16 noviembre, 2017

¿JESÚS ERA ISRAELITA O JUDÍO?


La pregunta parece necia, pero no lo es. Ayer llegué de Tierra Santa. El chófer que me llevó al aeropuerto me la hizo. Él es palestino de Jerusalén, cristiano, de rito copto. Le pregunté la razón de esta pregunta y me dijo que acababa de llevar a un grupo de protestantes de los Estados Unidos; él  entiende perfectamente el inglés, y me comentó que hablaban mucho del Antiguo Testamento y que decían que Jesús era ‘israelita’. Cuando uno conoce esa tierra, y el trasfondo político que hay, se entiende su preocupación, pues él es palestino cristiano. Yo le contesté que Jesús era el Hijo de Dios. Esto no le tranquilizó pues no respondía a su inquietud. Luego añadí que Jesús nació en Belén… Se quedó pensativo y dijo: ‘entonces Jesús nació en Tierra Santa (Holy Land’); le dije que sí, y pareció más conforme.
El asunto no es baladí, sino muy importante. Hace ya muchos años que me hicieron esta misma reflexión, pero desde otro punto de vista: desde el éxodo. ¿Cómo leen los palestinos cristianos el Antiguo Testamento? ¿Cómo entienden ellos que Dios ha liberado a Israel? ¿Cómo se sienten ellos ‘herederos’ en la ‘tierra prometida’, que según la Biblia es para el pueblo de Israel? Hay una pregunta de fondo: ¿cómo interpretan la Biblia, que es un texto judío, como ‘Buena Noticia de Salvación’, los palestinos cristianos? Podríamos extender esta pregunta a los ‘árabes cristianos’ (latinos, ortodoxos, sirios, coptos, maronitas etc.).
Es verdad que muchas Iglesias cristianas orientales son ‘monofisitas’; esto es, que insisten más en la naturaleza divina de Jesucristo que en la naturaleza humana. Según esto, prefieren ver a Jesucristo como el Hijo de Dios, sin insistir en su condición humana. Pero… aquí es donde se plantea la pregunta de mi amigo el chófer, que le dejó perplejo y preocupado: ¿De verdad Jesús era un israelita?
Desde el punto de vista de la investigación, Jesús era un judío del siglo I. Un «judío marginal», como se le considera en algunos círculos de estudio, pero judío: va a las sinagogas el Sabat (Sábado), aunque lo cuestiona; conoce la Ley y dice que no ha venido a ‘abolirla, sino a darle cumplimiento’; conoce todos los textos sagrados y los cita (Tanaj), nuestro Antiguo Testamento. Muchos ven en él al Mesías esperado por el pueblo judío.
Nosotros, los cristianos, confesamos a Jesucristo como el Hijo de Dios; pero sabemos que por su «encarnación», Jesús no es un personaje medio divino, medio celeste, medio hombre… que nos despista. ¡Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre! Jesús nació en el seno de una familia judía, y era judío. No es un desdoro, sino consecuencia de la encarnación. María, su madre, era una joven judía.
El actual Estado de Israel, por su parte, recibe su nombre del antiguo Reino del Norte que aglutinaba grandes tribus (Efraín, Manasés, Benjamín) y que desapareció el año 722 a. C. Tal fue el golpe recibido, que nunca se recuperó. De hecho los profetas siempre soñaban y anunciaban el futuro como la restauración y unificación de nuevo de Israel (desaparecido en la historia) y de Judá (vigente en la historia, origen de la religión judía). Israel como tal era un nombre ‘simbólico, soñado, deseado’, más que una realidad cuando vivía Jesús; más aún, era un ‘sueño’ hasta el siglo XX. Cuando la ONU, en 1947, preguntó a los judíos qué nombre querían para el nuevo Estado que iba a nacer, no dudaron: «su nombre será Israel». De esta forma recuperaban aunque fuera solo de forma política, no religiosa, el antiguo sueño.
Volvamos a la pregunta que inquietaba el corazón del chófer palestino: ¿Jesús era israelita? La respuesta, más sosegada es: no, no era israelita porque el Estado de Israel no existía cuando él vivía entre nosotros; tampoco existía en aquel tiempo el Reino de Israel, más que en el sueño deseado de un futuro incierto. Eso sí, Jesús era judío; pero como dicen los biblistas, un «judío marginal». Más aún, como decimos los cristianos, un «judío» que llevó a plenitud las promesas de Dios: Jesús es el Hijo amado de Dios.
Pedro Ignacio Fraile Yécora
16 de Noviembre de 2017








05 noviembre, 2017

«MASTER EN DISCIPULADO» (Domingo XXXI del Tiempo Ordinario)

Las titulaciones de ‘master’. Hace solo unos pocos años, una década o a lo sumo dos, nadie hablaba de los estudios universitarios que llevaban el título anglosajón de ‘master’. Es más, nos parecía una cursilería propia de unos pocos sabidillos. Hoy, sin embargo, oímos hablar de este título universitario con normalidad. Los estudiantes jóvenes han hecho, o tienen en sus planes inmediatos realizar un ‘master’. Podríamos traducir este término literalmente como ‘maestro’, añadiéndole el sentido de que adquiere una ‘autoridad’ en la materia, de que es un ‘especialista’  de referencia.
                En el judaísmo que vivió Jesús, ya había ‘maestros’ o ‘masters’ en la Ley judía, la Torah. Todos se dirigían a ellos, convencidos de que eran ‘autoridades’ en la interpretación de la Ley. Les escuchaban con admiración y respeto; les obedecían porque la gente sencilla ponía en ellos la respuesta a sus dudas y descansaban.
El evangelio da un vuelco. Jesús conocía bien esta situación. Él desde pequeño había oído hablar de estos ‘maestros de la Ley’ y luego, sin duda, en más de una ocasión los frecuentó y los escuchó. Sin embargo no lo hizo con la sumisión entregada y acrítica de la mayoría de sus compañeros. Jesús no solo no estaba de acuerdo con ellos, sino que se enfrentó a ellos y les denunció. El evangelio de Mateo comienza solemnemente con las palabras de Jesús: «en la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos». Jesús no rechaza la Ley de Dios, sino el abuso y la interpretación que unos pocos hacen de ella. Ellos se consideran «maestros»; Jesús dice, sin embargo, a sus discípulos que no les llamen «maestros», porque uno solo lo es, Dios. Lo mismo dice con el título de «padre»: solo a Dios se le debe llamar «Padre»; lo mismo dice del título de «jefe».
                ¿Acaso Jesús propone una sublevación total de los estamentos sociales? ¿Podríamos pensar que Jesús anuncia un cambio de esquemas políticos? A lo largo de la historia se han intentado distintas lecturas en esta línea: Jesús como revolucionario, como instigador de cambios radicales en la sociedad… La compleja y convulsa vida de la humanidad y de la Iglesia han ido desvelando que se tratan muchas veces de lecturas del evangelio interesadas, que parten de prejuicios ideológicos.
‘Master’ sí, en discipulado. Recuperamos la imagen del título de ‘master’ que tanto juego da, en los albores del siglo XXI, en los países de occidente que sueñan con un futuro prometedor e ilusionante. Siguiendo esta estela, me atrevería a reflexionar y compartir. ¿Jesús nos propone un ‘master’? La respuesta sería, ‘sí’. La propuesta de Jesús sigue siendo paradójica. Se mueve entre el ‘ya’ y el ‘todavía no’; entre las ‘expectativas’ que se crean y la ‘realidad profunda’ que encierra.
                Jesús nos propone que seamos ‘maestros en su seguimiento’; que hagamos el ‘curso del discipulado’; que nuestra ‘especialidad’ sea la de interpretar y seguir las huellas por donde  él transita. La sorpresa será, precisamente, esa: que no llamaremos a nadie «maestro», ni «padre», ni «jefe», porque Dios hará que descubramos que él mismo, Dios, es nuestro maestro; que Dios es «el Padre del cielo»; que las jerarquías entre jefes que mandan y subordinados que obedecen desaparecen ante la nueva realidad: todos somos hermanos en nuestra condición de hijos del Padre de Dios, de hermanos en el hermano mayor que es Jesús.
Un deseo final: que todos hagamos este ‘master de discipulado’ tras las huellas de Jesús.

