El otro día cayó en mis manos un libro que leí en mi etapa de estudiante, publicado en estados Unidos de América el año 1975. Su título, «Rumor de ángeles», de Peter L. Berger. El libro recogía una opinión que entonces parecía indiscutible: «esta es nuestra situación: vivir en una época en la que lo divino, especialmente en sus formas clásicas, ha dejado de interesar a la conciencia humana». La tesis del libro es justo la contraria, sostiene que hay un «rumor de ángeles» en la conciencia humana, que impiden que el ser humano se cierre al misterio de lo divino.
Estos
días de inicio del mes de Junio estamos asistiendo, horrorizados, al último atentado
islamista de Londres. Todo el mundo opina. Se han dicho muchas cosas sensatas.
Yo, por eso, voy a intentar decir algo distinto, que no he oído por ahí, aunque
solo sea «por no cansar al personal».
He
comenzado este artículo haciendo referencia a un libro de 1975 donde se preconizaba el ocaso de la religión
en la cultura occidental. Es verdad. Occidente camina sin previsión de que nada
lo detenga, a una visión secularizada de la vida. No pongo ejemplos, porque
creo que no es necesario.
La
cultura occidental vive de espaldas a Dios. Por eso resulta no solo chocante,
sino incomprensible, que unos hombres entre veinte y cuarenta años, aparezcan
matando a inocentes en nombre de Dios/Alá. ¿No habíamos quedado ya en que Dios
no era «nada»? ¿No hemos decidido que Dios no tiene sitio ni espacio en los
colegios y en la enseñanza porque es un «vacuum»? «No seremos tan torpes, los
sesudos occidentales, de dedicar ni un segundo de nuestro tiempo a la «nada»…
La
cultura occidental ha decidido expulsar a Dios de la vida, y se aterroriza
cuando unos fanáticos lo nombran. Esto es muy preocupante y muy peligroso, por
ambas partes; no solo por la de los fanáticos. En efecto, cuando no se «explica
bien» quién es Dios, cómo es Dios; que decimos cuando decimos Dios y qué no
decimos cuando decimos Dios, como consecuencia de ese «vacío explicativo»,
podemos llenar la imagen de Dios de lo que queramos. Occidente ha decidido que
Dios es un «concepto vacío», y los terroristas islamistas (¡no el Islam!) lo
han llenado de venganza y de odio.
La
religión es tan importante como las matemáticas; o a un nivel semejante. La
religión tiene que ver con las «tripas», con el «sentimiento», con los «impulsos
primarios»; por eso hay que educarla. El otro día vimos cómo en el Rocío se
reunían cerca de un millón de personas y a las tres de la mañana comenzaban una
procesión con la imagen de la virgen por la aldea onubense. ¿Qué era eso? Una
manifestación humana religiosa; si es cristiana o no esa manifestación, lo dejo
para otro artículo; pero que era «antropología religiosa», sin duda. Insisto en
que era «religiosa» no solo porque en la peana iba una imagen de la «Madre de
Dios», sino porque no quiero que se reduzca a una manifestación cultural, como
muchos desearían. Un aviso para navegantes: la cultura se puede «controlar» por
el poder; los sentimientos religiosos nacen de las entrañas del ser humano, y
eso va por otros sitios. Las matemáticas pueden explicar muchas cosas; pero no
pueden explicar qué hacían un millón de personas, una noche, llenándose de
polvo y envueltas de sudor, gritando «guapa, guapa, guapa», a la imagen de una
virgen. En un orden muy distinto, pero también dentro de las «tripas», las
matemáticas nunca llevarán a la muerte; una mala formación y experiencia
religiosa, sí.
La
cultura occidental está aterrada con el futuro. ¿Qué va a ser de nosotros?
