Lo único que no quiero es que los 'copien' como si fueran propios; eso es deshonesto, pero no me importa que algunas ideas se puedan usar en retiros, charlas, reuniones etc.
Son cuatro seguidos. Hay que leerlos 'poco a poco'. A veces se repiten, pues el material de un año sigue siendo válido para otros; pero los planteamientos son distintos, complementarios, nuevos.
1) Estoy haciendo algo nuevo, ¿no lo notáis?
2) Isaías y Jesús: de las expectativas a la esperanza
3) La esperanza tiene nombre propio: Jesús
4) Cuando llega el tiempo de Adviento: lectura esperanzada desde el corazón de la crisis
Un saludo ESPERANZADO en JESUS, DIOS QUE VIENE, a todos.
(1) ESTOY HACIENDO ALGO
NUEVO, ¿NO LO NOTÁIS?
4 de Diciembre de 2010
Introducción: Volver a empezar otra vez
Los
cristianos cuando volvemos nuestra mirada hacia Dios en el tiempo de Adviento,
repasamos nuestra vida desde la perspectiva de la esperanza.
-
¿tenemos esperanza?
-
¿en qué o qué esperamos?
-
¿a quién esperamos?
-
¿acaso no confundimos esperanzas con expectativas?
Solemos
decir ‘dime cómo vives y te diré en qué Dios crees’. En efecto, si
vivimos en una rutina paralizante, si vivimos en una languidez pesante, si
estamos sometidos al ‘laissez faire, laissez passer’, de una sociedad
que nos pide no comprometernos, estamos poniendo a prueba nuestra fe en Dios.
En Adviento es necesario
recordar, al menos, dos cosas fundamentales:
(1) que el cristiano
mira al futuro porque sabe que la historia le pertenece a Dios
(2) que la
esperanza tiene nombre propio, y ese nombre es Jesús.
(1) La historia le
pertenece a Dios
Lo propio
del cristiano no es la fe ‘opiacea’ que ya denunció en su día Marx; ni
ponernos en manos de una voluntad de poder que de entrada echa de la historia a
todos los débiles, como profetizó Nietzsche; tampoco es un vagar en el
sinsentido, de los filósofos existencialistas; ni tampoco recuperar el ‘carpe
diem’ de los romanos, en una relectura postmoderna que dice: ‘lo quiero
todo, y lo quiero ya’.
Esta forma
de pensar, muy extendida entre nuestra gente, es tremendamente anticristiana. Una
de las diferencias entre vivir ‘a lo cristiano’ y vivir ‘a lo pagano’
es la forma de afrontar la vida diaria, el quehacer diario, y la historia en su
conjunto. El ‘carpe diem’ (‘aprovecha el momento’) de los romanos hoy se
traduce como ‘saca todo el partido al momento presente porque no sabemos si
existe el futuro. La sociedad moderna lo dice de otra forma; dice ‘lo
quiero todo y lo quiero ahora’, porque no sabemos si existe el mañana. No
creemos que mañana será mejor. Pero el cristianismo no se «doblega» a estas
propuestas:
1º) El
cristianismo mantiene siempre ese punto de ‘contracultualidad’ (¡es
contracultural!). Si entendemos que la cultura actual ha abandonado los
‘grandes discursos’ para refugiarse en el fragmento, nosotros seguimos hablando
de un Dios que tiene un proyecto de amor para toda la humanidad. Un Dios que no
es del pasado, sino del presente y del futuro. Dios es el Señor de la historia,
y esta fe tiene consecuencias en la vida diaria del creyente. No estamos
abandonados a nuestra suerte, náufragos en un mundo desnortado.
2º) El
cristianismo cree que otro mundo es posible. no se contenta con lo mucho o poco
que le da la vida, en un abandono total de cualquier tipo de compromiso, o de
transformación. El cristianismo cree en las posibilidades del hombre porque es
Dios mismo quien nos lo garantiza. Nos lo garantiza en su palabra, nos lo
garantiza en su vida entregada y actualizada en la Eucaristía, nos lo garantiza
en la vida de tantas personas que manifiestan que es posible vivir creyendo en
los hombres.
3º) El
cristianismo no cede ante la dejación de responsabilidades, ni ante los cantos
de sirena de un mundo que llama a la deserción general. El evangelio nos dice:
‘estad vigilantes’, ‘despertaos del sueño’. La crisis que estamos viviendo, en
su tremenda tragedia, es una oportunidad para que volvamos a revisar tanto
nuestra forma de vida, como la calidad de nuestro compromiso, como en quién
ponemos la fe que salva.
(2) La esperanza
cristiana tiene un nombre: Jesús
¿Un deseo infantil o una ensoñación adolescente? La esperanza
cristiana no es un ‘ramillete’ de buenos propósitos, queriendo cambiar nuestra
vida y el mundo a golpe de voluntad; tampoco es un estado psicológico de
‘ingenuidad infantil’ o de sueños de adolescente, pensando en un mundo de
ilusión.
La esperanza cristiana es una «vigilancia
activa», con sentido (el sentido lo da el evangelio) y con nombre propio, Jesús.
La esperanza es Jesús. Jesús no es un
personaje tomado de la alacena o de los grandes personajes de la historia.
Jesús es el mismo ayer, cuando caminaba por los senderos de Palestina, y hoy,
caminando con nosotros. Además, no sólo es ‘el que vino’, sino ‘el que viene’
hoy.
Yo soy el
alfa y la omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que viene, el
todopoderoso. (Ap 1,8)
Adviento de Jesús hoy. La
Iglesia, en su pedagogía, nos va marcando los tiempos de gracia, como una madre
se preocupa de que sus hijos vayan creciendo y madurando. Cada uno a su ritmo.
Está el hijo nervioso y activo que quiere llegar el primero, y el hijo
tranquilo que no tiene prisas en llegar. Está el hijo miedoso que no sabe si
será capaz y será digno, y el hijo despreocupado que no ve dificultades.
El Adviento es «tiempo de gracia»
que nos regala Dios en la Iglesia, con la Iglesia, por medio de la Iglesia.
a) El adviento es tiempo de gracia porque es «tiempo propicio». Dios tiene
un ‘tiempo oportuno’ para cada uno de nosotros. Es la gran oportunidad de ‘volver
a casa’. No como los anuncios de turrones, que se supone que luego se vuelven a
ir, sino para quedarse.
b) El adviento es tiempo de espera activa. Vemos la ceniza encima de
las brasas humeantes. Podemos esperar a que se apague el fuego; o que otro
venga a soplar; o podemos nosotros mismos quitar las cenizas de nuestras brasas
casi apagadas; podemos volver a soplar con la convicción de que es Dios mismo
quien renueva nuestra esperanza.
c) El adviento es tiempo de encuentro. «Adventus» significa «llegada».
Pero es una ‘llegada personal’. Al que ‘llega’, no se le espera sino que se le
acoge. Si Jesús llega, la actitud es la de ‘dejar que entre’.
Jesús tiene un enorme respeto por
las personas, por todos y cada uno de nosotros. Él llama a la puerta y dice con
humildad, sin avasallar, ‘¿puedo pasar?’. Si le decimos que no, no fuerza… pero
sabemos que volverá a intentarlo.
Es Adviento, Jesús llama a la
puerta… ¿esperaremos hasta el año que viene?
Os propongo
dos puntos de reflexión. El primero sobre la palabra de Dios en nuestra vida;
el segundo sobre la capacidad que tenemos para acoger lo nuevo.
1. LA PALABRA DE DIOS NO PASA
Podríamos
hacer un juego de palabras moderno diciendo que en esta sociedad todo es
caduco: los alimentos, las medicinas, los documentos, las modas, hasta las
ideologías. También los políticos y sus políticas. Todo tiene ‘fecha de
caducidad’ menos la Palabra de Dios.
Se seca la hierba,
se marchita la flor,
pero permanece para
siempre
la palabra de
nuestro Dios (Is 40,8)
1. Palabra de Dios y crisis
La palabra
de Dios se sirve de las crisis para avanzar. Es la paradoja permanente de la
Sagrada Escritura: Dios saca vida y hace el bien de donde aparentemente no se
puede sacar nada o es incluso negativo. El Antiguo Testamento nace en dos
grandes crisis: la primera, la de la esclavitud inhumana. La segunda, la de la
deportación que llevaba a la desaparición.
Esclavitud. La primera crisis, la de la
esclavitud en Egipto, dio lugar a la experiencia liberadora del Éxodo. El
pueblo de Israel descubrió que su Dios no estaba con los opresores, sino con
ellos. Hoy nosotros decimos de forma ‘escueta’, casi telegráfica, que ‘Dios
toma partido’ por los pobres. Ellos lo escribieron de forma hermosa e hicieron
una epopeya.
