2. PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS
CIELOS
La oración de
Jesús comienza con un ‘vocativo’, esto es, con una llamada. En el Antiguo
Testamento a veces encontramos otras llamadas, como «¡oh Dios!», «¡Señor!».
Pero esta es distinta. Moisés reza así: ‘¿Por qué, oh Señor, se ha de encender tu ira contra tu pueblo, al
que sacaste de Egipto con gran fuerza y con mano poderosa?’ (Éx 32,11). En los
salmos encontramos la aclamación ante la grandeza divina: ‘Oh Dios, te alaben los
pueblos, que todos los pueblos te alaben’. (Sal 67,6). Pero en todo el Antiguo
Testamento nunca se dice que nadie se dirigiera a Dios y le dijera, en una
exclamación de súplica y confianza. «¡Padre!».
La primera
novedad del «padrenuestro» es que le llamamos de una forma totalmente distinta
a como se le había llamado en toda la tradición judía. Esta forma de entender y
de llamar a Dios es tan importante, que forma parte del credo de la Iglesia.
Los creyentes nos dirigimos a Dios como «Padre» y lo confesamos como «Padre».
La fe de la
Iglesia, tanto en el ‘Credo de los apóstoles’, que constituye el ‘más antiguo
catecismo romano’, como en el más elaborado ‘Credo Niceno –
Constantinopolitano’, comienzan con la profesión de fe en Dios Padre.
2.1. ¿En qué Dios creemos?
Dios es uno solo. En conformidad con la
tradición bíblica, revelación de Dios mismo, nuestra fe no admite más que la
existencia de un Dios único. Israel así lo cree y así lo profesa diariamente en
el Shema: ‘Escucha Israel, el Señor es uno solo’. (Dt 6,4).
El profeta
Isaías, en confrontación con las divinidades de Babilonia, recuerda al pueblo
exiliado que Dios es sólo uno, y que los dioses paganos no son nada: ‘Volveos a
mí y seréis salvados, confines todos de la tierra, porque yo soy Dios, no
existe ningún otro… ¡sólo en Dios hay victoria y fuerza!’ (Is 45,22-24).
Dios que se
«desvela», se «revela». La inteligencia humana quiere conocer a Dios; y es
legítimo, pero vemos cómo una y otra vez nos aproximamos y nos alejamos.
Creemos que ya lo hemos comprendido y, sin embargo, se nos pone delante como un
velo. Pensamos que lo podemos explicar y nos fallan las palabras. Decimos lo
que no es, pero no sabemos bien explicar cómo es. En el Antiguo Testamento Dios
dice de sí mismo que es ‘rico en amor y en fidelidad’ (Éx 34,6), hasta que
llega a esta afirmación fundamental Israel debe ir limando asperezas, para ir
quitando lo que oculta el verdadero rostro de Dios. Este rostro los cristianos
los reconocemos en Jesús. Con él decimos que «Dios es amor». (1Jn 4,8)
«En todo amar y servir». Con estas palabras
de san Ignacio podemos entender mejor cuál debe ser la actitud de los hombres
ante Dios. Si Dios es Dios, si no es fruto de nuestra imaginación; si es único
y no es un diosecillo en una serie larga de dioses menores; si Dios es amor,
tal como nos ha sido revelado, el ser humano no puede otra cosa que amarlo y
servirlo.
La segunda
parte del Shema así lo repite: ‘Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma, y con toda tu fuerza’ (Dt 6,5). Es más, la felicidad del
hombre depende directamente de si sirve a Dios o no: ‘Y ahora, Israel, ¿qué es
lo que te pide el Señor, tu Dios? Que temas
al Señor, tu Dios; que sigas sus caminos, que le sirvas y que le ames
con todo tu corazón y con toda tu alma(…)’. (Dt 10,12-13).
De nuevo
vendrá Jesús a dar cumplimiento a la palabra del Antiguo Testamento, de forma
que nos explicite que la verdadera plenitud está en ‘amar a Dios sobre todas
las cosas y al prójimo como a ti mismo’ (Mt 22,37-39 y par)
2.2. Jesús nos revela que Dios es
«Padre»
En muchas
religiones antiguas se identifican los dioses con los roles familiares, de
forma que no es raro oír hablar de «dioses esposos» en las religiones del
Mediterráneo oriental, tanto en Grecia como en Canaán. De estas uniones nacen
distintas divinidades que son, a su vez, parientes de otras. No es este el caso del Dios bíblico, que es
único y trascendente. ¿Cómo entender, por tanto el título de «Padre»?
«Como un
padre…». En el Antiguo Testamento a Dios se le compara como a un padre de
familia bueno, que se preocupa por los suyos: ‘Porque el Señor reprende al que
ama, como un padre al l hijo querido.
(Prov 3,12). También lo recoge un salmo:
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles (Sal 103,13)
En un himno
del libro del Deuteronomio se pone este título, el de «Padre», al mismo nivel que el de «creador», indicando
así la condición de portador y autor de vida:
¿Así pagáis al Señor, pueblo insensato y
necio?
