Ni odio. Enrique Múgica habló con el
corazón y dijo lo que pensaba él y lo que piensa mucha gente. El odio es un
sentimiento, una pasión, que no podemos controlar. ¿Quién no ha sentido odio
alguna vez, aunque luego lo haya racionalizado y controlado? El odio no es un
sentimiento cristiano. Jesús en su evangelio nos dice claramente que «devolvamos
bien por mal», y que lleguemos incluso a «amar al enemigo». ¿Imposible?
¿Bonitas palabras? La historia de la Iglesia está llena de casos de personas,
muchos de ellos anónimos, que cuando los estaban matando, ellos les perdonaban.
Yo estoy convencido de que estas cuatro hermanas, que servían a los pobres del
Yemen, por puro amor, no pudieron odiar a quienes les mataban. Los cristianos
no podemos predicar el odio, de la misma forma que Jesús en la cruz dijo:
«Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». Enrique Múgica era natural
de San Sebastián, con ascendencia judeo-polaca (el apellido Herzog así lo
delata). Probablemente sus palabras, dichas con el corazón, adolecían del
perdón necesario que recuerda Jesús en la cruz y que nos pide a los que hoy
queremos seguirle.
Ni indiferencia. El Papa Francisco se
quejaba, cuando se enteró de la noticia, de que para la mayor parte de la
prensa mundial, había sido un hecho más, no noticiable. Se dolía de la
indiferencia. No quiero corregir al papa Francisco, pero sí que quiero decir
con voz clara que la «indiferencia» de muchos de estos medios es solo con
algunos. Es verdad que las Misioneras de la Caridad asesinada no buscaban
aplausos humanos, pero qué menos que se reconozca que han sido asesinadas
cuatro personas que trabajaban con los pobres, y que se condene públicamente.
Dios hace justicia, la suya, la buena, lo sabemos; y con esto nos debería
bastar; pero los humanos también necesitamos que alguien denuncie los
atropellos, los abusos, las injusticias. Estas mujeres han sido asesinadas, y
no podemos quedarnos indiferentes. Como tampoco podemos quedarnos indiferentes
ante otra mujer asesinada hace una o dos semanas en Honduras, por defender
también a los pobres.
La
indiferencia es una segunda muerte. Primero te quitan la vida. Luego te quitan
el derecho a que se reconozca o se diga públicamente que te han matado. Te
esconden, para que no se sepa, para seguir con la gran mentira del «mundo
feliz». Hay que reivindicar la vida y la muerte de estas cuatro mujeres;
reivindicación sin odio, pero sin miedo a que se sepa la verdad.
Otra
suerte, más grave de indiferencia, es que hayan matado a cuatro mujeres. ¿Dónde
están las feministas que en estos días pasados atacaban sin piedad en España contra
los sentimientos de la Iglesia católica, precisamente sirviéndose de la figura
de la mujer? La dignidad de la mujer en los titiriteros que dramatizaban la
violación de una monja en los carnavales de Madrid, defendiéndose con el
argumento de la «libertad de expresión», y que más tarde justificaba curiosamente
una mujer, la edil del distrito donde habían actuado (barrio de Tetuán),
diciendo que era normal en los títeres que las «brujas mataran monjas, jueces y
policías» (¡lo dijo ella, yo no!). La
dignidad de la mujer en el poema anti-cristiano del padrenuestro recitado en la
entrega de los premios Ciudad de Barcelona, con presencia y aplauso de la
alcaldesa, donde a Dios se le asignaban toda suerte de epítetos sexuales
femeninos groseros, como si el llamar a Dios «Padre» fuera una ofensa para las
mujeres, o más aún, fuera «machista»; la dignidad de las mujeres creyentes que
entienden su vida abierta al misterio de Dios y le dicen un «sí» humilde y
obediente como María, y ven cómo en Sevilla se les ríen y les ofenden en la
procesión del «Santísimo c. insumiso», en la que se mofan de las mujeres que
«obedecen a Dios». ¿Dónde están las feministas en este ataque a cuatro mujeres?
Mujeres, además, que no son ni blancas (pues son indias), ni son ricas (pues
son pobres), ni son «pijas», pues están con los últimos, con los que no quiere nadie,
sirviéndoles a cambio de nada.
Ni silencio. Estamos en un mundo donde
los «medios de comunicación social» hace tiempo que se han trastocado en
«medios de opinión». No dicen lo que hay que decir, sino lo que interesa decir,
o lo que conviene decir. En este campo de opinión, no interesa que se sepa que
han matado a cuatro monjas que trabajaban con los más pobres. Interesa más
pegarle fuerte a la Iglesia católica repitiendo y aireando sus vergüenzas, ¡que
las tiene!: los casos de pederastia, los casos de abusos, los curas
autoritarios etc. Eso que se sepa y se repita; pero si han matado a cuatro
religiosas, ¡ah!, se siente, no es noticia que interese a la gran mayoría.
Es
tremendamente doloroso que cuando asesinaron a los dibujantes del semanario
antirreligioso (anticristiano, antimusulmán y antijudío) ‘Charlie Hebdo’ (¡atención,
no hay que matar a nadie, tampoco a ellos, por mucho que aborrezcamos lo que
hacen o dicen), la gente salió a la calle a gritar: «je suis Charlie», o a
ponerlo en las redes sociales. Yo no salí a la calle ni me adherí a la mayoría mediática
entregada y emocionada por su solidaridad en las redes, porque nunca me he
sentido cercano a personas que se ríen de la fe de los demás. La gente se
escandalizó porque habían asesinado a cuatro, o cinco, o seis, dibujantes: ¡Han
matado la libertad de expresión! Esos dibujantes vivían en París; probablemente
(no lo sé seguro), llevarían una vida burguesa, descreída… que les permitía
hacer broma de todo. ¡Occidente se rasgó las vestiduras porque habían asesinado
a cuatro librepensadores! (repito, nadie puede matar a nadie). Pero me
pregunto: ¿dónde está occidente, el occidente bien pensante, bien comido, bien
dormido…, en el asesinato de estas cuatro mujeres? El silencio es de cobardes.
Yo no quiero guardar silencio. Como eran religiosas, y seguro que agradecen el
poder de la oración, mi plegaria al Buen Dios, por ellas. Doy gracias por su
vida, y en este año de la Misericordia, le pido a Dios que nos enseñe a todos,
a ser más misericordiosos.
Pedro Ignacio Fraile
7 de Marzo de 2016