Hoy escribo desde Tierra Santa.
Esta mañana hemos ido al Lago de Tiberíades y hemos hecho presente en cada
momento el evangelio de Jesús. La verdad es que no cuesta, que es fácil.
Ayer estuvimos en Nazaret y, casi
sin quererlo, las palabras se iban a María y su ‘’sí’ al ángel; a José, el
hombre bueno y justo que no repudió a María sino que la recibió en su casa; a
Jesús, en su vida oculta… Hoy, junto al lago, nos vienen a la cabeza nuevos
textos: Jesús, dejó Nazaret y marchó al Lago; allí, en la ciudad de Cafarnaún,
puso su centro neurálgico desde donde anunciar la buena noticia del Reino.
La mañana de hoy era preciosa. No
hacía calor. El sol resplandecía. El campo, en primavera, nos regalaba todo su
esplendor. Como siempre uno de los peregrinos hace un comentario acertado, muy
acertado, que quiero traer a mi escrito. Había en el monte de las
Bienaventuranzas tantas flores, tantos colores, tan distintos y tan
desarmónicamente ubicados que ha citado a Jesús: ‘Fijaos en las flores del
campo, que ni el mismo Salomón, en todo su esplendor, vestía como ellas. Dios,
sin embargo, las llena de hermosura’. ¡Era verdad! Estábamos ante buganvillas
doradas, rojas, violetas… No lejos de
allí dejaba su esplendor el azul intenso de las hojas de la jacaranda; el verde
intenso de los árboles se confundía con amarillos de flores diminutas, con
pétalos de mil colores que hacían entre todos un mosaico natural de gran
belleza. Es verdad, a veces queremos explicar lo que quería decir Jesús con
complicadas y enrevesadas interpretaciones… pero, para entender estas palabras
de Jesús no hacía falta más que abrir los ojos y dejarse empapar de tanta
belleza.
Luego hemos ido a la abadía benedictina
de Tabga, donde se encuentra el mosaico bizantino de la multiplicación de los
panes y de los peces. Allí, en la entrada, hay un molino de trigo, con una
piedra de tamaño considerable para moverla una sola persona. A pocos metros
está el mar de Galilea. De nuevo el evangelio se comenta sin esfuerzo: ‘el que
escandalice a uno de estos pequeños, más le valdría que le ataran una piedra de
molino y que le tiraran al mar’. Todos los peregrinos presentes han asentido al
ver la plasticidad de las palabras de Jesús. Una vez que se ve el molino con su
piedra de moler y el mar allí cerca, sólo quedar decir: ‘sobran las palabras’.
De allí a Cafarnaún. La ciudad
tiene comentario aparte. Por cierto, para los que hace mucho que no han ido,
aviso que están haciendo importantes obras en el jardín. Pues bien, después de explicar distintos
textos evangélicos relacionados con la
ciudad se me ha acercado un peregrino y me ha dicho… Pedro, te falta un texto
muy importante. ¿Cuál?, le he preguntado. Cuando Jesús cura al siervo de un
centurión; fíjate si es importante, me ha dicho, que sus palabras las decimos
siempre en la misa. Entonces me he acordado de estas hermosas palabras del centurión
de Cafarnaún que han pasado a nuestra liturgia: ‘Señor, no soy digno de que
entres en mi casa…’ Un peregrino nos ha iluminado.
En el Lago se ve, se huele, se
siente, se escuchan hoy las palabras de Jesús. Primavera en Galilea. Primavera
de la Iglesia escuchando con atención a Jesús, de Nazaret, el Señor.
Pedro Ignacio Fraile.
Tiberiades 16 de Mayo de 2013
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