El
‘padrenuestro’ ofensivo de una diz
que poetisa, en los premios ‘Ciudad de Barcelona’, posteriormente defendido y
justificado por Ada Colau, a la sazón alcaldesa de la ‘Ciudad Condal’, ha dado
mucho que hablar y que escribir. Son muchos los que han reivindicado el derecho
que tenemos todos a que no nos insulten ni nos agravien por nuestras
convicciones religiosas, que no son ‘sombreros de quita y pon’, sino que forman
parte de nuestro ‘ADN personal’. Yo soy Pedro Ignacio Fraile Yécora, católico,
y si no fuera católico dejaría de ser quien soy para ser otro, pero ya no sería
yo mismo. La fe va conmigo. Sin embargo, hay gente que se ríe de las
convicciones religiosas y creyentes, y luego dice «que no nos enfademos», «que
tenemos que ser de mente amplia». Bueno, pero de esto no quería tratar, al menos
directamente. Quiero reflexionar acerca de este hecho desde otras perspectivas.
Siguiendo
el esquema clásico de la «revisión de vida» de la Acción Católica, que tiene
tres momentos, «Ver, juzgar y actuar», voy a redactar estas líneas. El primer
momento, el «VER», lo conocemos: en
unos premios con motivo de la Patrona de Barcelona, Santa Eulalia (¡la bien
hablada!), una mujer «mal hablada» arremete sin piedad contra el padrenuestro
cristiano insertando términos sexuales de forma reiterada y provocadora.
Me
paro en el «JUZGAR». Los católicos
nos molestamos, y con razón. Pero en vez de acusar a los demás de que «no nos
quieren», podríamos pensar en dos líneas. La primera, qué hemos hecho o qué
estamos haciendo mal para que se produzca no ya este «desafecto», sino esta «inquina».
La segunda línea es la de «hacer frente al mal con el bien», no usando sus
mismas armas.
En
los años posteriores a la guerra civil se impuso en España una sociedad
«nacional católica». Unos estaban encantados, pero otros soportaban entre
dientes, con rencor disimulado, una situación que no querían y que se prometían
a sí mismos cambiar en cuanto pudieran. España «era oficialmente católica»,
pero muchos de sus miembros solo lo eran para evitar problemas con la
autoridad. Nunca se habían sentido «afectos» a la fe en Jesucristo. Bautizaban
a sus hijos, se casaban por la Iglesia y comulgaban a sus retoños porque estaba
impuesto, no porque lo hicieran con agrado. Esto es así, cueste o no
reconocerlo. De aquellos barros vienen, en parte, estos lodos.
Un
segundo motivo es que en España, nunca ha habido algo semejante a la «revolución
francesa», como repetía una y otra vez uno de mis profesores. Confesionalidad o
aconfesionalidad del Estado; laicidad y laicismo del Estado; derechos y deberes
de los católicos y su contraparte de obligaciones por parte del Estado, siguen
siendo motivo de discusión. No hemos llegado a una decisión reposada, madurada
y aceptada por todos de estas relaciones necesarias. No es de recibo que a
estas alturas haya que juzgar a una política madrileña por asaltar una capilla
en la Universidad cuando estaban celebrando la Misa. Ese es el «síntoma» de una
«enfermedad» latente, que está ahí, aunque no la sepamos atajar.
Un tercer
motivo es la misma vivencia de la Iglesia española en sus miembros. El otro día
una mujer me sorprendió por lo piadosa que era y lo bien que planteaba los
temas de fe, argumentando que los cristianos teníamos que dar testimonio
público de nuestra fe, pero a la vez con qué dureza trataba a «los curas y
monjas», como si no fueran con ella. La Iglesia española adolece de una «musculatura
de laicos» que vivan con pasión su fe cristiana. Cuando un cristiano se
desentiende o se desmarca de la Iglesia, tomada en sus pastores o en sus
religiosos, algo no va bien. Cuando los pastores y los responsables de la
Iglesia se dirigen a ellos con deseos de reflexionar o de actuar, y ven cómo se
posicionan muchas veces lejos de lo que se propone, es síntoma de clara
desconexión afectiva y efectiva. ¿La Iglesia española cuenta con unos
«cristianos de a pie» con solidez cristiana, espiritual y con autoridad moral?
