Evangelio del sexto domingo de Pascua
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
— «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo
amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis
oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro
lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre,
será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como
la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído
decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais
de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora,
antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»
(Juan 14, 23‑29)
El discípulo vive entre el «ya y el todavía no», entre la fidelidad al
estilo de vida de Jesús y las expectativas de la novedad. Tensión a la vez que
apertura. Firmeza a la vez que ilusión. El discípulo se abre al Espíritu, que
no contradice la obra y el mensaje de Jesús, sino que lo lleva hasta sus
últimas consecuencias. No es otro espíritu, sino el de Jesús. Podría entenderse
como una ruptura que lleve a la tristeza y desánimo, sin embargo es el paso
necesario para que se cumpla del todo el plan de Dios. Jesús no se despide sin
darnos antes su paz, la que no tiene el mundo, pero que él si la posee porque
es la propia de Dios.
Pedro Ignacio Fraile Yécora
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