SIN DIOS

 Esta reflexión que sigue nace de una meditación para Cuaresma sobre las Tentaciones de Jesús, a partir del libro de Benedicto XVI, «Jesús de Nazaret». Son las páginas 49-71.
            Benedicto XVI nos hace caer en la cuenta, primero, de que Jesús es el Ungido por Dios; y de que a continuación es tentado. Acaba de ser «revestido» como Mesías, en conformidad con el Antiguo Testamento (Is 11,2; 61,1) y, sin embargo, no se libra del tentador:


El relato de las tentaciones guarda una estrecha relación con el relato del bautismo, en el que Jesús se hace solidario con los pecadores (…) Las tentaciones acompañan todo el camino de Jesús (…) como una anticipación en la que se condensa la lucha de todo su recorrido’.

Los tres evangelios coinciden en que es el Espíritu el que le lleva al desierto. Podemos pensar que el desierto es un lugar de penitencia, de recogimiento donde nos separamos de las cosas no imprescindibles para vivir. 




Pero podemos pensar también que es el lugar donde se da el descenso a los peligros que amenazan al hombre. Si la misión de Jesús es la de salvar, sólo desde la solidaridad con la humanidad amenazada puede hacerlo:


‘Jesús tiene que entrar en el drama de la existencia humana –esto forma parte del núcleo de su misión-, recorrerla hasta el fondo para encontrar así a la «oveja descarriada», cargarla sobre sus hombros y devolverla al redil’.



          ¿Nos podemos imaginar un Jesús salvador que vive al margen o por encima de la humanidad dolorida? La solidaridad de Jesús ‘con todos nosotros prefigurada en el bautismo implica también exponerse a los peligros y amenazas que comporta el ser hombre (cf. Heb 2,17s.)
           
Las tentaciones en Mateo y Lucas.

            El núcleo de toda tentación. Marcos presenta un texto muy breve; escueto. Mateo y Lucas, sin embargo, presentan tres tentaciones. Sin duda que nos hablan de la lucha interior de Jesús por cumplir su misión, pero a la vez surge la pregunta de qué es lo que cuenta verdaderamente en la vida humana. Aparece claro el núcleo de toda tentación: apartar a Dios que, ante todo lo que parece más urgente en nuestra vida, pasa a ser algo secundario o incluso superfluo y molesto. Poner orden en nuestro mundo por nosotros solos, sin Dios, contando únicamente con nuestras propias capacidades, reconocer como verdaderas sólo las realidades políticas y materiales, y dejar a Dios de lado como algo ilusorio, ésta es la tentación que nos amenaza de muchas maneras.
Ahora bien, nosotros relacionamos espontáneamente la tentación con la vida moral. Solemos entender la tentación como una llamada seductora a pecar o a satisfacer nuestros deseos no siempre confesables y defendibles en público. El papa nos hace caer en la cuenta de que una verdadera tentación no se presenta de forma torpe, sino que lo hace de forma solapada: por una parte deberíamos hablar de seducción intelectual, por otra de realismo vital. Una tentación no nos pide directamente que hagamos el mal, sino que nos invita a cambiar de rumbo, a que tomemos por fin constancia de la realidad y cambiemos el rumbo de nuestras decisiones. ¿Debemos seguir contando con Dios o debemos expulsarlo de una vez del mundo? ‘La cuestión de Dios es el interrogante fundamental que nos pone ante la encrucijada de la existencia humana’. Las tentaciones, en el orden que las presenta san Mateo, son como tres escalones progresivos:
- En la primera se le pide a Dios que dé pruebas de que es bueno
- En la segunda se cuestiona la confianza en él.
- En la tercera se plantea, en definitiva, la necesidad que tenemos de Dios.

Primera tentación : ‘Que Dios nos dé pruebas de que es bueno’. (págs. 54-59)

‘Jesús, después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre’ (Mt 4,2).  El tentador apela directamente a su condición de Hijo de Dios: ‘Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes’ (Mt 4,3).
Este texto, nos dice el Papa, suena a burla a la vez que pide pruebas. En el Antiguo Testamento leemos cómo hacen mofa del hombre justo: ‘Si es Justo, Hijo de Dios, lo auxiliará’ (Sab 2,18)  Pero también nos recuerda el escarnio que sufre Jesús: ‘Si eres Hijo de Dios baja de la cruz’ (Mt 27,40)
Se le burlan pero a la vez le piden pruebas para creer en él. Esta exigencia de pruebas le acompañó a lo largo de toda su vida. Esta petición se la dirigimos también nosotros a Dios, a Cristo y a su Iglesia a lo largo de la historia: si existes, Dios, tienes que mostrarte.
Prueba de su bondad. En efecto, ¿qué es más trágico, qué se opone más a la fe en un Dios bueno y a la fe en un Redentor de los hombres que el hambre de la humanidad? ¿No es el problema de la alimentación del mundo y, más general, los problemas sociales, el primero y más auténtico criterio con el cual debe confrontarse la religión’  (pág 56). Esta crítica que muchos hacen contra la fe en un Dios bueno, el papa la recoge también como crítica que puede hacerse de la Iglesia: Si quieres ser la Iglesia de Dios preocúpate ante todo del pan del mundo, lo demás viene después. ¿Tiene la Iglesia que centrarse en el desarrollo del mundo y dejar a un lado el anuncio del evangelio?
La trampa del desarrollo sin Dios. Para el Papa, en un desarrollo que expulsa conscientemente a Dios ahí está la misma trampa. Muchas veces las ayudas han dejado de lado las estructuras religiosas, morales y sociales existentes y han introducido su mentalidad tecnicista en el vacío. Creían poder transformar las piedras en pan, pero han dado piedras en vez de pan (…) No se puede gobernar la historia con meras estructuras materiales, prescindiendo de Dios. (…) En este mundo hemos de oponernos a las ilusiones e las falsas filosofías y reconocer que no sólo vivimos de pan, sino ante todo de la obediencia a la palabra de Dios.

