08 marzo, 2013

(I) PAISAJE Y PAISANAJE


 

No sé a quién se le ocurrió el título de «quinto evangelio», pero sin duda fue una feliz ocurrencia. Hoy en día se repite bien como cosecha propia bien como «título feliz» para comenzar una charla o un coloquio sobre Tierra Santa. No tengo nada que objetar; es sin duda una buena adquisición; pero vayamos más adelante, no nos quedemos ahí.

En uno de los últimos viajes oí del sacerdote que nos acompañaba la expresión, no menos feliz, «paisaje y paisanaje», para referirse al país de Jesús. El paisaje es el propio del mediterráneo: olivos, vid e higuera son los tres árboles que un buen israelita debe cultivar. A los tres podemos añadir los campos de cereal, y los ganados principalmente ovinos. No es difícil para el guía hacer caer en la cuenta de esos textos evangélicos que tan bien conocemos: «salió el sembrador a sembrar, y parte cayó en camino, entre zarzas o en tierra buena…»; o «Jesús tuvo hambre y fue a una higuera a comer». Más aún, Jesús dice «Yo soy el buen pastor que da la vida por las ovejas», o también «yo soy la vid verdadera». Esto, sin embargo, no emociona ni llama poderosamente la atención. Lo más «llamativo», lo que más llega al corazón del peregrino, es el Lago de Tiberíades y el poblado de Nazaret. El primero engancha, como si de un imán se tratara. Unos dicen: «El lago, donde predicó Jesús». Otros, «estamos viendo el mismo paisaje que vio Jesús, sin que nadie lo haya cambiado». Otros se imaginan a Jesús en la barca de Pedro y a los habitantes del lugar corriendo la voz diciendo hacia dónde se dirigía el maestro. El segundo paisaje que más llega es el poblado de cuevas de Nazaret. Después de recordar que Nazaret era una población desconocida en el Antiguo Testamento (no sale nunca), la atracción se vuelve sobre las cuevas. ¡Jesús, María y José vivían en unas grutas! Sí, grutas pequeñas, con una sola habitación, donde toda la familia convivía. La pobreza de Jesús no era una «pose» para quedar bien, una «puesta en escena». Jesús, María y José eran pobres, como lo eran todos los habitantes de Nazaret. Recordamos a Natanael de Caná, cuando escéptico pregunta: ¿de Nazaret puede salir algo bueno?

El segundo término, «paisanaje», evoca rostros, historias, memorias, identidades mezcladas y decantadas con dolor y orgullo en la misma medida. ¿Quiénes son los habitantes que nos encontramos cara a cara? ¿Qué queda hoy de los habitantes de Galilea, de los paisanos de Jesús, tras múltiples guerras, destrucciones, mezclas de población, deportaciones y emigraciones? Primero, con la población autóctona galilea, se mezclaron los romanos con sus tropas mercenarias de todo el mediterráneo; luego vinieron los brillantes y exquisitos bizantinos, con los oropeles de Constantinopla; de su mano, los armenios de las montañas del Cáucaso. Más tarde las tropas musulmanas de los califas del desierto de Arabia, incorporando el árabe como lengua y el Islam como religión expansiva; llegaron los rudos cruzados de Francia, Inglaterra, Alemania, Hungría… ¡incluso normandos! El dominio musulmán trajo a los egipcios y nubios de mano de los sultanatos fatimíes y mamelucos; los turcos impusieron durante siglos su imperio. Llegaron los griegos y los serbios con la Iglesia ortodoxa… Por fin, la omnipresente Inglaterra dejando su «impronta british» reconocida por doquier. Tras ellos la diáspora judía que regresa a Israel: judíos de Rusia, de Argentina, de Marruecos, polacos… en una lista interminable ¿Qué queda de los judíos que condenaron a muerte a Jesús? ¿Qué quedan de los habitantes de Nazaret, de Cafarnaún? 

Tierra Santa es un crisol donde se mezclan razas, costumbres, lenguas, ritos… Algunos peregrinos quieren saber quiénes son los «verdaderos palestinos», los que tienen «pedigrí», como si de un ejercicio de pureza racial, de reivindicación de legitimidad se tratara. El camino que quieren seguir es el de la «pureza límpida, incontaminada, íntegra, reluciente». Sin embargo, en Tierra Santa se aprende que esta no es la pregunta, ¿quiénes son los descendientes de los galileos y belemitas de la época de Jesús?. Jesús es para todos. Jesús disfrutaría viendo a tanta gente de tantas razas y culturas. La humanidad es Adán. Adán es la humanidad. Cristo es el Nuevo Adán. Cristo no rechaza, sino que abraza a esta gran humanidad, que es la suya. Pedro Ignacio Fraile Yécora. 

