Comparto con vosotros esta exégesis, sencilla y breve, del salmo 128. Espero que os sirva.
Salmo 128
1 a Canto
de peregrinación
1b Dichoso
el que teme al Señor y sigue
sus caminos.
2 Comerás
del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien;
3 tu
mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor
de tu mesa:
4 Esta
es la bendición del hombre que teme al Señor.
5 ¡Que
el Señor te bendiga desde Sión!
¡Que veas la prosperidad de
Jerusalén todos los días de tu vida!
6 ¡Que
veas a los hijos de tus hijos! ¡Paz a Israel!
1. Notas textuales. El salmo empieza en el 1 b.
Forma parte de la colección de salmos conocida como «Salmos de peregrinación»
(120-134).
2. Aspectos literarios: Es un salmo muy
sencillo con dos partes muy claras. La primera es una «bienaventuranza»
(dichoso aquél que…), la segunda una «bendición». En la «bienaventuranza»,
formulada en el tiempo verbal del futuro (serás, te irá…) se desarrolla
en una doble imagen de fecundidad vegetal: mujer como «parra fecunda», los
hijos como «renuevos de olivo». La bendición se amplía en otras tres que hacen
referencia a la presencia de Dios en Sión/Jerusalén; a la prosperidad de
Jerusalén; y de forma más cercana, que el orante vea su descendencia.
El
poeta se sirve de la repetición de una misma palabra en dos versos contiguos:
«dichoso/dichoso» (v. 1 b y 2); «bendición/bendiga» (v. 4 y 5). Las dos partes
del salmo están perfectamente relacionadas con la misma estructura:
1
b Dichoso el que teme al Señor
4 Esta
es la bendición del (…) que teme al Señor
3. Antropología teológica: Estamos ante
un salmo sapiencial. Los dos términos clave que destacan son la «dicha» y la
«bendición». El primero, el de la «bienaventuranza» está unido al de «temor de
Dios», que en muchas traducciones versionan el sintagma hebreo como «respeto» u
«honra» para evitar la palabra «temor». Con este sintagma, «temor de Dios», el
sabio quiere resumir toda la experiencia religiosa de presencia ante Dios, que
es cercana y a la vez inasible, que es de alegría y a la vez de santidad, que
es de cariño y a la vez de respeto. El verdadero creyente no hace burlas de Dios, ni pretende
jugar con él, sino que le ama y le respeta. Por otra parte aparece de nuevo la
imagen recurrente de los «caminos», propia de los consejos del sabio. La persona
cabal transita por los «caminos» que le marca el Señor. La insensata los ignora
o se sale de ellos.
El
segundo término clave es «bendición». Dios «bendice» a sus elegidos. Ahora
bien, esta «bendición«, en estos momentos, se mueve en un ámbito puramente
terrenal. Se manifiesta en una familia extensa, fecunda, y en una vida
prolongada que permite ver a los «hijos de los hijos». La bendición incluye dos
referencias a Jerusalén, que pueden parecer en principio extrañas. Para el judío
creyente, la Gloria de Dios habita en el monte santo de Sión; Jerusalén es la
ciudad santa. Ambas cosas van de la mano. Cuando Dios se retira del Templo, por
ejemplo en el Exilio, Jerusalén fracasa. Viceversa, la prosperidad de Jerusalén
está unida a la presencia de la Gloria de Dios en su Templo.
4. Lectura espiritual.
La experiencia de Dios de
algunas personas es de no poder amar a Dios porque le ven como «rival», como «vigilante»,
como «acusador», como «déspota», o como «tirano». Son imágenes distorsionadas y
muy dañinas que, sin embargo, no terminan de desaparecer. Este texto nos presenta
a Dios como aquel que nos «bendice» y que es nuestra «dicha/felicidad». La
perspectiva cambia radicalmente.
El
sabio (hoy diríamos el «acompañante» de nuestra vida espiritual), nos remite a
Dios y al respeto amoroso que le debemos; de ahí se sigue una vida recta,
acorde con nuestra experiencia de Dios. El que cree en Dios le
«teme/respeta/honra» en todos momentos de su vida y «sigue sus caminos».
En
una sociedad agrícola, la multitud de hijos era una bendición, pues todos
ayudaban en las tareas del campo y aseguraban la prosperidad de la casa. Hoy
tendríamos que dar un giro a esta expresión, sin dejar de lado la bendición que
supone acoger la vida en su lozanía, en su riqueza y hermosura, como regalo de
Dios.
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