Esta es la continuación de dos artículos anteriores sobre el padrenuestro de este mismo blog.
3. VENGA A NOSOTROS TU REINO
3.1. Dios es «Rey» según la
teología del Antiguo Testamento
YHWH es rey.
Para el pueblo de Israel, el rey del mundo es Dios. O lo que es lo mismo, Dios
reina sobre la creación, sobre la humanidad, sobre todos y cada uno de nosotros.
Esta imagen no nos tiene que sorprender ni echar para atrás, por considerarla
«extraña», ya que en la antigüedad los pueblos aceptaban todos, sin reservas,
la autoridad real. Es verdad que tanto Grecia como Roma dieron el paso a la
república como forma de gobierno, pero este paso no se da en los pueblos
semitas: ni en Israel, ni en Babilonia, ni en Asiria, ni en Persia.
YHWH reina.
Que Dios sea el «Rey» supone que sólo a él le debemos dar culto, veneración,
adoración. No hay nadie por encima de él. Él es también el dueño de la tierra,
de forma que no permite que nadie abuse de los pobres de su reino. Es más, él
es un rey justo que hace justicia poniendo su mirada siempre en los más
desfavorecidos: "Las tierras no se podrán vender a perpetuidad y sin limitación,
porque la tierra es mía y vosotros sois en lo mío extranjeros residentes. Por
tanto, en todo el territorio que ocupáis, las tierras conservarán el derecho de
rescate.’ (Lev 25,23).
Pero el Señor
reina eternamente, y tiene preparado su trono para el juicio; juzga al mundo con justicia, dicta sentencia
a las naciones. El Señor es refugio para
los oprimidos, su refugio en los tiempos de la angustia. En ti esperan los que
saben tu nombre, pues no abandonas, Señor, a quien te busca. (Sal 9,8)
3.2. Jesús anuncia el Reino de
Dios y él es Rey
Se ha cumplido
el tiempo. Veamos los dos anuncios con los que comienza el evangelio: el de
Juan Bautista y el de Jesús. Juan Bautista dice que el Reino está cerca: ‘Por
aquellos días apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea y
diciendo: "Convertíos, porque está cerca el reino de Dios" (Mt 3,1).
A continuación tiene que reconocer que él no es el Mesías, sino que lo señala.
Cuando Jesús comienza su anuncio del evangelio, el mensaje cambia: ya no es
‘está cerca’, sino ‘se ha cumplido el tiempo’. La diferencia es clara: Juan
anuncia a otro porque no es él; Jesús anuncia que el Reino comienza con él:
‘Después de ser Juan encarcelado, Jesús fue a Galilea a predicar el evangelio
de Dios; y decía: “Se ha cumplido el
tiempo; el reino de Dios está cerca. Arrepentíos y creed en el evangelio”. (Mc
1,15). Jesús nos dice que ya no tenemos que esperar más. No podemos seguir
mirando a que venga alguien a anunciarnos la buena noticia, porque la buena
noticia es Jesús.
Las parábolas sobre el Reino. El evangelio de san Mateo reúne todas las
parábolas sobre el Reino de Dios en el capítulo 13. Dos observaciones: Primera,
que Jesús no pronunció todas las parábolas seguidas, evidentemente, sino que
fue san Mateo quien las reunió siguiendo la táctica de dividir su evangelio en
«cinco grandes partes», como el Pentateuco, porque Jesús es el Nuevo
Moisés. Segunda observación: que san
Mateo nunca dice «Reino de Dios», sino «Reino de los Cielos», porque para los
judíos la palabra «Dios» no se puede ni siquiera pronunciar, por respeto.
Introducción: El sembrador y la tierra
(Mt 13,1-23) Jesús comienza hablando de sembrar. Tres actores activos: el
sembrador, la simiente y la tierra. Si el sembrador lo hace bien pero la simiente
y la tierra no son buenas, poco fruto. Si el sembrador y la simiente son
buenas, pero la tierra no está preparada, poco fruto. Jesús es el sembrador y
el evangelio es la simiente; ¿cómo está nuestra tierra? ¿Dura como un camino,
llena de zarzas, o blanda y mullida? Una vez hecha esta introducción, Jesús
expone las parábolas sobre el reino.