Unido a esto
último, y también en el mismo argumento, pienso que la Iglesia española se ha
confiado demasiado y se ha dormido en los laureles de que «la fe se transmite
espontáneamente». Ese es un grave error. La fe se transmite de padres a hijos,
de catequistas a catecúmenos, de creyentes a creyentes. Pero la fe, una vez
suscitada, hay que trabajarla, hay que madurarla, hay que someterla a pruebas,
hay que confrontarla. No podemos tener cristianos que cuando les hacen dos
preguntas incisivas ya no saben qué contestar. Necesitamos creyentes que sepan
argumentar lo que creen, por qué lo creen. Que sepan presentarse ante el mundo
con sencillez, pero con criterio. Esto no se improvisa. Hay que dedicar muchas
horas a la formación de los creyentes.
El tercer paso
en la revisión de vida es el «ACTUAR».
Si nos ofenden con una parodia de
nuestro padrenuestro, que es la oración
que nos enseñó Jesús, los cristianos no podemos contraatacar con ofensas.
Tenemos que decir que estamos heridos y que exigimos que se nos respete, pero
podemos hacer muchas cosas. Por ejemplo:
1.- En las líneas pastorales de la Conferencia
Episcopal Española se puede convocar a un año de reflexión y explicación sobre
el Padrenuestro como oración fundamental de la vivencia cristiana.
2.- En las parroquias se puede dedicar, de forma
trasversal, unas catequesis diferenciadas para niños, jóvenes y adultos, sobre
el sentido de esta oración específica de los cristianos.
3.- En las
familias católicas los padres pueden buscar un momento para rezar el
padrenuestro e ir explicándolo poco a poco, catequética y paulatinamente, a sus
hijos: por qué lo rezamos, qué nos quiere decir Jesús, cómo vivimos a Dios…
4.- Las
editoriales pueden hacer una colección de libros sobre el Padrenuestro: uno a
la luz de toda la Escritura, otro catequético, otro desde la teología espiritual,
otro recogiendo las experiencias y los testimonios de los grandes creyentes,
otro desde el punto de vista de las religiones comparadas, otro para trabajarlo
en clases de religión etc.
5. El
Padrenuestro no es una oración solo de los católicos, sino de todos los
cristianos. Podría hacerse una publicación ecuménica con luteranos, anglicanos,
evangélicos sobre el padrenuestro…
Yo, por mi
parte, os presento un trabajo sobre el padrenuestro que redacté hace algunos
año en Zaragoza. Por si os puede servir, lo presento en varias partes y en varios días sucesivos...
LA ORACIÓN DE JESÚS: EL
PADRENUESTRO
PRIMERA PARTE
1. INTRODUCCIÓN
1. La necesidad de la oración
San Lucas nos
cuenta cómo un día los discípulos, al ver que Jesús rezaba frecuentemente y con
gran intensidad, le dijeron: ‘enséñanos a rezar’. Parece ser, por lo que dice
el texto, que Juan Bautista también enseñaba a sus discípulos: ‘Señor,
enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos’. (Lc 11,1). Las
diferencias son grandes; primero porque son dos personas muy distintas: Juan no
es el Mesías, sino su «anticipador», su «precursor», el que «prepara el
camino». Jesús, por su parte, es el Mesías de Dios; el que «cumple», el que
«lleva a término» la obra del Padre. En segundo lugar porque no sabemos cómo
rezaba Juan, pero sí que sabemos cómo rezaba Jesús. Tenemos sus palabras, su
«enseñanza». En Jerusalén, en el Monte de los Olivos, se conserva una gruta que
se conoce como la «Gruta de las Enseñanzas». Allí se recuerda cómo Jesús
enseñaba a orar, y hoy se hace memoria del Padrenuestro. Las Carmelitas cumplen
allí la invitación de Jesús.