Pedro Ignacio Fraile


04 noviembre, 2017

SEGUIR A JESÚS O SEGUIR MIS CRITERIOS

El don de la vocación. La vocación forma parte esencial de la experiencia bíblica, y por tanto, cristiana. Dios llama (a Abrahán, a Moisés, a Samuel, a Jeremías) y el llamado se ve en la obligación de escuchar o de rechazar. La iniciativa siempre es de Dios. No se trata de una elección fruto de la voluntad humana, sino de una escucha atenta y obediente a la voz de otro. Por eso hablamos de «don» y no de «conquista».
                La certeza de la vocación. La experiencia religiosa de la vocación cuenta con dificultades. No es evidente. Una de estas dificultades es discernir si la persona llamada escucha sus deseos, sus proyectos, o si escucha la voluntad de Dios en su vida. De ahí que la Escritura insista en que las personas llamadas se resisten. Pero también la experiencia de la vocación aparece unida a la certeza: no es fruto de una imaginación, sino una llamada veraz y directa de Dios que pide una respuesta.
                Una vocación universal. Desde un punto de vista bíblico, la vocación se dirige a hombres y a mujeres; a casados como Moisés, a niños como Samuel, y a profetas célibes como Jeremías. A cada uno le pide algo distinto: a Moisés que saque el pueblo de la esclavitud de Egipto; a Samuel que escuche su voz sin miedo a lo que le vaya a pedir; a Jeremías le encomienda una ardua tarea que incluye sembrar y arrancar; construir y derribar. En todos los casos no cumplen la voluntad propia, sino la misión que les encomienda Dios. En todos los casos afecta al misterio del ser humano.
                Jesús nos llama a seguirle. En los evangelios asistimos a una novedad crucial. Jesús llama a sus discípulos a seguirle; como hace Dios en el Antiguo Testamento. Jesús anuncia el Reino de Dios, pero a la vez les pide que le sigan a él. La razón es obvia: Jesús encarna con su mensaje y con su vida el Reino.
                La vocación de los discípulos se repite en los evangelios: llama a Pedro y a su hermano Andrés; llama a Santiago y a Juan. Llama a Mateo y le pide que deje su mesa de recaudador. No podemos entender el evangelio sin pararnos en este comportamiento contrastado de Jesús «que llama»; no es solo una clave de interpretación teológica, sino un comportamiento que nos afecta y condiciona a todos. Jesús me llama a mí y a ti. Jesús nos llama para que le sigamos a él, desde nuestra vida ordinaria, en el quehacer cotidiano. La vocación al seguimiento se actualiza en cada generación y en cada persona.
                Seguimos a Jesús, no a nuestros criterios. El evangelio recoge las resistencias propias de toda vocación: miedo al futuro, inseguridad ante los retos y debilidad humana, comodidad comprensible. Pedro añade otra dificultad: la ideológica. Pedro está convencido de que Jesús es el Mesías, pero un Mesías triunfador. Pedro se siente con la obligación de corregir al mismo Jesús. En una escena sorprendente, Jesús le llega a llamar «Satanás»: entorpecedor, obstáculo, impedimento para su misión.
                Jesús le habla muy claro: «el que quiera seguirme». ¿Yo estoy dispuesto a seguir a Jesús?; «que cargue con su cruz y me siga». No podemos poner primero mis expectativas y criterios, y luego negociar el seguimiento. Esa «condición ideológica» es la que puso Pedro a Jesús. Estamos sobre aviso. Tenemos que dar una respuesta.
               
Pedro Ignacio Fraile

https://pedrofraile.blogspot.com/

03 noviembre, 2017

SABER ESPERAR

Tiempos recios. Nos tocan vivir «tiempos recios». Esta frase, como sabe muy bien el lector, no me la puedo apropiar; es de Santa Teresa de Jesús. Lo que sí podemos decir es que en la historia siempre ha habido «tiempos recios»; cada sociedad y cada época ha tenido los suyos. ¿Acaso son más «recios» estos tiempos que los de las distintas persecuciones religiosas donde se mataba a causa de la fe? ¿Acaso son más recios estos tiempos que los de las Revoluciones francesas o mexicanas, abiertamente antirreligiosas? ¿Acaso son más recios estos tiempos que los que llevaron a la Iglesia de nuevo a las catacumbas en todo el mundo del bloque comunista? Ahora tocan otros tiempos; para algunos más duros, pues tras la «tolerancia» se esconde la «indiferencia»: “el mayor desprecio es no hacer aprecio, dice el refrán español”. Para otros son tiempos de confrontación, de poner en duda y en valor las distintas formas de expresión religiosa. 


Tiempos de espiritualidad. Lo que sí podemos afirmar es que estamos viviendo por todas partes un «renacimiento de la espiritualidad». No decimos renacimiento del «discipulado de Jesucristo» o de «espiritualidad confesante». Son cosas distintas. Algunos buscan espiritualidad fuera de las tradiciones religiosas, principalmente el cristianismo. Muchas formas de relajación, de meditación, de silenciamiento interior solo quieren eso, «paz interior» que no esté unida a ninguna profesión de fe. El debate hace tiempo que está abierto. ¿Cómo vivimos los discípulos de Jesús, los que vivimos la fe en la Iglesia, estas nuevas formas de espiritualidad no confesante?

La espiritualidad necesita tiempo, y sobre todo lentitud. En una de las muchas obras que retoman este tema, el autor después de criticar la aceleración en la que vivimos, hablaba precisamente de esto: la verdadera espiritualidad necesita tiempo y sobre todo lentitud. Precisamente porque la verdadera espiritualidad tiene que ver con las relaciones interpersonales, hay que dedicarle tiempo, como se dedica a los amigos. Las relaciones con las personas son de largo alcance; hay que invertir horas, espacios, escuchas, serenamientos, novedades, conflictos, diálogos. Lo mismo en las relaciones espirituales.

La paciencia y la espera como aprendizaje. Hay que tender puentes, sin renunciar a lo esencial; para nosotros la fe en Jesús como Señor. Uno de esos puentes que podemos tender lo encontramos en el evangelio: aprender a esperar, cultivar la espera. Dios con frecuencia se hace esperar; no porque juegue con nosotros, sino porque el tiempo es pedagógico. Dios no necesita dilatar el tiempo de su amor, pero nosotros sí que necesitamos percibir este amor, de forma lenta, paulatina, progresiva. Dios no tensa la paciencia para forzar nuestras decisiones, pero sí nos enseña a madurar, a sopesar, a leer nuestra vida con perspectiva. Sabemos que el encuentro con Dios es seguro; pero no sabemos cuándo. No podemos apresurarnos, provocar fracasos por nuestra impaciencia; forzar las situaciones. Nuestra espera debe ser atenta, vigilante.

El tiempo en la historia de la salvación. El sentido del tiempo en las tradiciones y filosofías religiosas es muy distinto de unas a otras. Las propuestas religiosas de carácter cósmico proponen un tiempo circular, cíclico, de eterno retorno. La Palabra de Dios nos propone un tiempo pedagógico, de esperanza, de futuro. Un tiempo donde las promesas y la confianza son fundamentales. Un tiempo donde la paciencia no es solo una virtud humana, sino la forma de esperar la presencia siempre novedosa y siempre sorprendente de Dios. Un tiempo salvífico.

Pedro Ignacio Fraile


31 octubre, 2017

¡BENDITO SEA HALLOWEEN!... PORQUE NOS ESPABILA”

No. No me he ido de cabeza. Sé lo que digo, y además de argumentarlo lo defiendo. ¡Bendita sea la fiesta horrible de Halloween porque nos está “despabilando” a los adormilados, arrellanados en nuestra zona de comodidad, atontados por el sopor de una fe sedante y sedada, cansada, sin chispa, sin gracia.