Segunda tentación: ¿Nos podemos fiar de Dios?

La segunda tentación lleva veneno dentro. Satanás, que conoce la Escritura, cita un salmo de confianza. Habla de la protección de Dios a todos los hombres: ‘A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos’ (Sal 91,11s). La segunda tentación se presenta como un debate entre dos expertos en la Escritura. ¿Cómo hay que interpretarla? 
Después del pan hay que ofrecer algo sensacional: «panem et circenses». ¿Cómo interpretar los «circenses»? Dado que al hombre no le basta con la mera satisfacción del hambre corporal, al querer prescindir del Dios verdadero, tiene que ofrecer el placer de emociones excitantes cuya intensidad suplante y acalle la conmoción religiosa. Es querer cambiar a Dios por una caricatura. Es el deseo de conocer y controlar el misterio de Dios a nuestro antojo, de hacer de Dios un juguete de quita y pon, de reducir la fe a una serie de creencias de bajo perfil que no cuestionan ni sirven para nada. Es el intento de manipular a Dios y hacer creer que en eso consiste la fe: ‘tirate y, como confías, verás que no te pasa nada’.
A Dios se le obliga a demostrar que es Dios; se le pone a prueba como si fuera una mercancía, debe someterse a las condiciones que nosotros consideremos. Es la arrogancia de quien quiere convertir a Dios en un objeto. Jesús no entra al juego del Tentador y responde: ‘No tentaréis al Señor, vuestro Dios’ (Dt 6,16).
Jesús, desde el Pináculo del Templo; no salta al abismo. No tienta a Dios, no pone a prueba su confianza. Jesús confía y obedece desde la cruz. En la cruz desciende al abismo de la muerte, a la noche del abandono. Al desamparo propio de los indefensos. Pero esta confianza en Dios a la que la Escritura nos autoriza y a la que nos invita el Señor Resucitado es algo completamente diverso del desafío de quien quiere convertir a Dios en nuestro siervo.

Tercera tentación: ¿tenemos necesidad de Dios?

            El diablo le sube a un monte desde donde puede dominar el mundo. Esta, a primera vista, debe ser aceptada por Jesús, pues el Mesías viene para conseguir un reino de paz y bienestar en todo el mundo.
Paz y bienestar para todos. El tentador no es tan burdo como para proponernos directamente adorar al diablo. Lo que propone es decidirnos por lo racional, preferir un mundo planificado y organizado en el que Dios puede ocupar un lugar, pero como asunto privado, sin interferir en nuestros problemas esenciales. La nueva ‘Buena Noticia’ ya no es el evangelio, sino ‘Camino abierto a la paz y el bienestar del mundo’.
¿Qué tipo de mesianismo? La tercera tentación es la fundamental: ¿Qué debe hacer un salvador del mundo? En este punto tenemos que fijarnos en la Confesión de Cesarea de Filipo, cuando Jesús le llama a Pedro «Satanás». En el momento crucial, frente a la opinión de la gente, se manifiesta el conocimiento decisivo de Jesús y comienza a formarse su nueva familia. Jesús explica que el mesianismo debe entenderse desde el mensaje de los profetas (el Siervo de Yahveh), y que no significa poder mundano sino la cruz y la nueva comunidad que nace de la cruz.
Es verdad que el Imperio cristiano ya no es una tentación, pero interpretar el cristianismo como una receta para el progreso y reconocer el bienestar común como la auténtica finalidad de todas las religiones, también la cristiana, es la nueva forma de la misma tentación.
Esta tercera tentación se encubre tras la pregunta: ¿qué ha traído Jesús si no ha conseguido un mundo mejor? ¿No debe ser este, acaso el contenido de la esperanza mesiánica? ¿Si quería ser el Mesías, no debería haber traído la edad de oro?
Jesús nos contesta a nosotros como le contestó a Satanás, lo que más tarde le explica a Pedro: ningún reino de este mundo es el Reino de Dios, ninguno asegura la salvación en absoluto. El reino humano permanece humano, y el que afirme que puede edificar el mundo según el engaño de Satanás, hace caer al mundo en sus manos.
Jesús es el Rostro de Dios. Aquí surge la gran pregunta que acompaña a lo largo del libro: ¿qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? ¿Qué ha traído?  La respuesta es muy sencilla: Ha traído a Dios que se había ido revelando poco a poco en Abrahán, en Moisés  en los profetas. Ahora conocemos su rostro, ahora podemos invocarlo. Jesús ha traído a Dios, y con él la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino.
La causa de Dios parece estar siempre como en agonía. Sin embargo se demuestra siempre como la que permanece y salva.
En la lucha contra Satanás ha vencido Jesús frente a la divinización fraudulenta del poder y del bienestar, frente a la promesa mentirosa de un futuro que, a través del poder y de la economía, garantiza todo a todos. Jesús contrapone la naturaleza divina de Dios, Dios como auténtico bien del hombre.