La palabra de
Dios no se limita a relatar noticias del pasado, como si de un telediario de
los tiempos pasados se tratara o como si fuera un canal de historia de la
humanidad. La crisis de la esclavitud, que acaba en liberación, es arquetipo
para toda la historia y toda la teología: Dios no está con cualquiera, mucho
menos con los que son antihumanos. Dios está con los humanos, con lo que
humaniza, con lo que levanta al hombre de su postración. Al revés: Dios no está
ni con los esclavizadores, ni con los faraones que se sirven de los débiles
para edificar megalómanas construcciones.
Desaparición. La segunda crisis, la de
la deportación y desaparición en Babilonia. La opción era: o desaparecer allí
en medio de una ‘plácida vida de deportados’, o rebelarse y volver a la tierra
de donde habían venido. Es verdad que no se ‘sublevaron’, pues fue Ciro quien
derrotó a los babilonios y propició de este modo su retorno, pero es verdad
también que la mayor parte de ellos no se quería mover: ‘estaban
inmovilizados’, estaban ‘drogados’. ¿Hay que dejar la buena vida para ir a
vivir a una ciudad árida? ¿no se puede servir a Dios en Babilionia? La
respuesta que da la Biblia es «no». En efecto, no se puede servir a Dios en
medio de la dejación y del abandono paralizante.
Abandono. Si hoy miramos nuestra vida
cristiana, podemos decir que estamos en crisis. Unos hablan de ‘sociedad
postcristiana’, indicando así que el cristianismo ha pasado al cuarto de los
trastos viejos, que se sacan en carnaval o para disfraces, pero que nadie se
viste con ellos. Es verdad que nos falta «frescura»; la mochila pesada de la
historia no nos la podemos quitar, pero tampoco sabemos recuperar un
cristianismo «con frescura»: la «frescura» de lo nuevo, de lo reciente, del pan
recién horneado o del buen olor de los niños pequeños. Tenemos el riesgo de
«oler a rancio», de proponer ideas «casposas» que por sí mismas se
desautorizan.
Otros optan
por el ‘abandono progresivo’ o una especie de ‘apostasía callada’. El número de
practicantes cae de forma progresiva. No podemos cerrar los ojos. Es el
abandono silente de los que se dejan seducir por los falsos profetas
anticristianos: ‘la Iglesia es inquisición, son las cruzadas… la Iglesia es
antiprogreso’. Muchos, sin ser conscientes, participan de esta nueva forma de
opinión.
Otros
hablan de ‘nuevos paradigmas’. Hay que cambiar los «modelos»; pero no sabemos
bien en qué consisten las nuevas propuestas y tampoco si estos nuevos «marcos»
o «modelos» tienen que ver con el evangelio de Jesús y de la Iglesia.
Pues bien, en
este panorama de ‘movilidades’, donde todo parece inestable y pasajero, donde
«nada es para siempre», sigue estando
como testigo vivo la Palabra de Dios. Ella fue capaz de engendrar vida en dos
momentos graves de crisis; ella engendrará vida, sin duda, en los momentos
actuales.
2. La pedagogía del desierto
La
Escritura habla mucho del desierto, pero no siempre con el mismo valor. Puede
tener distintas apreciaciones según desde donde se lea. Es tiempo y lugar de paso,
de transición, de maduración, de soledad, de abandono, de prueba, de
discernimiento, de tentación…
Siguiendo
con los dos modelos bíblicos arriba indicados, podemos pensar en el desierto
como oportunidad y como pedagogía que usa el mismo Dios.
El desierto en el Éxodo: prueba y discernimiento
Cuando
Israel sale de Egipto, el pueblo se adentra en un espacio y en un tiempo
terrible dominado por las carencias de todo. Es un tema amplio, pero sólo nos
fijamos en dos aspectos: la tentación de ‘volver a la esclavitud’ y la
tentación de la ‘idolatría’.
El
pueblo de Israel no está dispuesto a pasar por el desierto de las
carencias. Prefieren tener que comer
siendo esclavos, que ser libres y pasar necesidad. 4 La gente que se les
había unido tenía tanta hambre que los mismos israelitas, contagiados, se
pusieron a llorar, gritando: "¡Quién nos diera carne que comer! 5
Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, de
los melones, de los puerros, de las cebollas, de los ajos.
6 Ahora nos morimos de hambre y no vemos más que maná". (Num 11, 4-6)
No
estamos hablando, como bien sabemos, de una exaltación de la pobreza. Estamos
hablando de algo más importante: vender la libertad a cambio de una estabilidad
y de una seguridad que incluye tener cubiertas las necesidades mínimas. Esto
también nos paraliza hoy: callar a cambio de vivir decentemente.
El
segundo aspecto, terrible, es el de la idolatría. Dicen que «adoran», pero no
adoran a Dios, sino a una figura hecha por sus manos. Cambian al Dios de la
libertad por un becerro de oro. (Ex 32, 1-35). El Dios de la historia, el que
hace camino con nosotros, es sin duda mucho más exigente que el ‘diosecillo de
oro’ que queremos controlar. El desierto es un lugar de discernimiento ¿a quién
queremos servir? No basta con decir «somos religiosos, somos piadosos». El
pueblo de Israel quería adorar un becerro, quería se piadoso. ¿Queremos servir
a los ídolos o al Dios de la libertad y de la alianza?
El desierto en el Exilio: caminos en la estepa
El desierto que
nace de Babilonia y va camino de Jerusalén es distinto. El Segundo Isaías
anuncia ‘torrentes en la estepa’. Ahora se trata de una fiesta, pero hay que
atravesarlo, y para atravesarlo hay que ponerse a caminar.
La dificultad del Israel exiliado era,
precisamente, que no querían dejar Babilonia. La travesía quizá era lo de
menos, lo de más era la comodidad y el miedo al futuro. ¿Merecía la pena ese
viaje? ¿Y si después de dejar Babilonia no había nada que mereciese la pena?
3. La eficacia y la firmeza de la
palabra de Dios
El conjunto de Is 40-55
ofrece una mayor sensación de unidad y coherencia que el resto del libro de
Isaías. Su autor, magnífico teólogo, es también un destacado poeta que domina
los recursos de la lengua (amplias construcciones, efectos sonoros, variedad de
imágenes) y los géneros proféticos (oráculos de salvación, anuncios de
salvación, himnos, pleitos judiciales, diatribas, cantos etc.). En todo el
conjunto de su obra es posible identificar una sólida estructura bipartita
enmarcada por un prólogo y un epílogo en perfecta inclusión:
A
|
PRÓLOGO (40,1-11):
Anuncio de un nuevo
éxodo.
|
La palabra de Dios es firme. (Is 40,8)
|
B
|
PRIMERA PARTE (40,12-48,22):
Liberación de Babilonia.
Retorno a Jerusalén.
Primer poema del
Siervo
|
Las palabras de los ídolos son vanas
(Is 41,26)
La palabra de Dios se
cumple (Is 44,26) y es irrevocable (Is 45,23)
|
B’
|
SEGUNDA PARTE (49,1-55,5):
Restauración de Jerusalén.
2º, 3er y 4º Poema del Siervo
|
Palabra que sostiene al débil (Is 50,4)
Palabra que es de
Dios (Is 51,16)
|
A’
|
EPÍLOGO
(55,6-13).
Salida de Babilonia: nuevo éxodo.
|
La palabra de Dios es fecunda.(Is 55,11)
|
El Segundo
Isaías Sigue la línea del profeta del siglo VIII, del que toma el nombre, pero
a la vez aporta una teología novedosa. Uno de los rasgos de esta teología es,
precisamente, que es el primero que reflexiona sobre el valor propio de la
‘palabra de Dios’.Podríamos decir, incluso, que ‘personifica’ la palabra: ella
es débil porque se proclama y deja de existir, pero es fuerte porque se cumple.
Ella es débil porque el hombre puede fallar, pero es fiel porque Dios no falla
nunca.
El segundo Isaías marca tres
rasgos de la palabra: es fiel y se cumple siempre porque tiene como
garante al mismo Dios. Por otra parte insiste en su condición de eficacia fecunda, de fertilidad:
Hay esperanza
Las estructuras bíblicas piden
ser leídas con coherencia interna. Eso es lo que vamos a intentar siguiendo las
dos partes, con sus correspondientes prólogo y epílogo, en el que hemos
dividido el texto.
El hilo conductor es que hay
esperanza porque Dios mismo garantiza ese futuro y porque su palabra es firme y
no falla.
A) Prólogo: la palabra de Dios es firme
La palabra de Dios no es ‘flor de
un día’, ni tiene «fecha de caducidad», sino que permanece para siempre porque
es Dios mismo quien la sostiene:
Se seca la hierba,
se marchita la flor,
pero permanece para
siempre
la palabra de
nuestro Dios (Is 40,8)
Hoy estamos inmersos en
la cultura de lo efímero: «nada es para siempre». Todo es revocable. Sin
embargo, la palabra de Dios se presenta como estable, permanente, segura.