No es la primera vez que sucede, ni será la última. Muchas veces las personas reaccionamos “cuando se nos comen el pan”, o “cuando nos tocan lo más sagrado”, o cuando “vemos que se nos está yendo de las manos”. Algo así pasa con la fiesta de Halloween que está desplazando, o al menos le lleva mucha ventaja en los últimos años, a la de “Todos los Santos”. La primera viene con la frescura de los niños que empujan; con el atractivo de la fiesta: una buena excusa para salir de casa y darle alegría al cuerpo. Tiene la fuerza arrolladora de lo nuevo (al menos en la cultura tradicional católica de España). Por el contrario, la fiesta de Todos los Santos es “arcaica”, “casposa”, “católica”, “tradicional”, “está superada”… pueden decir sus detractores. Pero nosotros, qué decimos o qué podemos decir. Por lo pronto podemos decir que Halloween es una fiesta que no tiene nada que ver con la fe cristiana, y que además cultiva una visión sobre el ser humano contraria al cristianismo. Argumentos, que siempre son necesarios.


  1. Belleza contra fealdad. La fiesta de Halloween exalta la fealdad, la corrupción, lo negro, la sangre… El ser humano es materia putrefacta. Por el contrario, la fe cristiana nos recuerda nuestra belleza inscrita en el corazón de todo ser humano: hemos sido creados por amor, a imagen y semejanza de Dios. Somos “bellos”, aunque el pecado se haga presente en nuestra vida; pero el pecado no anula ni destruye esta belleza.
  2. Esperanza contra desesperanza. La fiesta de Halloween es la fiesta de la muerte. Los muertos reviven, pero son muertos. El destino del hombre, dice, es la muerte y el olvido. La fe cristiana en su fiesta de Todos los Santos nos habla de Vida eterna, de Resurrección, de esperanza. No una esperanza como ilusión que nace de la carencia humana, sino una esperanza que nos ha ganado Cristo por su Resurrección.
  3. Providencia contra destino. La fiesta de Halloween habla de brujas, de fantasmas, de muertos que deben expiar culpas no perdonadas. Es la consecuencia de un destino cruel del que no te puedes separar. La fe cristiana habla de un Dios providente, que nos acompaña con amor; que nos da libertad, que sufre en nuestras decisiones equivocadas y que nos espera con ternura.
  4. Santidad contra demonización. La fiesta de Halloween va acompañada de diablos y demonios que nos recuerdan un futuro de ‘fuego’, de ‘condena’. La fiesta de Todos los Santos nos habla de Salvación, en Dios, por Jesucristo. Dios es el Santo, y nosotros estamos llamados a participar de esta santidad. No estamos llamados a la condenación.
  5. Alegría contra miedo. La fiesta de Halloween ensalza el miedo, el susto, la angustia, el desasosiego, el pavor y temblor. La fiesta de Todos los Santos ensalza la alegría cristiana que nace de la esperanza que tenemos en Cristo. Un cristiano triste es un triste cristiano.
Queridos amigos lectores, Halloween ha venido para quedarse; pero ha venido también, sin que lo sepa y sin que quiera, para ‘espabilarnos’ a los adormecidos y bien servidos cristianos, que parece que no sabemos ni en qué creemos ni en qué esperamos.
Feliz día…. ¡de Todos los santos!
Pedro Ignacio Fraile Yécora
31 de Octubre de 2017, Víspera de la Solemnidad de Todos los Santos



26 octubre, 2017

CONVERSACIONES CON JOSÉ LUIS ALDEA: HALLOWEEN NOS CAMBIA AL HOMBRE

Quiero, en primer lugar y ante todo, dejar claro que el ejercicio literario que sigue lo hago desde el cariño a José Luis y desde la fe en la Resurrección. No pretende ser una 'conversación ficticia' banal ni muchos menos ridícula u ofensiva. No quiero aumentar el dolor, sino darle sentido desde la fe en la Resurrección. En mi artículo sobre la muerte de José Luis Aldea, decía que era un conversador infatigable, agudo y provocador sobre temas de fe y de Iglesia, desde su condición de sacerdote católico. Ahora, que ya está en las manos de Dios, sigo imaginando una conversación con él; en este caso sobre eso que llaman Halloween, que ha desplazado de forma contundente ¿e irremediable? a las fiestas cristianas de “Todos los Santos” y de la oración por los “Difuntos”. La conversación (ficiticia) podría haber sido así.

Pedro. ¿Te das cuenta, José Luis, de cómo se nos han comido el pan sin que nos demos cuenta?

José Luis. ¿De qué hablas? Hay tantas cosas en las que nos ganan la partida.. ¿a qué te refieres?

Pedro. A esa fiesta de Halloween. No lo digo solo porque sea una importación extranjera, una fiesta sajona, que viene de Irlanda pasando y recreada en los Estados Unidos, que se ha metido en nuestras vidas sin permiso, sino por lo que supone en nuestra cultura.

José Luis. Ya. Esa es la condición española, nos falta criterio; a veces, solo porque venga de fuera, es suficiente. Parece que porque sea norteamericana, va a ser mejor, como si fuera una cultura superior. No aprendemos. Aparte de cierto complejo de inferioridad cultural.

Pedro. A mí lo que me molesta no es solo que sea un motivo comercial, para vender más, sino que hasta los ayuntamientos la fomenten. No se dan cuenta de que lo que promueven es una nueva forma de ver al ser humano. Nos cambian nuestra ‘antropología’

José Luis. Ja, ja (se ríe). ¿Y de eso te sorprendes? El ser humano está en manos de todos, de los comerciantes, de los políticos, de los filósofos; también de los curas. Todos hablan de él y todos pretenden saber qué es lo que quiere y qué es lo mejor para él. Eso sí, por lo general venden una ‘trivialización’ del ser humano, no se meten a fondo en su misterio.

Pedro. Ya, José Luis, su misterio. La ‘fiesta de Halloween’ es una fiesta de los ‘muertos vivientes’, de los ‘zombis’. Reducen el ser humano a carne, a carne que da miedo, a carne fea, sin futuro… Parece una fiesta de la fealdad, de la corrupción, ¿eso es el ser humano?

José Luis. El ser humano es misterio. Te lo digo porque lo sé, del verbo «saber», por experiencia. No interesa que nadie se pare a preguntar sobre la suerte de las personas, sobre su historia, sobre su belleza, sobre sus proyectos, sobre sus tragedias… La fiesta de Halloween reduce la condición humana mortal a figuras terribles feas que asustan. Ese… no es el hombre. Al menos el hombre ‘creado a imagen y semejanza de Dios’, que decís los teólogos.

Pedro. Ya. En teología hablábamos del hombre como sujeto libre, como protagonista de su destino, como forjador de futuro…  también como sujeto de contradicciones y de pecado… Los de Halloween o bien lo desconocen, o lo desprecian, o las dos cosas. O peor aún, lo quieren cambiar. Quieren que cambiemos la imagen del hombre ‘creado a imagen de Dios’, en quien ponemos nuestro único espejo en el que mirarnos, y nuestro futuro.

José Luis. Pedro, Pedro, tú siempre tan crédulo. ¿De verdad alguna vez has pensado que la sociedad se ha tomado en serio la condición del hombre,  su tragedia y su destino final en Dios? Eso se queda para unos pocos. Para la mayoría la condición humana es seguir esa secuencia: nacer-crecer-reproducirse y morir. E es el ciclo completo, y no hay más.

Pedro: Ya; es verdad. Pero yo no me resigno. Yo sigo creyendo en la grandeza de cada persona, de cada ser humano, en su presente y en su futuro. Yo sigo creyendo que no hay ‘necrópolis’, ciudades de los muertos, sino ‘cementerios’ (dormitorios) en espera de la Resurrección.

José Luis. Pedro, tú siempre has pecado de ser muy ‘confesional’ y muy ‘confesante’. Eso que dices está muy bien, pero ¿se lo cree la gente, nuestra gente?

Pedro. Es verdad. Para muchos la farándula que se crea en torno a Halloween es un antídoto para no pensar en la verdadera condición que a todos nos afecta. Es mejor hacer chanza y broma y no pensar.

José Luis. No sufras por eso, Pedro. Sufre por la gente que sufre y sufre por esta Iglesia nuestra que tiene un mensaje precioso de vida en Jesús Resucitado, y que no termina de ver el camino para exponerlo con fuerza y atractivo.

