Hoy es Santa Teresa de Jesús. Es una de las
mujeres más respetadas en todos los ámbitos. Respetada y muy querida entre los
católicos, pues es «santa de las grandes», de las de primera división de honor,
que nos habla con hondura del misterio de Dios que nos supera y nos atrae a
partes iguales: «Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios
tiene nada le falta. Solo Dios basta». Parece como si cada frase fuera un
tratado de teología poética o de poesía teológica.
Respeto entre los literatos y poetas, pues en
castellano ha alcanzado cotas de altísima belleza, en sus paradojas acabadas y
rítmicas, sin cursilería ni vaciedad: «tan alta vida espero, que muero porque
no muero». Teresa ocupa páginas por derecho propio en la historia de la
literatura española y en la historia del castellano, independientemente de la
fe o ausencia de credo del historiador de la lengua.
Respeto entre los historiadores de la religión,
pues Teresa abre un camino en la mística de forma seria, madura. No es esoterismo,
ni brujería, ni visionaría. Teresa habla de su experiencia de Dios, de su saber
de Dios. Los que saben de Dios, saben de conversión al misterio y de ausencia
del misterio. Teresa se «convirtió», pues aunque ya era religiosa en un
convento, aún no había hecho experiencia de aquel que llenó del todo su vida.
Los que saben de Dios saben también de ausencia del misterio; algunos piensan,
torpemente, que la fe «se tiene». No; la fe «no se tiene», sino que «nos tiene»
a nosotros. Somos nosotros los que en momentos de nuestra vida parece como si
«perdiéramos» la fe, siendo todo lo contrario: aunque parezca que todo se nos
cae, que ya no creemos en nada, que nos adentramos en los abismos, cuando hemos
gozado del don incomparable de la fe, ella es la que nos tiene.
Respeto entre las mujeres «esta es una de las
nuestras». Teresa es mujer de armas tomar. Valiente, lista, emprendedora,
regidora, incansable viajera. Supo mantener una relación fructífera, amistosa y
a la vez modélica con otro santo castellano, místico, poeta y grande entre los
grandes: «Juan de la cruz».
Teresa es
mujer, teóloga, mística, emprendedora, poeta y santa. Una mujer así ¿cuándo
vivió? ¿En el siglo XXI? No; ¡vivió en el convulso siglo XVI!, teniendo que
luchar contra los inquisidores que querían leer y entender lo que Teresa no
decía; en el siglo del auge y expansión de la reforma protestante, cuando se
miraba con lupa cada palabra, cada expresión, cada detalle… Teresa pasó a ser
Santa Teresa. ¿Algo más? Sí, Teresa 'con apellido': Teresa 'de Jesús'.
Hoy, en el siglo XXI, la situación de la mujer ha
cambiado en muchos sitios para bien; en otros muchos no. Esta apreciación sigue
siendo ridícula y casi indignante, pues si decimos que «ha cambiado para bien»
es que ha sido y sigue siendo tremendamente injusta, violenta y denigrante
respecto al varón en muchos sitios lejanos y hogaños, de ayer y de hoy.
Personalmente, como consecuencia directa de mi fe cristiana en Dios que es
«señor y dador de vida», que es «creador del ser humano en libertad a su imagen
y semejanza» (¡Dios no tiene sexo, a ver si nos enteramos; el sexo es propio de
los animales y de los humanos; Dios es Dios! Esto lo digo para los machistas y
para las feministas, que en esto son iguales), pues gracia a la fe en Dios,
sostengo que «varón y hembra» somos iguales totalmente en deberes y derechos a
los ojos de Dios y de la humanidad.
