17 marzo, 2014

COMENTARIOS A LAS LECTURAS DE LA FIESTA DE SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA


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Lectura del segundo libro de SAMUEL 7, 4-5a. 12-14a. 16

En aquellos días, recibió Natán la siguiente palabra del Señor:

-«Ve y dile a mi siervo David:

“Esto dice el Señor: Cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. Él construirá una casa para mi nombre, y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo”. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre.”»
Palabra de Dios

La conocida como ‘promesa davídica’ (texto que leemos hoy) es una de las claves teológicas de interpretación del Antiguo Testamento. David, elegido como rey de Israel, ungido por el profeta Samuel, cae repetidamente en el pecado. Sin embargo Dios no abandona a su ungido, sino que le conduce de forma que por su medio instituye toda una descendencia. Las palabras con que Dios rubrica su promesa, ‘por siempre’, supondrán un serio problema para el pueblo de Israel cuando vean que con Sedecías, en el año 587, desaparece la monarquía davídica.
Será Isaías quien ayude a interpretar la promesa en clave mesiánica y no puramente biológica. Dios no estuvo sólo con el rey David para salvar a su pueblo, sino con todos sus descendientes; la promesa no se reduce a un hecho de la antigüedad, sino que se renueva y actualiza en el Mesías.
El profeta Natán con su palabra no sólo legitima una dinastía humana, sino que enraíza en ella un símbolo mesiánico. La casa de David se perpetúa en el pueblo de Israel.   


Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los ROMANOS     4, 13. 16-18. 22

Hermanos:

No fue la observancia de la Ley, sino la justificación obtenido por la fe, la que obtuvo para Abrahán y su descendencia la promesa de heredar el mundo.
Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia.
así, la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la que nace de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros. Así, dice la Escritura: «Te hago padre de muchos pueblos.»
Al encontrarse con el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe, Abrahán creyó.
Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: «Así será tu descendencia.» Por lo cual le valió la justificación.

Palabras tajantes si las leemos en un contexto de observancia judía donde la Ley o Torah había adquirido rango de culto. Pablo rompe el argumento y apela al mismo Abrahán para reivindicar la salvación por la fe y no por la observancia de una normativa ético-religiosa. La perspectiva se abre a una nueva dimensión insospechada pues según el apóstol la descendencia de Dios no se limita a la legal, esto es a los israelitas observantes, sino a toda la humanidad que abre su corazón a la fe. La promesa no se le hace a Abraham por ser cumplidor, sino por ser creyente.
Con estas afirmaciones el apóstol Pablo rompe todo particularismo excluyente que limitara la acción de Dios a un pueblo o grupo que fuese fiel a una observancia concreta para abrirla a la humanidad creyente sin distinción. En el título ‘padre de muchas naciones’ Pablo contempla a la gran humanidad redimida en la persona de Cristo.
La diferencia entre los dos tiempos salvíficos es que en Abrahán Dios promete, y el creyente vive en la tensa esperanza de que se cumpla la promesa; en el tiempo inaugurado por Cristo, Dios ha cumplido, y el creyente sabe que en su fe se actualiza y realiza el plan de Dios.


Lectura del santo evangelio según san MATEO 1, 16. 18-21. 24a

Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
-«José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.

Palabra del Señor.

La figura de José aparece poco en los textos evangélicos. Mateo acaba de introducir la genealogía de Jesús, 'hijo de Abrahán, hijo de David' haciendo que la  cadena desemboque en José, del que se dice que es 'esposo de María', y no al revés como se esperaría: María, 'esposa de José'.
El relato quiere desarrollar que la maternidad de María no es obra de José, sino del Espíritu santo. Para ello lee en clave de cumplimiento la promesa mesiánica que aparece en Isaías – la señal de la presencia de Dios es que la virgen está encinta- y que el texto litúrgico en este caso no recoge.
Según las costumbres judías se han celebrado los esponsales, pero no la boda y consiguientemente se presume la no cohabitación de la pareja. Mateo emplea la conocida figura del sueño y del ángel para introducir el misterio que supera a la inteligencia humana.
José es colocado en la línea de los hombres creyentes que, como Abrahán, va más lejos de las leyes naturales o humanas y acepta entrar en la dinámica de los planes de Dios. Cristo es hombre como los demás, pero al mismo tiempo es fruto del Espíritu Santo. José acepta esta paradoja por ser creyente, no sólo por ser bueno.  El texto acaba con la obediencia de José; obediencia que no es sumisión ciega sino aceptación del misterio que sobrepasa y que se acoge con reverencia.


Pedro Ignacio Fraile Yécora


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