Siempre
sorprende que Jesús rezara. ¿Acaso no era el Hijo de Dios? Precisamente por
eso. No se trata de una dificultad, sino de una consecuencia lógica. Por ser el
Hijo de Dios necesita pasar horas de intimidad con su Padre. Jesús no hace su
voluntad, sino la voluntad de su Padre. La voluntad del Padre no es algo
aprendido, sino «aprehendido», que nace de su identificación con su Padre y de
largas e intensas horas de oración. Entre los cuatro evangelios, en san Lucas
la oración de Jesús tiene gran importancia. Por eso vamos a comenzar viendo
algunos de sus rasgos.
a) Jesús se retira con frecuencia
a orar.
Jesús se
retira a orar en plena misión. No puede hacer presente el Reino, anunciarlo,
como si fuera una cosa secundaria, sin importancia. La gente busca a Jesús,
pero él no cae en la tentación del «activismo», sino que se retira a orar. Es
lo primero de todo, antes incluso que «hacer cosas»: ‘Su fama se extendió
mucho, y mucha gente acudía para oírlo y para que los curase de sus
enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios para orar’ (Lc 5,16)
Jesús ora
antes de elegir a sus apóstoles. La elección de los apóstoles, dice san Lucas,
fue precedida de una larga oración de toda la noche. No en vano los apóstoles
son «enviados» de otro. No dicen lo que ellos quieren, sino que transmiten y
comunican lo que «otro», en este caso Jesús, les dice. El momento es tan
importante que la oración lo ilumina todo: ‘Por aquellos días fue Jesús a la
montaña a orar y pasó la noche orando a Dios.
(Lc 6,12)
b) Lo hace en los momentos más
importantes de su vida.
En el Bautismo: El bautismo marca el
comienzo de su misión. Es el momento inicial de toda la vida de Jesús. Una
misión de ‘Hijo’, de ‘Siervo’, no de ‘Potente emperador’. En este momento
crucial, Jesús está orando y la voz del Padre lo confirma como Hijo que hace su
voluntad. ‘Después de bautizar Juan al pueblo y a Jesús, aconteció que,
mientras Jesús estaba orando, se abrió el cielo, descendió el Espíritu Santo
sobre él en forma corporal, como una paloma, y se oyó una voz del cielo:
"Tú eres mi hijo amado, mi predilecto". (Lc 3,21)
En la Transfiguración. Cuando Jesús
deja Galilea y se encamina hacia Jerusalén, se retira a orar. Es una decisión
fundamental, pues sabe que emprende el camino que le lleva a enfrentarse con
las autoridades religiosas y que, probablemente, las consecuencias serán
trágicas. La voz del Padre confirma que ese es su Hijo, en quien se complace.
‘Unos ocho días después Jesús tomó consigo a Pedro, a Juan y Santiago y los
llevó al monte a orar (Lc 9,28). San Lucas insiste en que todo sucedió en plena
oración: ‘Mientras él oraba, cambió el aspecto de su rostro y sus vestidos se
volvieron de una blancura resplandeciente.’ (Lc 9,29)
La experiencia
de la oración del Tabor la podemos unir a la decisión de seguir su viaje a
Jerusalén; decisión confirmada por el Padre. San Lucas nos dice unos versos más
adelante que ‘Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén’. (Lc 9,51). La
experiencia del Tabor no es la de huir del mundo, sino la de ponerse en
oración, en las manos de Dios, para descubrir su voluntad. Es necesario pasar
por el Tabor y escuchar la voz del Padre para que no hagamos lo que nosotros
queramos, sino lo que quiere Él; por otra parte, es necesaria la experiencia
gozosa del Tabor para poder recordarla en los momentos de la prueba.