También estamos en la
cultura del «usar y tirar», del «kleenex». Las cosas duran lo que dura su uso o
su utilidad. La Palabra de Dios no se somete a esta ley, sino que fue palabra
para el pasado, lo es para hoy lo será para el futuro.
B) Primera parte: Palabra que se cumple de forma
irrevocable
La palabra
de Dios es «veraz», por contraposición a los dioses que son «falsedad». Dios le
pone un «pleito» a los dioses. El Señor reivindica con insistencia que sólo él
es Dios y que los dioses y los ídolos no son nada. En un pleito contra los
ídolos, Dios, el Creador, el Libertador, el Go’el de Israel, les echa en
cara a los ídolos que sus palabras son vanas, y que nadie les presta atención:
¿Quién
lo anunció desde el principio
Para que
pudiéramos saberlo?
¿Quién
lo predijo de antemano
Para que
se pueda decir «es verdad»?
Nadie lo
anunció, nadie dijo nada
Nadie
oyó vuestras palabras (Is 41,26)
Palabra que se cumple
Yo
realizo la palabra de mi siervo
Cumplo
el plan de mis mensajeros
(Is 44,26)
El profeta
Jeremías tiene un texto semejante: ‘Yo velo por mi palabra, para que se
cumpla (dice el Señor)’ (Jer 1,12)
En una época en que todo parece
ser ‘sí pero no’, la palabra de Dios es irrevocable; permanece para siempre.
Esto dice el Señor, el que creó los cielos, el que es Dios, el que formó la tierra y la
creó, el que la estableció y no la creó vacía,
sino que la formó para ser habitada (…) Volveos a mí y os
salvaréis, confines todos de la tierra,
porque yo soy Dios y nadie más. Por mí mismo lo juro; de mi boca sale la verdad, una palabra
irrevocable: Ante mí se doblará toda rodilla, toda lengua jurará por mí, diciendo: ¡Sólo en
el Señor está la salvación! (Is
45,18-24)
B’) Segunda parte:
Palabra que sostiene, palabra que es de Dios
En el
Tercer poema del Siervo aparece la palabra de Dios que sostiene al débil. Los
pueblos que se dirigen a Sión están formados no por ejércitos poderosos y
nobles, sino por los pobres que confían en Dios. Dios, con su palabra, le
sostiene en su marcha.
El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo
para que yo sepa sostener
con mi palabra al cansado.
Cada mañana me despierta el oído
para escuchar como un discípulo (Is 50,4)
Como en la
vocación de Jeremías, el texto bíblico nos recuerda que la palabra no es del
hombre, no brota de sus deseos, sino de Dios mismo. La fórmula se repite de
nuevo.
He
puesto mis palabras en tu boca
Te he cobijado
al amparo de mi mano (Is 51,16)
A’) Epílogo: Palabra fecunda
El Epílogo vuelve a recoger el
tema del «Segundo Éxodo». Es un grito que proclama que es posible renacer como
Pueblo de Dios, que Dios mismo es el que guía a su pueblo, y que Dios lo promete.
La Palabra de Dios no se puede tomar a broma, sino que es fecunda. Hay que
dejarse «mojar», «empapar»; hay que «calarse» de la palabra de Dios y ella no
dejará de ser fecunda.
Esto
dice el Señor:
Como
bajan la lluvia y la nieve desde el cielo,
y no
vuelven allá, sino después de empapar la tierra,
de
fecundarla y hacerla germinar,
para
que dé semilla al sembrador
y pan
al que come,
así será mi palabra que sale
de mi boca:
no
volverá a mí vacía,
sino
que hará mi voluntad
y
cumplirá mi encargo. (Isaías 55, 10‑11)
Isaías hace un elogio de la palabra
de Dios, pero somos conscientes igualmente de la fragilidad inherente a al
palabra: la palabra es «fuerte» porque es de Dios y es «débil» porque quien la
escucha y la acoge es un hombre.
PALABRA
FUERTE
|
PALABRA
DÉBIL
|
Duradera, permanece para siempre
|
El hombre está sujeto a la
caducidad
|
Se cumple. Dios no falla nunca
|
El hombre la escucha, pero puede
callar
|
Dios la pronuncia y es
irrevocable
|
El hombre la pronuncia y
desaparece
|
Es fecunda: empapa la tierra
|
La tierra debe estar mullida para
aceptarla
|
2. OS DARÉ UN CORAZÓN NUEVO (Ez 36)
1. La realidad.
Tres
posibilidades:
1)
Negar la novedad
2)
Pretender engañar
3)
Disyuntiva ¿retroceder o avanzar?
No hay nada nuevo. El libro del
Eclesiastés es terrible en su crudeza, pero es totalmente actual. Es un baño de
‘realismo’ escéptico que nos cura de nuestras ingenuidades:
9 Lo que fue, eso mismo será; y lo que se hizo, eso
mismo se hará; no hay nada nuevo bajo el sol.
10
Si hay una cosa de la que dicen: "Mira, esto es nuevo”, esa cosa existió ya en los siglos que nos
precedieron. (Ecl 1,9-10)
Hay que
decir que esta forma de pensar es tremendamente anticristiana. Si no existe la
novedad, no existe la vida nueva del Espíritu; no existe la posibilidad de
cambio ni personal ni comunitariamente. Estamos condenados al determinismo.
Hay que
decir también que este toque de ‘escepticismo’ es saludable para quienes se
arrojan en los brazos de las «últimas novedades del mercado». En el mercado del
mundo, cada temporada se cambia de moda… y la persona en su estabilidad
emocional y espiritual no puede estar cambiando de moda. ‘Nada es nuevo’ o al
menos ‘nada es tan nuevo como quieren hacernos creer’.
Lo «viejo» camuflado. La Escritura nos presenta un caso a tener en
cuenta. Un «faraón» al que se califica de «nuevo». Sería «nuevo» según la
sucesión, pero no en forma de ejercer el poder. Un «faraón», llamémoslo como lo
llamemos, siempre será un «faraón»; nunca es novedoso: ‘Surgió en Egipto un «nuevo faraón» que no había conocido a José’ (Éx 1,8). Es el engaño de querer vender como
nuevo lo «caduco», lo que ya no sirve, lo que no funciona.
¿Retroceder o avanzar? Cuando entra el
vértigo de lo novedoso, siempre está el riesgo de volver atrás. En el desierto,
Dios advierte contra la abandonarle a él y sus exigencias, con el riesgo real
de desandar el camino. El libro del Deuteronomio, después de pedirle al pueblo
a que cumpla escrupulosamente la Ley, Dios le advierte de las consecuencias de
que no lo haga:
1º)
Exterminio en su propia tierra
2º)
Dispersión
3º)
Peligros, miedos
4º) Volver
a Egipto
58 Si no pones en práctica todas las palabras de esta ley, escrita en este
libro; si no respetas este glorioso e imponente nombre del Señor, tu Dios, (…) 68
El Señor te llevará de nuevo a Egipto
por el camino del que yo te había dicho: No lo volverás a ver más. Allí os
ofreceréis a vuestros enemigos en venta como esclavos y no encontraréis
comprador. 69 Éstos son los términos de la alianza que el Señor
mandó hacer a Moisés con los israelitas en Moab, aparte de la alianza que hizo
con ellos en el Horeb.
La otra posibilidad es avanzar. Ante
el riesgo de retroceder, siempre queda la llamada a seguir. Hay que mirar hacia
delante. Pero no es un ‘andar por andar’, (que no vale la pena el andar por
andar) sino que hay que convertirse «de nuevo». (Dt 30). Para la escritura el
«volverse» a Dios y «convertirse» es lo mismo.
2 si de nuevo te vuelves hacia él y le obedeces, tú y tus hijos, con todo
tu corazón y toda tu alma, según todo lo que yo te mando hoy,
3 él cambiará tu suerte, tendrá
misericordia de ti y te reunirá de nuevo de todos los pueblos, en medio de los
cuales te había arrojado.
4 Aunque tus desterrados estuvieran
en el confín del cielo, de allí iría a buscarte
5 para llevarte de nuevo a la tierra
que poseyeron tus padres, darte posesión de ella, hacerte feliz y más numeroso
todavía que ellos.
6 El Señor, tu Dios, circuncidará tu
corazón y el de tus descendientes para que le ames con todo tu corazón y toda
tu alma, y así vivas. (…)
9 y él te hará prosperar en todas tus empresas, en el fruto de tus
entrañas, en el fruto de tus ganados y en el producto de tu tierra. El Señor se
complacerá de nuevo en tu prosperidad, como se había complacido en la de tus
padres (Dt 30)
2. Los profetas de
la novedad
a) Segundo Isaías: abrir las
puertas a la novedad
Isaías
anuncia que no estamos condenados a repetir lo mismo. Primero nos dice que
«algo nuevo está naciendo» y luego que «todo es posible» para Dios.
‘Os voy
a anunciar algo nuevo’ (Is 42,9)
No recordéis las cosas pasadas,
no penséis en lo antiguo.
