Una de las paradas, no menores en importancia, sí en ser un lugar conocido, fue el pueblecito entre montañas de Malula. Es un pueblo cristiano donde aún se conserva como lengua el arameo. ¡La lengua que habló Jesús!
Era
domingo y fuimos a una Iglesia, creo recordar de rito caldeo, y pedimos
celebrar allí la Eucaristía. Los parroquianos acababan de salir de su
celebración semanal. Nos saludamos afablemente, aun sin conocernos. La fe en
Cristo, el Señor, nos unía. Allí, el muy querido y muy llorado José Antonio
Marín Jiménez (en la foto), nos presidió la celebración. ¡Estábamos en un
pueblecito de Siria, pequeño, celebrando la Misa en medio de un gran país, en
una iglesia antiquísima! ¡Qué hermosura!
A
la salida pasamos por un estrecho desfiladero que corta en dos un monte y que
lleva el nombre de «Desfiladero de santa Tecla»; luego fuimos a una Iglesia
ortodoxa, justo en el momento en que una monja tocaba el madero que llama a la
oración. Luego tuvimos tiempo para ver cómo los hombres del pueblo se acercaban
a la panadería a comprar sus hogazas de pan recién horneadas. ¡El pueblo olía a
pan!
¡Malula,
Malula! Pueblo en las montañas a la que un día prometí volver. ¿Qué quedará de
ti si algún día regreso a Siria? ¿Seguirá existiendo la pequeña comunidad
cristiana caldea que nos acogió en su iglesita? ¿Seguirán las monja saliendo a
tocar el madero de forma armoniosa? ¿Seguirán yendo los hombres a la panadería
a busca el pan que partirán en la mesa con la familia?
José
Antonio, desde el cielo, sigue pidiéndole al buen Dios que ponga su mano
protectora sobre las rocas de Malula… y de Siria.
Pedro Ignacio Fraile Yécora
7 de Septiembre de 2013
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