PASCUA EN LA
CALLE DE LA MONTERA
(OCTAVA DE
PASCUA)
El miércoles de la semana de
Pascua me encontraba en Madrid. Fuimos a comer a un restaurante cuco y
agradable cerca de la Gran Vía. Gente guapa de la ciudad del Oso y del Madroño.
Comimos un menú bien presentado y sabroso. Luego, ante la insistencia del
camarero de que iban a cerrar, nos fuimos a tomar un café sin prisas, de esos
en que lo más importante es la conversación pausada y saboreada que el café en
sí. Nos sentamos en una mesita al lado de una ventana grande que daba a una
bocacalle de la Montera, calle conocida por ser frecuentada por prostitutas y
sus clientes, si bien desde hace años ha visto cómo los distintos alcaldes de
Madrid se empeñaban en su ‘recuperación’ para el centro urbano de la capital de
España.
Nos
sentamos, digo, junto a un enorme ventanal que daba enfrente de la puerta de
una casa antigua. Un hombre con cara de pocos amigos miraba hacia arriba y
hacia abajo, controlando la calle, como si de un ‘portero’ se tratara. Primero
apareció una chica joven, de teñida melena rubia, con unos zapatos de tacones
imposibles, acompañada de un hincha del Galatasaray (recordemos que el
miércoles este equipo de Estambul jugaba contra el Real Madrid); al poco tiempo
aparecieron deprisa y corriendo otra chica joven, ésta morena, también con ropa
dos tallas menos y con tacones imposibles, con un jovenzano moreno de aspecto
rudo. Luego se abrió la puerta de la calle y salió un hombre entrado en años
(no cumplía los setenta) de forma precipitada; luego apareció otro que hizo su
salida mirando descuidadamente, como si con él no fuera el asunto; al poco
tiempo entraron tres chicas con ropas de calle, de ‘sport’ y con zapatillas
cómodas, que se travistieron en unos pocos minutos en chicas embutidas en ropas
adosadas a sus carnes y subidas a tacones imposibles que se fueron a ‘hacer la
calle’. Los tres que estábamos apurando el café no salíamos de nuestro asombro;
nos habíamos sentado enfrente de una ‘casa patera’ donde entraban y salían sin
cesar hombre y mujeres con aire despistado, si bien a nadie se nos escapaba ni
la finalidad de tales compañías ni la razón de esas entradas y salidas entre
descuidadas y precipitadas.
El
día en que esto sucedía era el miércoles de la Octava de Pascua. Esa misma
mañana habíamos ido a misa y habíamos escuchado el evangelio de los Discípulos
de Emaús. Ante el espectáculo que se nos presentaba a la vista no pude menos
que recordar las prostitutas que aparecen en la Biblia: desde Rajab, que
propició la entrada de los espías israelitas en Jericó con la consiguiente
entrada en la ciudad, hasta la esposa del profeta Oseas, que se prostituía en
los caminos de Samaría. Pero, lo confieso, mi principal pensamiento fue para
María Magdalena.
Es
verdad que los sesudos exegetas siguen pensando si María Magdalena, de la que
se sabe sin duda que fue discípula de Jesús, era María de Magdala (natural de
la ciudad pesquera del lago), o si era la mujer que lleva el nombre de María en
la escena de Betania, en el mismo escenario donde se dice que ella es una pecadora
que derrama un frasco de perfume a los pies de Jesús y que Jesús la perdona. La
identificación exacta de la mujer se lo dejamos a los exegetas; nosotros nos
quedamos con la mujer y con Jesús. La tradición cristiana siempre ha visto a
María Magdalena como a una ‘prostituta arrepentida’. El evangelio nos dice que
Jesús nunca se echó para atrás cuando se ponía ante una persona, fuese cual
fuese su condición. Jesús tenía clara su misión: transparentar la misericordia
del Padre que ama al ser humano, sea quien sea. Jesús no dijo a las personas
pecadoras con las que se encontró ‘eres un sinvergüenza y una mala persona’, ni
tampoco les dijo ‘no tienes remedio,
púdrete en tu miseria’. Jesús, nos dice
el evangelio, cuando se encontraba con un pecador les decía: ‘no necesitan
médico los sanos, sino los enfermos’; y también ‘¿nadie te ha condenado?
Tampoco yo te condeno; y añadía: ‘anda y no peques más’. También, a los que se
las daban de ‘puros’, ‘impecables’ y ‘perfectos’ les decía: ‘el que esté sin
pecado… que tire la primera piedra’.
El
evangelio del miércoles de Pascua era el de los ‘discípulos de Emaús’. Ese
evangelio comienza diciendo que Jesús les preguntó a sus discípulos que de qué
hablaban por el camino, y luego se les apareció. El miércoles de Pascua, en la
calle de la Montera, Jesús nos preguntó que de qué hablábamos tomando el café.
Luego nos dijo que las personas son lo más importante, que él había muerto en
la cruz para ‘salvar’, no para ‘condenar’. Cada una de esas mujeres, aunque no
lo supieran porque nadie se lo había dicho, y probablemente nunca lo lleguen a
saber, esas mujeres que estaban al azar de unos machos rudos sin escrúpulos,
eran personas amadas por Dios, redimidas por Cristo en la cruz, y unidas al
Cristo resucitado. ¡Felices Pascuas de Resurrección a todos!
Pedro Ignacio Fraile
Yécora
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