¿Todos los cambios son buenos en lo que respecta a
la mujer? Aquí habría mucho que hablar. Casi sin pensar, lo primero a lo que
nos dirigimos todos es a la cuestión sexual-genital. Es sin duda un progreso
que la mujer no sea «esclava», «sierva», «propiedad», del varón (¡ni aunque sea
su legítima esposa!), y mucho menos que se quiera legalizar en nombre de las
tradiciones o de la religión, aunque sea la cristiana. Es sin duda un progreso
que la mujer tenga una asistencia sanitaria adecuada, propia y regular (al
menos en los países occidentales y avanzados, no podemos decir lo mismo en
países mal llamados del «tercer mundo»). Es sin duda un progreso la educación
sexual, que hasta hace pocos años era un «tema tabú», teniendo que buscar la
información por los canales que se tuviera al alcance, muchas veces nada
apropiados. Otros temas en los que habría mucho que discutir son los temas
«peliagudos»; el más grave sin duda el presunto «derecho al aborto» que se ha
erigido como bandera en estos últimos años ¿Una mujer gestante puede apelar a
su derecho a no ser madre? ¿Y el derecho del que ha sido gestado a que no
corten su vida, que es autónoma y distinta a la de la madre? Un tema muy serio
y muy doloroso, del que no se pueden hacer bromas ni chistes, ni se puede
trivializar. No hay que condenar, pero sí que hay que iluminar.
Habría muchos otros cambios que son sin duda a
mejor a nivel laboral, de responsabilidades políticas, académicas, estatales,
sociales, de remuneración justa (ni más ni menos que las del hombre). Hay
mucho, mucho, mucho, aún por hacer.
¿Y en lo religioso? Son muchas las voces que se
alzan pidiendo a la Iglesia católica que dé pasos en la progresiva toma de
responsabilidades por parte de la mujer en la Iglesia. Son cada vez más las
teólogas que reivindican una «teología con rostro femenino». Hemos dicho un
poco más arriba que Dios no es sexuado; así es. Podemos decir también, por
consiguiente, que el varón no tiene por qué entender mejor el misterio de Dios
que la mujer; o que el varón sea el teólogo y la mujer sea la que escuche las
enseñanzas del «varón teólogo». El varón y la mujer son «criaturas», distintas
de Dios, creados a «imagen y semejanza de Dios». Los dos tienen mucho que decir
sobre Dios; es una experiencia que se comparte porque es distinta y
complementaria. La experiencia materna de la mujer, que concibe y engendra, que
tiene un sentimiento único de unión al hijo, nunca la podrá experimentar el
varón. Esta experiencia de «entrañas maternas», de las que ya nos habla el
profeta Oseas, es femenina. Puedo decir, desde mi experiencia, que textos
bíblicos cuya interpretación había escuchado mil veces en labios de varones,
cambian totalmente y adquieren un sabor nuevo explicados y comentados por una
mujer. Es así. Necesitamos teólogas.
La tragedia, sin embargo, es otra a mi modo de
ver. La mujer, al menos en España, ha hecho en los últimos años un gran
movimiento de alejamiento de la Iglesia. Creo no equivocarme si digo que mayor
y más radical que el de los varones. Hace más de quince años esta afirmación
mía la presentó un profesor de Zaragoza, Javier Calvo, en el primer número de
la Revista Aragonesa de Teología. Es la retirada progresiva de la mujer de la
Iglesia. Se hace patente sobre todo en las generaciones más jóvenes.
Hemos estado hablando durante muchos años, quizá
demasiado, de forma crítica y criticona, sin demasiado criterio y con acritud
muchas veces, del «Dios machista» de la Biblia; del «Dios juez que condena»,
del «Dios que culpabiliza y traumatiza», del «Dios represor de nuestros
sentimientos». ¡Nos hemos despegado de él y lo hemos abandonado para ser
«mayores de edad»! Creo, honradamente, que nos han ganado la partida los
«detractores de Dios» a quienes hemos querido presentar el misterio de Dios conforme al evangelio: «Dios Padre», «Dios compasivo», «Dios que busca al pecador para que
viva», que toma rostro en Jesús de Nazaret. En muchos sitios se ha optado por
«no hablar de Dios», siguiendo la norma de que no se habla de lo que bien «no
existe», bien «no interesa».
Necesitamos teólogos y teólogas. Necesitamos
mujeres y varones creyentes. Necesitamos hacer experiencia de Dios, hablar de
Dios, compartir la «hondura y la herida» que llevamos de Dios en nuestra vida.
Teresa de Jesús hablaba de Dios sin tapujos ni medias tintas: «quien a Dios
tiene, nada le falta. Solo Dios basta».
Pedro Ignacio Fraile Yécora
15 de Octubre de 2014
Fiesta de Santa Teresa de Jesús
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