Uno de los textos más repetidos del Antiguo Testamento es
la orden que le da Dios a Abrahán: ‘Sal
de tu tierra, de la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te indicaré’
(Gén 12,1). Visto lo que estamos viendo, tiene al menos tres interpretaciones.
La primera, que es una broma de mal gusto, pues los hijos de Abrahán (los
sirios) están dispersándose por el mundo; por los países vecinos y ahora por
occidente. La segunda es que suena a «maldición», ¿pues cómo entender si no una
frase que suena a anuncio de una realidad que tiene que cumplirse
inexorablemente? La tercera nos habla de la Biblia como Palabra de Dios:
nuestra condición de peregrinos. No somos de ningún sitio. Somos habitantes de
una tierra que no nos pertenece, estamos de paso, siempre en camino. Unas veces
por decisión propia; la mayor parte de las veces porque nos obligan las
circunstancias o la violencia.
Yo no pienso ni en la
primera (broma de mal gusto), ni mucho menos en la segunda (maldición). Pienso
que la tercera es la correcta. Si leemos la Biblia, vemos cómo el ser humano es
un ser vivo que se mueve, que está saliendo continuamente de su casa (de sí
mismo) para adentrarse en caminos inhóspitos e intransitados. El ser humano es
un «homo viator», un eterno caminante. Al andar abre nuevos caminos, nuevas
expectativas.
La Biblia nos dice que
Abrahán provenía de la tierra de Ur (allí en el país de los sumerios, donde hoy
la política nos dice que está Kuwait). Nos dice que marchó con su familia para
establecerse en Harán (Jarán), hoy Siria. Abrahán provenía de las fértiles
tierras de Siria cuando Dios le mandó que se pusiera en camino; de allí se
adentró en el país de Canaán (hoy Líbano, Palestina-Israel) y allí se
estableció en el sur (ciudad de Hebrón). De allí marchó a causa de una hambruna
al país de Egipto, pero regresó de nuevo a la montaña sur de Canaán, donde
murió su esposa Sara y la enterró (encina de Mambré).
Nos cuenta la Biblia que
Isaac, hijo de Abrahán y de Sara, tuvo que elegir esposa; Abrahán le prohibió
que se casara con una lugareña, y le mandó que fuera a buscar una digna esposa
entre sus familiares del norte (Gén 24,3-4). De allí viene Rebeca, de Siria, de
Aram Najaraín (Gén 24,10-66). Rebeca, la siria, se establece en el sur de
Canaán con Isaac.
De nuevo se repite la
historia. De los dos hijos de Isaac y Rebeca, uno se tira por la aridez de las
tierras del sur, Esaú (lo que hoy conocemos como Edom, Idumea, o lo que
visitamos los viajeros actuales como tierras de Petra). El otro hijo se vuelve
al norte, a las tierras de sus abuelos maternos. La Biblia lo explica de forma
mucho más compleja. El caso es que Jacob, hijo de Isaac y Rebeca y hermano
enfrentado a Esaú, se tiene que ir a Siria (Padam-Aram) a buscar de nuevo
esposa. Allí se establece temporalmente; de Siria viene con dos esposas, Lía y
Raquel, con dos esclavas de las esposas, y con ¡once hijos sirios! El único
hijo no sirio fue Benjamín, que nació en Belén en el mismo parto en que murió
su madre, la querida y llorada Raquel (Gén 28-32).
En resumen: Abrahán y Sara
provienen de Siria (Jarán); Rebeca, la madre de Isaac, es de Siria (Aram
Najaraín); Raquel, la esposa de Jacob, sus once hijos y su hija Dina son de
Siria, de la zona de Padam-Arán. Esto nos puede servir para colegir que el pueblo de Israel tiene en sus orígenes
unos indudables ascendientes sirios. Los estudiosos nos dicen que Israel
tendría dos orígenes, unos los sirios o arameos, y los otros los egipcios, que
provienen por parte de José el hijo de Jacob que llegó a ser visir en la corte
del Faraón.
¿Por qué traigo a colación
este argumento? Nosotros, los occidentales, solemos meter a todos en un mismo
saco. Nos da lo mismo árabes que sirios; afganos que turcos; griegos que
macedonios. No es lo mismo. En esta crisis migratoria se está viendo.
La televisión nos dice que
los ricos árabes del Golfo, los Emiratos que viven de la bendición del
petróleo, son pueblos del desierto que hasta hace muy poco (después de la
primera guerra mundial, que acabó en 1919) no eran sino beduinos que se movían
con sus rebaños de cabras por el desierto. Su cultura es la del desierto. Su
religión la de Mahoma, de la que pretenden ser únicos señores y administradores.
Su historia es la de sus tribus y clanes. El coronel británico Lawrence de Arabia
consiguió engañarlos para que se sublevaran contra los turcos. Esto cuando aún
no tenían petróleo. No tienen nada que ver con los sirios, los hijos de
Abrahán, Isaac y Jacob. Ellos, los árabes de los supermillonarios emiratos, son
los hijos de la esclava de Abrahán, de Ismael. No quieren a los sirios porque son
muy distintos, son desconocidos entre ellos.
Curiosamente, los sirios
son los descendientes de las grandes civilizaciones semitas que nos han
regalado los inicios de la cultura occidental; eso sí, distinta a la greco
romana. Los sirios guardan en su territorio las ciudades de Ebla, con su lengua
propia, el eblaíta; la ciudad de Mari; ambas celosas guardianas de las culturas
mesopotámicas. Ellos nos han dado los primeros textos escritos de oriente próximo
(la escritura cuneirforme) y el origen remoto de nuestros abecedarios
occidentales. No olvidemos que la Biblia nace entre las culturas de dos ríos:
Tigris y Éufrates en el Norte (Mesopotamia) y el Nilo en el sur (Egipto). En
medio de los dos, nace el pueblo de Israel con sus tradiciones.
Siria es un pueblo rico en
tierras, rico en historia, rico en civilizaciones, rico en culturas, rico en
religiones. ¡especialmente en el cristianismo sirio, del que nadie habla!. Muy
rico en humanidad, pero muy pobre porque está siendo pasto de las fieras
salvajes que lo están arrasando. Nunca he visto imágenes tan duras como las que
están llegando de aquellos parajes. Nunca había retirado la mirada de una foto
hasta que he visto lo que nos llega de aquellas hermosas tierras hoy sometidas
a la barbarie de los sin Dios (porque los que hacen eso no creen en Dios).
La Biblia es un libro de
éxodos: el éxodo de Abrahán de Ur a Jarán y de Jarán a Hebrón; el éxodo de
Jacob a Padam Arán y de allí a Canaán; el éxodo de Egipto y la travesía a la
tierra prometida; el éxodo de los judíos a Babilonia y su posterior regreso. La
Biblia nos enseña que estamos de paso, que la tierra no es de nadie y es de
todos. La Biblia nos enseña que la humanidad está hecha de sangres mezcladas, de
pueblos que se mueven… y también de violencia y de imposiciones.
¿En qué deparará este
nuevo éxodo que proviene de Siria y no se dirige al sur sino a la vieja, cansada
y sin ideas ni ilusiones, Europa? ¿Serán sangre nueva? ¿Serán causa de nuevas
migraciones? ¿Regresarán a su tierra devastada? ¿Nos recordarán que todos somos
«hijos de Abrahán, el caminante?
Pedro Ignacio Fraile
9 de Septiembre de 2015
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