Mirad, yo voy
a hacer una cosa nueva;
ya despunta,
¿no lo notáis?
Sí, en el desierto abriré un camino,
y ríos en la tierra seca.(Is
43,19)
(2) ISAÍAS Y JESÚS:
DE LAS EXPECTATIVAS A LA ESPERANZA
‘Saldrá un renuevo del tronco de Jesé’ (Is 11,1)
El primero y el segundo nos hablan de una salida a una época de crisis;
el tercero nos ayuda a ver más lejos, a no quedarnos en lo inmediato.
Los dos primeros nos hablan de
expectativas humanas... que no se llegan a cumplir. El tercero de esperanzas
que miran a un futuro distinto, posible y conforme a la voluntad de Dios.
Podemos hablar, por tanto, de un
progreso en los textos. Los dos primeros son insuficientes y el tercero no se
entiende sin los anteriores.
1. EXPECTATIVAS… (Is 7; 9)
a) El aprendizaje de Judá:
El pueblo hebreo es de dura cerviz. Una y otra vez Dios mismo tiene iniciativas salvadoras para con él, pero prefiere buscar la seguridad de las alianzas políticas a los caminos de Dios. El pueblo de Dios se ve obligado a realizar un aprendizaje doloroso (en medio de guerras), incomprensible (no entienden los signos), que les enseña a renunciar a la lógica de la fuerza y las alianzas para ponerse en manos de Dios.
Judá
corre peligro y buscan soluciones políticas: Según la historia de Israel
estamos ante lo que se conoce como «Guerra siro-efraimita». Pécaj, rey de
Israel (=Efraím) y el rey de Siria encabezan una coalición contra el emperador
asirio Tiglatpileser y buscan el apoyo de los reinos vecinos.
Sin embargo Ajaz, el rey de Judá,
que ha visto la potencia destructora asiria en Gaza, no quiere participar. Los
dos reinos cabecillas deciden atacar a Judá e instaurar una monarquía favorable
a sus planes (Is 7,6): Sirios e israelitas
atacarán por el Norte; Edom por el sur.
Isaías
anuncia de parte de Dios que la salvación no viene de las alianzas: Isaías
desaconseja las alianzas, pero el rey de Jerusalén no sólo no escucha al
profeta sino que para defenderse de sus vecinos llama en su ayuda a los
asirios. Dicho en lenguaje profético, desprecia las tranquilas aguas de Siloé
(manantial de Jerusalén), para echarse en los brazos de las aguas turbulentas
del Eufrates (río que riega Asiria):
‘El Señor me habó otra vez y
me dijo: este pueblo desprecia las aguas de Siloé, que corren mansas, y tiembla
ante Rasín y el hijo de Romelías. Pues bien, el Señor va a traer sobre ellos
las aguas del Eufrates, impetuosas y abundantes, con todo su poder’. Se saldrá
de madre, desbordará su cauce, irrumpirá en Judá, la inundará, las aguas
llegarán hasta el cuello, y se extenderán a lo ancho del país’ (Is 8,5-8)
El gran rey asirio Tiglatpileser
interviene en el año 732, destruye Damasco y toma Samaría, que aún seguirá como
reino independiente diez años más.
La promesa davídica en el horizonte. Las tradiciones teológicas del
Reino del Sur ponían su fundamento en la promesa davídica, según la cual el
profeta Natán había asegurado al rey David, de parte de Dios: ‘tu casa y tu
descendencia durarán siempre’.(2Sam 7,16). Según esta convicción, leída en
clave política, Dios no iba a faltar nunca a su linaje escogido.
Curiosamente es Dios mismo quien
le invita a que pida el rey un signo; él tiene la iniciativa porque se ha dado
cuenta de que el rey no se fía y busca apoyos militares en las potencias
opresoras. Ante la negativa del rey a ‘provocar al mismo Dios’, será éste quien
tome la decisión: ‘¿Os parece poco cansar a los hombres que me cansáis
también a mí? Yo mismo os daré una señal: la virgen está encinta. Concebirá y
dará a luz un hijo que le pondrá por
nombre Enmanuel’. (Is 7,14)
Son dos los sIgnos principales que Dios concede a su pueblo para llevar adelante su salvación: por una parte, una doncella virgen va a dar a luz. Por otra, en el niño pequeño y débil está la fuerza de Dios.
La virgen está encinta (Is 7,14). Dios nos sorprende continuamente. Nosotros estamos
habituados a dominar la situación; a tomar las riendas de los problemas y dar
unos pasos que pensamos dentro de la lógica humana. Dios, sin embargo, rompe
esta lógica y abre caminos por donde no se esperan. El primer signo, por tanto,
es provocador. Es lo mismo que decirnos: ‘no pongáis vuestras expectativas en
caminos trillados’; tened un corazón amplio y espacioso y dejad que lo
novedoso, lo inusual, lo que se sale de lo habitual os sorprenda.
Un niño nos ha nacido (Is 9,6). El segundo signo tiene que ver con los pilares donde
nos apoyamos y los medios que utilizamos. En criterios humanos, el éxito
depende de la abundancia y de la fuerza. El rey Ajaz sin duda quería por una
parte que desapareciera el peligro de forma definitiva, aunque tuvieran que
arrasar a sus pueblos hermanos; por otra un tiempo de prosperidad. ¿Cuál será
la señal de Dios?
Dios pronuncia
una palabra y ésta es un niño pequeño: ‘un niño nos ha nacido, un hijo se
nos ha dado’ (Is 9,5). El pueblo leyó este signo con perspectiva histórica:
Dios les anunciaba el nacimiento del rey Ezequías, en quien pusieron todas sus
expectativas. Con él se iba a conseguir la libertad tan deseada.
El nombre
del niño es «’Inmanu-El»: ‘Dios-con-nosotros’. Éste es el mensaje de
Dios, su presencia en medio de su pueblo. Presencia que no es garantía para
hacer lo que quieran, sino responsabilidad para que vivan en la confianza.
c) Las expectativas fracasan
Como bien se sabe, nadie aprende en cabeza ajena. El rey Ezequías, rey piadoso, cayó en la soberbia de pensar que podía vencer a los asirios. Él mismo se pone al frente de una coalición que pretende derrocar a los poderosos ocupantes. Sin embargo, lo que se presentaba como un futuro triunfo de un rey piadoso, estuvo a punto de acabar en tragedia: en el año 701, nuevo Senaquerib, rey de asiria, pone cerco a Jerusalén después de haber conquistado el resto del territorio. Todo parece perdido; pero Jerusalén logrará salvarse en el último minuto. En adelante nadie tendrá ganas de rebelarse.¿Debemos poner nuestra confianza en las instituciones davídicas? Isaías, el gran profeta, sigue creyendo en las instituciones del Reino de Judá: el Templo de Jerusalén como lugar de la presencia divina y la Monarquía Davídica, elegida por Dios miso. Pero se atreve a dar un paso atrevido, osado. Isaías desconfía de los reyes que se dejan cegar por triunfos militares y políticos, y anuncia un futuro tiempo mesiánico en el que el ungido de Dios será el verdadero rey .
2. …Y ESPERANZA (Is 11,1-9)
Dios es fiel a su promesa. Sin embargo, Dios es fiel a sus promesas. Las palabras proféticas que Natán pronunció delante de David no han perdido su vigor, sólo que Isaías las lleva a sus últimas consecuencias, y ya no se atreve a fijarse en un descendiente de David según la carne.
La dinastía de David ha sido violenta, injusta y pagana. Cuando se lee el libro del Eclesiástico, sorprende que de todos los reyes de Israel, tanto de un reino como de otro, sólo se salvan tres: David, Ezequías y Josías. Al resto se les trata con suma dureza. Unos fueron idólatras (el mismo Salomón, por influencia de sus mujeres extranjeras), otros sanguinarios, otros persiguieron a los profetas... ¿Cómo pretender que un rey pueda encarnar el Reino de justicia y de paz que Dios quiere?
La era
‘mesiánica’. Isaías es el profeta del futuro, pero sabe que no puede volver
a repetir fórmulas viejas o caminos trillados. Apuesta por un futuro distinto y
esperanzador. En la futura era mesiánica el rey Mesías gozará de la plenitud
del Espíritu( v.2); tendrá la justicia como ceñidor (3b-5); inaugurará un
tiempo de reconciliación universal (6-8); la violencia y las opresiones cesarán
porque toda la tierra estará llena del conocimiento del Señor (9).
3. JESÚS, ANUNCIO Y CUMPLIMIENTO DEL REINO
¿Qué nos importa a nosotros estos
textos? Esta es la gran tentación de muchos cristianos Sin embargo no podemos
olvidar que los cristianos leemos el Antiguo Testamento a la luz del
acontecimiento Jesucristo; el Antiguo Testamento no sólo es base o humus
cultural para comprenderlo, ni sólo preparación espiritual para lo que vendrá
en un futuro, sino que es anuncio de la intervención de Dios.