¿Acabaremos con esta lacra del fundamentalismo terrorista? ¿Cómo han llegado
hasta aquí estos bárbaros? Habría mucho que comentar. Occidente ha ido
progresando y mirándose al ombligo sin darse cuenta de que el sur del mundo que
se extiende a su pies (todo África y buena parte de América del Sur), aumentaban
su pobreza al tiempo que miraban con envidia a los flamantes y bien alimentados
vecinos del norte. Para colmo esos «bárbaros» son tan «bárbaros» que son
religiosos. Muchos proponen «asimilar» a esos sureños llenos de hambre y
religiosos en la nueva cultura occidental; eso sí, con la doble condición de
que acepten nuestras costumbres y el laicismo arreligioso como única opción de
vida. ¿O no es así?
En
los viajes a Tierra Santa que hago como acompañante de grupos, descubro una y
otra vez lo siguiente. Muchos peregrinos se quedan asombrados de que allí la
gente sea tan religiosa. ¿Aquí hay muchos ateos?, me preguntan. Yo les digo que
entre los lugareños, no, que es prácticamente imposible; entre los que han
venido de fuera, sí que hay laicos laicizantes. ¿Y eso, insisten? Entre los
pueblos orientales, la religión es muy importante: la gente sencilla es
musulmana, cristiana o judía; y no se avergüenzan. El complejo por profesar una
fe es típico de occidente, no de oriente.
Volviendo
a nuestra vieja Europa. Ante el terror desatado por los fanáticos asesinos, que
pisotean con rabia el nombre de Dios aunque digan que lo hacen en su nombre,
las propuestas parece que dicen: ¡más laicismo!, como un Groucho Marx que
gritaba ¡Más madera! Pero ¿esa es la respuesta que necesitamos?
Desde
mi tribuna me atrevo a dar otras soluciones:
Primera:
no basta con decir «Dios sí» o «Dios no». Hay que educar y explicar los niños y jóvenes qué decimos los creyentes
cuando decimos «Dios». Judíos, cristianos y musulmanes adoramos a Dios, el
Santo, el Misericordioso. No es verdad que creamos en un Dios iracundo, violento,
sediento de sangre. Esto hay que enseñarlo. Por fidelidad a la verdad y como
base de convivencia. Las visiones parciales o interesadas sobre Dios hacen
mucho daño.
Segunda:
la teología, o en su versión previa, la «formación religiosa» es una disciplina
seria y rigurosa que no se puede dejar en manos de tertulianos que hablan de
todo, o al albur de la opinión de la gente de la calle: «buen hombre, ¿qué opina
usted sobre Dios?». Dios no es una «opinión» para hacer ensayos de sociología.
Debemos tomarnos la reflexión sobre Dios en serio, y ver qué supone una vida
religiosa para la convivencia en una sociedad.
Tercera:
cuando se expulsa a Dios de la sociedad, no viene la cultura educada y pacífica,
la convivencia armónica y justa, el desarrollo igualitario. Curiosamente, viene
en algunos casos, o en muchos, el fanatismo. Todos los impulsos internos, todas
las frustraciones, todas las energías desbordadas, todos los deseos de
venganza, se mezclan y confusos quieren salir sin límites. Los impulsos
religiosos, deben ser educados.
Es
verdad, por último, que todas las religiones comparten una herencia común muy
importante, pero no se pueden solapar unas a otras ni reducir a un «común
mínimo». El que os habla, yo mismo, soy «cristiano y católico romano». Esto
supone una decisión que hay que mantener. Otro puede ser «cristiano ortodoxo».
Otro puede ser «judío». Otro puede ser «musulmán». Compartimos una fe en Dios
Santo, creador, que se revela en el amor; pero un musulmán o un judío nunca aceptarán,
como decimos los cristianos, que «Jesús el Hijo de Dios».
Respeto en las
diferencias; pero unos elementos comunes y unas diferencias que hay que conocer
(explicar, proponer, estudiar) y hay que defender: yo respeto que tú no seas
creyente, pero no me insultes a mí porque yo lo sea; no soy menos ciudadano, ni
menos humano porque rece.
El camino a seguir
para este complejo siglo XXI que solo estamos iniciando, no pasa por la
desaparición de la religión, o de las religiones, sino por darles el espacio
que piden y hacerlo desde el sentido común, la profundización y el respeto
mutuo.
Pedro Ignacio
Fraile Yécora