19 marzo, 2014

LOS DESEOS, EL SENTIDO Y LOS LÍMITES DE NUESTRO CORAZÓN. Tres catequesis de san Juan para 'nosotros-hoy'


(Guardado en la página 'Año litúrgico: Cuaresma 2014)
        
    Es curioso ver cómo muchas veces los cristianos buscamos luz en textos filosóficos, en documentales científicos o en «dimes y diretes» pseudoespirituales para responder a las grandes preguntas que antes o después nos hacemos. ¡Pero nunca, o casi nunca, buscamos la luz del evangelio! El evangelio se queda, en muchas ocasiones, como un «cuaderno de campo» curioso y ameno para seguir las andanzas de Jesús o, en otras ocasiones, como una «libreta de vida moral» (lo que llamamos el «espíritu evangélico»); pero no lo leemos como «fuente» de luz y de sentido para nosotros hoy.
            El ser humano tiene tres polos que ha de trabajar antes o después en su vida. Uno es el de los deseos, otro el del sentido y por último el de sus límites.
            Los deseos los llevamos dentro, como el ADN. Deseos positivos y buenos, como el de amar y ser amados; o como el de ser feliz y vivir felices con otros. El budismo, curiosamente, trabaja mucho el mundo de los deseos, como fuente de insatisfacción: apaciguar los deseos o dominarlos para evitar los sufrimientos. Pero ¿hay que controlarlos o dejar que cumplan su papel en la vida, como energía que  nos mueve?
            En otro nivel distinto, pero igualmente importante, el ser humano necesita dar sentido a lo que es, a lo que hace, a lo que vive. Cuando uno encuentra sentido a su quehacer, su vida es más llevadera, incluso más motivada; cuando uno no encuentra sentido a nada de lo que hace… puede aparecer incluso la sombra amenazante de la autodestrucción.
            Por último está el conocimiento de los propios límites. Somos «limitados» en las energías (nos cansamos, nos debilitamos, envejecemos…) y en los años de vida: no son los que querríamos, sino que son los que son.
            ¿El evangelio habla de esto? Sí, si bien no usa estos términos. San Juan presenta en su evangelio grandes catequesis que van al corazón del ser humano. A lo que le importa. Las tres las vamos a leer en estos domingos de Cuaresma que faltan hasta llegar al Domingo de Ramos. Primero, la catequesis de la Samaritana; luego la catequesis del ciego de nacimiento; por último, la catequesis de la resucitación de Lázaro.
            La catequesis de la Samaritana nos habla de deseos, de ‘tener sed’; nos habla de saciar esos deseos, del ‘agua’. Nos dirá que hay ‘aguas que no sacian’, que aumentan los deseos y la frustración; nos dirá también que hay un ‘agua’ que ‘calma, que sacia, y que frustra’, la que nos da Jesús.
            La catequesis del ciego de nacimiento nos habla de «ver» y «no ver»; de extrañas culpabilidades por «no ver». Del deseo de «ver» con claridad. Queremos «ver» el «sentido» de la vida, de nuestras opciones y decisiones, de situar las cosas en su sitio con una jerarquía de opciones y valores.
            Por último, la catequesis de la «resucitación» de Lázaro nos habla de los límites de esta vida: enfermedad y muerte; ausencia y dolor; llanto y angustia. Pero nos habla también de que Jesús es la «Resurrección y la Vida» (ambas con mayúsculas, a idea).

La primera catequesis: la samaritana.
           
Una de las necesidades fundamentales del ser humano, junto con el alimento, es «saciar la sed». El «agua» tiene también el valor universal de satisfacer plenamente esta necesidad.
San Juan pone a Jesús en la tesitura de tener sed. Llega a un pozo, pero no a cualquiera sino a uno que tiene tradición histórica en Israel: es el «pozo de Jacob», el padre del pueblo, de Israel. Tiene una tradición simbólica, porque es el «pozo de los patriarcas», de los «antepasados». De esta forma une a Jesús con la historia del pueblo de Israel. Jesús no es un «francotirador» que va por libre.
Sin embargo Jesús no puede acceder al agua. Jesús tiene necesidad de que alguien le ayude. Esta imagen de Jesús que necesita ayuda es muy humana y a la vez muy simbólica.
Juan incorpora una mujer a la narración (elemento perturbador en aquella sociedad). Pero además no es cualquier mujer (judía, galilea o incluso pagana), sino ¡una «samaritana»! San Juan incide así en su condición de «sospecha», de «prevención» para los oyentes. Los judíos y los samaritanos se profesan odio ancestral por causas y agravios históricos que ahora no es el lugar para explicar.
Jesús no sólo rompe el hielo con la mujer, sino que inicia toda una catequesis en torno a la necesidad del agua, al agua que sacia y que no sacia, a las dificultades para acceder a ella. Como si se tratase de un pedagogo, Jesús la va conduciendo desde la necesidad de agua, hasta el «agua viva» que ella desconoce. En el momento  álgido, Jesús se revela a sí mismo, y hace que la mujer  la pida explícitamente: «dame de esa agua». ¡Dame de beber! ¡Tengo sed!
La samaritana puede ser cualquier persona que tiene en el fondo de su corazón una sed desconocida, son «deseos»  sin límites precisos, pero que busca saciar. No sabe bien ni en qué consisten ni cómo encontrar el «agua» en medio de tantas dificultades.
El evangelio presenta a un Jesús hábil, paciente, respetuoso, a la vez que incisivo. Interviene porque esa mujer le necesita, pero ni la desprecia, ni la avasalla, ni se impone. Es el «tacto» que le acompaña en su anuncio de la Buena Noticia de Dios.
El evangelio sigue siendo buena noticia que sacia; quizá debemos aprender de este Jesús que busca primero al hombre, a la persona en su pobreza, para proponerse como agua de Vida.

Pedro Ignacio Fraile Yécora
Primer Domingo de Cuaresma
Marzo de 2014
http://pedrofraile.blogspot.com.es/


            

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