En
la misa de Pentecostés, antes del evangelio, proclamamos y escuchamos una
preciosa secuencia dirigida al Espíritu Santo. Una de las peticiones que recoge
es esta: «Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro». Creo que es de
una oportunidad única. No más que en otros años, pero sin duda oportuna en este
acontecer de los inicios del siglo XXI.
El siglo XX ha sido, con seguridad, el más sangriento de
toda la humanidad. Mucho más que la violenta y oscura Edad Media, ¡y eso que el
occidente había pasado por la filosofía de la Ilustración que luchó sin cuartel
contra todo tipo de oscurantismo! La «Gran Guerra», donde los soldados murieron
a miles y sufrieron, como nunca había sucedido antes, en las novedosas
«trincheras». La «Segunda Guerra Mundial», precedida de campos de exterminio nazis
y seguida por los campos de exterminio estalinistas. La Bomba atómica, no solo amenaza , sino real, con dos explosiones sin control. Las masacres sin número de Camboya.
Las innumerables guerras locales: la cruel «Guerra civil española» (incivil,
dicen algunos); la guerra de Vietnam y sus bombas de Napalm; las guerras tribales
del Congo Belga y de Ruanda; las multiétinicas y multireligiosas de los Balcanes con sus
crímenes contra la humanidad; las guerras del petróleo de Irak…
El siglo XXI se despereza, solo estamos en la segunda
década, y ya tenemos nuestras guerras mezcladas con un terrorismo que no
controlamos. ¿Guerras político-culturales entre Occidente y Oriente? ¿Guerras
de dos facciones de los musulmanes: suníes contra chiíes? ¿Guerras de religión:
musulmanes contra cristianos? Un poco de todo. Nada es del todo cierto y nada
es del todo falso. Unas guerras que destacan por su crueldad, vuelven a matar
niños indefensos, y por hacerla pública sirviéndose de los Medios de
Comunicación. En la primera guerra de Irak vimos por primera vez un bombardeo
televisado ¡cosa inaudita! Ahora vemos degollaciones grabadas y extendidas por
la red universal de Internet.
El siglo XXI se despereza con una tragedia de números y
proporciones incalculables. Mi hermano me dijo hace varios años: «los pájaros
no tienen fronteras». El saber popular dice: «no se pueden poner puertas al
campo». La idea de una sociedad «plural», «abierta», «multucultural» la
defendemos por ser «políticamente correcta», para no ser un cafre fascistoide y
misántropo, pero si nos dicen que
debemos ir a una sociedad en la que haya que compartir, en la que todos cedamos
nuestros legítimos derechos para que todos puedan vivir y nadie pase necesidad;
en la que habrá que cambiar usos y costumbres para que todos trabajemos y todos
quepamos, entonces la cosa cambia. La vieja Europa quiere a los pobres de
África al otro lado del mar, en sus aldeas pobres; a los humildes sudamericanos
quietos en sus tierras, aguantando sin protestar; a los asiáticos les piden que
no atraviesen de nuevo las estepas orientales. Eso sí, si son mano de obra
barata y sumisa, que elevan nuestro «bienstar» y no causan problemas, entonces
los aceptamos. Pero ya no son «emigrantes», sino «servicio doméstico».
Estamos en Pentecostés. Benedicto XVI repetía una y otra
vez que el problema «de fondo» de la vieja Europa era que había decidido con
determinación acallar a Dios, hasta que nadie hable de él.
Tenemos
que decirlo con valentía y claridad, sin miedo: El ser humano, es menos humano
cuando expulsa de su vida a Dios, su sello original, su semilla de divinidad. ¡Espíritu
Santo, ven y llénanos del sentido profundo, cálido, humanizador, vivificador de
Dios!
Pedro Ignacio Fraile Yécora
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