Nosotros
relacionamos espontáneamente la tentación con la vida moral. Solemos entender
la tentación como una llamada seductora a pecar o a satisfacer nuestros deseos
no siempre confesables y defendibles en público. Pero una verdadera tentación
no se presenta de forma torpe, sino que lo hace de forma encubierta, sin
desvelar su identidad. No nos pide directamente que hagamos el mal, sino que
nos invita a cambiar de rumbo o a que cambiemos nuestras certezas y decisiones.
Jesús pasó por las tentaciones, no por las «torpemente morales», sino por las
que orientaban toda su vida: ¿cómo cumplir el plan de Dios sin renunciar a su
voluntad de «Hijo», de «Mesías Siervo»? Son tentaciones «mesiánicas» que le
acompañaron en su misión.
Que Dios nos dé pruebas de que es bueno.
Jesús, después de ayunar sintió hambre. El tentador apela a su condición de
Hijo de Dios: ‘Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en
panes’. Parece que solo sea una «burda burla», pero lleva veneno: el tentador
pide «pruebas» para creer. Esta petición
se la dirigimos también nosotros a Dios: si existes tienes que mostrarte tú, tu
poder y tu bondad. La condición necesaria para que creamos en Dios y en su
bondad es que solucione los graves problemas de injusticia del mundo ¿Qué se
opone más a la fe en un Dios bueno que el hambre de la humanidad? ¿No es el
problema de las graves injusticias lo primero o incluso lo único que debe
afrontar la religión para ser creíble? La tentación es la reducción de la vida
humana a su parte material, sin duda imprescindible. Jesús sabe que no son dos
partes excluyentes entre sí: hay que luchar por el hombre, por la justicia, y
hay que abrirse a Dios, porque solo él es que sacia.
¿Tenemos necesidad de un Dios débil? El
diablo le sube a un monte desde donde puede ver todo el mundo: Jesús tiene el
mundo a sus pies, y él es el Mesías. Por tanto, tiene que «dominar» la
situación; tiene que «tener el control de todo», tiene que «justificar» su
actuación y «demostrar» su poder. La autoridad se confunde con el poder; el
servicio se confunde con el dominio. La trampa es doble; por una parte se burla
del mesianismo de Jesús ¿qué ha traído Jesús si no ha conseguido un mundo
mejor? ¿Dónde está la «edad de oro» que debería haber traído el Mesías? Por
otra propone seguir el sistema del «sometimiento» de mundo al dios insaciable
del poder y ponerse a su servicio. Parece decir: no necesitamos a Dios, menos
si es débil; hay que mantener las «estructuras vigentes de poder», aunque haya
que hacer pequeños cambios. Jesús rechaza la tentación absoluta del «poder» que
rivaliza con Dios y quiere sustituirle. Jesús es claro: solo a Dios se puede
adorar, solo a él servirás.
Dios no es un ídolo. La tercera
tentación va con la primera: ¿qué se puede ofrecer sino «pan y diversión»? El
«panem et circenses» de los emperadores romanos. La religión como magia, como
espectáculo, como farándula, como ilusionismo. Es querer reducir la fe a una
superstición fantasiosa propia de personas poco formadas; es querer cambiar a
Dios por una caricatura. Es el deseo de conocer y controlar el misterio de Dios
a nuestro antojo, de hacer de Dios un juguete de quita y pon, de reducir una fe
madura y madurada a una serie de «creencias de bajo perfil» que no cuestionan
ni sirven para nada. Es el intento de manipular a Dios y hacer creer que en eso
consiste la fe: ‘tírate y, como confías, verás que no te pasa nada’. A Dios se
le pone a prueba como si fuera una mercancía, debe someterse a las condiciones
que nosotros consideremos. Es la arrogancia de quien quiere convertir a Dios en
un objeto. Jesús no entra al juego del tentador: ‘No tentaréis al Señor, vuestro Dios’. La verdadera fe se toma en
serio el misterio amoroso, liberador y humanizante de Dios, a pesar de que no
siempre lo comprendamos.
Pedro Fraile
Primer domingo de Cuaresma 14-Febrero-2016