DIEZ RAZONES PARA IR A TIERRA SANTA



Comenzamos una nueva aventura. El tema es monográfico: Tierra Santa, si bien entendemos que no es sólo Israel, sino también Jordania, y por extensión Siria, y Egipto, y Turquía. Allí donde nace el cristianismo, allí donde la Biblia toma rostros y escenarios.

Inauguramos este blog con este artículo sobre las razones para ir a Tierra Santa. Si alguno de vosotros está interesado, no dude en ponerse en contacto con nosotros.
  
Voy a comenzar con una anécdota graciosa que contaron en el último viaje a Tierra Santa, hace sólo una semana. Un sacerdote  de las afueras de Bilbao le preguntó a uno de feligreses más allegados: «¡Felipe, hace mucho que no te veo! ¿Dónde has estado?». El otro, todo serio, respondió: «He estado en Tierra Santa».  El sacerdote añadió gozoso: ¡Qué bien, yo voy la semana que viene! El feligrés remató la anécdota de forma magistral… «Bueno, para mí, ¡Tierra Santa es la Rioja!

Sin quitarle un ápice a la ocurrencia, sin duda ingeniosa, yo sí que quiero dar mis diez razones para ir a Tierra Santa. Unas son evidentes, otras no tanto. Tengo como pequeño proyecto para los próximos días ir detallando una a una cuáles son mis argumentos. Hoy sólo los enuncio.

1) Tierra Santa se conoce como el «quinto evangelio»: paisajes y paisanajes, escenarios, contextos... Cuando se vuelve, se lee el evangelio de otra forma.
2) Tierra Santa nos «refresca» el evangelio, muchas veces conocido, pero con frecuencia olvidado o «aparcado»: bienaventuranzas, parábolas, evangelio en estado puro…
3) Tierra Santa nos deja el regustillo de saber más del Antiguo Testamento, casi desconocido por el mundo católico en el que nos movemos: Abrahán, Jacob, Moisés, David… Todo nos suena, ¡pero qué poco sabemos!
4) Tierra Santa nos «mueve» por dentro aunque no queramos: sentimientos religiosos ahogados, recuerdos de nuestra infancia y juventud, opciones personales, nombres de personas queridas que nos vienen aunque lo queramos reprimir…
5) Tierra Santa  aclara muchas ideas sobre el origen y la identidad del cristianismo: el evangelio de Jesús no es un libro de autoayuda fuera del espacio y del tiempo; el cristianismo tiene una «matriz» cultural y religiosa semítica evidente. Negarlo es una necedad…
6) Tierra Santa nos habla de Jesús y nos habla de la Iglesia, en continuidad, no en ruptura: Nazaret, Lago de Tiberíades, Jerusalén, Cenáculo, la misión…
7) Tierra Santa es un hervidero del hecho religioso monoteísta: judíos, cristianos y musulmanes ¿qué nos une y qué nos separa? ¿El monoteísmo está muerto o tiene futuro? ¿Los monoteísmos son necesariamente exclusivistas y fanáticos? ¿Los monoteísmos son necesariamente violentos?
8) Tierra Santa es «centro» de la historia antigua, medieval y actual: Constantino, cruzadas, Estado de Israel… No se puede leer la historia de Occidente si arrancamos las páginas de lo que pasó en estos lugares 
9)  Tierra Santa nos retuerce por dentro a los «católicos latinos»: ¿por qué los ortodoxos están en Belén y en el Santo Sepulcro? ¿Qué hacen aquí los coptos, armenios, sirios? Nos damos cuenta de que tenemos mucho que aprender en cultura y en respeto
10) En Tierra Santa se llora. En casi todos los viajes, alguna persona me ha reconocido que, en algún momento, se ha apartado del grupo y se ha echado a llorar, sin que le vieran. ¡Ánimo! ¡Vamos a Tierra Santa!.
Pedro Ignacio Fraile Yécora.