Jesús supone continuidad y ruptura
con el Antiguo Testamento: continuidad porque recoge las tradiciones acerca del
Reino de Dios; ruptura porque las lleva a sus últimas consecuencias. En
definitiva, los cristianos vemos en Jesucristo el cumplimiento de las promesas
hechas por Isaías.
Jesús también echó por tierra muchas
expectativas que se habían hecho sobre su persona e inauguró un nuevo tiempo
mesiánico.
Jesús recoge la gran tradición de los profetas y la anuncia con una fuerza inusual: el reinado de Dios no se alcanza ni por el cumplimiento estricto de la Ley de Moisés (fariseos) que excluye a todos los ignorantes y a los empecatados, ni por las coaliciones políticas que buscan el poder (saduceos).
Jesús, en Belén, hace realidad el anuncio de Isaías. En el niño pequeño e indefenso, se hace carne el anuncio mesiánico:
«Consejero prudente, Dios fuerte,
Padre eterno, Príncipe de la paz»’ (Is 9,5).
Jesús es
buena noticia para los débiles que no tienen quien les defienda. En los textos
proféticos salen con cierta frecuencia los jueces injustos que prevarican. Uno
de los rasgos mesiánicos es precisamente su cualidad de juez recto y justo:
‘No
juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas.
Juzgará
con rectitud a los débiles,
Sentenciará a los sencillos
con rectitud’ (Is 11,3-4)
b) Bajo el signo de la reconciliaciónc) Jesús, rostro del Padre
Choca de
manera especial en el oráculo de Isaías 11 la insistencia en las imágenes de
armonía, paz y reconciliación universal:
‘Habitarán el lobo con el
cordero
la
pantera con el cabrito
el
ternero y el león pacerá juntos ...’ (Is 11,6ss)
Nuestro
anuncio es de Jesús, el Cristo de Dios. En él reconocemos al Ungido, al
enviado, al Mesías. Es el Rostro humano que nos revela quién y cómo es el Dios
en quien creemos.
Isaías es
el gran profeta del Mesías, y Jesús es el Mesías anunciado por Isaías. Uno y
otro hacen dar el salto de las falsas expectativas que no conducen a nada, a la
novedad rompedora y sanadora que trae una verdadera esperanza. Isaías tuvo que
desenmascarar las falsas expectativas que veían la salvación en los ejércitos
asirios primero y en una dinastía caduca después, para anunciar la novedad de
Dios que entraba en la historia por lo pequeño, lo sorprendente, lo débil.
Jesús rompe las expectativas que muchos habían puesto en él como Mesías
legislador o político, para iniciar un camino de reconciliación y de justicia que
revela el mismo ser de Dios.
(3) LA ESPERANZA
TIENE NOMBRE PROPIO: JESÚS
17 de Diciembre de 2011
Dime
cómo vives… Los cristianos cuando volvemos nuestra mirada hacia Dios en el
tiempo de Adviento, repasamos nuestra vida desde la perspectiva de la esperanza
y de la alegría: ¿tenemos esperanza?; ¿qué esperamos o a quién esperamos? ¿Acaso
no confundimos esperanzas con expectativas?¿Vivimos con alegría nuestra fe?
‘Dime cómo vives y te diré en qué Dios crees’.
Si vivimos en una rutina paralizante, si vivimos en una languidez pesante, si
estamos sometidos al ‘laissez faire, laissez passer’, de una sociedad que nos
pide no comprometernos, estamos poniendo a prueba nuestra fe en Dios. En
Adviento es necesario recordar, al menos, dos cosas fundamentales: que el
cristiano mira al futuro porque sabe que la historia le pertenece a Dios; que
la esperanza tiene nombre propio, y ese nombre es Jesús.
La
historia le pertenece a Dios. Lo propio del cristiano no es la fe ‘opiacea’
que ya denunció en su día Marx; ni ponernos en manos de una voluntad de poder
que de entrada echa de la historia a todos los débiles, como profetizó
Nietzsche; tampoco es un vagar en el sinsentido, de los filósofos
existencialistas; ni tampoco recuperar el ‘carpe diem’ de los romanos, en una
relectura postmoderna que dice: ‘saca todo el partido al momento presente
porque no sabemos si existe el futuro; lo quiero todo, y lo quiero ya. Sin
embargo el cristianismo no se «pliega» al «carpe diem».
El cristianismo mantiene siempre ese punto de «contraculturalidad». La cultura
actual ha abandonado los ‘grandes discursos’ para refugiarse en ‘las pequeñas
historias’; nosotros seguimos hablando de un Dios que tiene un proyecto de amor
para toda la humanidad. Un Dios que no es del pasado, sino del presente y del
futuro. Dios es el Señor de la historia, y esta fe tiene consecuencias en la
vida diaria del creyente. No estamos abandonados a nuestra suerte, náufragos en
un mundo desnortado.
El cristianismo cree que otro mundo
es posible; no se contenta con lo mucho o poco que le da la vida, en un
abandono total de cualquier tipo de compromiso, o de transformación. El
cristianismo cree en las posibilidades del hombre porque es Dios mismo quien
nos lo garantiza.
El cristianismo no cede ante la
dejación de responsabilidades. El evangelio nos dice: ‘estad vigilantes’,
‘despertaos del sueño’. La crisis que estamos viviendo es una oportunidad para
que volvamos a revisar tanto nuestra forma de vida, como la calidad de nuestro
compromiso, como en quién ponemos la fe que salva.
La esperanza cristiana tiene un
nombre: Jesús. La esperanza
cristiana no es un «ramillete» de buenos propósitos, queriendo cambiar nuestra
vida y el mundo a golpe de voluntad; tampoco es un estado psicológico de
«ingenuidad infantil» o de sueños de adolescente, pensando en un mundo de
ilusión. La esperanza cristiana es una «vigilancia activa», con sentido (el
sentido lo da el evangelio) y con nombre propio, Jesús.
Jesús no es un nombre tomado de la
alacena o de los grandes personajes de la historia. Jesús es el mismo ayer,
cuando caminaba por los senderos de Palestina, y hoy, caminando con nosotros.
Además, no sólo es ‘el que vino’, sino ‘el que viene’ hoy: ‘Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios, el
que es, el que era y el que viene, el todopoderoso’ (Ap 1,8).
1. LA PALABRA DE DIOS NO PASA
Podríamos
hacer un juego de palabras: hoy miramos la caducidad de casi todo: los
alimentos, las medicinas, los documentos, las modas, hasta las ideologías.
También los políticos y sus políticas. Todo tiene ‘fecha de caducidad’ menos la
Palabra de Dios: Se seca la hierba, se
marchita la flor, pero permanece para
siempre la palabra de nuestro Dios (Is 40,8)
Palabra de Dios y «crisis». La palabra de Dios se sirve de las
crisis para avanzar. Es la paradoja permanente de la Sagrada Escritura: Dios
saca vida y hace el bien de donde aparentemente no se puede sacar nada o es
incluso negativo. El Antiguo Testamento nace en dos grandes crisis: la primera,
la de la esclavitud inhumana. La segunda, la de la deportación que llevaba a la
desaparición.
La
primera crisis, la de la esclavitud en Egipto, dio lugar a la experiencia
liberadora del Éxodo. El pueblo de Israel descubrió que su Dios no estaba con
los opresores, sino con los oprimidos. Ellos lo escribieron de forma hermosa e
hicieron una epopeya. Esta «crisis de esclavitud», que acaba en liberación, es
arquetipo para toda la historia y toda la teología: Dios no está ni con los
esclavizadores, ni con los faraones que se sirven de los débiles para edificar
megalómanas construcciones.
La
segunda crisis, la de la deportación en Babilonia. La opción era: o
desaparecer allí en medio de una ‘plácida vida de deportados’, o volver a la
tierra. Es verdad que no se ‘sublevaron’, pues fue Ciro quien derrotó a los
babilonios y propició de este modo su retorno, pero es verdad también que la
mayor parte de ellos no se quería mover: ‘estaban inmovilizados’, estaban
‘drogados’. ¿Hay que dejar la buena vida para ir a vivir a una ciudad árida?
¿no se puede servir a Dios en Babilionia?.
También hoy
podemos calificar nuestra vida cristiana diciendo que está «en crisis». Unos
hablan de ‘sociedad postcristiana’, indicando así que el cristianismo ha pasado
al cuarto de los trastos viejos, que se sacan en carnaval o para disfraces,
pero que nadie se viste con ellos. Es verdad que nos falta «frescura»; la
mochila pesada de la historia no nos la podemos quitar, pero tampoco sabemos
recuperar un cristianismo «con frescura»: la «frescura» de lo nuevo, de lo
reciente, del pan recién horneado o del buen olor de los niños pequeños.
Tenemos el riesgo de «oler a rancio», de proponer ideas «casposas» que por sí
mismas se desautorizan.
