Peregrino en Turquía

DIEZ RUTAS PARA CONOCER TURQUÍA

Imaginemos una caja con un formato atractivo: hecha con buen material, bien acabada, diseño sugerente, colores llamativos… Es una caja cerrada. Podemos imaginarnos lo que hay dentro porque hay varias pistas: palabras, imágenes… Eso sí; sólo cuando  la abramos descubriremos su secreto. Turquía es una «caja» con un envoltorio muy sugerente: Estambul, Capadocia, Pammukale, Éfeso… Nuestra imaginación se desborda: rutas asiáticas, antiguas culturas griegas, paisajes imposibles… Sin embargo, el envoltorio no termina de hacer justicia: hay que abrir y descubrir qué encierra ese enorme lienzo que es hoy Turquía. Propongo seguir una serie de rutas, distintas a la vez que complementarias.

1)      La Ruta de las culturas antiguas. ¿Quién no ha oído hablar de la guerra de Troya? En los tiempos en que las culturas primitivas se pierden en la niebla, cuando no sabemos aún explicar bien unas y otras, la península de Anatolia o de Asia Menor (que así se llamaba entonces, para distinguirla de Turquía, nombre moderno), veía nacer a los Hititas (los habitantes del país de Hatti, según la Biblia); veía cómo en la costa opuesta a la actual Grecia, se levantaba un reino, el de Troya. Posteriormente la cruzarán los persas en su intento de conquistar Grecia (las guerras médicas), y más tarde Alejandro Magno establecerá en ella un lugar seguro cuando avance imparable hacia la India.

2)      La Ruta de los Orígenes del cristianismo.  En el Asia Menor debemos situar la evangelización y las primeras comunidades paulinas (Iconio, Antioquía); debemos hablar también de san Lucas y de las comunidades fundadas por san Juan. Allí se sitúan las Iglesias del Apocalipsis (Laodicea, Éfeso). El cristianismo nace en el costado de Cristo, muerto y resucitado, y madura y alcanza su primer esplendor en Asia Menor.

3)     La Ruta de la Iglesia naciente. Las primeras comunidades cristianas dieron los primeros pasos: tradiciones que se conservan, confesiones de fe, normas para los que abrazan la nueva fe… Allí, en los Concilios de Nicea, de Calcedonia, de Constantinopla, de Éfeso, se va perfilando una fe común en la Trinidad, en Cristo, en María como Madre de Dios, que se abre paso entre las intrigas de los políticos que querían «controlarla» y una cultura, la griega, que discutía interminablemente con los cristianos de origen semita.

4)      La Ruta de los Padres de la Iglesia. La Iglesia pronto descubrió que era una Tradición viva; que la palabra de Dios y la vida de las comunidades nacientes florecían por doquier. Pronto aparecen sabios, santos y mártires: Ignacio de Antioquía, Policarpo de Esmirna… Florecerá en el corazón agreste de Asia Menor un ramillete de santos y sabios, los «Padres Capadocios»: San Gregorio de Nisa, San Gregorio el Magno…

5)      La Ruta de Bizancio. El Imperio bizantino es el heredero del romano. Constantino el Grande decide traspasar la capital de su Imperio de Roma a una ciudad pequeña en el Bósfor, Bizas. El emperador le cambia el nombre a la ciudad y se la dedica a sí mismo: «Constantinopla, la ciudad de Constantino». Con el tiempo Bizancio llegará a un esplendor cultural y a un desarrollo religioso, político y económico inimaginable. ¿Qué decir de la Basílica de Santa Sofía (dedicada a «Cristo, Sabiduría de Dios»), o de los mosaicos de San Salvador en Chora, de una belleza única en el mundo?

6)      La Ruta del Imperio turco. Primero los turcos selyúcidas, que consiguieron poner en jaque a los emperadores bizantinos conquistando el interior de Asia Menor, pero no remataron la jugada. Luego los turcos otomanos, que en 1543 sellan definitivamente la caída de Constantinopla. Hablar de ellos es hablar de la batalla de Lepanto, donde el entonces Imperio español les hizo frente en una memorable batalla naval. Los turcos otomanos cambiarán el nombre de Constantinopla por el de Istanbul.