Nada te turbe,
nada te espante
todo se pasa,
Dios no se muda,
la paciencia todo lo alcanza,
quien a Dios tiene nada le falta
sólo Dios basta.
(Teresa de Jesús)

Pedro Ignacio Fraile Yécora
Cuaresma 2014

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DIOS SE HA LESIONADO

             Me cae muy bien Messi. Me parece un hombre hábil, humilde, tímido. No le gusta provocar. Me podréis decir que qué pasa con el fraude a Hacienda. Es verdad; me parece que aún falta la sentencia. No entramos. Messi es un buen futbolista, quizás el mejor en muchos lustros. Pero es de «carne», es de «barro». La semana pasada un periódico deportivo (he quitado intencionadamente el nombre de la publicación para no tener problemas) jugaba con el nombre de Dios y con el número de su camiseta, el 10, y titulaba: «D10S ha vuelto». No ha pasado una semana y nos dicen todos los medios deportivos que «Messi se ha lesionado de cierta gravedad»; por lo menos, durante todo el año que resta, el 2013, no lo vamos a volver a ver dándole patadas a la pelota en un estadio de fútbol. Yo no he creado el titular. Me lo dan, y lo comento.
            Yo me pregunto: «Si D10S-Messi ha vuelto» y si «Messi se ha lesionado», entonces, ¡Dios se ha lesionado! Una vez más volvemos al «quid» de la cuestión: no se puede identificar impunemente a Dios con los dioses. Los «dioses», nos recuerda la Biblia en el sueño del rey Nabucodonosor (Dan 2,31-45), pueden estar hechos de oro y plata; pueden estar adornados con piedras preciosas; pero los dioses «tienen los pies de barro». Messi no es un Dios; tampoco creo que se crea ser un «ídolo»; no le pega. Messi es «un adamita», hecho de barro… ¡con aliento divino, como todos los hombres y mujeres creados!, como nos recuerda el libro del Génesis. Somos «barro enamorado», como dice el poeta, pero somos «de barro».

            Hace muchos años un buen hombre me dijo: «si el hombre no adora a Dios, acaba adorando lo que no es Dios; incluso a los animales». Es verdad. El ser humano tiene un corazón hecho para ilusionarse y soñar; para encandilarse y abrazar; para seguir y confesar; para defender e incluso para dar la vida por aquello que se quiere. El ser humano tiene un corazón hecho para adorar. Si no se adora a Dios se adorará una «bandera» (de un país, nación o partido); unos «colores» (de un equipo deportivo o de un partido político); un cantante, un líder político o espiritual, o un deportista. Por ellos se grita y se vocifera, se hacen viajes imposibles, se pagan cantidades astronómicas, se pasan noches y días en vela por una entrada, se llega a las manos o incluso a más… Y son diosecillos con pies de barro… ¡que se lesionan! ¡que se rompen! ¡que se mueren!

            Los ídolos tienen que alimentarse: no comen cualquier cosa ni viven en cualquier casa, ni se mueven como el resto de los mortales. Devoran bienes. Los pobres y desgraciados mileuristas quitan unos cuantos euros del sueldo para verlos en el estadio, o en los «conciertos» de cualquier lugar del mundo. No «ven» más allá de sus escuálidas economías con tal de tener lo último o de haber estado «allí» oyendo, cantando, tocando o rozando al ídolo. Es muy cara adorar a los ídolos.

            No aprendemos. Cada generación crea sus propios ídolos (empezando por la generación de Israel en el desierto, que ya se hizo su «becerro de oro») y nosotros, los sesudos y escépticos ciudadanos del siglo XXI, que como el protagonista de un poema machadiano había decidido «no creer en nada», nosotros… creamos nuestros ídolos y los adoramos.