Pedro. Un abrazo y hasta la próxima conversación.

José Luis. Un abrazo para ti y los tuyos.


Solemnidad de Todos los Santos de 2017

24 octubre, 2017

LA TRAMA OCULTA DE ADA COLAU: ALMAZÁN, LAINEZ, LUTERO Y BARCELONA

Cartel anunciador de la celebración de la reforma luterana en Barcelona
Nunca escribo con ánimo de chunga. Por eso, porque nunca lo hago, no sé. Pero esta vez, como dicen los castizos… ‘me la han puesto a…’ Resulta que en este año se celebra, por lo menos en Alemania, los 500 años de la reforma protestante de Lutero. Es un acontecimiento que está pasando sin pena ni gloria en el solar hispano. Probablemente porque el problema que tenemos ahora mismo encima de la mesa es de mayor calado, dificultad y trascendencia que esta celebración. Pues bien: el Ayuntamiento de Barcelona ha decidido celebrarlo, como muestra el cartel de la foto. Yo no le di más importancia. Alguien lo ha propuesto, otros lo han creído conveniente o incluso necesario, por lo que tiene de snob y provocador en una ciudad laica, me dije,…... y ya está.

Por esas casualidades que tiene la vida, llegó a mis oídos que la famosa Ada Colau, la actual alcaldesa de Barcelona, era de ascendencia oscense y soriana. En efecto; no hubo más que bucear en las nuevas enciclopedias digitales para confirmar la noticia: su padre proviene del pirineo oscense, y su madre proviene de Almazán, provincia de Soria.

Estatua de Diego Lainez, jesuita, en Almazán 
La memoria sirve para muchas cosas. A veces guardas datos o informaciones que están ahí, como esperando que llegue el momento de darles uso. En una de estas me vi, cuando recordé que en la plaza mayor de Almazán se levanta un monumento… ¿a quién? A uno de LOS LÁTIGOS DE LA REFORMA PROTESTANTE, una estatua dedicada a DIEGO LAÍNEZ, jesuita nacido en la villa soriana, que brilló en el Concilio de Trento. Concilio que se convocó para responder a las radicales propuestas y a la secesión (esta palabra ahora la entendemos mejor) del fraile agustino de Alemania, Lutero.

Cuando me di cuenta de la asociación de ideas, no pude dejar de reírme. Seguro que es pura casualidad, pero ¿no es chusco que Ada Colau, descendiente de la villa de Almazán, donde nació uno de los teólogos que hizo frente de forma brillante a Lutero, sea la que apruebe los actos conmemorativos del luteranismo? Cuanto menos chocante…

Si mi memoria no falla, el luteranismo quiso arraigar en España. En Valladolid no tuvieron éxito, pues Felipe II lo impidió de forma contundente, represiva diríamos hoy. Otro foco de luteranismo en España estuvo en Sevilla, donde dos clérigos católicos se pasaron a la reforma protestante, pero nos dejaron como herencia la Biblia de ‘Reina-Valera’. A la sazón los padres Jerónimos, Casiodoro Reina y su amigo Cipriano de Valera, ambos pacenses, del monasterio sevillano de Santiponce.

Valladolid y Sevilla, sí, pero ¿Barcelona? La soriana Ada Colau hace memoria de su paisano Diego Laínez, promoviendo la celebración de Lutero en Barcelona. Como decía mi padre, maiora videbis! (¡cosas más grandes tienes que ver!)

Pedro Ignacio Fraile Yécora

24 de Octubre de 2017












IN MEMORIAM: José Luis Aldea Garicano, sacerdote.



"Tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero"

El verano nos trajo, con el calor plomizo y sofocante, la noticia de que José Luis estaba enfermo, muy enfermo. Le habían detectado un tumor cerebral.  La sangre se nos quedó helada, el rictus de los labios desapareció como por encanto. Tenemos ya una edad lo suficientemente madura como para saber que se nos anunciaba la antesala inmediata de la muerte.

Con José Luis me unían muchos recuerdos, muchas experiencias compartidas, muchas horas de conversación. Primero en el Seminario Menor de Tarazona; luego en el Seminario Mayor de Tarazona (calle Ávila); luego como profesores en el Seminario de Tarazona, luego en su pueblo, en Fuentes de Jiloca, y también en Mallén… y también en Zaragoza. Digo que teníamos muchas horas de conversación… y las que nos faltaban. José Luis era un gran conversador. Más que listo, agudo; más que sesudo, brillante; más que erudito, provocador. Le gustaban las cuestiones difíciles. Esos campos de batalla en los que muchos huyen, porque no saben qué decir. Él se encontraba a gusto en el debate inteligente, en la búsqueda de la verdad, en la diatriba que busca esclarecer lo oscuro. No le daba miedo nada.

Como hombre de fe, la vivía al estilo unamuniano; como un don que se rebela; como una lucha consigo mismo, con la Iglesia, con la verdad… Quizás porque teníamos muchas cosas en común, cada vez que emprendíamos una conversación, acabábamos hablando del Dios en el que creemos y en el que no creemos; de la Iglesia como lugar de vida pero también de cansancio, de peso de una historia que nos supera… y que es nuestra.

José Luis estaba en las fronteras. Siempre había sido ese su sitio. No le gustaban las retaguardias. Siempre lúcido, a la vez que crítico, ponía ese punto de sal necesario para sazonar los buenos platos.

Te nos has ido muy joven, porque cincuenta y tres años son pocos años. Bueno, para el ser humano, ni cincuenta, ni tampoco sesenta u ochenta… ¡es tan grande el misterio que encerramos en nuestras pobres carnes! ¡Es tanto lo que podemos amar, sufrir y esperar, que nunca unos pocos años de vida pueden hacer justicia con nuestra auténtica valía! Solo Dios puede hacer justicia cuando, en nuestra corta peregrinación por el mundo, nos tenemos que despedir. Solo Dios nos puede decir: tú eres único para mí, tú eres mi querido hijo amado.

Esa es nuestra esperanza: el amor misericordioso de Dios. Esa es nuestro consuelo, saber que no estamos en manos de un destino cruel que se ríe de nuestra pequeñez, sino que Dios hace grande y valiosa nuestra pequeña historia. Ese es nuestro consuelo: saber que nos volveremos a «encontrar» en Dios, porque Dios es nuestro «encuentro».

Amigo José Luis. Disfruta de la fe que ya no se cree, sino que se vive… porque en el cielo, usando las palabras de uno de tus poetas, que también lo es mío, Miguel Hernández, «tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero»

20 de Octubre de 2017


Pedro Ignacio Fraile Yécora

27 septiembre, 2017

ANTONIO Y SATU EN LA IGLESIA, CON LA IGLESIA DE JESÚS


Supongo que para la mayoría de vosotros, los que leéis estas líneas, esta foto no dice nada. Dos ‘blancos europeos’ con una familia de ‘inditos’. Sin embargo a mí esta foto me dice mucho.

Esta foto me dice que son dos curas aragoneses. Antonio Martínez, el barbudo, es de Teruel, la ciudad mudéjar que “también existe”. José Antonio Satué, ‘Satu’ para los amigos, es de Sena, de la provincia de Huesca. Como canta el grupo aragonés Amaral, «son mis amigos…»

Me dice que los dos son alumnos del CRETA (Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón); allí compartimos ratos de estudio, de clases, de hacer amigos de los buenos. Los dos listos, muy listos. Los dos enamorados del evangelio de Jesús. Los dos con ‘finezza’ para oler por dónde va la Palabra de Dios. Y con agudeza para llegar hasta sus últimas consecuencias. Antonio con ímpetu y poderío aragonés; José Antonio con humor aragonés (en Aragón a este humor inteligente, que acierta y pone el dedo en la llaga, pero que no hace daño, se llama «somarda»).

Esta foto me dice que los dos llevan a su tierra en el corazón, pero que no son ‘cortos de mira’, que no se quedan en el cruce de las carreteras de sus pueblos. Ellos son de pueblo, del pueblo, de «sus pueblos», pero no son «pueblerinos» (que es un término feo y peyorativo). Su corazón es grande y sus ganas de vivir son muchas, con todos, con toda la humanidad.