En la confesión de Pedro: Jesús les
pregunta a sus discípulos si saben quién es él. Pedro se adelantará y dirá que
es ‘el Mesías de Dios’. Es un momento fundamental pues es necesario saber quién
es Jesús antes de ponerse en su seguimiento como discípulo. La pregunta de
Jesús a sus discípulos no es espontánea, sino que nace como fruto maduro de su
oración: ‘Un día que Jesús estaba orando en un lugar retirado y sus discípulos
se encontraban con él, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy
yo?". (Lc 9,18)
En Getsemaní: En el momento crucial de
su vida, sólo comparable con el del Bautismo, cuando se pone en las manos del
Padre, y Jesús da el paso en medio de la oración. Una oración intensa: ‘(Jesús)
se apartó de ellos como un tiro de piedra, se arrodilló y se puso a orar,
diciendo: "Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz, pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya". (Lc 22,41).
La oración de
Jesús en Getsemaní es de «lucha» (en griego, «agonía»). ¿Tiene que ser así? ¿No
puede ser de otro modo? ¿No se puede salvar a la humanidad sin «entregarse»,
comprando, cambiando, negociando, engañando? La oración de Jesús en Getsemaní
alcanza tal intensidad que le caen goterones de sangre: ‘(Jesús) entró en
agonía, y oraba más intensamente; sudaba como gotas de sangre, que corrían por
el suelo.’ (Lc 22,44).
En la cruz. Dos palabras dice Jesús en
la cruz, según san Lucas: ‘Padre, perdónales porque no saben lo que hacen’ (Lc
23,34) y ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’ (Lc 23,46).
c) Las catequesis sobre la
oración
Jesús enseña
directamente sobre la necesidad de orar. En primer lugar enseña sobre la
necesidad de orar con insistencia, sin desfallecer. Lo hace por medio de una
parábola. San Lucas la introduce advirtiendo que no podemos cejar en la
oración; no es cuestión de una vez al mes, o cuando las cosas se ponen feas.
Sobre la
necesidad de orar siempre sin desfallecer jamás, les dijo esta parábola: "Había en una ciudad un juez que no
temía a Dios ni respetaba a los hombres. Una viuda, también de aquella ciudad,
iba a decirle: Hazme justicia contra mi enemigo. Durante algún tiempo no quiso;
pero luego pensó: Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, le voy a
hacer justicia para que esta viuda me deje en paz y no me moleste más". Y
el Señor dijo: "Considerad lo que dice el juez injusto.¿Y no hará Dios
justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? ¿Les va a hacer esperar?
Yo os digo que les hará justicia prontamente. Pero el hijo del hombre, cuando
venga, ¿encontrará fe en la tierra?". (Lc 18,1-8)
Si una persona
sin corazón, como el juez de la parábola, escucha aunque sólo sea para quitarse
de en medio el problema, ¿no escuchará Dios que es bueno? Le dije a una anciana
ciega que está en una silla de ruedas y que está todo el día rezando:
‘Victoria, rece, no se canse de rezar’. Ella me contestó. ‘No me canso, pues si
no le rezamos ¿cómo nos va a escuchar?
Jesús también
enseña, según el evangelio de san Lucas, la forma de orar. No se puede orar de
cualquier manera, intentando justificarse ante Dios o diciendo que es Dios el
que tiene que estar agradecido. El que va con sus ‘méritos’ por delante, no
tiene nada que pedir; lleva las manos llenas. El que se sabe pecador, va con
las manos vacías, y además no se siente digno; necesita que otro se «las llene»
porque quiere. Así es la oración al Dios de Jesús.
"Dos hombres fueron al templo a orar;
uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, de pie, hacía en su interior
esta oración: Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los
hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano; yo ayuno dos
veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo. El publicano, por el
contrario, se quedó a distancia y no se atrevía ni a levantar sus ojos al
cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: Dios mío, ten compasión de mí,
que soy un pecador. Os digo que éste volvió a su casa justificado, y el otro
no. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será
ensalzado". (Lc 18,10-14)
Si hacemos una
lectura transversal del evangelio de san Lucas, vemos cómo la oración aparece
continuamente referida a Jesús:
- En el bautismo (Lc 3,21)
- Al comenzar su misión de anuncio y
sanación (Lc 5,16)
- Al elegir a los Doce (Lc 6,12)
- Cuando prepara la confesión de Pedro
(Lc 9,18)
- En el Tabor, camino de Jerusalén (Lc
9,29)
- Cuando les enseña el Padrenuestro (Lc
11,1-5).
