07 junio, 2017

LA RELIGION DE LOS CIUDADANOS DEL SIGLO XXI


            El otro día cayó en mis manos un libro que leí en mi etapa de estudiante, publicado en estados Unidos de América el año 1975. Su título, «Rumor de ángeles», de Peter L. Berger. El libro recogía una opinión que entonces parecía indiscutible: «esta es nuestra situación: vivir en una época en la que lo divino, especialmente en sus formas clásicas, ha dejado de interesar a la conciencia humana». La tesis del libro es justo la contraria, sostiene que hay un «rumor de ángeles» en la conciencia humana, que impiden que el ser humano se cierre al misterio de lo divino.
            Estos días de inicio del mes de Junio estamos asistiendo, horrorizados, al último atentado islamista de Londres. Todo el mundo opina. Se han dicho muchas cosas sensatas. Yo, por eso, voy a intentar decir algo distinto, que no he oído por ahí, aunque solo sea «por no cansar al personal».
            He comenzado este artículo haciendo referencia a un libro de 1975  donde se preconizaba el ocaso de la religión en la cultura occidental. Es verdad. Occidente camina sin previsión de que nada lo detenga, a una visión secularizada de la vida. No pongo ejemplos, porque creo que no es necesario.
            La cultura occidental vive de espaldas a Dios. Por eso resulta no solo chocante, sino incomprensible, que unos hombres entre veinte y cuarenta años, aparezcan matando a inocentes en nombre de Dios/Alá. ¿No habíamos quedado ya en que Dios no era «nada»? ¿No hemos decidido que Dios no tiene sitio ni espacio en los colegios y en la enseñanza porque es un «vacuum»? «No seremos tan torpes, los sesudos occidentales, de dedicar ni un segundo de nuestro tiempo a la «nada»…
            La cultura occidental ha decidido expulsar a Dios de la vida, y se aterroriza cuando unos fanáticos lo nombran. Esto es muy preocupante y muy peligroso, por ambas partes; no solo por la de los fanáticos. En efecto, cuando no se «explica bien» quién es Dios, cómo es Dios; que decimos cuando decimos Dios y qué no decimos cuando decimos Dios, como consecuencia de ese «vacío explicativo», podemos llenar la imagen de Dios de lo que queramos. Occidente ha decidido que Dios es un «concepto vacío», y los terroristas islamistas (¡no el Islam!) lo han llenado de venganza y de odio.
            La religión es tan importante como las matemáticas; o a un nivel semejante. La religión tiene que ver con las «tripas», con el «sentimiento», con los «impulsos primarios»; por eso hay que educarla. El otro día vimos cómo en el Rocío se reunían cerca de un millón de personas y a las tres de la mañana comenzaban una procesión con la imagen de la virgen por la aldea onubense. ¿Qué era eso? Una manifestación humana religiosa; si es cristiana o no esa manifestación, lo dejo para otro artículo; pero que era «antropología religiosa», sin duda. Insisto en que era «religiosa» no solo porque en la peana iba una imagen de la «Madre de Dios», sino porque no quiero que se reduzca a una manifestación cultural, como muchos desearían. Un aviso para navegantes: la cultura se puede «controlar» por el poder; los sentimientos religiosos nacen de las entrañas del ser humano, y eso va por otros sitios. Las matemáticas pueden explicar muchas cosas; pero no pueden explicar qué hacían un millón de personas, una noche, llenándose de polvo y envueltas de sudor, gritando «guapa, guapa, guapa», a la imagen de una virgen. En un orden muy distinto, pero también dentro de las «tripas», las matemáticas nunca llevarán a la muerte; una mala formación y experiencia religiosa, sí.