Me dice que la Iglesia es grande y pequeña. Satu está al servicio de la Iglesia en una encomienda en la Santa Sede, en la Ciudad del Vaticano; y sabe que la Iglesia está formada por la gran humanidad que ama a Dios, que pone en su corazón a Jesús, y que vive con pasión la vida diaria. Antonio está al servicio de los pobres en la Iglesia de Ecuador. Dejó las frías y altas tierras de Teruel para adentrarse en el corazón de América y compartir su fe en Jesús con los pobres de allí.

La Iglesia no es lo que nos cuentan esas películas que ponen por las teles de todo el mundo, con monseñores bien peinados, de aviesas intenciones, y de pensamiento ruin. La Iglesia no es ese conjunto de ancianos de otra época, casposos y cascarrabias, con ganas de amargar la vida. La Iglesia es la comunidad de creyentes en Jesús, que viven el día a día, allí donde estén, con los pobres y con los que trabajan con honestidad; con los limpios de corazón y con los coherentes en medio de todo; con los que respetan y con los que escuchan sin argumentos falaces y retorcidos.

Antonio y José Antonio, maños, curas, amigos. Un fuerte abrazo.

Pedro Fraile

13 septiembre, 2017

LA FE CRISTIANA CON CRISTO, EN CRISTO Y POR CRISTO. QUÉ QUEDA, QUÉ NOS QUEDA.

Mañana es ‘la fiesta del Cristo’. Así la llamaba mi abuelo Paco, que nació tal día; se arreglaba con la muda de los domingos y se iba a la Misa Solemne. En Tarazona, mi ciudad natal, se celebra el ‘Santo Cristo de la Venerable Orden Tercera’, recuerdo de la otrora presencia de los franciscanos en la ciudad. Volvamos a las palabras de mi abuelo: «fiesta del Cristo». No decía «de Jesús»; menos aún «de Jesús de Nazaret», que probablemente le hubiera sonado a palabras raras. Luego, su nieto, el que esto escribe, habla más del «Jesús histórico», del «Jesús Galileo» de Nazaret, sin dejar hablar por ello del «título» que profesa gozoso en la fe: «Cristo» es el «Mesías», el «Ungido por Dios».
Mañana en muchos pueblos de España, muchos de ellos en zonas, barrios, aldeas, pueblos donde vivieron hace cinco siglos los moriscos, se celebra con alegría esta fiesta «cristiana» como su mismo nombre indica. Vayamos al grano: ¿fiesta de Jesús o fiesta del Cristo? ¿Es lo mismo? ¿Da lo mismo?
Parece que en nuestra sociedad se vive una dicotomía; algo así como un desdoblamiento en el sentimiento religioso. Jesús, el personaje de la historia, el judío galileo, el iniciador de un movimiento religioso, parece que solo ocupa el interés de unos cuantos académicos (cristianos o no, creyentes o no…) que escriben incesantemente sobre su figura. Salvada la cuestión de su existencia, de la que nadie sensato duda (menos un periodista que aún la semana pasada se lo preguntaba como si fuera la ‘pregunta del millón’ a mi párroco en una entrevista); salvada, digo, la certeza de que existió y de que tenemos accesos (en
plural), más que suficientes para dibujar un esbozo creíble y sostenible de su vida, su obra y su mensaje… surge la pregunta realmente importante: ¿y a mí qué?, ¿qué me dice Jesús?, ¿cómo repercute en mi vida, dos mil años después?, ¿solo porque hubiera sido una ‘buena persona’ justa y honesta, me aporta un ‘plus’ de vida, de felicidad, de plenificación que otros no pueden dar?, ¿se le puede rezar al «hombre Jesús»?
Esta es la pregunta. Conozco muchas personas que pueden «saber cosas» acerca de Jesús; puede que hasta que les caiga muy bien: «fue justo, honesto, libre etc.»; pero cuando necesitan hacer frente a las grandes cuestiones vitales (el sentido de la vida, cómo afrontar el dolor y la muerte, la propia identidad y singularidad personal…), entonces muchos de ellos no apelan a Jesús, sino que se refugian en la filosofía, en la cultura, en las espiritualidades orientales no personales, en el espiritismo… Hay un «ruptura» real entre saber cosas acerca de Jesús y vivirlo como alguien significativo en la vida personal, espiritual, creyente.
Los que leéis estas líneas sabéis que esto es así, y que se ha planteado desde hace mucho tiempo. No podemos separar a Jesús del Cristo. De hecho la fe de la Iglesia profesa a «Jesucristo» (Jesús es el Cristo). No podemos separar al Jesús que anduvo por Galilea anunciando el Reino, del Jesús que llevaba a cumplimiento el plan de salvación de Dios. No podemos separar su muerte (violenta, a manos de los romanos), del sentido que él mismo le dio le dio como plenitud del Siervo de Dios (Siervo de Yhwh) que asume sobre sus hombres  la condición humana, desde el perdón. No solo decimos que Jesús fue «un hombre genial, descomunal», sino que «nos amó hasta el extremo», confesamos con san Pablo que «me amó y se entregó por mí»; unidos a toda la Iglesia cantamos «por tu cruz y resurrección, nos has salvado, Señor».
Así es. No separamos Jesús del Cristo, si bien en una correcta investigación científica es lícito y necesario no confundir torpemente los «datos» , objetivos y revisables, que conocemos por la historia social de Palestina en el siglo I, con la confesión de fe que brota de la acogida humilde y sincera como «don» del Espíritu Santo. En la Eucaristía proclamamos «Por Cristo, con Cristo, en Cristo…».
Mañana, muchas iglesias de nuestros pueblos, barrios, ciudades, aldeas, ermitas… se llenarán en misas solemnes y en procesiones porque es la «fiesta del Cristo». Cientos, mils de personas, harán gran fiesta. Una pregunta, sin mala intención… ¿qué supone para mí, creer en Jesucristo? ¿Qué aporta a mi vida y cómo ilumina mi cansado caminar? ¿Cómo es capaz de darme esperanza para vivir en plenitud? Sin separar lo que no se puede separar, siguiendo como discípulo a Jesús y confesándolo como Señor. Un deseo: que mañana todos dediquemos un rato a «orar» a Dios «por medio» de Cristo, «unidos con» Cristo, y «en» la persona de Cristo.