- En Getsemaní (Lc 22,41.44).
- En la cruz (Lc 23,34.46).
2. El
«Padrenuestro» en Mateo y Lucas
Hemos dejado,
intencionadamente, en el apartado anterior la oración del Padrenuestro en san
Lucas (Lc 11,1-5) para tratarlo aparte. Tenemos dos versiones de las mismas
palabras de Jesús, la de Mateo y la de Lucas.
a) El Padrenuestro en Mateo
Mateo pone su
versión del Padrenuestro dentro del conocido como «Discurso de las
Bienaventuranzas». Mateo quiere presentar a Jesús como el «Nuevo Moisés» que
trae una Nueva Ley (la del amor, ley explicitad en las Bienaventuranzas) y que
inicia un Nuevo Pueblo de Dios (la Iglesia).
Mateo hace el
siguiente «juego» en su evangelio: Si Dios nos da por medio de Moisés la
antigua Ley, que tiene cinco libros (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y
Deuteronomio), Jesús, el Nuevo Moisés, pronuncia cinco grandes discursos
programáticos. Uno de ellos, el primero de todos, el de las Bienaventuranzas,
recoge las principales «enseñanzas» de Jesús. Una de ellas es, sin duda, la
oración. En este caso, como veremos en el de Lucas, la iniciativa no es de los
discípulos, sino de Jesús. Él es el que, en una gran enseñanza pública, les
explica cómo deben orar: ‘Cuando oréis… no seáis como los hipócritas’; ‘Al
orar, no os perdáis en palabrerías… sino orad así’. Entonces es cuando les
enseña. El Padrenuestro en Mateo está enmarcado en una invitación a la
intimidad (vv. 5-6) y a la simplicidad
(vv. 7-13).
‘Cuando recéis, no seáis como los
hipócritas, que prefieren rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de
las plazas para que los vea todo el mundo. Os aseguro que ya recibieron su
recompensa. Tú, cuando reces, entra en tu habitación, cierra la puerta y reza a
tu Padre, que está presente en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará.’
‘A rezar, no os convirtáis en charlatanes
como los paganos, que se imaginan que serán escuchados por su mucha palabrería.
No hagáis como ellos, porque vuestro Padre conoce las necesidades que tenéis
antes de que vosotros le pidáis.
Vosotros rezad así:
«Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el
cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas como también
nosotros perdonamos
a los que nos ofenden,
no nos dejes caer en la tentación y líbranos
del mal» (Mt 6,5-13)
Notemos que el
Padrenuestro según san Mateo tiene dos partes. La primera parte (Mt 6,9-10)
invita a poner la mirada en Dios. Jesús llama a Dios «Padre» y sus discípulos
deben aprender a llamarlo y a vivirlo igual, como «Padre». Pero ¿la experiencia
de vivir a Dios como Padre es propia de Jesús o ya aparece en el Antiguo
Testamento? Luego el orante, pide que llegue el Reino. El Reino que se pide no
es el de este mundo, que bien conocemos, sino el del Padre: «venga tu Reino».
¿En qué consiste el Reino de Dios? ¿Se anuncia ya en el Antiguo Testamento?
¿Qué nos enseña Jesús sobre el Reino? El tercer aspecto tiene que ver con la
«voluntad» de Dios. ¿En qué consiste? ¿Cómo descubrirla? ¿Es una «obediencia
ciega»? ¿Existe la libertad para decirle que no?
La segunda
parte (Mt 6,11-13) se dirige a los discípulos. Los discípulos tienen que pedir
las cosas que son fundamentales, que son necesarias. Hay que pedir a Dios el sustento de lo
fundamental (no de lo accesorio). El pan que nos alimenta y nos sostiene. El
pan que se puede compartir. El perdón y la reconciliación como fundamento de
vida. No la competitividad salvaje ni la confrontación. La bendición divina
para no caer en la tentación que haga abandonar el seguimiento tras otras
seducciones. El mal está ahí, y no podemos ceder ni negociar con él.
(Continuará...)
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