Esta es la continuación de tres artículos anteriores sobre el padrenuestro de este mismo blog.
4. LA VOLUNTAD DE DIOS
El
«padrenuestro» en el evangelio de san Mateo tiene dos partes, la primera en
referencia a Dios y la segunda a los hombres. La referida a Dios, a su vez,
comienza dirigiéndose a Dios como «Padre»; luego le pide que llegue el Reino y,
por último, acepta con humildad que «se haga la voluntad de Dios». Ahora bien
¿en qué consiste la voluntad de Dios? Este ejercicio es duro, pues supone una
maduración en la fe y purificar, incluso con mucho dolor, nuestra imagen de
Dios. Job, al final de su libro, después de haber pleiteado con Dios dice: ‘Te
conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos’ (Job 42,5). La fe en Dios,
y la aceptación de su voluntad es un camino que no ahorra disgustos,
sufrimientos, incomprensiones, e incluso dolor.
4.1. Distintos
aspectos de un problema cierto y abierto
¿Qué no es la
voluntad de Dios? Podemos rastrear la Sagrada Escritura en busca de textos del
Antiguo y del Nuevo Testamento. No olvidemos, como ya hemos indicado, que para
esto es fundamental que dejemos por sentado qué imagen tenemos de Dios. El
Padrenuestro dice que Dios es «Padre». Por eso, lo primero que podemos decir es
que la «voluntad de Dios» nunca puede ser «antihumana», porque creemos en un
Dios que «crea» al ser humano para que viva, lo «bendice» y lo hace «a imagen y
semejanza suya» (Gén 1). Un Dios que construye y destruye a su antojo,
malhumorado y caprichoso; que tiene al hombre como marioneta de cartón piedra,
para divertirse; no es el Dios cristiano, no es el Dios de Jesús.
Tampoco podemos
decir que la voluntad de Dios sea una simple aceptación sin más de los deseos
del ser humano, como si él tuviera que obedecer a pie juntillas nuestros
deseos. Por dos razones: primera porque si así fuera, Dios dejaría de ser Dios
y sería un «super héroe» que hace lo que le pidamos, que llega donde nosotros
no llegamos; el «primo de Zumosol» que utilizamos como escudo cuando lo
necesitamos. ¿Pero Dios es sólo el que llega donde nosotros no llegamos? Una
imagen así de Dios es aún muy infantil (que busca al hermano mayor que le
defienda) o pagana (Dios es el que nos defiende de los enemigos). La segunda
razón para no aceptar que la voluntad de Dios sea simplemente un reflejo de la
nuestra la entendemos sólo con mirar honestamente nuestro corazón: ¿quién no ha
deseado en el fondo de su corazón la venganza, la destrucción de los enemigos,
el ajuste de cuentas? Si Dios cumple nuestra voluntad, sea la que sea, Dios
deja de ser Dios para ser un «pelele» en manos de los hombres.
Tus planes no
son nuestros planes. Una experiencia humana es que no siempre se cumple lo que
queremos; ni desde un punto de vista humano ni tampoco religioso. Popularmente
se dice que a veces ‘echamos cuentas y nos salen collares’.
Cuando decimos
que se «cumpla» la voluntad de Dios aceptamos que él tiene un plan para
nosotros, que no somos un «número» sin rostro ni historia; por otra parte,
decimos y creemos que es un «plan de salvación».
‘Propio es del
hombre hacer planes,
pero la última
palabra es de Dios’. (Prov 16,1)
Aquí entra,
necesariamente, la confrontación entre lo que deseamos nosotros y lo que desea
Dios; también entre lo que pensamos que es mejor para nosotros y lo que puede
desear Dios; entre nuestras «cortas perspectivas» que se agotan en un corto
plazo y las «perspectivas» más amplias de Dios.
Puede darse el
caso de que pensemos que es su voluntad cuando, en realidad, estamos haciendo
lo que queremos; por eso es necesario aprender a «leer» la voluntad de Dios en
el marco de todo el evangelio, no sólo de una parte y aprender a «discernir» lo
que es de Dios y lo que es de nuestros deseos inconfesables. Por ejemplo, ¿es la voluntad de Dios aceptar
a una persona que te hace mucho daño y con la que tienes que convivir
diariamente? Otro ejemplo, en el caso de la vocación religiosa: ¿Quiere Dios
que arruinemos nuestra vida por un mal planteamiento que hemos hecho?
