Esta noche acabo de ver un
espectáculo penoso en la puerta de Damasco. Varios cientos de judíos ortodoxos salían ordenadamente, en silencio, cabizbajos,
deprisa, como derrotados de una batalla, por la hermosa y noble puerta de la
muralla norte de la ciudad. Salían en una larga procesión de una sola dirección,
como si fueran deportados. Nadie entraba. Los que habíamos salido a dar un
paseo y nos habíamos acercado a la puerta de Damasco, verdadero centro de la
ciudad antigua, contemplábamos en la distancia, en silencio.
Salían en parejas, en grupos, también
algunos solos. Todos deprisa. Salían familias enteras; padres, madres e hijos
pequeños, incluso algunos en el cochecito que empujaba la madre. Salían con los
vestidos de fiesta, hoy es Sabat: batines de raso negro, o blanco, ceñido por
un cinturón ancho del mismo color, con sombrero de astracán, ellos. Vestidos
amplios, largos, de corte decimonónico, siempre en tonos oscuros, ellas.
Algunos salían con el talit sobre los hombros y el libro de oración entre las
manos, como si les hubieran echado de algún lugar sin darles tiempo siquiera a
que recogieran el paño de oración. Todos iban, sin parar, sin titubear, en
dirección a su barrio: Mea Shearim.
La policía antidisturbios les
observaba sin intervenir. Estaban relajados, al menos eso parecía, pero sin
duda el hacerles pasillo para que salieran por la puerta de forma ordenada y
continua no era mera casualidad.
He comentado a los que me
acompañaban: «esto no es normal». A veces, cuando te das un paseo en la víspera
del Sabat, ves cómo suben en grupos, separados, a distancia unos de otros… Ves
que se mezclan con los vendedores palestinos de la Puerta de Damasco en medio
de sus gritos. Pero esta noche no había gritos, sino mucho silencio; nadie
gritaba ni cantaba, ni daba voces; sólo se oía el paso y las bocinas de los
coches que pasan por la calle en su discurrir ordinario. Esta noche no había
vendedores en la puerta de Damasco; sólo una marea humana de personas vestidas
de negro, judíos observantes, que salían presurosos, probablemente porque les habían
«evacuado» del Muro de las
Lamentaciones.
Luego nos hemos enterado de que
los ortodoxos tienen un conflicto abierto con su gobierno a raíz de que ha
aprobado que sus jóvenes (estudiantes ortodoxos de sus Escuelas de Torah)
también tienen que hacer la mili, como ‘todo hijo de vecino’, y ellos no están
dispuestos.
Yo no sé si esto que hemos visto
respondía a una «evacuación forzosa» del Muro de las Lamentaciones. Lo que sí
sé es que he sido testigo de un espectáculo, sin nada de hermosura ni de
espiritualidad, sino de tristeza y de violencia contenida con un falso
trasfondo religioso porque, seamos sensatos, ¿cuál es el testimonio oportuno y
necesario que debemos dar los creyentes en Dios esta sociedad que cada vez más
prescinde de él? ¿ser creyente es sinónimo de fanático? Ojalá llegue un día en
que los creyentes demos testimonio de lo que realmente importa: testimonio inseparable
de amor a Dios y a las personas con las que convivimos.
Pedro Ignacio Fraile Yécora, Jerusalén 17 de Mayo de 2013
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