            La cultura occidental está aterrada con el futuro. ¿Qué va a ser de nosotros? ¿Acabaremos con esta lacra del fundamentalismo terrorista? ¿Cómo han llegado hasta aquí estos bárbaros? Habría mucho que comentar. Occidente ha ido progresando y mirándose al ombligo sin darse cuenta de que el sur del mundo que se extiende a su pies (todo África y buena parte de América del Sur), aumentaban su pobreza al tiempo que miraban con envidia a los flamantes y bien alimentados vecinos del norte. Para colmo esos «bárbaros» son tan «bárbaros» que son religiosos. Muchos proponen «asimilar» a esos sureños llenos de hambre y religiosos en la nueva cultura occidental; eso sí, con la doble condición de que acepten nuestras costumbres y el laicismo arreligioso como única opción de vida. ¿O no es así?
            En los viajes a Tierra Santa que hago como acompañante de grupos, descubro una y otra vez lo siguiente. Muchos peregrinos se quedan asombrados de que allí la gente sea tan religiosa. ¿Aquí hay muchos ateos?, me preguntan. Yo les digo que entre los lugareños, no, que es prácticamente imposible; entre los que han venido de fuera, sí que hay laicos laicizantes. ¿Y eso, insisten? Entre los pueblos orientales, la religión es muy importante: la gente sencilla es musulmana, cristiana o judía; y no se avergüenzan. El complejo por profesar una fe es típico de occidente, no de oriente.
            Volviendo a nuestra vieja Europa. Ante el terror desatado por los fanáticos asesinos, que pisotean con rabia el nombre de Dios aunque digan que lo hacen en su nombre, las propuestas parece que dicen: ¡más laicismo!, como un Groucho Marx que gritaba ¡Más madera! Pero ¿esa es la respuesta que necesitamos?
            Desde mi tribuna me atrevo a dar otras soluciones:
            Primera: no basta con decir «Dios sí» o «Dios no». Hay que educar y explicar  los niños y jóvenes qué decimos los creyentes cuando decimos «Dios». Judíos, cristianos y musulmanes adoramos a Dios, el Santo, el Misericordioso. No es verdad que creamos en un Dios iracundo, violento, sediento de sangre. Esto hay que enseñarlo. Por fidelidad a la verdad y como base de convivencia. Las visiones parciales o interesadas sobre Dios hacen mucho daño.
            Segunda: la teología, o en su versión previa, la «formación religiosa» es una disciplina seria y rigurosa que no se puede dejar en manos de tertulianos que hablan de todo, o al albur de la opinión de la gente de la calle: «buen hombre, ¿qué opina usted sobre Dios?». Dios no es una «opinión» para hacer ensayos de sociología. Debemos tomarnos la reflexión sobre Dios en serio, y ver qué supone una vida religiosa para la convivencia en una sociedad.
            Tercera: cuando se expulsa a Dios de la sociedad, no viene la cultura educada y pacífica, la convivencia armónica y justa, el desarrollo igualitario. Curiosamente, viene en algunos casos, o en muchos, el fanatismo. Todos los impulsos internos, todas las frustraciones, todas las energías desbordadas, todos los deseos de venganza, se mezclan y confusos quieren salir sin límites. Los impulsos religiosos, deben ser educados.
            Es verdad, por último, que todas las religiones comparten una herencia común muy importante, pero no se pueden solapar unas a otras ni reducir a un «común mínimo». El que os habla, yo mismo, soy «cristiano y católico romano». Esto supone una decisión que hay que mantener. Otro puede ser «cristiano ortodoxo». Otro puede ser «judío». Otro puede ser «musulmán». Compartimos una fe en Dios Santo, creador, que se revela en el amor; pero un musulmán o un judío nunca aceptarán, como decimos los cristianos, que «Jesús el Hijo de Dios».
Respeto en las diferencias; pero unos elementos comunes y unas diferencias que hay que conocer (explicar, proponer, estudiar) y hay que defender: yo respeto que tú no seas creyente, pero no me insultes a mí porque yo lo sea; no soy menos ciudadano, ni menos humano porque rece.
El camino a seguir para este complejo siglo XXI que solo estamos iniciando, no pasa por la desaparición de la religión, o de las religiones, sino por darles el espacio que piden y hacerlo desde el sentido común, la profundización y el respeto mutuo.


Pedro Ignacio Fraile Yécora