18 junio, 2013

¿JESÚS LLAMA A SER PERFECTOS O A SER MISERICORDIOSOS?


El evangelio de hoy acaba con una sentencia tremenda de Jesús: «sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). Una auténtica bomba retardada, que puede explotar bien al momento, bien a lo largo de la vida. Porque, ¿en qué consiste la perfección? ¿Puede Jesús exigirnos ser perfectos? ¿y si no somos perfectos? ¿no es el evangelio buena noticia para personas débiles, pecadoras…? Esta invitación de Jesús, mal interpretada, puede llevar no sólo a malos entendidos, sino también a una mala comprensión de la vida cristiana. Si el lector me lo permite, quiero hacer una serie de advertencias, todas necesarias, y todas bien conocidas:

               La primera es que la palabra «perfección» en el evangelio de Mateo sólo aparece aquí y en otro texto, el del joven rico: «si quieres ser perfecto…vende todo, dáselo a los pobres, y sígueme» (Mt 19,21). Esta palabra no aparece nunca ni en el evangelio de san Marcos, ni en el de san Lucas, ni en el de san Juan.

               Lo segundo que tenemos que decir es que sólo hay un texto paralelo en los evangelios para poder compararlo; es de San Lucas, y Jesús dice: «Sed misericordiosos, como vuestro padre del cielo es misericordioso» (Lc 6,36). San Lucas prefiere hablar de una invitación a la «misericordia»  y no a la «perfección».

               Lo tercero es que esta invitación a la «perfección» forma parte fundamental de la concepción religiosa judía. Los habitantes de Qumrán, que se caracterizaban por ser extremistas en sus planteamientos religiosos, incluso con comportamientos que hoy calificaríamos de sectarios, pedían la «perfección»  a sus miembros.

               Lo cuarto es que en el Antiguo Testamento se conocen los ‘antecedentes’ literarios y religiosos de esta invitación de Jesús. En el libro del Levítico (núcleo duro del judaísmo histórico y de todos los tiempos), se le dice al pueblo de Israel: «Sed santos como yo, vuestro Dios, soy santo» (Lev 20,7).  El pueblo de Israel no era como los demás; no se le permitía la idolatría de ningún tipo ni la apostasía: ¡ellos son un pueblo santo, porque son el pueblo de Dios!

               Retomando el argumento inicial tenemos que decir que el evangelio se lee no cogiendo un párrafo suelto y elevándolo a la categoría de máxima universal, no. El evangelio hay que leerlo en su contexto inmediato literario, en el contexto religioso en el que nace, y sobre todo, con mucho sentido común. San Mateo es un evangelista que se dirige sobre todo a los judíos de su tiempo, invitándoles a creer en Jesús; él se sirve del argumento de la perfección de vida, porque los judíos entendían bien este mensaje. San Lucas  se dirige a los paganos, necesitados de perdón y compasión; por eso las palabras de Jesús son de invitación a ser misericordiosos, porque Dios es misericordiosos, no es cruel, vengativo y vanidoso como lo eran los dioses paganos de donde proceden muchos de ellos.

               Además, si leemos el evangelio de san Mateo pensando que el buen evangelista sabía lo que hacía y lo que quería decir, y no como un cuaderno de apuntes sin organizar, tenemos que advertir lo siguiente: la frase de Mateo en la que se invita a la ‘perfección’ está colocada al final y es el ‘colofón’,  el culmen del discurso de las bienaventuranzas en el que se nos invita a ir más lejos que la ley, guiados sólo por el amor. La perfección cristiana es una ‘perfección en el amor’; o como dice la plegaria eucarística, ‘perfección en la caridad’. Santa Teresita de Lisieux vivió como pocas este amor pleno desde su convento: ella decía que ‘en el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo quiero ser el amor’.

               Bueno, el evangelio de hoy, como el de todos los días, es precioso. Hay que leerlo. No hay que tener miedo a la palabra de Dios. Sólo que a veces hay que tener algunas claves para que no interpretemos lo que no quiere decir. La perfección a la que nos invita Jesús es el amor en todas sus dimensiones, nos dice Mateo; o con palabras de Lucas, es una invitación a la misericordia.

Pedro Ignacio Fraile Yécora, 18 de Junio de 2013