7)      La Ruta de los cruzados. Si bien de carácter menor, la historia de Asia Menor tiene que recordar a los cruzados que, en su intento de llegar por tierra a Jerusalén, tenían que pasar por Constantinopla (paso obligado de Europa a Asia). De triste recuerdo es la Cuarta Cruzada, en la que la bruta y sanguinaria soldadesca arrasó la ciudad de Constantinopla.
8)      La Ruta de la Iglesia Ortodoxa.  No se puede ir a tierras del Imperio Bizantino sin hablar del esplendor que alcanzó  la Gran Iglesia en su Patriarcado de Constantinopla. Hay que hablar de santos patriarcas, como San Juan Crisóstomo; pero también de patriarcas que incitan al cisma. Es la triste historia primero de las rupturas de la fe en múltiples confesiones distintas (herejías); es la Iconoclastia, en un intento de suprimir el culto a las imágenes; luego es la historia del Cisma de Oriente, consumando la ruptura de la Gran Iglesia, la Única Iglesia de Cristo, en Occidente y Oriente. Hoy aún se puede visitar el Fanar, sede del Patriarca de Constantinopla.

9)      La Ruta del Bósforo. Ella tiene en sí misma un atractivo único: un paseo en barco por el Bósforo; una escapada a las Islas de los Príncipes, en el Mar de Mármara; un baño de colores y de gente en el Gran Bazar o en el Bazar de las Especias. Contemplar el Bósforo desde la punta del Serrallo de Topkapi. Ver el Cuerno de Oro, con la Torre Gálata en el horizonte.

10)   La Ruta de Atatürk. Turquía pasó de ser un Imperio en decadencia, en manos de las potencias que habían ganado la primera guerra mundial, a ser una República laica, orgullosa e independiente, de la mano de un joven general golpista: Mustafá Kemal «Atatürk», el «padre de los turcos».

 Turquía encierra en su caja coloreada y vistosa gran parte de nuestra historia. ¿Necesitas más razones para perdernos por la altiplanicie de Anatolia, el paisaje de Capadocia, el mar plateado del Bósforo, las calles de Constantinopla y las cálidas costas del mar Egeo?


Pedro Ignacio Fraile Yécora







SAN JORGE, EL FANAR, Y TURQUIA


Hoy, día de San Jorge, muchas miradas están puestas en el Caballero rampante que mata a un dragón llameante, así lo pinta la iconografía, y en toda una fiesta en torno a él. En Catalunya se celebra como Sant Jordi, en una suerte de semifiesta con carácter identitario. Es fiesta, pero es día laboral. Es de carácter identitario porque, además de regalar la rosa y el libro, en muchas partes se hace recuerdo expedito de la identidad catalana. En Aragón también se tiene a San Jorge como patrón; si bien los aragoneses somos menos dados a fiestas reivindicativas de la identidad. En ambos casos, nos dice la historia, la figura de San Jorge, el soldado mártir cristiano de los primeros siglos, va unido a la Corona de Aragón, y traído a Occidente por los cruzados.

No podemos olvidar que también hoy, 23 de Abril, los castellanos viejos celebran la fiesta de los Comuneros, recordando un pasado que pudo ser, pero que no fue. En todas partes, por fin, se celebra el «Día del libro», pues en fecha como hoy se hace recuerdo del óbito de Cervantes y de Shakespeare, dos señores que escribían muy, pero que muy bien.

San Jorge, como hemos dicho, era un soldado oriental, de los ejércitos del Emperador, que abrazó la fe cristiana. Entonces, como ahora, el ser cristianos conlleva muchas molestias; algunas casi insuperables, como es la de servir a dos señores. San Jorge lo tuvo claro: entre servir al Emperador y a Jesucristo, no había color.

La popularidad de san Jorge se extendió por todo el Oriente cristiano. En Palestina, los cristianos, para identificarse, ponen en el dintel de la puerta de entrada un San Jorge. En las polícromas iglesias ortodoxas son frecuentes, por no decir imprescindibles, la representación de San Jorge y San Teodoro, su compañero de fatigas y de luchas. En Turquía, además de las representaciones de los dos santos soldados mártires en Capadocia, sobresale la Catedral del Patriarcado.

Así es. En la ciudad de Estambul, a orillas del Cuerno de Oro, podemos encontrar una zona semiescondida. Es el Patriarcado Ortodoxo de Constantinopla. Allí reside el Patriarca heredero de los Grandes Patriarcas del Oriente cristiano. El lugar se conoce como ‘Fanar’. La catedral lleva por titular a San Jorge.

Muchos van a Turquía, y por supuesto a Estambul, la antigua Constantinopla. Pero muy pocos se acercan al Fanar para visitar la sede, hoy con enormes problemas de todo tipo, de lo que fue la Gran Iglesia Católica Ortodoxa del Oriente.

