(Guardado en la página 'Año litúrgico: Cuaresma 2014)
El
ser humano tiene tres polos que ha de trabajar antes o después en su vida. Uno
es el de los deseos, otro el del sentido y por último el de sus límites.
Los
deseos los llevamos dentro, como el
ADN. Deseos positivos y buenos, como el de amar y ser amados; o como el de ser
feliz y vivir felices con otros. El budismo, curiosamente, trabaja mucho el
mundo de los deseos, como fuente de insatisfacción: apaciguar los deseos o
dominarlos para evitar los sufrimientos. Pero ¿hay que controlarlos o dejar que
cumplan su papel en la vida, como energía que
nos mueve?
En
otro nivel distinto, pero igualmente importante, el ser humano necesita dar sentido a lo que es, a lo que hace, a lo
que vive. Cuando uno encuentra sentido a su quehacer, su vida es más llevadera,
incluso más motivada; cuando uno no encuentra sentido a nada de lo que hace…
puede aparecer incluso la sombra amenazante de la autodestrucción.
Por
último está el conocimiento de los propios límites. Somos «limitados» en las
energías (nos cansamos, nos debilitamos, envejecemos…) y en los años de vida:
no son los que querríamos, sino que son los que son.
¿El
evangelio habla de esto? Sí, si bien no usa estos términos. San Juan presenta
en su evangelio grandes catequesis que van al corazón del ser humano. A lo que
le importa. Las tres las vamos a leer en estos domingos de Cuaresma que faltan
hasta llegar al Domingo de Ramos. Primero, la catequesis de la Samaritana;
luego la catequesis del ciego de nacimiento; por último, la catequesis de la
resucitación de Lázaro.
La
catequesis de la Samaritana nos habla de deseos, de ‘tener sed’; nos habla de
saciar esos deseos, del ‘agua’. Nos dirá que hay ‘aguas que no sacian’, que
aumentan los deseos y la frustración; nos dirá también que hay un ‘agua’ que
‘calma, que sacia, y que frustra’, la que nos da Jesús.
La
catequesis del ciego de nacimiento nos habla de «ver» y «no ver»; de extrañas
culpabilidades por «no ver». Del deseo de «ver» con claridad. Queremos «ver» el
«sentido» de la vida, de nuestras opciones y decisiones, de situar las cosas en
su sitio con una jerarquía de opciones y valores.
Por
último, la catequesis de la «resucitación» de Lázaro nos habla de los límites
de esta vida: enfermedad y muerte; ausencia y dolor; llanto y angustia. Pero
nos habla también de que Jesús es la «Resurrección y la Vida» (ambas con
mayúsculas, a idea).
La primera catequesis: la samaritana.
Una de las
necesidades fundamentales del ser humano, junto con el alimento, es «saciar la
sed». El «agua» tiene también el valor universal de satisfacer plenamente esta
necesidad.
San Juan pone
a Jesús en la tesitura de tener sed. Llega a un pozo, pero no a cualquiera sino
a uno que tiene tradición histórica en Israel: es el «pozo de Jacob», el padre
del pueblo, de Israel. Tiene una tradición simbólica, porque es el «pozo de los
patriarcas», de los «antepasados». De esta forma une a Jesús con la historia
del pueblo de Israel. Jesús no es un «francotirador» que va por libre.
Sin embargo
Jesús no puede acceder al agua. Jesús tiene necesidad de que alguien le ayude.
Esta imagen de Jesús que necesita ayuda es muy humana y a la vez muy simbólica.
Juan incorpora
una mujer a la narración (elemento perturbador en aquella sociedad). Pero
además no es cualquier mujer (judía, galilea o incluso pagana), sino ¡una
«samaritana»! San Juan incide así en su condición de «sospecha», de
«prevención» para los oyentes. Los judíos y los samaritanos se profesan odio
ancestral por causas y agravios históricos que ahora no es el lugar para
explicar.
Jesús no sólo
rompe el hielo con la mujer, sino que inicia toda una catequesis en torno a la
necesidad del agua, al agua que sacia y que no sacia, a las dificultades para
acceder a ella. Como si se tratase de un pedagogo, Jesús la va conduciendo
desde la necesidad de agua, hasta el «agua viva» que ella desconoce. En el
momento álgido, Jesús se revela a sí
mismo, y hace que la mujer la pida
explícitamente: «dame de esa agua». ¡Dame de beber! ¡Tengo sed!
La samaritana
puede ser cualquier persona que tiene en el fondo de su corazón una sed
desconocida, son «deseos» sin límites
precisos, pero que busca saciar. No sabe bien ni en qué consisten ni cómo
encontrar el «agua» en medio de tantas dificultades.
El evangelio
presenta a un Jesús hábil, paciente, respetuoso, a la vez que incisivo.
Interviene porque esa mujer le necesita, pero ni la desprecia, ni la avasalla,
ni se impone. Es el «tacto» que le acompaña en su anuncio de la Buena Noticia
de Dios.
El evangelio
sigue siendo buena noticia que sacia; quizá debemos aprender de este Jesús que
busca primero al hombre, a la persona en su pobreza, para proponerse como agua
de Vida.
Pedro Ignacio Fraile Yécora
Primer Domingo de Cuaresma
Marzo de 2014
http://pedrofraile.blogspot.com.es/
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