La
política es de todo menos ingenua. Los que se dedican a la política, arte
necesaria, saben que siempre hay un pasado que recordar y que tener en cuenta.
Nadie comienza de cero. Los políticos españoles no empiezan de cero (si así
fuera, no estarían recordando ni la guerra civil, ni la dictadura de Franco, ni
la Transición). Tampoco los políticos internacionales del próximo oriente negocian
partiendo de cero. Recuerdan la cercana guerra del Golfo, las intervenciones
soviéticas, la no menos cercana segunda guerra mundial, y por supuesto, la
primera guerra mundial, porque de aquellos barros vienen estos lodos. La crisis
de la primera guerra mundial no se cerró: el imperio turco fue derrotado y
dividido en pedazos, como se parte una tarta de cumpleaños, pero no
desapareció: quedó Turquía. Hubo miles de afrentas y humillaciones por parte de
los vencedores, y los turcos no se
olvidan.
La
frontera sur de Turquía nunca ha sido zona clara, como tampoco lo han sido sus
fronteras orientales: los kurdos se mueven en tierra de nadie entre Irak y
Turquía. Los armenios siguen reivindicando el monte Ararat, símbolo irrenunciable
de su país, que hoy está en Turquía. ¿Y la frontera con Siria? Zona permanente
de conflictos. Uno de los más llamativos es la ciudad de Antioquía de Siria,
lugar de nacimiento de la comunidad cristiana desde donde Pablo inició su
evangelización, que siempre había sido de Siria pero fue conquistada por
Turquía.
Si
echamos la vista atrás, buscando explicaciones, vemos una diferencia
fundamental: los sirios son los descendientes de las culturas locales: los
arameos, los cananeos, los seléucidas, los bizantinos etc. Son los habitantes
naturales de esas tierras y culturas. Son los hijos de «Abrahán, Isaac y
Jacob», que de aquellas tierras se desplazaron hacia el sur, hacia la franja
costera entre el mediterráneo y el Jordán que hoy ocupan palestinos e
israelitas.
Los
turcos, por su parte, son los descendientes de las invasiones de los habitantes
del Asia central, que en sucesivas oleadas fueron ocupando desde el siglo XI el
imperio bizantino, hasta que lo dominaron. No fueron siempre las mismas tribus
turcas. Primero fueron las tribus selyúcidas, en el siglo XI; más tarde vinieron
las tribus otomanas, que alcanzaron su máximo poder y extensión con Solimán el
magnífico, en el siglo XVI. Tribus asiáticas que se instalaron en la antigua
Anatolia. Tribus de ancestrales religiones chamánicas, que se hicieron musulmanas.
Los
turcos en el norte y los sirios en el sur. Comparten la fe musulmana, pero nada
más. Ni la misma lengua (turco para unos y árabe para otros); ni la misma
cultura (asiática para unos y mediterránea para otros); ni los mismos orígenes
(las estepas de Asia central para unos, y los ríos de la Mesopotamia para
otros). La cultura occidental proviene en buena parte de Siria (las bibliotecas
de Ebla, Ugarit, Mari etc.) son fuente de las lenguas semíticas. La cultura
turca es ajena a nosotros. Curiosamente la cultura occidental está mucho más
cercana a la siria (es mediterránea) que la turca (de origen asiático). Algunos matizarán: las dos son del Oriente.
Sí, pero no. Siria, como Palestina, como Israel, pertenecen al Próximo Oriente;
mientras que la cultura turca tiene su origen en el Medio Oriente. Parece una
distinción ridícula, pero estudiando lenguas y culturas, nos damos cuenta de
que no lo es.
Volviendo
a la crisis de los refugiados. Los sirios quieren venir a Europa por muchas
razones. Una de ellas, no menor, es porque se miran en nosotros y se reconocen
en nosotros. Para ello tienen que cruzar por Turquía. ¿Qué ha hecho Europa?
Quitarse el problema y dárselos a los turcos, sus enemigos naturales y
ancestrales, a cambio de dinero. Europa paga y Turquía es la zorra que cuida
las gallinas.
Pedro Ignacio Fraile Yécora
Marzo de 2016
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