DOMINGO II DE
PASCUA
PRIMERA LECTURA
Todos pensaban y sentían lo mismo
Lectura del libro de los HECHOS DE LOS
APÓSTOLES 4, 32‑35
En el
grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba
suyo propio nada de lo que tenía.
Los
apóstoles daban testimonio de la resurrección del
Señor Jesús con mucho valor.
Y Dios
los miraba a todos con mucho agrado.
Ninguno
pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el
dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo
que necesitaba cada uno.
Palabra de Dios
El
autor de Hechos, San Lucas con mucha probabilidad, intercala resúmenes de la
vida de la primera comunidad cristiana de Jerusalén: Hay una comunión plena en el
pensar, en el sentir y en el compartir los bienes materiales. Los apóstolos son
testigos valerosos y Dios aprueba la vida de la comunidad. Se trata más de una
«propuesta» de vida comunitaria que del «retrato» de una realidad. Se puede
leer de tres formas: los ‘literalistas’ consideran que todo sucedió tal como
narra el texto; pecan de «anacronismo» y de «historicismo ingenuo». Otros consideran,
con nostalgia, que hay que volver al «espíritu inicial» de la primera comunidad
que se ha perdido: «cualquier tiempo pasado fue mejor». La tercera lectura, con
los ojos de la Pascua, nos pide hacer presente este espíritu hoy. Los
cristianos están llamados en todas las edades, en todo momento, más allá de los
tiempos cronológicos o de etapas idílicas de la antigüedad, a dar vida al
espíritu de compartir en la fraternidad, de estar alegres en la humildad, de
sencillez en el testimonio. No es una lectura que nos revuelva con acritud a un
pasado mejor, sino un acicate para hacerlo vida hoy. La palabra de Dios es
histórica pero no «historicista». Bebe del pasado histórico, pero no es
nostálgica. Es para «aquí, hoy y ahora».
SEGUNDA LECTURA
Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo
Lectura de la primera
carta del apóstol SAN JUAN 5, 1‑6
Queridos
hermanos:
Todo el
que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a Dios que
da el ser ama también al que ha nacido de él.
En esto
conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus
mandamientos.
Pues
en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus
mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo.
Y lo
que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que
vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
Éste
es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con agua, sino con
agua y con sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es
la verdad.
Palabra de Dios
La vida
cristiana brota de Cristo muerto y resucitado y de la fe en él. La victoria es
la de Cristo, y nosotros somos beneficiarios de ella. La fe es la respuesta que
cada persona, en su libertad, da a la llamada personal de Dios. El fruto de
esta respuesta amorosa sólo puede ser el amor. Dicho de otra forma, el
cristiano que responde al amor de Dios no puede dejar de cumplir los
mandamientos. A veces oímos cosas como que el cristianismo, por su mandamiento
del amor, da por superados los mandamientos de Dios. Craso error. Si Dios es
amor, si Cristo es el amor encarnado, entregado y vivo, si Dios nos pide frutos
de amor ¿cómo vamos a cerrarnos a los mandamientos de vida y amor que proceden
del mismo Dios? No es cuestión de juegos de palabras, sino de coherencia:
amamos a Dios y a los hermanos en unión íntima con Cristo, el Vencedor del
pecado y de la muerte.
A los ocho días, llegó Jesús
Lectura del santo
evangelio según SAN JUÁN 20, 19‑31
Al anochecer
de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con
las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo:
—«Paz a
vosotros.»
Y,
diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron
de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
—«Paz a
vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y,
dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
—«Recibid
el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados;
a quienes se los retengáis, les quedan retenidas.»
Tomás,
uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y
los otros discípulos le decían:
—«Hemos
visto al Señor.»
Pero él
les contestó:
—«Si no veo
en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los
clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los
ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llego
Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
—«Paz a
vosotros.»
Luego
dijo a Tomás:
—«Trae
tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas
incrédulo, sino creyente.»
Contestó
Tomás:
—«¡Señor
mío y Dios mío!»
Jesús le
dijo:
‑«¿Porque
me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos
otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los
discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el
Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Palabra del
Señor
El evangelio está
escrito «para que creáis» y así «tengáis vida en su nombre». La Resurrección de
Jesús no es algo periférico o anecdótico en la fe cristiana, sino que es su
punto de partida y su culmen. La fe en el Resucitado nace de un encuentro:
«hemos visto al Señor». Los frutos de este encuentro son la Paz (con
mayúscula), la alegría que llena a los discípulos, el perdón de los pecados, y
la fe. Es verdad que Tomás representa a las generaciones de todos los tiempos
que se resisten a creer: «si no veo las señales», «si no compruebo las
heridas». La fe en el Resucitado necesita del encuentro y de la superación de
una fe que exige pruebas contundentes, que no dejen espacio a la duda. La fe,
en definitiva, es un don, no una conquista de la inteligencia.
Pedro Fraile
No hay comentarios:
Publicar un comentario