Otros optan
por el ‘abandono progresivo’ o una especie de ‘apostasía callada’. El número de
practicantes cae de forma progresiva. No podemos cerrar los ojos. Es el
abandono silente de los que se dejan seducir por los falsos profetas
anticristianos: ‘la Iglesia es inquisición, son las cruzadas… la Iglesia es
antiprogreso’. Muchos, sin ser conscientes, participan de esta nueva forma de
opinión.
Otros
hablan de ‘nuevos paradigmas’. Hay que cambiar los «modelos»; pero no sabemos
bien en qué consisten las nuevas propuestas y tampoco si estos nuevos «marcos»
o «modelos» tienen que ver con el evangelio de Jesús y de la Iglesia.
En este
panorama de ‘movilidades’, donde todo parece inestable y pasajero, sigue
estando como testigo vivo la Palabra de Dios. Ella fue capaz de engendrar vida
en dos momentos graves de crisis; ella engendrará vida, sin duda, en los momentos
actuales.
La pedagogía de Dios: el desierto. El desierto en la Escritura es
tiempo y lugar de paso, de transición, de maduración, de soledad, de abandono,
de prueba, de discernimiento, de tentación…
La travesía del desierto cuando Israel
sale de Egipto es una experiencia religiosa diversa: da lugar a la prueba
(hambre y sed), a la maduración (cuarenta años), a la murmuración (dudas sobre
la bondad de Dios), a la idolatría (becerro de oro) etc.. Es un tema amplio,
pero sólo nos fijamos en dos aspectos: la tentación de «volver a la esclavitud»
y la tentación de la «idolatría».
El pueblo
de Israel no está dispuesto a las renuncias. Prefieren tener que comer siendo esclavos, que
ser libres y pasar necesidad. ‘La gente
que se les había unido tenía tanta hambre que los mismos israelitas,
contagiados, se pusieron a llorar, gritando: "¡Quién nos diera carne que
comer! Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los
pepinos, de los melones, de los puerros, de las cebollas, de los ajos.
Ahora nos morimos de hambre y no vemos más que maná". (Num 11, 4-6). No
estamos hablando, como bien sabemos, de una exaltación de la pobreza. Estamos
hablando de algo más importante: vender la libertad a cambio de una estabilidad
y de una seguridad que incluye tener cubiertas las necesidades mínimas. Esto
también nos paraliza hoy: callar a cambio de vivir decentemente.
El segundo
aspecto, terrible, es el de la idolatría. Dicen que «adoran», pero no adoran a
Dios, sino a una figura hecha por sus manos. Cambian al Dios de la libertad por
un becerro de oro. (Ex 32, 1-35). El Dios de la historia, el que hace camino
con nosotros, es sin duda mucho más exigente que el ‘diosecillo de oro’ que
queremos controlar. El desierto es un lugar de discernimiento ¿a quién queremos
servir? No basta con decir «somos religiosos, somos piadosos». El pueblo de
Israel quería adorar un becerro, quería se piadoso. ¿Queremos servir a los
ídolos o al Dios de la libertad y de la alianza?
La travesía del desierto de
Babilonia a Judá es totalmente distinta. Ahora se trata de una fiesta (se
abrirán torrentes en la estepa), pero la dificultad del Israel exiliado era,
precisamente, que no querían dejar Babilonia. La travesía quizá era lo de
menos, lo de más era la comodidad y el miedo al futuro. ¿Merecía la pena ese
viaje? ¿Y si después de dejar Babilonia no había nada que mereciese la pena?
La Palabra de Dios es firme y eficaz. El conjunto de Is 40-55
ofrece una mayor sensación de unidad y coherencia que el resto del libro de
Isaías. Es posible identificar una sólida estructura bipartita enmarcada por un
prólogo y un epílogo en perfecta inclusión:
A
|
PRÓLOGO (40,1-11):
Anuncio de un nuevo éxodo.
|
La palabra de Dios es firme. (Is 40,8)
|
B
|
PRIMERA PARTE (40,12-48,22):
Liberación de Babilonia.
Retorno a Jerusalén.
Primer poema del Siervo
|
Las palabras de los ídolos son vanas
(Is 41,26)
La palabra de Dios se cumple (Is 44,26) y es
irrevocable (Is 45,23)
|
B’
|
SEGUNDA PARTE (49,1-55,5):
Restauración de Jerusalén.
2º, 3er y 4º
Poema del Siervo
|
Palabra que sostiene al débil (Is 50,4)
Palabra que es de Dios (Is 51,16)
|
A’
|
EPÍLOGO (55,6-13).
Salida
de Babilonia: nuevo éxodo.
|
La
palabra de Dios es fecunda.(Is 55,11)
|
A) Prólogo: la palabra de Dios es firme. La palabra de Dios no es ‘flor de un
día’, ni tiene «fecha de caducidad»: Se
seca la hierba, se marchita la flor, pero permanece para siempre la palabra de
nuestro Dios (Is 40,8). Hoy estamos inmersos en la cultura de lo efímero: «nada es para siempre».
Todo es revocable. Sin embargo, la palabra de Dios se presenta como estable,
permanente, segura. También estamos en la cultura del «usar y tirar», del
«kleenex». La Palabra de Dios no se somete a esta ley, sino que fue palabra
para el pasado, lo es para hoy lo será para el futuro.
B) Primera parte: Palabra que se cumple de
forma irrevocable. En un «pleito»
contra los ídolos, Dios, el Creador, el
Libertador, el Go’el de Israel, les
echa en cara a los ídolos que sus palabras son vanas, y que nadie les presta
atención: ¿Quién lo anunció desde el
principio. Para que pudiéramos saberlo?¿Quién lo predijo de antemano para que
se pueda decir «es verdad»?Nadie lo anunció, nadie dijo nada, nadie oyó
vuestras palabras (Is 41,26).
En una época en que todo parece
ser ‘sí pero no’, la palabra de Dios es irrevocable; permanece para siempre: ‘Esto dice el Señor, el que creó los cielos, el que es Dios, el que formó la tierra y la
creó, el que la estableció y no la creó vacía,
sino que la formó para ser habitada (…) Volveos a mí y os
salvaréis, confines todos de la tierra,
porque yo soy Dios y nadie más. Por mí mismo lo juro; de mi boca sale la verdad, una palabra
irrevocable: Ante mí se doblará toda rodilla, toda lengua jurará por mí, diciendo: ¡Sólo en
el Señor está la salvación! (Is 45,18-24)
El profeta
Jeremías tiene un texto semejante: ‘Yo
velo por mi palabra, para que se cumpla (dice el Señor)’ (Jer 1,12).
B’) Segunda parte: Palabra que
sostiene, palabra que es de Dios. En el Tercer poema del Siervo aparece la
palabra de Dios que sostiene al débil. Los pueblos que se dirigen a Sión están
formados no por ejércitos poderosos y nobles, sino por los pobres que confían
en Dios. Dios, con su palabra, le sostiene en su marcha.
‘El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo
para que yo sepa sostener con mi palabra al cansado.
Cada mañana me despierta el oído para escuchar como
un discípulo’ (Is 50,4)
A’) Epílogo: Palabra fecunda. El Epílogo retoma el tema del
«Segundo Éxodo». ¿podemos creer en las promesas de Dios? Hay que dejarse
«mojar», «empapar»; hay que «calarse» de la palabra de Dios y ella no dejará de
ser fecunda.
Esto dice el Señor: Como bajan la lluvia y
la nieve desde el cielo,
y no vuelven allá, sino después de empapar
la tierra,
de fecundarla y hacerla germinar,
para que dé semilla al sembrador y pan al
que come,
así
será mi palabra que sale de mi
boca:
no volverá a mí vacía sino que hará mi
voluntad
y cumplirá mi encargo. (Isaías 55, 10‑11)
Isaías hace un elogio de la
palabra de Dios, pero somos conscientes igualmente de la fragilidad inherente a
al palabra: la palabra es «fuerte» porque es de Dios y es «débil» porque quien
la escucha y la acoge es un hombre.
PALABRA FUERTE
|
PALABRA DÉBIL
|
Duradera, permanece para siempre
|
El hombre está sujeto a la caducidad
|
Se cumple. Dios no falla nunca
|
El hombre la escucha, pero puede callar
|
Dios la pronuncia y es irrevocable
|
El hombre la pronuncia y desaparece
|
Es fecunda: empapa la tierra
|
La tierra debe estar mullida para aceptarla
|
2. ME ENCANTA MI HEREDAD (Salmo 16)
1b
|
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
|
INVOCACIÓN:
|
Yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores
de la tierra no me satisfacen.
Multiplican las estatuas
de dioses extraños.
No derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.
El Señor es el lote de mi heredad y mi
copa;
mi suerte está en tu mano.
