A
día de hoy, martes tres de septiembre de 2013, aún no han comenzado las
hostilidades bélicas de «Occidente» contra el actual régimen dictatorial sirio.
El Papa Francisco ha convocado una vigilia de oración, a nivel mundial, contra
esta guerra y contra todas las guerras. Me parece que a Obama le importa poco
lo que diga el papa, porque él, «erre que erre» (como diría mi paisano Paco
Martínez Soria), ha decidido que va a intervenir. ¿Por qué será que todos los presidentes
norteamericanos tienen su «guerra»? Obama parecía que iba a ser la excepción,
pero parece que tampoco él se libra de ser «sheriff» del mundo. ¿Por qué será,
también, que los norteamericanos hacen sus guerras siempre lejos de casa? Ojalá
que no veamos a los López, García, Flores etc. (carne de cañón chicana,
puertorriqueña o guatemalteca), unidos a los descendientes pobres de los negros
esclavos africanos afincados en EE.UU., de nuevo haciendo de «polis malos» en
los desiertos de Siria. Una tercera pregunta; si tanto les preocupan los
derechos humanos a los gobernantes occidentales, ¿por qué no intervienen en las
interminables guerras fratricidas de África, donde desde hace décadas se
exterminan las tribus unas a otras ante la mirada indiferente de Occidente? Una
última observación triste y cínica: primero fabrican las armas; luego se las
venden; luego les acusan de usarlas.
El
problema de Siria es muy complejo y se nos escapa. Tiene que ver con antiguos
regímenes árabes socialistas laicistas que han desembocado en dictaduras
familiares; tiene que ver con la división del Islam y su lucha por la
preponderancia en el mundo árabe (sunitas y chiíes); tiene que ver con una
presencia cristiana anterior al Islam, perseguida a muerte por unos y por
otros. Allí hay mucha violencia, unas veces transmitida al mundo y otras
silenciada por intereses que se nos escapan. Allí se juega mucho el equilibrio
actual entre Occidente y Oriente. Como si de una maldición se tratara, las
tierras de Siria y Palestina están condenadas a ser tierra donde se hacen las
guerras las potencias extranjeras. En la Biblia se nos dice que allí
combatieron babilonios contra egipcios; egipcios contra hititas… hoy combaten
norteamericanos contra rusos… La
historia se repite; cambian los protagonistas, pero no los escenarios ni los
intereses. Desde esta página, un grito: ¡No a la guerra! ¡No a esta guerra, ni
a cualquier guerra! ¡No al terror! ¡No a la barbarie!
En
este ambiente de preocupación real es obsceno hablar de la riqueza cultural de
Siria. Algunos pensarán que Siria es un gran desierto, sin nada interesante.
Falso totalmente. Desde esta página dedicada a Tierra Santa voy a ir mostrando
algunas de las maravillas de este país.
Cuando
el viajero mira a derecha e izquierda, y cree que ya sólo hay un interminable
desierto de arena que no alcanza con la vista; cuando piensa ingenuamente que
es un audaz descubridor de sendas por las que nadie ha pasado antes…., ve una
indicación en la carretera que dice: «a Palmira». Esta ciudad con nombre de
mujer, guarda en medio del desierto, las huellas de lo que fue una ciudad
populosa, culta, exquisita, romanizada, allá por el siglo III d.C. La ciudad,
de origen nabateo, alcanzó su esplendor con la reina Zenobia (266-272 d.C.).
Siria
no es una tierra de «gente ruda e inculta». Siria fue en la antigüedad cuna de
civilización mesopotámica; luego griega; luego romana. Hoy… ¿destruida,
arrasada y «salvada» por los cultos occidentales? Seguiremos mostrando la
belleza y cultura de Siria aunque sea un acto obsceno.
Pedro Ignacio Fraile Yécora
3 de Septiembre de 2013
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