Podemos decir
que Dios es como… Para hablar de Dios necesitamos imágenes humanas, que ni aun
sumando unas a otras le hacen justicia. Todas las imágenes que pongamos son insuficientes;
pero lo podemos intentar. Podríamos usar las imágenes del «vigía» que tiene una
mirada mucho más amplia y completa del paisaje, incluso por encima de bosques y
colinas, que la de la persona que sólo ve al pie de la torre. Podemos pensar en
la imagen del «alto responsable público» que al afrontar una decisión tiene
información de múltiples sitios, frente
al que sólo puede conoce de forma parcial uno o dos aspectos del problema. Pero
podemos pensar también en la madre de familia que ante la discusión de sus
hijos escucha a los dos, conoce los argumentos de ambos, sabe que los dos
tienen parte de razón pero que no puede decidirse taxativamente por uno o por
otro. También tenemos la imagen del buen maestro que debe corregir sin ceder a
un niño porque ha hecho algo grave y debe aprender que no se puede obrar así.
Podemos pensar en la última persona responsable, por ejemplo un médico, que
tiene que decidir si cortar o no un miembro para salvar la vida de la persona…
Son todo
imágenes insuficientes, aun cuando las aumentemos, para acercarnos al misterio
de la voluntad de Dios: él quiere siempre lo mejor para nosotros, quiere
nuestra felicidad y nuestra salvación, quiere que seamos plenamente personas y
que cumplamos nuestra vocación de hijos… Pero aquí salta el problema: ¿y el
dolor, qué función tiene en la «voluntad de Dios» sobre nosotros? Y el mal ¿es
evitable? ¿cuándo es voluntad de Dios y cuándo es consecuencia del pecado del
hombre? ¿Podemos afirmar que Dios nos corrige sin palo?
4.2. La voluntad
de Dios en el Antiguo Testamento
La voluntad de
Dios aparece expresamente en el Antiguo Testamento en los textos vocacionales.
Tanto en el caso de Abrahán, que tiene que poner rumbo a una vida nueva aun
cuando todo le dice que siga donde está, como en el caso de Samuel, que siendo
un niño acepta lo que Dios le pida.
‘Abrán tenía
noventa y nueve años cuando se le apareció el Señor y le dijo: "Yo soy
Dios todopoderoso; procede según mi voluntad y sé perfecto’ (Gén 17,1).
Entonces
Samuel se lo contó todo; no le ocultó nada. Elí dijo: «Él es el Señor; hágase
su voluntad». Samuel creció, y el Señor estaba con él; no dejó de cumplirse ni
una sola de sus palabras. (1 Sam 3,18-19)
En la lectura
continua de la Escritura, la voluntad de Dios a veces hay que pedirla, porque
no es evidente o tarda en llegar, como en el caso de los reyes de Judá que no
saben qué decisiones toma: ‘Por favor, consulta hoy la voluntad del Señor’. (1
Re 22,5). Sin embargo no se puede manipular ni exigir: ‘Pero vosotros no
forcéis la voluntad del Señor, nuestro Dios, pues Dios no es como un hombre, al
que se puede amenazar y presionar. (Jdt 8,16).
En la oración
de bendición sobre el pueblo, los creyentes piden que Dios muestre su voluntad:
‘Que Dios os
colme de bienes
y se acuerde
de su alianza santa con Abrahán, Isaac y Jacob, sus fieles servidores.
Que os dé a
todos el deseo de adorarle
y hacer su
voluntad con un corazón grande y un ánimo generoso.
Que abra
vuestro corazón a su ley y a sus preceptos, que os conceda la paz,
escuche
vuestras súplicas, se reconcilie con vosotros
y no os deje
en los momentos de infortunio.’ (2 Mac 1,2-5)
Los orantes en
los salmos repiten en varias ocasiones la necesidad de aceptar la voluntad de
Dios en la vida:
‘Tú no quieres
sacrificios ni ofrendas,
no pides
holocaustos ni sacrificios por el pecado;
en cambio, me
has abierto el oído,
por lo que
entonces dije:
«Aquí estoy,
en el libro está escrito de mí:
Dios mío, yo
quiero hacer tu voluntad,
tu ley está en
el fondo de mi alma». (Sal 40,7-9)
‘Hazme sentir
tu amor por la mañana, pues confío en ti;
enséñame el
camino que tengo que seguir, pues me dirijo a ti;
líbrame,
Señor, de mis enemigos, pues me cobijo en ti;
enséñame a
cumplir tu voluntad, pues tú eres mi Dios;
tu espíritu
bueno me conduzca por una tierra llana’. (Sal 143, 8-10)
4.3. La
voluntad de Dios en el Nuevo Testamento
a) San Mateo
Mateo nos dice
en el «padrenuestro» que pidamos que se cumpla la «voluntad de Dios» en
nuestras vidas; veamos otros textos.
