15 enero, 2014

¿QUÉ ES EL HOMBRE?

¿HOMO HOMINI LUPUS?  ¿CRIATURA A IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS?
REFLEXIONES EN VOZ ALTA CON MOTIVO DE SAN ANTONIO ABAD

            
El próximo día 17 celebramos a uno de los santos más populares, al menos en gran parte de la vieja España en la que me encuentro. En la noche de su víspera, multitud de fogatas y hogueras se encenderán; los vecinos y los allegados en muchos lugares comerán, beberán y reirán con la excusa de que celebran al santo. Es una fiesta principalmente rural, pues San Antonio Abad es el «patrono de los animales». Me he preocupado por seguir esta pista, y, como en tantas ocasiones, el ser humano coge el rábano por las hojas. Lo importante de san Antonio Abad es que es el padre del monacato. De origen egipcio, se retiró al desierto de la Tebaida a llevar una vida ascética y de oración. Nos dice la historia que sostuvo a los confesores de la fe durante la persecución del emperador Diocleciano y apoyó a san Atanasio contra los arrianos; reunió a tantos discípulos que fue considerado «padre de los monjes». Corría la primera mitad del siglo IV. Su relación con los animales es secundaria; parece que ser que, como hombre de santidad que era, en perfecta armonía con toda la creación, era frecuentado por animales de todo tipo, leones y jabalíes incluidos, con los que llevaba una convivencia pacífica. Los curaba y los protegía. En la Edad Media adquirió una gran popularidad, y pasó a ser protector de animales, suplicando su intercesión la buena y pobre gente que veía como todo el esfuerzo de su trabajo dependía de unos animales que podían enfermar y morir. Tomó gran importancia la figura del cerdo, que tantas hambres curó a lo largo de toda la geografía. Era un santo de los pobres, y muy popular. Con el tiempo su protección se ha ido extendiendo a todo tipo de animales: desde los domésticos de compañía hasta los semisalvajes que algunos tienen en sus casas.