Pedro Ignacio Fraile
https://pedrofraile.blogspot.com/


12 septiembre, 2017

TAREA, CANSANCIO, FATIGA… Y ESPERANZA

La condición humana es así. La vida conlleva el cansancio y la fatiga «por el peso de los días». Jesús lo dice con otras palabras: «a cada día le basta su afán». A cada jornada vivida le acompañan, de forma inexorable, los éxitos luchados, los momentos disfrutados, los proyectos inacabados y una sensación de ligereza, de paso, de finitud de la que no podemos escapar.
La vida es compleja y dura. ¿Ponemos ejemplos? En estas últimas semanas, finales de agosto y comienzos de septiembre de 2018, sin ir más lejos, hemos vivido la doble destrucción imparable de dos huracanes seguidos en el Caribe y de un terremoto en la costa del Pacífico de México. La madre tierra se estremece y el ser humano se descubre como muy pequeño, impotente, muy frágil…. No puede casi nada…
Otro ejemplo de esta sensación de cansancio en la debilidad: miramos la locura del dictador coreano y la amenaza de respuesta inmediata del no menos desquiciado presidente americano. ¿Unos y otros nos condenarán a una violencia y destrucción sin límites?
Más ejemplos, estos más cercanos. Por una parte el atentado yihadista en el corazón de Barcelona. Se desatan las «cajas de pandora» de todos los monstruos a los que tememos. ¿Qué va a ser de nosotros? ¿Nos espera, de ahora en adelante, un futuro que no controlamos sometidos a la constante amenaza de unos asesinos? ¿Ese es el futuro de la humanidad, al menos en nuestro plácido occidente? La «sociedad de bienestar», que añoramos como nuevo Edén, se tambalea ante la amenaza de la violencia inc
ontrolable.
En esta cercanía que vivimos, España está asistiendo entre incrédula e impotente, a un paso en la historia que, digan lo que digan los políticos, ellos mismos no controlan. No es solo que una parte de España se independice, no; la realidad es que España dejaría de ser España para ser otra cosa, ¿el qué? A mí me preocupan las historias personales, pues la «gran historia», para los que nos gusta leerla y estudiarla, nos revela los continuos cambios y mutaciones a través de los siglos. ¿Qué va a ser de muchas personas que ven con temor un futuro incierto? Fatiga, cansancio… peso de los días; las frustraciones que se asoman, la inquietud imposible de parar.
Por añadir un punto más de cansancio a la ardua tarea de estar vivo en esta historia, no puedo por menos traer al papel la visita que hice ayer por la mañana a un amigo al que han diagnosticado un tumor cerebral. Al salir solo pude comentar: «no conocemos qué futuro nos depara. Si lo supiéramos, viviríamos de otra forma»… ¿o quizá no?
La primera tentación a la que nos enfrentamos es el derrotismo: «no se puede hacer nada«, «disfruta pacíficamente de lo que tienes ante tus ojos», como si al estilo del bíblico Eclesiastés, la solución estuviera en un «carpe diem» modigerato. La segunda tentación es el determinismo o fatalismo, muy del gusto de la cultura moderna, si bien hunde sus raíces en el pasado de la humanidad: «no intentes cambiar nada, porque no puedes. Todo ya está escrito». La tercera tentación, insoportable en sí misma, es la de la desesperación.
¿Qué decimos los que decimos que somos creyentes? ¿Cómo ilumina la fe esta tarea vital, este cansancio y fatiga por el peso de los días y de los acontecimientos, nuestro caminar cotidiano? Hace unos dos años un sacerdote ruandés, que estaba preparando su tesis doctoral en teología en Barcelona, que había escapado a las matanzas de su tribu por las tribus enemigas vecinas; que había sido «refugiado» con sus familiares en la selva africana; que había experimentado la mínima línea divisoria entre la vida y la muerte violenta siendo muy niño, me decía: «el mensaje que podemos transmitir los cristianos, es el de la esperanza. Nosotros tenemos esperanza; cosa que no puede aportar este mundo». Cansancio y fatiga sí… pero con esperanza.

Pedro Ignacio Fraile Yécora

12 de Septiembre de 2017

05 septiembre, 2017

TERESA DE CALCUTA Y LADY DI: “LA SANTIDAD NO ES GLAMOUROSA”.

                El subtítulo de este artículo no es mío. Se lo he robado, sin su permiso, a mi amigo Pedro. Lo hago porque es un título soberbio, definitivo, de esos que deberían pasar a los anales de las frases acabadas, logradas, ajustadas. Inteligentes a la vez que provocadoras y profundamente verdaderas.
                El día 31 de Agosto moría en extrañas circunstancias (cada uno que piense lo que quiera), Lady Di. Llevamos varios días viendo cómo todas las cadenas de televisión le dedican reportajes, documentales, ‘investigaciones’, películas etc. Lady Di tiene un título que vende: ‘La princesa del pueblo’. Su amigo Elton John le dedicaba una canción preciosa, “Candle in the wind”, de las más bonitas que ha escrito.
                El día 5 de Septiembre, del mismo año, moría Teresa de Calcuta. Una monja albanesa; sí, sí, de Albania. Ese país del que nadie sabe casi nada. Ese país de los Balcanes que bajo el yugo comunista se intitulaba oficialmente como ‘ateo’: en Albania todos eran ateos… o eso decían. Madre Teresa, de una minoría entre las minorías albanesas; católica en medio de musulmanes y de ortodoxos. Pero eso mismo l
e hizo entender el mundo de otra forma, un corazón grande y amplio, sin encorsetamientos, y eso mismo le hizo valiente y fuerte.
    Dos mujeres. Las dos muy famosas. Dos historias distintas. De Lady Di sé muy poco, lo que dicen los grandes titulares y poco más. ¿Fue feliz en su vida y en su matrimonio? ¿Necesitaba salir de las rejas asfixiantes del Palacio? Lady Di quiso acercarse al pueblo, y buscó a la gente sencilla. En varios de estos encuentros se cruzó con Teresa de Calcuta. ¿De qué hablaron? ¿Qué se decían estas dos mujeres? Las fotos delatan cierta simpatía mutua, no sé si cierta complicidad.
            Santa Teresa de Calcuta, en línea de continuidad con Santa Teresa de Jesús, vivió su propia conversión dentro de la Iglesia Católica; sin abandonarla. Dejó atrás la congregación a la que pertenecía, para hacer su propio camino de discipulado. Se fue con los más pobres de los pobres. Ese es el camino de los santos. La santidad no es glamourosa. Los pobres son personas, que no tienen nada, ni gustan a nadie, ni nadie se ocupa de ellos. En todo caso los pobres estropean las fotos y molestan en las fiestas y en los tinglados. Los pobres sobran.
                Hay una diferencia importante entre ellas. Lady Di era una ‘diva del papel couché’, aunque fuera una princesa triste. Vestía bien y marcaba tendencia; aún se conservan sus mejores vestidos en un museo de la familia. Además al gran público gustaba esa ‘protesta juvenil’ entre sabida y ocultada de sus huidas de palacio. Era una ‘princesa rebelde’ que no seguía los duros protocolos de la corte.
                Por otra parte Teresa de Calcuta tenía un problema muy grande. ¡Era una monja católica que apoyaba en todo a la Iglesia! Eso muchos no se lo perdonaron.  Un grupo español de música punk cantaba en su estribillo: La Madre Teresa... no nos interesa! Ser ‘monja oficiliista’, no gustaba a la gran prensa; así vivió y así falleció, fiel a la Madre Iglesia.
                Las dos murieron con quince días de diferencia. Diana en un carrera loca de coches - ¿perseguida? - en la noche parisina con un millonario acompañante; ¿alguna vez sabremos la verdad? Teresa de Calcuta con sus pobres; desgastada, pobre y en silencio.
                A los veinte años de la muerte de ambas (1997-2017), ¿a quién dedica la prensa su recuerdo y sus titulares? Signo inequívoco de la frivolidad reinante. Vende más la tragedia de una princesa que el camino humilde y pobre de una discípula de Jesús, fiel a los pobres y a su amor por ellos en comunión plena e indiscutible con la Iglesia católica.

Pedro Ignacio Fraile Yécora

5 de Septiembre de 2017

28 junio, 2017

LIBERADOS Y LIBRES: CRISTIANOS Y POLÍTICA (2)


                 Ayer me introduje en el complejo mundo de la política y la fe cristiana. La puerta de acceso que elegí fue la de la «dignidad humana», que no es de nadie en particular, porque la lleva inscrita el ser humano. Una dignidad que para los cristianos adquiere su sentido pleno a la luz de Cristo.
                Hoy doy un paso más. Me adentro por las sendas de la libertad y la política. La libertad tampoco es «propiedad particular» de nadie, porque lo es de todos. Es un bien escaso, o que lo hacemos escasear. Como el pan: hay pan para todos, pero no está bien repartido.