Primera: el trigo y la cizaña. (Mt
13,24-30). La paciencia de Dios. Dios no se precipita, sino que da tiempo a que
las personas crezcan y maduren. Sólo al final decide «intervenir». ¿Cómo
actuamos con las personas? ¿Quemamos etapas? ¿Somos impacientes, aun a riesgo
de destruir el «fruto», el trigo? El Reino de Dios se construye paso a paso,
sin grandes estrapalucios.
Segunda: el grano de mostaza. (Mt
13,31-32). Pensemos en algo que no tiene, aparentemente, fuerza, ni vigor. Algo
que no «aparenta» nada: ¿la Madre Teresa de Calcuta cuando ella sola empezó a
recoger moribundos por las calles de Calcuta? ¿Monseñor Romero que «sólo»
predicaba en la misa dominical? ¿L’ abbé Pierre que recogía cartones por las
calles de París? Para Jesús, de lo insignificante puede salir un hermoso árbol
lleno de frutos. El Reino de Dios va por caminos no trillados, y no se
manifiesta en lo espectacular.
Tercera: La
levadura en la masa. (Mt 13,33). El reino tiene que ver con la «fermentación».
Es una chispa que mueve de adentro hacia fuera. Aparentemente no está, pero
hace que todo se mueva. Es necesaria, pues el pan sin levadura no sube; puede
ser que no se «valore», pero sin levadura no hay pan y sin levadura no hay
Reino. Los cristianos ¿estamos llamados a ser «levadura en la masa» o actores
principales de la obra del mundo?
Cuarta: el
tesoro encontrado. (Mt 13, 44). El Reino no es para todos, sino para los que lo
encuentran. No hay nada de injusto. No todos están dispuestos a buscar
(¡cuántas personas viven tranquilas como están, y no quieren que nada ni nadie
les moleste); otros buscan, pero no un «tesoro», sino «baratijas»: se conforman
con poco. El Reino es un tesoro tan espectacular y tan definitivo que ‘el que
lo encuentra, vende todo para adquirirlo’. ¿Por qué nuestra fe es tan débil?
¿Quizá no hemos encontrado el tesoro o nos conformamos con ‘baratijas’?
Quinta: La
perla preciosa. (Mt 13, 45). En este caso no es un tesoro que se encuentra,
sino un mercader que tiene buena vista, que es «listo». Quizá otros la vieron
pero no se dieron cuenta del valor que tenía. ¿Acaso no conocemos personas que
aparentemente son muy sabias pero no saben descubrir la «preciosidad» que
tienen ante sus ojos, el Reino de Dios? Apreciar el valor de las cosas es un
don de Dios: el Reino hay que saberlo descubrir y apreciar.
Sexta. La red
de pesca. (Mt 13,47-49). Creer en el Reino no es creer en ‘pastel para todos’.
Jesús no era alguien ingenuo que desconociera el corazón del hombre. Por eso la
última parábola nos enfrenta con la realidad: no todos entienden ni aceptan el
Reino. No todos son «peces propicios», sino que algunos no son «aptos». San
Mateo insiste mucho en su evangelio en la necesidad de obrar conforme a la fe y
no contentarse con «buenos propósitos».
Conclusión. El
«maestro de la Ley» se hace discípulo (Mt 13,51-52). Jesús se dirige a sus
discípulos porque quiere que ellos sean los anunciadores del Reino. Jesús no se
queda aquí, sino que concluye con una reflexión dirigida a los judíos que
estaban dispuestos a hacerse cristianos. Hay que tomar de lo antiguo y de lo
nuevo; hay que escuchar la ley de Dios y hay que dejarse llevar por el espíritu
de las Bienaventuranzas.
3.3. Anunciaremos tu Reino, Señor
La oración
cristiana es de petición, de súplica, a la vez que de compromiso. Jesús nos
dice que, cada vez que recemos, digamos: ‘venga tu reino’. A la vez, por otra
parte, una de las canciones pensadas para la asamblea litúrgica o para el
pueblo de Dios es precisamente esta: ‘anunciaremos tu reino, Señor’.
(Continuará)
(Continuará)
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