            El animal ha ido ocupando un lugar en nuestra sociedad de forma progresiva. Están las protectoras de los animales y están quienes defienden los derechos de los animales. Están los que no comen ningún tipo de carne en sus dietas y están los que se manifiestan contra el maltrato animal. Es más; esta nueva «conciencia» la vemos como un signo de evidente progreso. Nada que objetar. Por aquí no sigo la reflexión.
            Como soy un estudioso de la Biblia, no puedo por menos que volver a ella una y otra vez. Recuerdo dos textos: uno luminoso y otro polémico. El luminoso es la pregunta retórica de un salmo: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? (Sal 8). El polémico, en el marco de la creación del ser humano, Dios dice así: ‘someted la tierra; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven por la tierra’ (Gén 1,27). No es este el momento para comentar este segundo texto; sólo decir que no se conocen las nuevas exégesis, más concordes con todo el texto completo sin ser violentas con la naturaleza; se siguen citando, por el contrario, estas palabras como un argumento contra la concepción bíblica antropocéntrica, agresiva con el ecosistema y justificadora de muchas políticas que han ido destrozando la madre tierra.
            Me quedo con la pregunta del salmo 8: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? Dos apreciaciones: primera, que la Biblia habla del «ser humano», no del hombre-varón como contrincante o adversario de la mujer. Segunda anotación: la pregunta se dirige a alguien; ese alguien es Dios. Dios se acuerda del ser humano, y el poeta orante le pregunta que por qué él, el ser divino, pone su atención en el ser humano, ser que es criatura en medio de otras criaturas, que es «de barro». Para mí esta pregunta sobre qué es el «ser humano» es la más importante en la actualidad; con mucho. Me explicaré.
            Acabo de ver en la televisión cómo se siguen matando de forma cruel, abyecta, planificada, sin entrañas, con el consentimiento tácito de la comunidad internacional, en Siria. La guerra ya dura más de dos años. ¿Qué es el ser humano? En este caso, y en otros similares, recuerdo el terrible dictado del filósofo inglés Hobbes: «el hombre es un lobo para el hombre» (en latín queda más sonoro: «homo homini lupus»). ¡Qué terrible y qué triste!
            La segunda noticia que han comentado es acerca de las tragedias humanitarias y las ONG. Hace tiempo que algunas ONG (¡cuidado, algunas, no todas!) están siendo controladas de cerca para ver dónde actúan, cómo actúan y cómo invierten los dineros de la buena gente que se lo entrega con generosidad. La sospecha es que algunas hacen negocio de las tragedias. Terrible pero podría ser en algunos casos (¡repito!), cierto. ¿Puede un ser humano enriquecerse con el hambre ajeno? No miremos para otro sitio… Si es así, hay que denunciarlo y corregirlo.
            En España está de nuevo en las manos de los políticos uno de los temas más tremendos que afecta al ser humano: una nueva ley del aborto. Levanta pasiones entre sus detractores y sus promotores. El argumento que se ha ido extendiendo como fuego en el campo seco de agosto es el de la «libertad» de la mujer para decidir si quiere o no quiere ser madre. Yo recuerdo que en mi juventud, en los ardientes debates de los más jóvenes, cuando se argumentaba con la libertad siempre decíamos: «la libertad de uno acaba donde empieza la libertad del otro». Creo humildemente que este es uno de los muchos puntos de la cuestión. ¿Quién es «el otro»? Si no reconocemos que el niño en gestación sea «otro ser humano», distinto de la madre, único en todo, sino que sólo hay un sujeto a decidir, la futura madre, no estamos haciendo justicia. No se trataría de la libertad de «uno solo», sino la de uno y la de «otro que está en gestación». Sigamos pensando, argumentando, buscando luz y verdad.  
Más complicado aún. En la pregunta del salmista, el hombre se dirige a Dios: ¿qué es el hombre para que TÚ, OH DIOS, te acuerdes de él? Nuestra sociedad no admite esta pregunta, porque no admite que Dios sea sujeto a quien preguntar. No lo admite como interpelador del ser humano. A lo más, acepta que Dios sea un «sentimiento», una «opción personal», pero nunca un «ser real con el que dialogar». Aplicando lo dicho arriba al tema de la moral personal y social. Nos movemos a horcajadas entre la «moral autónoma» (el ser humano consigo mismo y su conciencia -autos-, ¡conciencia que debe estar formada!) y su confrontación con la «moral heterónoma» (aceptar que «otro-heteros», para los cristianos la ley de Dios) tengan algo que decir en nuestra vida. Aterrizando: si no aceptamos que el niño engendrado sea «otro ser humano», y si no aceptamos que Dios sea «otro ser real» con el que dialogar, difícilmente, por no decir imposible, podremos llegar a ver una nueva luz en la que conversar.
            Esto es así. La pregunta sobre el «ser humano», sobre el «hombre», afecta directamente a la política nacional e internacional; a las decisiones morales personales y a la comprensión y vivencia de la religión. No es lo mismo que veamos en los humanos un «animal evolucionado con suerte o con éxito» dependiendo de muchas variables, un «número despersonalizado sin rostro» que se multiplica sin control, un «consumidor potencial» que nace-consume y muere, o que veamos un ser creado «a imagen y semejanza de Dios», con libertad y responsabilidad, con rostro e historia, con proyectos, conciencia y memoria afectiva, con espíritu y espiritualidad. 
Tomemos este último aspecto. La pregunta sobre qué es el ser humano, desde un punto de vista espiritual, es también necesario. No es lo mismo que veamos al «hombre- humano» como un  «receptor sumiso y pasivo de órdenes», o verlo como un ser capaz de dialogar y crecer conjuntamente con los otros hombres y con Dios. El ser humano bajo mínimos morales y vitales, o el ser humano que, siendo criatura, camina hacia su plenitud, que no es otra sino Dios.El ser humano se mira y se ve reflejado en Dios, pero es distinto de Dios, no es Dios. Aquí entra la fe; fe que no es ni solo 'creencia', ni 'fanatismo'; es diálogo y compromiso, que llegan hasta lo más íntimo del ser humano y de su conciencia.
            San Antonio Abad, padre de la vida monástica del Oriente cristiano, era amigo y protector de los animales, porque no estaba «enfadado» con la creación, sino todo lo contrario, vivía en paz y amistad con ella. Pero san Antonio Abad sabía mirar hacia dentro de su corazón y levantar su mirada a lo más sublime: sabía que su vida era para Dios, con él estaba y a él oraba. Pidamos a san Antonio Abad no que nos haga «animales», aunque los cuidemos y respetemos, sino que nos haga plenamente humanos, para poder un día llegar a ser «plenamente divinos» en Dios.

Pedro Ignacio Fraile Yécora
Fiesta de san Antonio Abad, 17 de Enero de 2014

http://pedrofraile.blogspot.com.es/

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