09 septiembre, 2015

LOS HIJOS (SIRIOS) DE ABRAHÁN



            Uno de los textos más repetidos del Antiguo Testamento es la orden que le da Dios a Abrahán: ‘Sal de tu tierra, de la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te indicaré’ (Gén 12,1). Visto lo que estamos viendo, tiene al menos tres interpretaciones. La primera, que es una broma de mal gusto, pues los hijos de Abrahán (los sirios) están dispersándose por el mundo; por los países vecinos y ahora por occidente. La segunda es que suena a «maldición», ¿pues cómo entender si no una frase que suena a anuncio de una realidad que tiene que cumplirse inexorablemente? La tercera nos habla de la Biblia como Palabra de Dios: nuestra condición de peregrinos. No somos de ningún sitio. Somos habitantes de una tierra que no nos pertenece, estamos de paso, siempre en camino. Unas veces por decisión propia; la mayor parte de las veces porque nos obligan las circunstancias o la violencia.
            Yo no pienso ni en la primera (broma de mal gusto), ni mucho menos en la segunda (maldición). Pienso que la tercera es la correcta. Si leemos la Biblia, vemos cómo el ser humano es un ser vivo que se mueve, que está saliendo continuamente de su casa (de sí mismo) para adentrarse en caminos inhóspitos e intransitados. El ser humano es un «homo viator», un eterno caminante. Al andar abre nuevos caminos, nuevas expectativas.
            La Biblia nos dice que Abrahán provenía de la tierra de Ur (allí en el país de los sumerios, donde hoy la política nos dice que está Kuwait). Nos dice que marchó con su familia para establecerse en Harán (Jarán), hoy Siria. Abrahán provenía de las fértiles tierras de Siria cuando Dios le mandó que se pusiera en camino; de allí se adentró en el país de Canaán (hoy Líbano, Palestina-Israel) y allí se estableció en el sur (ciudad de Hebrón). De allí marchó a causa de una hambruna al país de Egipto, pero regresó de nuevo a la montaña sur de Canaán, donde murió su esposa Sara y la enterró (encina de Mambré).
            Nos cuenta la Biblia que Isaac, hijo de Abrahán y de Sara, tuvo que elegir esposa; Abrahán le prohibió que se casara con una lugareña, y le mandó que fuera a buscar una digna esposa entre sus familiares del norte (Gén 24,3-4). De allí viene Rebeca, de Siria, de Aram Najaraín (Gén 24,10-66). Rebeca, la siria, se establece en el sur de Canaán con Isaac.

            De nuevo se repite la historia. De los dos hijos de Isaac y Rebeca, uno se tira por la aridez de las tierras del sur, Esaú (lo que hoy conocemos como Edom, Idumea, o lo que visitamos los viajeros actuales como tierras de Petra). El otro hijo se vuelve al norte, a las tierras de sus abuelos maternos. La Biblia lo explica de forma mucho más compleja. El caso es que Jacob, hijo de Isaac y Rebeca y hermano enfrentado a Esaú, se tiene que ir a Siria (Padam-Aram) a buscar de nuevo esposa. Allí se establece temporalmente; de Siria viene con dos esposas, Lía y Raquel, con dos esclavas de las esposas, y con ¡once hijos sirios! El único hijo no sirio fue Benjamín, que nació en Belén en el mismo parto en que murió su madre, la querida y llorada Raquel (Gén 28-32).  
            En resumen: Abrahán y Sara provienen de Siria (Jarán); Rebeca, la madre de Isaac, es de Siria (Aram Najaraín); Raquel, la esposa de Jacob, sus once hijos y su hija Dina son de Siria, de la zona de Padam-Arán. Esto nos puede servir para colegir  que el pueblo de Israel tiene en sus orígenes unos indudables ascendientes sirios. Los estudiosos nos dicen que Israel tendría dos orígenes, unos los sirios o arameos, y los otros los egipcios, que provienen por parte de José el hijo de Jacob que llegó a ser visir en la corte del Faraón.
            ¿Por qué traigo a colación este argumento? Nosotros, los occidentales, solemos meter a todos en un mismo saco. Nos da lo mismo árabes que sirios; afganos que turcos; griegos que macedonios. No es lo mismo. En esta crisis migratoria se está viendo.
            La televisión nos dice que los ricos árabes del Golfo, los Emiratos que viven de la bendición del petróleo, son pueblos del desierto que hasta hace muy poco (después de la primera guerra mundial, que acabó en 1919) no eran sino beduinos que se movían con sus rebaños de cabras por el desierto. Su cultura es la del desierto. Su religión la de Mahoma, de la que pretenden ser únicos señores y administradores. Su historia es la de sus tribus y clanes. El coronel británico Lawrence de Arabia consiguió engañarlos para que se sublevaran contra los turcos. Esto cuando aún no tenían petróleo. No tienen nada que ver con los sirios, los hijos de Abrahán, Isaac y Jacob. Ellos, los árabes de los supermillonarios emiratos, son los hijos de la esclava de Abrahán, de Ismael. No quieren a los sirios porque son muy distintos, son desconocidos entre ellos.
            Curiosamente, los sirios son los descendientes de las grandes civilizaciones semitas que nos han regalado los inicios de la cultura occidental; eso sí, distinta a la greco romana. Los sirios guardan en su territorio las ciudades de Ebla, con su lengua propia, el eblaíta; la ciudad de Mari; ambas celosas guardianas de las culturas mesopotámicas. Ellos nos han dado los primeros textos escritos de oriente próximo (la escritura cuneirforme) y el origen remoto de nuestros abecedarios occidentales. No olvidemos que la Biblia nace entre las culturas de dos ríos: Tigris y Éufrates en el Norte (Mesopotamia) y el Nilo en el sur (Egipto). En medio de los dos, nace el pueblo de Israel con sus tradiciones.
            Siria es un pueblo rico en tierras, rico en historia, rico en civilizaciones, rico en culturas, rico en religiones. ¡especialmente en el cristianismo sirio, del que nadie habla!. Muy rico en humanidad, pero muy pobre porque está siendo pasto de las fieras salvajes que lo están arrasando. Nunca he visto imágenes tan duras como las que están llegando de aquellos parajes. Nunca había retirado la mirada de una foto hasta que he visto lo que nos llega de aquellas hermosas tierras hoy sometidas a la barbarie de los sin Dios (porque los que hacen eso no creen en Dios).
            La Biblia es un libro de éxodos: el éxodo de Abrahán de Ur a Jarán y de Jarán a Hebrón; el éxodo de Jacob a Padam Arán y de allí a Canaán; el éxodo de Egipto y la travesía a la tierra prometida; el éxodo de los judíos a Babilonia y su posterior regreso. La Biblia nos enseña que estamos de paso, que la tierra no es de nadie y es de todos. La Biblia nos enseña que la humanidad está hecha de sangres mezcladas, de pueblos que se mueven… y también de violencia y de imposiciones.
            ¿En qué deparará este nuevo éxodo que proviene de Siria y no se dirige al sur sino a la vieja, cansada y sin ideas ni ilusiones, Europa? ¿Serán sangre nueva? ¿Serán causa de nuevas migraciones? ¿Regresarán a su tierra devastada? ¿Nos recordarán que todos somos «hijos de Abrahán, el caminante?

Pedro Ignacio Fraile
9 de Septiembre de 2015