            Volvamos a lo esencial. Sólo Dios es Dios. Sólo a Dios se puede adorar: «No adoréis a nadie más que a él», cantamos y creemos; creemos y cantamos. El corazón humano busca motivos para vivir y personas a quien seguir. Debemos, sin embargo, estar precavidos: Dios no se lesiona; Dios no se cansa; Dios no tiene que volver, porque no se va.

Pedro Ignacio Fraile Yécora

           12 Noviembre de 2013             

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LAS RELIGIONES DE SUSTITUCIÓN



             Dos acontecimientos, un nombre y una anécdota para principiar esta reflexión. El sábado por la noche recibíamos el «varapalo» que nos expulsaba definitivamente de la organización de los JJ.OO. por parte de Madrid, para el no cercano año de 2020. Se esfumaban muchas expectativas económicas y la posibilidad de ofrecer al mundo la liturgia de imágenes, colores, espectáculos y sensaciones más potente en la actualidad. Algunos lloraban, otros se lamentaban, otros veían cómo su «tabla de salvación» se iba camino del país del sol naciente.

            El segundo acontecimiento tiene lugar con la «Diada», día nacional de Cataluña, como lo tenemos en todas las comunidades autónomas donde ratificamos nuestra identidad y diferencia en el respeto: Día de Aragón el día de san Jorge, Día de Castilla en esta misma fecha aunque por motivo distinto-los comuneros-, Día de Andalucía, con Blas Infante etc. Una ‘diada’ que ha derivado de forma patente en una jornada reivindicativa nacionalista.

            Por nombre elegimos el de Bale, un señor requetepeinado inglés (del que dicen que da muy bien patadas al balón) y por el que han pagado la bonita cifra de 1.000 millones de euros; el chiste es fácil: «¿Bale los vale?».
            La anécdota es una presentadora de televisión que recomendaba ayer a un compañero de trabajo (¿trabajo?), un amuleto: «te lo recomiendo; a mí me ha ido muy bien».
Resumiendo: un acontecimiento deportivo litúrgico con inexcusables lecturas políticas salvíficas; un acontecimiento festivo, histórico, social y popular con imprevisibles consecuencias políticas;  un nombre que resuena a «ídolo» adorado; y un recurso tan antiguo como el ser humano a la ayuda extracorporal y suprahumana.
            El ser humano es un ser religioso por naturaleza. Cuando no se «religa» a Dios, se religa al éxtasis que supone la belleza del cuerpo humano que busca romper sus límites: «altius, citius, fortius» (más alto, más rápido y más fuerte). El ser humano necesita expresar públicamente y de forma bella y esplendorosa un canto a su poder: es la liturgia de los cuerpos que se retuercen y se ponen al máximo en una carrera de belleza, potencia y esfuerzo. Es una liturgia «prometeica». Bella, luminosa, humana.
            El segundo punto es extremadamente delicado. Una canción juvenil de hace años cantaba «somos ciudadanos de un mundo que fue creado como casa de todos»; los anarquistas con pedigrí se definen como «internacionalistas», porque no admiten fronteras. Desde un punto de vista naturalista, mi hermano me dijo un día: «si en el aire no hay fronteras, ¿por qué las ponemos en la tierra? Los animales no conocen fronteras…¡las ponemos los humanos!».  El cristianismo es, por definición, universal: ‘id por todo el mundo y anunciad el evangelio’. ¿Los nacionalismos son un ‘adelanto’ o un ‘retraso’? ¿Vamos hacia la «casa de todos» o hacia «mi casa»? Los nacionalismos tienen tanta fuerza que coaligan en torno a ellos toda una simbología, una argumentación, unas liturgias de identidad, diferenciación y pertenencia… que sólo son comparables con la religión.
            El futbolista Bale me vale (me sirve) para hacer referencia a los ídolos y a la idolatría. Cuando no hay referencias personales a las que seguir o por las que luchar, se imponen los «dioses de barro». Nada nuevo; en la Biblia el pueblo de Israel se hizo un «becerro de oro». El ser humano es «adorador». Adora lo que le propongan de forma satisfactoria y sugerente. La fe cristiana también es adoradora; pero dice: «no adoréis a nadie más que a él» (a Dios, y a Jesús, el Hijo de Dios).
            Por último, los amuletos. La vida no se controla: rachas de buena o mala suerte; enfermedades;  exámenes; búsquedas de trabajo; altibajos en el amor… Los amuletos conviven con el ser humano en todas las culturas. Los amuletos van de mano con la magia. Las religiones serias los aborrecen (judaísmo, cristianismo, Islam-siempre las nombro por orden de aparición en la historia). La gente sencilla (o no sencilla, pero que piensa que pertenecer a una religión de forma confesante es un retraso), hacen renacer, si algún día habían desaparecido, el eterno retorno de los amuletos.
            Cuando decimos «no» a Dios, el que nos sostiene y provoca; el que nos confunde porque no siempre nos da lo que pedimos; el que se calla cuando más queremos que hable; el Dios que no se deja manipular, porque un Dios blandiblup no sería Dios; el Dios que se compadece de los pequeños y debilitados… cuando decimos «no» a Dios, porque nos parece que está pasado de moda… aparecen las «religiones de sustitución»: culto al deporte o culto al país; adoración al ídolo con pies de barro y amuletos que nos protejan.
            Siglo XXI. Año 2013. ¿Van a desaparecer las religiones? ¿Van a purificarse las religiones? ¿Vamos a aprender, de una vez, que cuando quitamos de nuestra vida a Dios salen como las setas en otoño, las «religiones de sustitución»?
Pedro Ignacio Fraile Yécora
10 de Septiembre de 2013
           