¿No es él tu padre y tu creador?
¿No es él el que te hizo y te constituyó?
(Dt 32,6)
Que la imagen
de «padre» no se puede identificar exclusivamente con el varón, frente a la
mujer, es evidente cuando la Escritura usa explícitamente la imagen materna:
‘Como a un hijo a quien consuela su madre,
así yo os consolaré a vosotros’. (Is
66,13)
En el oráculo
de Oseas, dirigido a Israel (la esposa infiel), Dios se revela en el amor
esponsal, pero recupera algunos términos que son específicamente propios de la
mujer, como las «entrañas maternas» (rahamim), que se suele traducir como
«ternura»
‘Me casaré contigo para siempre,
me casaré contigo en la justicia y el
derecho,
en ternura y amor;
me casaré contigo en la fidelidad,
y tú conocerás al Señor’. (Os 2,21-22)
«Padre
nuestro...». Dicho esto, no podemos afirmar, sin embargo, que la revelación de
Dios como Padre se agote en el Antiguo Testamento. El que nos dice en repetidas
ocasiones que Dios es Padre, y que le debemos llamar Padre, es Jesús.
La relación
que guarda Jesús con Dios es única a la vez que íntima. Todo lo que conoce el
Hijo le viene porque el Padre se lo ha dado a conocer: ‘Nadie conoce al Hijo
sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino al Hijo, y aquel a quien el Hijo
se lo quiera revelar’ (Mt 11,27).
San Mateo
llama repetidamente a Dios, «Padre»; cosa que sería chocante en un judío que se
refiere a Dios con circunloquios para evitar pronunciar su nombre: «el Santo»,
el Bendito», «el Eterno».
De todos los
textos donde aparece, sólo nos fijamos en el primero de los discurso mateanos,
el de las Bienaventuranzas, cuando Jesús explica la novedad del evangelio
respecto a la Ley judía, insiste en decir: ‘se ha dicho (la Ley dice), pero yo
os digo’. En esta dinámica de contraposición entre lo antiguo y lo nuevo, Jesús
se refiere continuamente a Dios con el nombre de «Padre»: ‘Brille de tal modo
vuestra luz delante de los hombres que vean vuestras obras buenas y glorifiquen
a vuestro Padre que está en los cielos". (Mt 5,16). De nuevo unos
versículos más tarde: ‘para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que
hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos’.
(Mt 5,45). Un úlñtimo texto: ‘Guardaos de practicar vuestra justicia delante de
los hombres para que os vean; de otro modo, no tendréis mérito delante de
vuestro Padre celestial". (Mt 6,1)
La limosna, la
oración y el ayuno. La actitud religiosa del creyente está manifiesta a los
ojos de Dios. Es una actitud confiada y
transparente, sin medias tintas y sin pretender engañar. ‘que tu limosna quede
en secreto; y tu Padre que ve lo secreto, te recompensará". (Mt 6,4). Lo
mismo se dice de cómo debe ser la oración. ‘Tú, cuando reces, entra en tu
habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre que está presente en lo secreto;
y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará.’. Por último, el ayuno en sí
mismo sólo es válido a los ojos de Dios si va acompañado de la sinceridad. ‘que
los hombres no se den cuenta de que ayunas, sino tu Padre que está en lo
secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará".
Padre
providente. San Mateo habla también de que Dios es como un Padre que se cuida
de sus hijos. El que se siente hijo amado sabe que Dios provee lo que más
necesita: Mirad las aves del cielo; no
siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y vuestro Padre celestial las
alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? (Mt 6,26) Y también ‘Por todas
esas cosas se afanan los paganos. Vuestro Padre celestial ya sabe que las
necesitáis. (Mt 6,32). Hay que confiar en Dios, porque él es un «Padre bueno»
(Mt 7,11)
La oración de
Jesús. Jesús, en su oración. se dirige a Dios como «Padre»: En aquel tiempo
Jesús dijo: "Yo te alabo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los
sabios y a los entendidos, y se las has manifestado a los sencillos. (Mt
11,25).
En Getsemaní,
Jesús llama a Dios «Padre» en medio de la prueba. En san Marcos, Jesús llama a Dios «Abba», Padre. En la
agonía, no le dice a Dios ¿quién eres tú? ¿o qué clase de Dios eres? sino que
le llama «abba»: ‘Decía: "¡Abba,
Padre!, todo te es posible; aparta de mí este cáliz, pero no sea lo que yo
quiero, sino lo que quieres tú". (Mc 14,36)
Tanto san
Mateo como san Lucas recogen este mismo pasaje en el que Jesús llama a Dios
Padre. San Mateo lo repite por dos veces: ‘(Jesús) Avanzó unos pasos más, cayó
de bruces y se puso a orar así: "Padre mío, si es posible, que pase de mí
este cáliz; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú". (Mt
26,39)
‘De nuevo, por
segunda vez, se fue a orar, diciendo: ‘Padre mío, si no es posible que este
cáliz pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad". (Mt 26,42)
Por último, en
san Lucas, encontramos que Jesús, en la cruz, le llama también «Padre». ‘Jesús
decía: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Y se repartieron
sus vestidos a suertes.’ (Lc 23,34)
2.3. Dios es Todopoderoso
De todos los
atributos divinos que intentan intuir cómo es (misericordioso, bondadoso,
omnisciente, omnipresente etc.) sólo uno aparece en el credo: «Todopoderoso».