Me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.
|
A) PROFESIÓN DE FE
- Dios lo es todo
- Incapacidad de los ídolos/dioses en dar felicidad
- Insumisión a la idolatría
- Es una suerte creer en Dios y servirle a Él
|
|
7
|
Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.
|
Bendición de Dios
|
9
10
11
|
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de
la vida,
me saciarás de gozo en tu
presencia,
de alegría perpetua a
tu derecha
|
B) Confianza
-Total (corazón/entrañas)
- Dios no abandona
- Dios salva
- Dios sacia de felicidad
|
Comentario
Invocación. El orante, en
cuanto persona débil que sabe que necesita a Dios, suplica: «Protégeme, Dios
mío», porque sabe que no le va a fallar: «me refugio en ti». La confianza se
repite en otras partes del salmo: «Yo digo al Señor, tú eres mi bien» (v. 2).
Dios es como el buen amigo que aconseja y a quien se consulta (v. 7). El
creyente sabe que Dios no le va a fallar (v. 8). Confianza que alcanza incluso
al riesgo real de la misma muerte (v. 10), con el convencimiento de que Dios le
mostrará el camino de la vida proporcionándole una alegría perpetua (v.11).
A) Confesión de fe. Comienza la primera parte con un solemne ‘yo
digo’, que equivale a decir ‘yo creo’ o ‘yo confieso’. El objeto de esta
confesión es Dios mismo, verdadera y única roca en la que fundamentarse. Por
contraste el salmista opone los ídolos a Dios. La historia de Israel está
atravesada de episodios en los que los mismos reyes aceptan el sincretismo
religioso según sus conveniencias (Salomón permite que sus mujeres introduzcan
otros cultos), o rebajan las exigencias del Dios de la libertad y de la
justicia (Elías se tiene que enfrentar con Jezabel y los profetas de Baal).
(v.3) ‘Los
dioses y señores de la tierra no me satisfacen’. Los ídolos, los diosecillos,
cambian de nombre; pero la idolatría acompaña el caminar de la humanidad. La
actualidad de esta acusación es indudable. No sólo se trata de falsos dioses,
sino también de humanos que se enseñorean y pretenden ser dueños de las vidas
ajenas. El humano, cuando pervierte su vocación de «ser hermano», se convierte
en «tirano». El creyente se niega a aceptar otro señorío que no provenga del
mismo Dios de Israel, el que creó al hombre libre y el que dio la libertad a su
pueblo.
(v.5) ‘El Señor es el lote de mi
heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano’. El orante proclama que sólo
pertenece al Señor, usando un lenguaje levítico. A Leví no le toca ninguna
tierra: ‘El Señor dijo a Aarón: Tú no
recibirás herencia en su tierra ni tendrás una parte entre ellos. Yo mismo seré
tu herencia y tu parte en medio de los hijos de Israel’ (Nm 18,20; cf Jos
13,14). Cuando se dividió la tierra se echaba a suertes usando unos dados
metidos en una copa (Jos 13-21). A quien le tocaba un terreno sin piedras, y
más aún si le tocaba una fuente, podía decir que le ‘gustaba su herencia’. El
orante se identifica con el levita; ninguno de los dos tienen necesidad de
copa, porque no desea un trozo de tierra, ya que ambos han recibido en suerte
una realidad mayor, el Señor mismo, preferido a todo lo demás. De esta forma el
orante puede decir como otro salmista: ‘Gustad
y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él’ (Sal 34,9).
(v.7) Dios instruye al creyente.
La respuesta del orante a esta presencia de Dios en su vida es la bendición
porque él es refugio seguro: no cabe el temor.
B) Expresión de confianza.En esta segunda parte aparece la idea de
un Dios que guía y acompaña en el camino de la vida: ‘me enseñarás el sendero de la vida’ (v. 11), se coloca ‘a la derecha’ para proteger (vv. 8 y
11). Dios va por delante mostrándole el camino, pero a la vez está a su derecha
como consejero que no falla y soporte en los momentos más difíciles. El Dios
que sacó a Israel de Egipto y que le acompañó hacia la tierra prometida, es el
mismo Dios que hizo el camino con los padres. Yahveh se revela con frecuencia
en la Biblia no como el Dios que espera a que vayan a él, sino como el que se
pone a caminar con su pueblo. Dios no ‘deja en la estacada’, o embarca a otros
como el ‘capitán araña’, o ‘promete pero no da’. Es un Dios del que te puedes
fiar.
De forma inseparable a la
confianza, va unida la «alegría», repitiendo en dos versos las mismas palabras:
‘gozo y alegría’. (vv 9 y 11)
Reflexión:
¿Dónde cimentamos nuestra confianza? Podemos decir con el salmista
que los señores de la tierra hacen sus propuestas, sin duda seductoras,
ofreciendo un gran abanico de satisfacciones a la carta. Los ídolos necesitan
su cuota de adoración, de sometimiento. Nosotros,
como el orante del salmo, decimos con determinación que los ídolos y señores de
esta tierra no nos satisfacen. Si podemos rechazar lo que no vale, lo que no
sacia, lo que es sólo vaciedad y humo (los ídolos) es porque estamos asentados
en el Señor Jesucristo. De lo contrario, cederemos ante la presión y la
seducción de los señores de esta tierra. El salmista no se queda en un rechazo
de lo que no es Dios, de lo que deshumaniza, sino que con un corazón indiviso
proclama que la suerte del creyente está en Dios; que Dios mismo es la heredad
que ha recibido; que le encanta su
heredad.
La única y verdadera heredad para
los consagrados no puede ser sino Dios mismo. Cuando lo consideremos como
«único bien», podremos decir que hemos puesto en él nuestra confianza.
Confianza supone fiarse en quien te lleva de la mano; confianza supone creer en
sus palabras. Confianza supone que, a pesar de todas las evidencias y
dificultades, Dios va haciendo su obra de salvación. En el salmo van unidas
confianza con alegría; ¿cómo estamos de confianza en el futuro y de la
consiguiente alegría?
Confianza en aquel que nos ha amado. Los cristianos ponemos nombre
a esta ‘heredad’, a esta ‘roca firme’. La respuesta que nos da la Sagrada
Escritura no es otra sino la persona de Cristo, nos dirá san Pablo:
‘¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la
angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la
espada? Pero en todo esto vencemos fácilmente por Aquél que nos ha amado. Pues
estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni
presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura
alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor
nuestro’ (Rom 8,35.37-39)
San Pablo entronca este texto
retórico en el mensaje de la salvación. Unos versos antes ha planteado las
preguntas centrales preparando al lector: ‘Si Dios está con nosotros, ¿quién
estará contra nosotros?’. En efecto, si es así, los miedos a lo desconocido se
disipa. Es más, dice san Pablo, Si Cristo ha muerto intercediendo por nosotros
¿quién condenará? En efecto, no tienen sentido las amenazas a desaparecer, a
ser destruidos o a pagar un precio por un rescate.
La vida del cristiano es
respuesta a la acción salvadora de Dios que se revela en la entrega del Hijo.
Por eso ¿de dónde las dudas? ¿de dónde los miedos? Libre porque sólo tiene que
dar cuentas de sus actos a Dios. Liberado porque los miedos a poderes maléficos
son esclavitudes que desaparecen cuando de reconoce a Cristo como Señor. Una fe
infantil o enferma es una fe llena de complejos y miedos; una fe madura es una
fe libre: ¿Dónde pongo los fundamentos de mi confianza?; ¿De dónde nacen los
motivos de mi alegría?; ¿Puedo decir con
el salmista que Dios es mi heredad?; ¿Considero a Cristo como ‘único bien’?
3. SALDRÁ UN RENUEVO DEL TRONCO DE JESÉ
Una mirada a nuestro mundo. La realidad está sometida a tres
posibilidades: Negar la novedad; «camuflar lo antiguo y superado»; la disyuntiva
¿retroceder o avanzar?
«No hay
nada nuevo». El libro del Eclesiastés es terrible en su crudeza, pero es
totalmente actual. Es un baño de ‘realismo’ escéptico que nos cura de nuestras
ingenuidades: ‘Lo que fue, eso mismo será; y lo que se hizo, eso mismo se hará; no hay nada
nuevo bajo el sol. Si hay una cosa de la que dicen: "Mira, esto es
nuevo”, esa cosa existió ya en los
siglos que nos precedieron. (Ecl
1,9-10)
Hay que
decir que esta forma de pensar es tremendamente anticristiana. Si no existe la
novedad, no existe la vida nueva del Espíritu; no existe la posibilidad de
cambio ni personal ni comunitariamente. Estamos condenados al determinismo.
Hay que
decir también que este toque de ‘escepticismo’ es saludable para quienes se
arrojan en los brazos de las «últimas novedades del mercado». En el mercado del
mundo, cada temporada se cambia de moda… y la persona en su estabilidad
emocional y espiritual no puede estar cambiando de moda. ‘Nada es nuevo’ o al
menos ‘nada es tan nuevo como quieren hacernos creer’.