LA PUERTA CERRADA A LA FE
Este es, lo reconozco, uno de los temas que más me inquietan. Con relativa frecuencia me veo dándole a la «centrifugadora» de mi cabeza buscando cómo comprender este hecho, que pasa de ser una «constatación» a un «misterio».

La fe no es evidente, como no es evidente que sale el sol por la mañana y que calienta para todos, buenos y malos.

La fe no se puede comprar. No puedo ir a una tienda y pedir con educación: «Me puede dar un kilo de fe, sabe usted, que es para mi hermana, que le hace falta…»

La fe no se hereda, como se heredan los parecidos físicos, los gestos, las manías…. Yo no puedo decirle a una  persona: ‘Pues es igualito usted que su madre; ¡qué fe tan grande tiene usted! ¡cómo se nota que la sangre manda! Pues no, oiga. De padres ateos pueden surgir grandes creyentes y viceversa.

La fe tampoco tiene que ver con una «inteligencia débil». Nadie duda de que Pablo de Tarso, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, por decir algunos de los grandes de la historia, y Edith Stein o Benedicto XVI, por citar a alguno de hoy, sean personas sin un buen «coeficiente intelectual». 

Sigo dándole vueltas. Sin duda el gran enemigo de la fe en Dios, no lo digo yo, sino que lo dice cualquier manual de Teodicea o cualquier autor medianamente leído, es el dolor, el sufrimiento del débil, la muerte de los inocentes. Eso es así. Mucha gente se para como ante una barrera infranqueable cuando tiene que compaginar en su coherencia personal la fe en un Dios bueno con la realidad del sufrimiento injusto. Otros, los cristianos, lo iluminamos desde la muerte y resurrección de Cristo, pero para eso ya hay que tener fe.

Sigo dándole vueltas y ayer me pasó algo que me iluminó. Me contaron que una persona había devuelto un regalo a otra que se lo había dado con ilusión y cariño. ¡Ya está, pensé! Esta es una de las claves para explicar por qué algunas personas son incapaces de abrirse al don de la fe. La fe es fundamentalmente un «regalo», un «don». La fe no es un «derecho»; te la ofrecen (Dios se pone en tu camino como puro don, pura gracia) y tú lo aceptas, no lo aceptas, o le dices que para otro día. En todo caso, no lo puedes exigir, como no puedes exigir a otra persona que te haga un regalo «porque te lo mereces».

Hay personas que viven la vida en clave de «merecimientos» («yo lo exijo porque lo valgo»), o de derechos («yo lo exijo porque tengo derecho»), o de intercambio comercial («te debo un favor»). Estas personas, me parece humildemente, que nunca entenderán el don de la fe, porque ni se accede a ella porque nos lo merezcamos, ni porque hagamos valer ante Dios nuestros derechos, ni menos aún como un «favor» que le devolvemos a Dios. Es pura gracia; es gratis; no cuesta nada y vale todo. Este tema me apasiona. Yo sigo dándole vueltas…


Pedro Ignacio Fraile. 8 de Mayo de 2013




¿DIOS CONTRA DIOS?

    No puedo por menos de hacerme eco del horror de Egipto. La mía no es una página política (si por política se entiende proponer o mantener una opinión definida al respecto); pero como cualquier persona informada, quiero saber y tengo una opinión sobre lo que está pasando en la  tierra del Nilo.


            Es verdad que lo primero son las personas y que, como en todas las guerras, las mayores pérdidas son siempre las humanas; y que la violencia no se justifica (venga de donde venga); y que no hay razón para quitarle la vida a una persona porque piense de forma diferente a la tuya, y que…, y que… Podíamos añadir muchas más razones; pero el motivo de este articulito es otro, más conforme al blog: la violencia religiosa contra los coptos de Egipto. Supongo que el lector sabrá que en la última semana se han quemado más de sesenta (¡¡60!!) lugares cristianos coptos entre iglesias y centros de esta comunidad a manos de exaltados radicales islamistas.