                Recuerdo que cuando era estudiante nos hablaban de las «teologías de genitivo»: al sustantivo había que añadir un «de» que explicara e hiciera más concreta la materia; así hablábamos de «teología de la liberación», «teología de la esperanza», «teología del trabajo» etc. Podemos usar este símil, para hablar también de los «genitivos» que se adhieren a la palabra libertad: «libertad de expresión», «libertad de culto», «libertad de prensa», «libertad de asociación», «libertad de conciencia»… Me pregunto: ¿Acaso se puede dar una sin las otras? ¿Puede existir la libertad de culto si no hay libertad de conciencia y de expresión? ¿Puede existir la libertad de prensa si no hay libertad de expresión y de asociación? Así, hasta el infinito.
                La libertad siempre ha estado mal vista por los «controladores» a lo largo de la historia humana. Aunque es una simplificación, meto en el mismo grupo a los «controladores políticos», a los «filosóficos», «movimientos sociales» y a los «religiosos». En todo el orbe y en todas las circunstancias sociales han brotado como setas personas o grupos de presión que querían «controlar la libertad». Distintas en las formas y en los argumentos, pero todas con un elemento común: prohibir un grupo, una idea, una asociación, un pensamiento…
                A los «controladores», máxime si este control es ideológico, les pone muy nerviosos que les salgan respondones con argumentos que contravengan el «pensamiento oficial» o el «pensamiento único». Esto pasaba antes (las múltiples inquisiciones de muchos grupos de toda índole, no solo de la Iglesia) y pasa ahora: ¿quién se atreve a opinar de forma libre ante una mayoría aplastante que dice que representa a un «consenso»? Dicho de forma más fina, los «liberticidas» no soportan a los profetas. Profeta no es el brujo del pueblo, sino la persona que habla y actúa con libertad. Un brujo no es peligroso; un profeta puede ser peligroso, porque nadie le controla, porque es libre.
                La profecía pertenece a la humanidad, no a ninguna religión concreta: Gandhi, que murió como hindú, fue un profeta de la «no violencia». Martin Luther King, pastor baptista, fue un profeta de la justicia social que defendió a los negros de EE.UU. Monseñor Oscar Arnulfo Romero fue un obispo profeta que defendió a los más pobres de “El Salvador” que sufrían todo tipo de violencia. Madre Teresa de Calcuta, religiosa católica, fue una profeta de la defensa de los más pobres de los pobres, de los parias que morían por las calles de Calcuta. Todos tenían en común que eran libres y que no tenían miedo a los «controladores ideológicos».
                La fe bíblica tiene un fundamento de libertad en sus orígenes. Los especialistas en Biblia nos explican que cuando el pueblo de Israel, después del exilio, quiere escribir su historia, se encuentran con dos tradiciones de sus orígenes: una la patriarcal, que desarrolla la memoria de un pueblo peregrino, extranjero en tierra ajena, que conferirá a Israel la condición de ser un pueblo que solo adora y sirve a Dios. La segunda tradición de sus orígenes nos lleva a Egipto: éramos un pueblo de esclavos, y Dios nos liberó para que fuéramos libres. El paso del mar Rojo es el paso de la esclavitud (muerte en vida) a la libertad (una libertad costosa, pues el desierto es una travesía que hay que realizar), para llegar a la Tierra prometida. El pueblo de Israel se entendió y comprendió siempre, y se sigue comprendiendo, como un pueblo de personas libres.
                Los cristianos leemos el Antiguo Testamento, pero nuestra referencia última es siempre Jesús, el Hijo de Dios. Jesús pertenece a esta tradición profética de las personas que hablan y actúan en todo momento con libertad. Jesús se enfrenta a los escribas y fariseos porque «atan cargas pesadas e insoportables, y las ponen sobre las espaldas de los hombres, pero ellos no mueven ni un dedo para llevarlas» (Mt 23,4); Jesús se dirige directamente, sin rodeos, al fariseo que le ha invitado a comer a su casa y que critica a la mujer que le lava los pies: «Simón, tengo que decirte una cosa» (Lc 7,40); Jesús va a comer a casa de Zaqueo, odiado por todos, sin que le importe el qué dirán “porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,9). Jesús es libre y actúa con libertad, curando en sábado, realizando en el Templo de Jerusalén una acción de protesta simbólica. Jesús era libre porque su fundamento estaba en Dios y en el Reino; los evangelios nos dicen que se retiraba al monte a orar, y pasaba la noche orando (Mt 14,23; Mc 6,46; Lc 6,12). Quizá lo más sorprendente de la actuación libre de Jesús fue su comparecencia primero ante el Sanedrín, luego ante Herodes, y por fin ante Pilato. No fue un juicio, sino una parodia, en la que sabían de antemano que le iban a condenar a muerte. La autoridad de las respuestas de Jesús ante sus jueces, libre y valiente a la vez que digno, siguen suscitando el respeto de todos, creyentes o no. 
                San Pablo comprendió que toda la vida entregada de Jesús tenía una clave fundamental en la libertad, y los cristianos solo podemos ser libres; y así lo expresó: «para ser libres nos ha liberado Cristo» (Gal 5,1). El cristiano no está llamado a vivir bajo el yugo de ninguna esclavitud, pues la libertad es un don de Dios, que ha sido llevado a plenitud en la vida libre y entregada hasta el final por Cristo. Un cristiano solo puede ser libre.
                Volvamos al encabezamiento: cristianos y política. Si un cristiano solo puede ser «libre» para hablar y para actuar, ¿quién le podrá callar? Las consignas, sean las que sean, se llevan mal con la libertad de los cristianos. Las manipulaciones de la verdad, las verdades a medias, las falsas verdades, se llevan mal con la libertad de los cristianos. El cristiano se debe «embarrar» en política, porque la política es el arte de la convivencia, pero el cristiano no puede venderse ni a las consignas que van contra su conciencia, ni aceptar por bueno lo que no lo es para el ser humano, ni venderse a los que suben a costa de pisar a los pobres. El don de la libertad, don de Dios que llevó a su máxima realización Cristo, es un don enraizado en el «adn de los cristianos».

Pedro Ignacio Fraile
28 de Junio de 2017


27 junio, 2017

LA DIGNIDAD HUMANA; CRISTIANOS Y POLITICA (1)

El título ya es, en sí mismo, un riesgo, una provocación, un dislate, un atrevimiento, una osadía. Pero, ¿acaso los cristianos se meten en política?; ¿acaso un político puede ser cristiano? Si decimos que «sí», diremos, ¿en qué partido?; ¿hay un partido cristiano? ; ¿hay un partido «de los cristianos»?; ¿hay un cristiano que esté «cómodo» en un partido?
                Los que me conocéis personalmente estarán pensando: «¡no…., no te metas en estos líos…!». Bueno. A lo mejor es que ningún cristiano se mete en «estos líos», y así nos va. Como yo me siento más cómodo en la Biblia que en otros lares, me voy directamente a la Biblia.

                Nos dice san Marcos que Jesús, cuando comenzó su misión decía: «convertíos, el Reino de Dios está cerca» (Mc 1,15). ¿Es esto política? Si «reducimos» la conversión a dejar de mirar mal al vecino, o dejar de ser vanidoso, pues parece que no. Pero si la conversión tiene que ver con las personas, con pensar en los más desfavorecidos, a lo mejor la «conversión» tiene que ver con la política.  La «política» tiene que ver con el arte de gobernar la «polis» (en griego, la “ciudad”, entendida en sentido lato, no reducido). El buen político tiene que ver con los «politeis», esto es, con los «ciudadanos que habitan una polis».  
San Marcos sigue diciendo que Jesús anunciaba que «el Reino de Dios está cerca». Vayamos por partes. ¿Qué es eso del «renio»? Los republicanos  se ponen nerviosos. Habrá que recordarles que en Judea y Galilea, por donde se movía Jesús, la «república» tenía que ver con la «res publica» de Roma (bueno, en época de Jesús ya era un Imperio, y el emperador era Tiberio); Jesús hablaba de «reino» porque el pueblo judío seguía recordando las promesas hechas por los profetas, según las cuales Dios no abandonaría a la «casa de David», que era «rey». Jesús ya no habla del «rey David», sino del «reino de Dios». Donde está Dios, David tiene poco que decir. En el conjunto de la Biblia, Dios-Señor-Yhwh está con la gente sencilla, con los que sufren, con los de abajo; y no le gusta los que pisan, los que van abusando de los sencillos. El «Reino de Dios» tiene que ver con un cambio de orientación de la sociedad, donde las personas son importantes por ser personas, no porque tengan más o menos dinero, más o menos cultura o poder. Jesús decía que este «Reino» estaba llegando.
Alguno se inquieta: «sí, sí… ¿pero qué partido encarna este Reino?». La teología a veces gasta malas pasadas. La teología nos dice que este «reino» se mueve entre el «ya» y el «todavía no». Dicho de otro modo: cuando alguien diga: «este grupo humano realiza del todo la voluntad de Dios», debemos decir con sorna aragonesa… «ya, ya…». Dios no se deja «encasillar» en ningún «apellido». Dios es Dios, y cuando decimos que «ya lo tenemos, que lo hemos comprendido» se nos escapa como el agua entre las manos… Falta el «todavía no…» dejando la puerta siempre abierta: «¡Lo hemos conseguido…!»; sí, es importante, pero hay que seguir. «Lo hemos alcanzado…»; sí, pero no es el final del camino. El cristiano sabe que está en camino, y que por mucho que logre en su esfuerzo por hacer una vida más humana, siempre estará con la mirada en su único objetivo, que no es otro sino ver en cada ser humano, por débil, pequeño, insignificante, irrelevante que sea… el rostro humanado de Dios. Ahí, ahí, está la «clave», el «criterio» que todos buscamos.
Hay algo que los partidos no terminan de comprender. Esto mismo hace que los cristianos seamos «incómodos». Para la fe cristiana, cada persona está llamada a participar del cuerpo de Cristo, del que él es cabeza. Lo traduzco: esa persona discapacitada desde niño por una enfermedad o por nacer con una grave deficiencia está llamada a formar parte del cuerpo místico de Cristo. ¡participa plenamente de la salvación de Cristo!. Ese anciano que no produce y solo origina gastos, en su debilidad y singularidad, está llamado a formar parte del cuerpo místico de Cristo. Para los cristianos no hay personas de primera y de segunda, porque el cuerpo místico de Cristo se modela con la carne sufriente y amante de las personas. Muchas  veces a los partidos políticos les sobran los enfermos, otras veces los ancianos, otras veces los discapacitados, otras veces los pobres, otras veces los que siempre protestan, otras veces los que dicen la verdad a la cara, otras veces los emigrantes que vienen sin nada, sin nada, sin nada… A un cristiano no le sobre nadie. Esa es la diferencia. Hay que decir muchas cosas más. Por hoy basta.