No es fácil explicarlo, sobre todo si lo entendemos desde una perspectiva
filosófica, porque pronto aparece la pregunta: ‘si lo puede todo…¿por qué no
evita el mal en el mundo? La pregunta sobre el mal es, sin duda, la que más
afecta no sólo a la propia existencia de Dios, sino a su bondad. La experiencia de los creyentes de todos los
siglos nos hablan de que ‘Dios escribe recto con renglones torcidos’, de forma
que su «poder» no se manifiesta ni se explica con nuestros criterios para ver
la realidad ni con nuestras valoraciones.
Dios sabe más.
La fe en un Dios «todopoderoso» nos lleva a no ser engreídos queriendo enseñar
a Dios o explicarle sus planes sobre la historia, sobre la humanidad y sobre
cada uno de nosotros. Las criaturas somos limitadas en nuestro saber, entender
y hacer. Sabemos un ‘poquito’ y pretendemos establecer juicios universales de
valor que afecten a todo y a todos. Esta limitación, propia de nuestro ser
criaturas, no le afecta a Dios.
Dios ama más.
Dios es Dios; cuando hablamos de él sólo lo podemos hacer por aproximación, y
no podemos reducirlo a nuestros esquemas de «poder» y de «saber»; de «fuerza» y
de «sometimiento»; de «control» y de «imposición».
El lenguaje
sobre Dios todopoderoso no puede ir al margen del Dios que es amor. El poder de
Dios se ilumina con su condición de amor, de forma que no es arbitrario ni
impositivo. Por otra parte el amor de Dios se desgaja de la imposibilidad si
afirmamos que es un «amor que todo lo puede». Puede perdonar, puede comprender,
puede renovar, puede rehacer, puede recomponer.
Dios espera
más. La fe en Dios «todopoderoso» nos libera tanto de un «diosecillo»
particular, casi regional, que extiende su dominio sobre un mínimo campo de la
realidad, como de un Dios sometido al «destino», al «fatum», a la «fatalidad».
Nuestra fe no
es fatalista, sino providente. La historia no está desbocada, dejada a su
suerte, sino que tiene su origen en el Dios de la vida y se dirige a su
plenitud en el Dios de la vida. La fe en Dios es esperanzada, no amenazada.
2. 4. Dios es creador
Las preguntas
fundamentales. Muchas personas (no todas) se plantean a lo largo de su vida las
preguntas fundamentales sobre ellas mismas, sobre lo que les rodea, sobre su
suerte: ‘Quiénes somos?, ¿a dónde vamos?, ¿cuál es nuestro origen y nuestro
fin?
La fe en el
Dios creador nos libera precisamente de vernos sometidos al sinsentido, a la
arbitrariedad, a la casualidad o al azar.
Las personas
no somos ‘granos’ que le han salido al mundo, ni ‘monos con suerte’, ni
‘máquinas mejorables’. La condición de ser ‘criaturas’ a imagen y semejanza del
mismo Dios, en diálogo con él, otorga una dignidad y una responsabilidad que no
tiene parangón. El hombre sólo se mide con Dios y sólo acepta mirarse en el
espejo de Dios.
Mundo creado y
criaturas amadas. Al afirmar que Dios ha creado el mundo no negamos que el
mundo pueda comprenderse desde su propia autonomía (fuerzas dinámicas,
continuos cambios, progreso real y permanente etc.) sino que afirmamos su
condición de que no es ni autosuficiente ni eterno.
El hombre, por
su parte, cuando se mira en el espejo de Dios, se sabe limitado y débil
(pecador), pero no ello abandonado.
La mirada
cristiana sobre el mundo es una mirada de amor, que incluye el respeto por la
obra creada, por la naturaleza, y el amor a las personas. Podemos hablar de un
sentido ecológico religioso, incluso cristiano, porque la naturaleza es un
regalo de Dios.
El Dios
cercano que nos trasciende. La oración de Jesús dice ‘que estás en el cielo’.
Nosotros sabemos que Dios no está ‘ni arriba, ni abajo’, porque no se mueve en
nuestros espacios humanos. Muchas veces usamos nuestras ‘torpes’ limitaciones
para intentar abarcar y delimitar a Dios. Tarea inútil y necia. San Agustín
insiste en que a Dios no lo podemos atrapar, como se atrapa a una hermosa
mariposa. Dios se nos revela, pero sigue siendo misterio inefable: ‘Si lo
comprendieras, ya no sería Dios’ (S. Agustín, Sermones 52,6,16).
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