            Desde un punto de vista histórico, resulta extraño ver cómo los musulmanes extremistas quieren expulsar el cristianismo de Egipto con el argumento de que ‘no son de allí’, o que ‘son occidentales’. La historia, una vez más, es la pobre señora que todo el mundo manipula a su antojo. La Iglesia de Alejandría, la madre de los cristianos coptos, se remonta al siglo II después de Cristo, y hunde sus orígenes en Juan Marcos, compañero de san Pablo. Los musulmanes nacen en el siglo VII (más en concreto en el año 622 d.C., en La Meca –hoy Arabia Saudita-), si bien pronto llegaron a la tierra del Nilo. La presencia cristiana en Alejandría y tierras limítrofes no sólo ha sido ininterrumpida, sino que además ha sido fuente de gran riqueza cultural, como la Escuela catequética de Alejandría, que competía con la de Antioquía; ha sido cantera de prohombres intelectuales como Orígenes, de santos como San Cirilo de Alejandría, de textos variantes del cristianismo naciente (Nag Hammadi, Oxyrrinco), de espiritualidad occidental, siendo uno de los orígenes del monacato, con San Antonio Abad… La palabra ‘copto’ proviene de una deformación de ‘aegyptos’. La Iglesia copta es la egipcia… ¿cómo decir que son ‘extranjeros’?


            Desde un punto de vista teológico es insostenible e injustificable esta violencia. ¿Acaso Dios lucha contra Dios? Cualquier persona que sea creyente de verdad (no esos fanáticos que usan a Dios para justificar sus ideologías previas y meten su nombre para buscar adeptos), saben  que es una alegría creer en Dios. El verdadero cristiano le pregunta al verdadero musulmán: «tú, ¿cómo rezas? ¿cómo te diriges a Dios? ¿cómo ves a Dios presente en tu vida? ¿cómo ves el mundo y al hombre desde tu fe en Dios? Y al revés lo mismo.


            No podemos caer en la trampa de la «simplificación» o de la «reducción» de las tres religiones monoteístas a una sola (ya se ha intentado otras veces, y es un error y un fracaso). Judaísmo, cristianismo e Islam tenemos muchos puntos en común (fe monoteísta en un Dios creador, señor de la historia y juez; un Dios personal al que te puedes dirigir, que no se confunde con la creación; un Dios misericordioso; un Dios que se manifiesta en la historia (profetas…) y se revela en las escrituras etc. pero no son iguales: la manifestación plena y definitiva de Dios en la persona de Jesús no puede ser admitida por el judaísmo y por el Islam… Somos hermanos y somos distintos… ¿es motivo para que nos odiemos y queramos nuestra mutua destrucción? ¿Acaso Dios lucha contra Dios?


            La foto que traigo con el artículo me conmovió. Dos niños coptos rezando en una Iglesia destruida por la ira de los fundamentalistas. Nunca ha sido tiempo de enfrentar a los creyentes en Dios; ahora menos que nunca. Estamos en un tiempo donde los mayores adversarios de la fe no vienen de los que creen de verdad, ni siquiera tampoco de los ateos convencidos. Los mayores adversarios de la fe son los que la disuelven en un ‘pastiche’ amorfo, psicologicista, neutro, inodoro, insípido e incoloro. Estamos cansados de ver todos los días propuestas de ‘religión sin formas definidas’ (una fe amorfa, redondeada, sin aristas); de ‘formas espirituales no creyentes’ (sólo proponen estados de conciencia, métodos que nacen en el hombre y vuelven al hombre sin pasar por Dios)… Ya no es un «Dios a la medida», sino «ser espiritual sin Dios».


            ¿Acaso es malo creer en Dios? Vayamos más allá… ¿Acaso creer en el Dios que proponen los monoteísmos nos lleva indefectiblemente a la violencia, como dicen algunos? ¿No sería mejor desarrollar «formas de espiritualidad no confesionales» como nos proponen, aunque no lo digan, desde múltiples foros? ¿Acaso estamos pasados de moda los que creemos en un Dios personal, creador, señor de la historia? ¿Acaso formamos parte del escuadrón de los necios los que confesamos a Jesús como Hijo de Dios?


            Volvamos al inicio de este artículo. Me ha puesto muy triste la noticia de la destrucción sistemática de lugares cristianos en Egipto (al igual que en la guerra de Siria), por radicales islamistas. Lo peor de todo son las personas que mueren por la violencia… Pero no podemos cerrar los ojos, ni apagar la voz, alzándola para decir bien fuerte y de forma clara que Dios no está nunca contra Dios. Que un creyente en Dios no puede estar nunca contra otro creyente en Dios.


            Una última reflexión. Cuando vamos a Tierra Santa, o a Siria o a Egipto… los cristianos nativos de aquellas tierras siempre nos dicen lo mismo: «los cristianos de Occidente nos tenéis olvidados a los cristianos de aquí, la tierra donde nació la fe cristiana y donde tomó forma la Iglesia»… ¿Será verdad? ¿Podemos hacer algo para que esta acusación no siga siendo cierta?