En este día de San Jorge, antiguo cristiano de la actual Turquía, queremos recordar a los hermanos ortodoxos y oramos por ellos.

Pedro Ignacio Fraile Yécora
 





EL GEN BIZANTINO DE LOS CRISTIANOS

               ¿Sabía usted que, si es cristiano, tiene un «gen bizantino»? No ponga cara rara. Lo mejor será que vayamos poco a poco y usted mismo haga el examen. Son tres preguntas que tiene que acertar.

            La primera pregunta es muy fácil. ¿Se sabe usted el «avemaría»? De carrerilla, me dirá. El «avemaría» tiene dos partes. La primera es el saludo del ángel a María en la Anunciación: «Dios te salve, María…». La segunda parte es la fe de la Iglesia: «Santa María, Madre de Dios…». La proclamación de María como «Madre de Dios» tuvo lugar en un Concilio celebrado en la ciudad de Éfeso. Un Concilio no exente de detractores y polemistas. Aún hoy, a  las afueras de la ciudad, los peregrinos cristianos buscamos los restos de la Basílica donde se proclamó la fe de la Iglesia y allí rezamos, unidos a toda la Iglesia, el «avemaría».

La segunda pregunta tiene trampa. ¿Los cristianos adoramos las imágenes? Usted dirá horrorizado, supongo yo, que no. En efecto, los cristianos adoramos a Dios y a su hijo Jesucristo, que es Dios. Pero las imágenes se «veneran», no se adoran. Pues bien, en el siglo VIII, un emperador bizantino cristiano, León III de sobrenombre «Isáurico», no distinguía entre «venerar» y «adorar», y en ataque de celo puritano llegó a prohibir la veneración de las imágenes sagradas y después ordenó su destrucción. ¡Cuántos iconos desaparecieron para siempre! Es lo que se llama la «crisis iconoclasta» (destrucción de imágenes). El emperador bizantino pretendió que el papa de Roma le siguiera en su afán «purificador» de la religión; pero el papa, con buen criterio, no le hizo caso. Las huellas de esta «crisis» se pueden ver aún en las pinturas de las capillas e iglesias rupestres que se multiplican por las colinas huecas de Capadocia.

La tercera pregunta es más complicada y sibilina ¿Recuerda usted el «credo largo» que recitamos en las misas del domingo y en las fiestas? Decimos, por ejemplo, que Jesucristo es «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero»; Jesucristo es «de la misma naturaleza que el Padre».  Los bizantinos, que hilaban muy fino, distinguen entre dos palabras que son primas hermanas. Si decimos que Jesucristo es de la «misma» naturaleza que el Padre, decimos en términos griegos que es «homoúsios»; si decimos que Jesucristo es de naturaleza «semejante» al Padre, decimos en términos griegos que es «homoiúsios». ¡La diferencia está en una «i» entre una palabra y otra! La diferencia, que nosotros no notamos porque rezamos en castellano, está en que profesamos la fe de la Iglesia o  decimos una herejía. ¡Eran, sin duda, «cuestiones bizantinas», que han llegado hasta nosotros aunque no seamos conscientes! Ese «credo largo» es el que se proclamó en el Concilio de Constantinopla, que recogía a su vez, el credo de Nicea. Por eso se llama «credo nicenoconstantinopolitano». Ambas son ciudades bizantinas, en la actual Turquía; la antigua Constantinopla es hoy la actual Estambul.

Bueno, me parece que me ha salido hoy un artículo un poco complicado. Puede ser. Sólo quería decir que los cristianos, los de ayer y los de hoy, tenemos un «gen bizantino», aunque lo desconozcamos. Un viaje a Turquía es un viaje también a nuestros orígenes cristianos. Allí se perfiló con exquisitez y con esmero la fe que hoy profesamos. Allí se «batieron» los gigantes de la fe ortodoxa con los que querían llevarla por otros caminos confusos con argumentos deslizantes y capciosos.

Ir a Turquía no es sólo una ocasión de ver un hermosísimo paisaje adornado con ciudades antiguas, que culmina en la espléndida Constantiopla-Estambul. Ir a Turquía es ir a la cuna de Bizancio, y descubrir «in situ», que los cristianos tenemos, aunque no lo sepamos, un «gen bizantino».

Pedro Ignacio Fraile Yécora – 3 de Mayo de 2013



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