Sólo unos versos más adelante, encontramos un dicho famoso de Jesús
alertando sobre los ‘romanceros’ que por tener todo el día el nombre del Señor
en los labios piensan que hacen lo que Dios pide: ‘No todo el que me dice:
¡Señor! ¡Señor!, entrará en el reino de Dios, sino el que hace la voluntad de
mi Padre celestial’. (Mt 7,21)
Más fuerte es
cuando entra en escena la propia familia de Jesús. Jesús llega a anteponer como
verdadera familia suya a quienes hacen lo que Dios quiere: ‘Uno le dijo:
"Tu madre y tus hermanos están afuera y quieren hablar contigo". Él
respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?". Y
extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: "Éstos son mi madre y mis
hermanos. Porque el que hace la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi
hermano, mi hermana y mi madre". (Mt 12, 47-50; par. Mc 3,35)
‘Entre el
dicho y el hecho hay un trecho’, o también ‘una cosa es prometer y otra dar
trigo’, decimos en castellano. Lo mismo pasaba en la época de Jesús, pues es
condición del ser humano la separación entre lo que decimos con los labios y lo
que hacemos en nuestra obrar cotidiano. Son las incoherencias y son también las
«falsedades». Mateo nos propone la parábola de los dos hijos enviados a la
viña. Notemos la dureza de Jesús contra los que pretenden jugar con Dios
enmascarando su verdadera voluntad.
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Frente al hijo
que quiere engañar a su padre aparentando ser obediente, Jesús se presenta en
la Escritura como el totalmente obediente a la voluntad de su Padre. Misterio
que aún hoy nos admira y sobrepasa: ‘De nuevo, por segunda vez, se fue a orar,
diciendo: "Padre mío, si no es posible que este cáliz pase sin que yo lo
beba, hágase tu voluntad’. Volvió y los encontró dormidos, vencidos por el
sueño’. (Mt 26,42-43; par Lc 22,42)
b) Evangelio
según san Juan
San Juan
reflexiona a lo largo de su evangelio sobre la figura de Jesús y lo presenta
como alguien que vive abierto en todo momento a lo que su Padre le pide. Jesús
no es sólo un «buen hombre», sino el «enviado de Dios». Las «obras de Jesús»
transparentan las «obras de Dios»; por eso escuchando a Jesús escuchamos al
mismo Dios.
Jesús les
dijo: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y completar su
obra. (Jn 4,34)
Yo no puedo
hacer nada por mí mismo. Yo juzgo como me ordena el Padre, y mi juicio es justo
porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. (Jn 5,30)
Jesús cumple
en todo la voluntad de Dios, que no es otra sino que los hombres, la humanidad,
se salve. Un mal planteamiento sería buscar la voluntad de Dios fuera de este
plan de salvación:
‘Todos los que
el Padre me da vendrán a mí. Al que viene a mí no lo rechazo, pues he bajado
del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha
enviado. Y ésta es la voluntad del que
me ha enviado, que yo no pierda a ninguno de los que él me ha dado, sino que
los resucite en el último día. Pues es
voluntad de mi Padre que todo el que vea al hijo y crea en él tenga vida eterna
y yo lo resucite en el último día’. (Jn 6,38-40)
4.4.
Conclusión
La «voluntad de Dios» que pedimos en
la oración del Padrenuestro no es un ejercicio de «fundamentalismo» según el
cual no tenemos libertad, sino una apertura a nuestra condición de discípulos.
De la misma forma que Jesús consuma su camino en total libertad de espíritu,
así también nosotros debemos leer los signos de la vida, de la historia, para
escuchar y entender lo que nos pide Dios en cada momento.
Debemos pedir, igualmente, lucidez
para que se cumpla la voluntad de Dios, y no la nuestra.
(Continuará)
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