Pedro Ignacio Fraile Yécora


23 de Agosto de 2013- Víspera de San Bartolomé de Caná de Galilea

 
DIEZ POSTURAS RELIGIOSAS (O NO) ANTE LA TRAGEDIA DE SANTIAGO DE COMPOSTELA EN LA SOLEMNIDAD DE SANTIAGO APOSTOL


La vida es comedia, y es drama y es tragedia. La primera es necesaria, pero en exceso nos cansa. El drama forma parte de nuestro quehacer y quevivir diario; convivimos más o menos serenamente con él. La tragedia nos asusta, nos hunde, nos emboca al grito más desesperanzado, o al silencio más ruidoso, o a la maldición incluso de lo más bendito.
            Ayer, en las vísperas de la Solemnidad del Apóstol Santiago, Patrón de España, se produjo una tragedia de las que quitan el aliento, estrechan por detrás y delante sin atreverse siquiera a decir una palabra más alta que otra. ¿Y qué dice Dios de estas y de otras tragedias? Pareciera que el ser humano occidental prescinde en su vida de Dios (muchos de ellos, no todos, evidentemente) hasta que llega la tragedia y vuelve su mirada y su grito a Dios. Como este blog es religioso quiero hacer una serie de reflexiones sobre la tragedia y Dios.
            (1) Para las personas que recibieron una formación religiosa en su infancia/adolescencia y que se han ido desplazando progresivamente hacia el mundo de la «no creencia», la fe en Dios no soluciona nada. En sus cabezas el dilema entre la fe en un Dios bueno que lo puede todo, pero que no hace nada, no tiene salida. Pierde la fe en Dios en aras de un enraizamiento creciente en este mundo: la aceptación serena de nuestra inmanencia. Es la «instalación en la finitud» de Tierno Galván.
            (2) Para las personas que nunca han sido religiosas, y que tienen formación filosófica, Dios no deja de ser una «solución antropológica» del pasado que hay que superar. Para ellos la palabra Dios no tiene valor; o todo lo más, un valor nominativo, conceptual, cultural, hipotético, pero no tiene capacidad de responder a nada porque consideran que es una palabra vacía de contenido real, de vida y efectividad.
            (3) Las personas sencillas y buenas, sin mucha formación religiosa, que creen en Dios de forma espontánea, natural, no entienden la tragedia, pero tampoco se atreven a juzgar a Dios. Ni entienden, ni protestan. Callan.
            (4) Las personas justicieras y engreídas, que se atreven a poner pleitos a todo el mundo, pide que se haga un «juicio a Dios», y si sale culpable, hay que echarlo de nuestras vidas. Nunca más hay que pronunciar su nombre.
            (5) Las personas «new age», panteístas (Dios no es personal), sino que «todo es divino», que creen en «energías», en «destinos» que nadie controla, donde el ser humano está al albur de lo que la fortuna le haya preparado, sólo pueden pensar: ¡Cuánta energía negativa se ha concentrado en ese tren! Pero ni explican nada ni dan esperanza. Porque no pueden.
            (6) Las personas de corte humanista recuerdan: «lo mejor es acompañar con el silencio»; «no decir nada»; «la mejor palabra es la que no se dice». Nada, nada, nada… ¿Y el consuelo? ¿También es «nada»?
            (7) Las personas que quieren creer y luchan con Dios, como Jacob, como Abrahán, como Job, como Jeremías, le dicen cara a cara: «no te entiendo», «no tienes defensa», «no sé qué quieres», «no sé adónde quieres llegar», «no puedo anunciarte». «Quiero que algún día me lo expliques».
            (8) Los creyentes de matriz humana, trágica, insumisa y poética, gritan como Dámaso Alonso en su poema ‘Insomnio’: ‘Paso largas horas preguntándole a Dios,
(…) ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?’
. Aceptan con hondo silencio como Antonio Machado ante la muerte de su esposa, ‘tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía; ya estamos solos mi corazón y el mar’. Teresa de Jesús aporta su brillante ingenio iluminado por la fe: ‘¿Así tratas a tus amigos? Por eso tienes tan pocos...’
            (9) El predicador de oficio tira de tablas y afirma: ‘Con Dios, no lo entiendo; sin Dios, me desespero’. Y añade, ‘estamos amenazados sí; pero desde la Vida plena de Cristo, no estamos amenazados de muerte, sino de Resurrección’.
            (10) El creyente cristiano, ¿qué dice?, ¿qué hace? Se abandona pero a la vez pregunta; protesta y a la vez deja que Dios sea Dios; renuncia a decir «nada», porque la palabra de Dios es de Vida; reza por los difuntos y por los vivos. Calla y reza, con dolor, pero un dolor esperanzado. La cruz de Cristo, para el creyente, se hace presente en la vida (no es el destino); no es la sentencia de un Dios cruel; no es el capricho de un Dios que juega con los frágiles humanos. Dios está llorando en Santiago. Santiago Apóstol está llorando en Santiago de Compostela. Jesús, el Señor, crucificado y Resucitado está llorando con Santiago en Santiago. Volvemos a la vida, la de cada día… y nos decimos… el hombre busca a Dios y Dios sale al encuentro del hombre. Con recuerdo, con mucho amor y con esperanza.
Pedro Ignacio Fraile Yécora
Solemnidad de Santiago Apóstol (25 de Julio de 2013)




