El evangelio de hoy acaba con una
sentencia tremenda de Jesús: «sed perfectos como vuestro padre celestial es
perfecto» (Mt 5,48). Una auténtica bomba retardada, que puede explotar bien al
momento, bien a lo largo de la vida. Porque, ¿en qué consiste la perfección?
¿Puede Jesús exigirnos ser perfectos? ¿y si no somos perfectos? ¿no es el
evangelio buena noticia para personas débiles, pecadoras…? Esta invitación de
Jesús, mal interpretada, puede llevar no sólo a malos entendidos, sino también
a una mala comprensión de la vida cristiana. Si el lector me lo permite, quiero
hacer una serie de advertencias, todas necesarias, y todas bien conocidas:
La
primera es que la palabra «perfección» en el evangelio de Mateo sólo aparece
aquí y en otro texto, el del joven rico: «si
quieres ser perfecto…vende todo, dáselo a los pobres, y sígueme» (Mt 19,21).
Esta palabra no aparece nunca ni en el evangelio de san Marcos, ni en el de san
Lucas, ni en el de san Juan.
Lo
segundo que tenemos que decir es que sólo hay un texto paralelo en los
evangelios para poder compararlo; es de San Lucas, y Jesús dice: «Sed
misericordiosos, como vuestro padre del cielo es misericordioso» (Lc 6,36). San
Lucas prefiere hablar de una invitación a la «misericordia» y no a la «perfección».
Lo
tercero es que esta invitación a la «perfección» forma parte fundamental de la
concepción religiosa judía. Los habitantes de Qumrán, que se caracterizaban por
ser extremistas en sus planteamientos religiosos, incluso con comportamientos
que hoy calificaríamos de sectarios, pedían la «perfección» a sus miembros.
Lo
cuarto es que en el Antiguo Testamento se conocen los ‘antecedentes’ literarios
y religiosos de esta invitación de Jesús. En el libro del Levítico (núcleo duro
del judaísmo histórico y de todos los tiempos), se le dice al pueblo de Israel:
«Sed santos como yo, vuestro Dios, soy santo» (Lev 20,7). El pueblo de Israel no era como los demás; no
se le permitía la idolatría de ningún tipo ni la apostasía: ¡ellos son un
pueblo santo, porque son el pueblo de Dios!
Retomando
el argumento inicial tenemos que decir que el evangelio se lee no cogiendo un
párrafo suelto y elevándolo a la categoría de máxima universal, no. El
evangelio hay que leerlo en su contexto inmediato literario, en el contexto
religioso en el que nace, y sobre todo, con mucho sentido común. San Mateo es
un evangelista que se dirige sobre todo a los judíos de su tiempo, invitándoles
a creer en Jesús; él se sirve del argumento de la perfección de vida, porque
los judíos entendían bien este mensaje. San Lucas se dirige a los paganos, necesitados de
perdón y compasión; por eso las palabras de Jesús son de invitación a ser
misericordiosos, porque Dios es misericordiosos, no es cruel, vengativo y
vanidoso como lo eran los dioses paganos de donde proceden muchos de ellos.
Además,
si leemos el evangelio de san Mateo pensando que el buen evangelista sabía lo
que hacía y lo que quería decir, y no como un cuaderno de apuntes sin
organizar, tenemos que advertir lo siguiente: la frase de Mateo en la que se
invita a la ‘perfección’ está colocada al final y es el ‘colofón’, el culmen del discurso de las bienaventuranzas
en el que se nos invita a ir más lejos que la ley, guiados sólo por el amor. La
perfección cristiana es una ‘perfección en el amor’; o como dice la plegaria
eucarística, ‘perfección en la caridad’. Santa Teresita de Lisieux vivió como
pocas este amor pleno desde su convento: ella decía que ‘en el corazón de la
Iglesia, que es mi madre, yo quiero ser el amor’.
Bueno,
el evangelio de hoy, como el de todos los días, es precioso. Hay que
leerlo. No hay que tener miedo a la palabra de Dios. Sólo que a veces hay que
tener algunas claves para que no interpretemos lo que no quiere decir. La
perfección a la que nos invita Jesús es el amor en todas sus dimensiones, nos
dice Mateo; o con palabras de Lucas, es una invitación a la misericordia.
Pedro Ignacio Fraile Yécora, 18 de Junio
de 2013