Los que me conocéis y seguís en mis comentarios, sabéis cuál es mi posición respecto a la religión. Por familia, por educación, por estudios y dedicación, no solo no puedo prescindir de lo religioso, sino que me atrapa; o me seduce; o me busca porque sabe que me encuentra. Lo religioso brota a borbotones de las personas, aunque a veces lo queramos tapar con las manos, en un intento inútil, como si pudiéramos taponar un manantial de agua.
Acabo de llegar de Tierra Santa. Esta
vez ha sido una peregrinación con gente de mi edad, la mayor parte, y algunas
personas mayores que han hecho de nuestras madres no solo por la edad, sino por
el trato cercano, cariñoso y amoroso. Al compartir edad, condividíamos también
recuerdos infantiles y juveniles; formación y estudios semejantes; carencias y
frustraciones de la época, junto con convicciones arraigadas. Lo que se dice,
compartíamos un mundo de imágenes, de experiencias y de visión sobre las cosas.
También en lo religioso. Con nuestras distintas visiones, de la vida, pero
todos aceptábamos con tranquilidad, a la
vez que con simpatía, el complicado y seductor mundo de la fe.
Cuando se lee el evangelio en Galilea,
las emociones salen sin querer. Son espontáneas. Sobre todo cuando se conoce el
evangelio: Jesús llama a los discípulos en el Lago; Jesús les anuncia las
bienaventuranzas, les cura y les parte el pan; Jesús va a Nazaret, su pueblo y
se presenta sin ambages. María que acoge al misterio de amor en su seno, que
acoge a Dios mismo. En el Tabor recordamos que todos hemos tenido, o
necesitamos tener, experiencias de Dios en nuestra vida. Galilea es calor y
color natural de evangelio.
Jerusalén es otro cantar. En esta
peregrinación llegamos el jueves por la noche a la «Ciudad tres veces santa»,
cuando comenzaba el día de descanso de los musulmanes; al día siguiente, el
viernes por la mañana, fuimos testigos de cómo oleadas de varones, de todas las
edades, en peregrinación inacabable, se
acercaban a la Explanada de las Mezquitas (Haram es-Sharif), para la oración de
mediodía.
-
¿Pero
dónde van tantos hombres?
-
A
rezar
-
¿Aún
observan el día de oración?
-
Tú
mismo lo ves
-
¿Pero
no habíamos decidido, los occidentales, que la religión estaba moribunda?
-
Bueno,
piensa por ti mismo, y no por lo que te digan. Saca tú las consecuencias.
Los occidentales hemos decidido, por
nuestra cuenta, que la religión es cosa del pasado. La sorpresa es el contacto
con el Islam, cuando vemos que miles de personas, de todas las edades, con
seriedad y convencimiento, acuden a rezar cada viernes a las mezquitas.
Ese mismo viernes, nos acercamos al Kotel (el Muro de las Lamentaciones para los occidentales), un poco antes de
que comenzara el Sabat. Centenares de
judíos, de todas las edades, cantaban en corros, felices, porque iban a
celebrar el día de descanso previsto y querido por Dios desde la creación del
mundo (Ex 20,8-11).También celebran que Dios ‘les ha liberado’ de la opresión de sus enemigos, tal como recuerda
el libro del Deuteronomio (Dt 5,12-15). De
nuevo las preguntas.
-
¿Por
qué bailan?
-
Porque
es una fiesta.
-
Pero,
¿no habíamos quedado en que la religión judía era triste?
-
Míralo
con tus ojos. Están saltando de alegría y se desean ‘Shalom Sabbat’ (Feliz día de Sábado)
-
No
entiendo nada.
-
Pues
párate y piénsalo.
Del sábado, pasamos al domingo, día de
fiesta para los cristianos. Comentamos algo que todos sabemos, pero que no
caemos en la cuenta. El domingo es ‘el primer día de la semana’. La religión
judía celebra ‘el último día de la semana’, el sábado. Los cristianos
celebramos ‘el primer día de la semana’, el día de la Resurrección de Jesús.
Aquel día vamos al Santo Sepulcro, a celebrar la Eucaristía dominical. Sin esperarlo,
oímos cantar en la parte superior del Santo Sepulcro. Son voces bellísimas: ‘los
armenios’, digo. Buscamos la escalera de acceso a las estancias superiores, y
escuchamos entre atónitos y embelesados el canto de las voces de los cristianos
viejos del Cáucaso. Celebran la Misa, la Santa Misa, en un rito ancestral.
Despacio, con mucho tiento, como quien toca algo que no le pertenece, que no lo
puede manejar a su antojo. Exquisito, delicado, bello, conmovedor.
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Estos
¿quiénes son?
-
Los
armenios
-
¿Son
cristianos?
-
El
reino de Armenia se hizo cristiano antes que el Bizantino.
-
¿Sí?
¿No fue Constantino el Grande?
-
No.
Se le adelantó por unos pocos años el rey armenio. Con él, se convirtió todo su
pueblo. Hasta el día de hoy.
Ir a Tierra Santa, con la cabeza
abierta, no con los prejuicios de los occidentales que hemos decidido por
nuestra cuenta que la religión está obsoleta, es abrirse al mundo de la
experiencia de Dios. Los musulmanes se someten a Dios y a su voluntad: Islam
significa precisamente eso, «sumisión». Los judíos, los primeros en la fe monoteísta,
cantan al Dios creador y liberador, que
se ha manifestado a su pueblo, Israel. Los cristianos cantamos en la mañana del
Domingo, la mañana permanente de Pascua, del Señor Resucitado.
Cuando vuelvo a esta orilla del
Mediterráneo, por la que han pasado, convivido y se han enfrentado las
distintas confesiones; cuando regreso a esta tierra occidental que parece que
se quiere quitar, como si de una maldición se tratara, del peso de las
religiones monoteístas, no puedo menos que recordar con cariño ¡y envidia!, la
importancia que tiene Dios en la vida y en la felicidad de las persona. Para
muestra un botón. Si quieres verlo con tus propios ojos, arriésgate y ve a
Tierra Santa.
Pedro
Ignacio Fraile Yécora
15
de Febrero de 2017