EL RUMOR PERMANENTE DE DIOS:

CONTRA DIOS, SIN DIOS, CON DIOS


El otro día, en la televisión española, pude ser testigo de dos «confesiones» no creyentes por parte de sendas personas. La primera, en un reportaje de la siempre espectacular Monica Bellucci, la guionista quiso magnificar la ya suficiente hermosura de la actriz italiana con estas palabras. Dijo: ‘Monica se presenta como «agnóstica, femenina y feminista»’. El corifeo de los «tertulianos» casi aplaudía con las orejas. En ese mismo día, otra presentadora, de estas que crean escuela, dijo sin que nadie se lo preguntara: «¡porque yo soy atea!».  Está visto, pensé yo, que presentarse como creyente en esta sociedad, no «vende». El contrapunto lo puso anoche mismo un amigo que nos había invitado a celebrar su «despedida de soltero». Una despedida civilizada y llena de guiños a la amistad, a las historias personales, al buen gusto. La cena empezó diciendo: ‘Como sabéis soy católico, apostólico y romano… y tengo costumbre de bendecir la mesa’. Allí había gente de todo pelaje, y nadie hizo ningún comentario; luego, cuando nos contó la trayectoria de su vida, en los brindis finales nos dijo que ahora, entre otras cosas, «era catequista» de jóvenes. En una sociedad plural y moderna, pensé yo, el «rumor de Dios» no desaparece.


Nos vamos a Tierra Santa, que es un lugar donde todo adquiere otro color y otros matices. Allí la religión es evidente; la religión forma parte de la vida cotidiana; la religión hierve. Si vas por las calles de Jerusalén te encontrarás bien a un judío ortodoxo vestido con todos sus signos distintivos (kipá, tefilim), bien a un musulmán que lee el Corán sentado en la puerta de su tienda. Oirás las llamadas a la oración del almuédano en los distintos minaretes de la ciudad y las campanas del Santo Sepulcro. El «rumor» de Dios es evidente, es palpable.


Una de las preguntas que más hacen los peregrinos es: «oye, Pedro, ¿qué es esa ‘chichonera’ que llevan algunos en la cabeza?». Esa «chichonera» como dicen muchos es la cajita que se atan a la cabeza y a los brazos los judíos antes de ponerse a rezar. En el libro del Deuteronomio encontramos el «Shema», que dice así: ‘Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios. El Señor es uno solo. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas’; y continúa ‘átalas a tu mano como signo, ponlas en tu frente como señal’ (Dt 6,4-8). El judaísmo es una religión «monoteísta». Dios es Dios. Dios es Uno. Dios es el totalmente Santo. A Dios sólo se le puede amar y servir.


La otra religión monoteísta mayoritaria en Israel/Palestina es el Islam. Dos anécdotas: en mi último viaje iba con un  peregrino amigo por la calle y se nos plantó delante de nosotros una señora mayor, de más de sesenta años, toda ella vestida de negro y bien tapada.  La mujer nos dijo con cara de pocos amigos a la vez que movía su dedo índice, como advirtiéndonos de nuestra condición de infieles: «la ilaha illa Allah». Esto es, «no hay otro Dios más que Allah». Mi sorpresa fue que, cuando fuimos al Santo Sepulcro, en la mezquita que desde tiempos inmemoriales está situada enfrente de la gran Iglesia de la cristiandad, había colgado un cartel con el mismo titular (como se puede apreciar en la foto, aunque sea de mala calidad). Para el Islam, religión monoteísta, la unicidad de Dios es indiscutible, y lo confiesan públicamente.


Hoy es Domingo de la Santísima Trinidad. Los cristianos creemos en un solo Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres personas divinas y un solo Dios verdadero. Es sin duda un misterio que cuando lo tenemos que comentar no sabemos bien cómo hacerlo; es, sobre todo, un misterio de amor y de salvación. Los cristianos sólo adoramos a Dios; a su vez, recordamos a Jesús, el Hijo de Dios, que nos dejó un «mandamiento nuevo»: este es mi mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado. En la fe cristiana el amor a Dios se trasluce en el amor al hombre, y el amor al hombre es signo evidente de que estamos tocados por la divinidad.


Las señoras que nombraba al principio de este artículo bramaban satisfechas contra Dios. Los judíos, los musulmanes y los cristianos nos abrimos a su misterio, aunque con importantes matices y diferencias. ¡Feliz día creyente para todos!


Pedro Ignacio Fraile Yécora, Domingo de la Trinidad, 26 de Mayo de 2013
 

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