Pedro Ignacio Fraile Yécora
Junio 2017


12 junio, 2017

CONFIESO QUE HE VIVIDO. Reivindicación de los humildes.


            Estas palabras, «confieso que he vivido», son el título de unas memorias de Pablo Neruda. Las tomo prestadas. Son palabras preñadas de lucidez; dicen lo que muchos queremos decir. Son palabras que pertenecen a la humanidad. Los escritores tienen esa capacidad de decir lo que otros querríamos expresar, y lo hacen de forma contundente, nítida, definitiva.
            No quiero volver al caso de Ignacio Echevarría, al que he dedicado con respeto y admiración al joven católico que ha roto las estadísticas de la cobardía humana, sino solo apoyarme en él para desarrollar mi reflexión. En la televisión los periodistas y comentaristas han abundado en la idea de que iba a tener lugar una misa como «homenaje»; también explicaban que el acto más entrañable fue cuando «aplaudieron» en el momento del entierro. ¿No hemos caído en una superficialidad sin límites, además de en un desconocimiento descorazonador de la fe cristiana?
            Las misas no son nunca homenaje; de ninguna forma que se quiera explicar o justificar. Las «misas» (ite misa est) son celebración de «acción de gracias» (eu-charistia). Son celebración sacramental, actualizada, de la acción salvadora de Cristo, entregado por nosotros. La comunidad se reúne, participa, asiste, celebra, ora y comulga en torno a la mesa de la palabra y a la mesa del pan, pero ¿homenaje? Los periodistas y tertulianos no pueden marcar la teología. Aunque a veces parece que lo consiguen…
            Un segundo aspecto, fundamental, es el del valor social y cultural que le damos al homenaje. Los héroes, como Ignacio, son homenajeados. Rafa Nadal, a quien admiro y que acaba de ganar su décimo «Roland Garros» para disgusto de los franceses, es homenajeado. Cuando muere un héroe, la gente aplaude, y se lamenta: ¡ha muerto un héroe! ¿Acaso eso quiere decir que solo los héroes tienen derecho a ser amados, recordados y llorados? ¿Qué decir de las personas humildes que pasan por la vida sin que nadie las recuerde por nada? Algunos pensarán: «viven en el recuerdo de los suyos…» ¡Frágil es el recuerdo… unos años; unos pocos; al poco tiempo se pierde el recuerdo y la siguiente generación ya los ha olvidado! Insisto: ¿Qué pasa con los africanos que mueren ahogados en el Mediterráneo y que no conocemos ni sus nombres? ¿Qué pasa con los que mueren en Sudán del sur, muertos de hambre y de sed, sin que nadie diga nada porque son los pobres, de los pobres, de los pobres? ¿Qué pasa con la gente buena que deja atrás años de trabajo, de cariño, de esfuerzo sin haber hecho otra cosa que trabajar en su pequeña parcela y amar a los que con él han vivido?
            Las respuestas a estas preguntas son terribles. Para unos solo se llevan de esta vida el cariño que en ella han podido recibir; pero ¿y las personas que han vivido sin ser queridas…? Para otros, su mérito es el «haber trabajado en la construcción de la sociedad y del mundo», pero ¿entonces lo que importa es el colectivo, el resultado final, no la persona en su misterio individual?
            La fe cristiana proclama el valor de cada persona: su nombre y apellidos, su biografía. Lo hace ya desde sus raíces bíblicas veterotestamentarias. Cuando leemos en el Génesis que Dios creó al hombre, a la persona humana, «a su imagen y semejanza» estamos diciendo que solo Dios puede llenar el corazón del ser humano; solo nos miramos en su espejo para reconocernos; en nada ni en nadie distinto a Dios o que suplante a Dios. El corazón humano solo puede reconocerse en Dios. Toda persona está llamada a reconocerse en Dios. Todos: el africano que sale de su casa buscando una vida mejor, y el obrero o artista que con sus manos construye y modela para bien de todos.
            La fe cristiana cree, además, que Cristo es el rostro humano de este Dios. Cristo es el ser humano en plenitud, y estamos llamados a unirnos con él y vivir en él. Los pobres, los humildes, los que no cuentan, los que han vivido sin que nadie se haya fijado en ellos, los que han pasado haciendo el bien en medio del anonimato… todos los seres humanos estamos llamados a unirnos a Cristo. Todos, con nuestra historia personal, única y distinta a la de otros, sencilla, pero humana, digna de ser vivida y tenida en cuenta. Todas las historias son importantes; por eso, cada persona tiene que decir «confieso que he vivido y confieso que soy importante para Dios».
            La mentalidad contemporánea está más cómoda con la reencarnación que con la resurrección. La reencarnación da a muchos una «segunda oportunidad»; es como decir: «si en la primera oportunidad tu vida ha sido simple, sencilla, pobre, tienes una segunda una tercera para poder hacer algo de interés»… Se puede comprender desde una antropología basada en el éxito o fracaso según lo humano, pero no se puede comprender desde una antropología que se funda en el encuentro de cada persona, que es infinitamente importante, con Dios.
            La resurrección se toma en serio la historia de cada persona: tu vida con tus recuerdos, tus orígenes, tus proyectos y fracasos, tu aportación a la felicidad de otros, tus momentos de amor, tus ilusiones compartidas… tú con nombre y apellidos, tú mismo, estás llamado a vivir para siempre con Dios y en Dios; estás llamado a participar de  la Resurrección de Cristo, siendo tú mismo, no el «remix» de otro, o la segunda o tercera vida de otros, sin biografías personales. La resurrección personal no le gusta a la mentalidad contemporánea… quizá porque no valora a cada persona, quizá porque es consciente de que la vida es demasiado corta para alcanzar todo lo que aspira… y necesita una «prolongación» de su partida. La muerte del que así vive es, sin duda, un fracaso absoluto: ¡qué vida más corta y más infructuosa!, piensan.
            Volvemos al inicio: ¿homenaje para los héroes? Sí. Pero sin olvidar que todas las personas, por humildes que seamos, aunque nunca seamos inscritos en las listas de los héroes, tenemos una historia personal, preciosa, única, valiosa en sí misma, que está llamada a participa en plenitud de la vida de Dios. Confesamos que hemos vivido, confesamos que somos importantes aunque humildes, y confesamos que esperamos en Dios.
 Pedro Ignacio Fraile Yécora

12 de Junio de 2017