«Camuflar lo
antiguo y superado»La Escritura nos presenta un caso a tener en cuenta. Un
«faraón» al que se califica de «nuevo». Sería «nuevo» según la sucesión, pero
no en forma de ejercer el poder. Un «faraón», llamémoslo como lo llamemos,
siempre será un «faraón»; nunca es novedoso:
‘Surgió en Egipto un «nuevo faraón»
que no había conocido a José’ (Éx
1,8). Es el engaño de querer vender como nuevo lo «caduco», lo que ya no sirve,
lo que no funciona.
«¿Retroceder o avanzar?» Cuando entra el
vértigo de lo novedoso, siempre está el riesgo de volver atrás. En el desierto,
Dios advierte contra la abandonarle a él y sus exigencias, con el riesgo real
de desandar el camino. El libro del Deuteronomio, después de pedirle al pueblo
a que cumpla escrupulosamente la Ley, Dios le advierte de las consecuencias de
que no lo haga:
1º) Exterminio en su propia
tierra
2º) Dispersión
3º) Peligros, miedos
4º) Volver a Egipto
58 Si no pones en práctica todas
las palabras de esta ley, escrita en este libro; si no respetas este glorioso e
imponente nombre del Señor, tu Dios, (…) 68 El Señor te llevará de nuevo a Egipto por el camino del que yo te
había dicho: No lo volverás a ver más. Allí os ofreceréis a vuestros enemigos
en venta como esclavos y no encontraréis comprador. 69 Éstos son los
términos de la alianza que el Señor mandó hacer a Moisés con los israelitas en
Moab, aparte de la alianza que hizo con ellos en el Horeb.
La otra posibilidad es
avanzar. Ante el riesgo de retroceder, siempre queda la llamada a seguir. Hay
que mirar hacia delante. Pero no es un ‘andar por andar’, (que no vale la pena
el andar por andar) sino que hay que convertirse «de nuevo». (Dt 30). Para la
escritura el «volverse» a Dios y «convertirse» es lo mismo:
‘Si de nuevo
te vuelves hacia él y le obedeces, tú y tus hijos, con todo tu corazón y toda
tu alma, según todo lo que yo te mando hoy, él cambiará tu suerte, tendrá
misericordia de ti y te reunirá de nuevo de todos los pueblos, en medio de los
cuales te había arrojado. Aunque tus desterrados estuvieran en el confín del
cielo, de allí iría a buscarte para llevarte de nuevo a la tierra que poseyeron
tus padres, darte posesión de ella, hacerte feliz y más numeroso todavía que
ellos. El Señor, tu Dios, circuncidará tu corazón y el de tus descendientes para
que le ames con todo tu corazón y toda tu alma, y así vivas. (…) y él te hará
prosperar en todas tus empresas, en el fruto de tus entrañas, en el fruto de
tus ganados y en el producto de tu tierra. El Señor se complacerá de nuevo en
tu prosperidad, como se había complacido en la de tus padres (Dt 30)
Los
profetas de la novedad. El segundo Isaías, desde la experiencia del
destierro, abre las puertas a la novedad. Isaías anuncia que no estamos
condenados a repetir lo mismo. Primero nos dice que «algo nuevo está naciendo»
y luego que «todo es posible» para Dios:
‘Os voy a anunciar algo nuevo’ (Is 42,9)
No recordéis las cosas pasadas,
no penséis en lo antiguo.
Mirad, yo voy a hacer una cosa nueva;
ya despunta, ¿no lo notáis?
Sí, en el desierto abriré un camino,
y ríos en la tierra seca.(Is 43,19)
‘Saldrá un renuevo del tronco de Jesé’ (Is 11,1). El profeta del Adviento por excelencia es Isaías. Él, sin duda,
es el que más nos invita a levantar la mirada y ponerla en un futuro de
salvación que viene de Dios. Son tres los textos mesiánicos por los cuales el
profeta del Reino del Sur, fiel a la tradición davídica, nos ayuda a mirar con
esperanza al futuro. El primero y el segundo nos hablan de una salida a una
época de crisis; el tercero nos ayuda a ver más lejos, a no quedarnos en lo
inmediato.
Los dos
primeros nos hablan de expectativas humanas... que no se llegan a cumplir. El
tercero de esperanzas que miran a un futuro distinto, posible y conforme a la
voluntad de Dios. Podemos hablar, por tanto, de un progreso en los textos. Los
dos primeros son insuficientes y el tercero no se entiende sin los anteriores.
El
aprendizaje de Judá (Is 7;9). El pueblo hebreo es de dura cerviz. Una y
otra vez Dios mismo tiene iniciativas salvadoras para con él, pero prefiere
buscar la seguridad de las alianzas políticas a los caminos de Dios. El pueblo
de Dios se ve obligado a realizar un aprendizaje doloroso (en medio de
guerras), incomprensible (no entienden los signos), que les enseña a renunciar
a la lógica de la fuerza y las alianzas para ponerse en manos de Dios.
Según la
historia de Israel estamos ante lo que se conoce como «Guerra siro-efraimita».
Pécaj, rey de Israel (=Efraím) y el rey de Siria encabezan una coalición contra
el emperador asirio Tiglatpileser y buscan el apoyo de los reinos vecinos. Sin embargo Ajaz, el rey de Judá, que ha visto
la potencia destructora asiria en Gaza, no quiere participar. Los dos reinos
cabecillas deciden atacar a Judá e instaurar una monarquía favorable a sus
planes (Is 7,6): Sirios e israelitas
atacarán por el Norte; Edom por el sur.
Isaías
desaconseja las alianzas, pero el rey de Jerusalén no sólo no escucha al
profeta sino que para defenderse de sus vecinos llama en su ayuda a los
asirios. Dicho en lenguaje profético, desprecia las tranquilas aguas de Siloé
(manantial de Jerusalén), para echarse en los brazos de las aguas turbulentas
del Eufrates (río que riega Asiria): ‘El Señor me habó otra vez y me dijo:
este pueblo desprecia las aguas de Siloé, que corren mansas, y tiembla ante
Rasín y el hijo de Romelías. Pues bien, el Señor va a traer sobre ellos las
aguas del Eufrates, impetuosas y abundantes, con todo su poder’. Se saldrá de
madre, desbordará su cauce, irrumpirá en Judá, la inundará, las aguas llegarán
hasta el cuello, y se extenderán a lo ancho del país’ (Is 8,5-8)
El gran rey asirio Tiglatpileser
interviene en el año 732, destruye Damasco y toma Samaría, que aún seguirá como
reino independiente diez años más.
La promesa davídica en el horizonte. Las tradiciones teológicas del
Reino del Sur ponían su fundamento en la promesa davídica, según la cual el
profeta Natán había asegurado al rey David, de parte de Dios: ‘tu casa y tu
descendencia durarán siempre’.(2Sam 7,16). Según esta convicción, leída en
clave política, Dios no iba a faltar nunca a su linaje escogido.
Curiosamente es Dios mismo quien
le invita a que pida el rey un signo; él tiene la iniciativa porque se ha dado
cuenta de que el rey no se fía y busca apoyos militares en las potencias
opresoras. Ante la negativa del rey a ‘provocar al mismo Dios’, será éste quien
tome la decisión:
‘¿Os parece poco cansar a los
hombres que me cansáis también a mí? Yo mismo os daré una señal: la virgen está
encinta. Concebirá y dará a luz un hijo que le pondrá por nombre Enmanuel’. (Is 7,14)
Los signos de Dios: confiar en lo inesperado y en lo débil. Son dos
los signos principales que Dios concede a su pueblo para llevar adelante su
salvación: por una parte, una doncella virgen va a dar a luz. Por otra, en el
niño pequeño y débil está la fuerza de Dios.
La virgen está encinta (Is 7,14).
Dios nos sorprende continuamente.
Nosotros estamos habituados a dominar la situación; a tomar las riendas de los
problemas y dar unos pasos que pensamos dentro de la lógica humana. Dios, sin
embargo, rompe esta lógica y abre caminos por donde no se esperan. El primer
signo, por tanto, es provocador. Es lo mismo que decirnos: ‘no pongáis vuestras
expectativas en caminos trillados’; tened un corazón amplio y espacioso y dejad
que lo novedoso, lo inusual, lo que se sale de lo habitual os sorprenda.
El nombre
del niño es «’Inmanu-El»: ‘Dios-con-nosotros’. Éste es el mensaje de
Dios, su presencia en medio de su pueblo. Presencia que no es garantía para
hacer lo que quieran, sino responsabilidad para que vivan en la confianza.
Las expectativas fracasan. Judá se libra por esta vez. La historia
de esta época está llena de sometimientos humillantes a las distintas potencias
extranjeras; de consiguientes alianzas de reinos pequeños y orgullosas
sublevaciones que normalmente acaban mal. Egipto, antiguo Imperio, en esos
momentos sin fuerza real, incita a pequeños países como Judá y pequeñas
ciudades filisteas de la costa a "sacudirse el yugo asirio". Primero
fue arrasada Damasco (732); luego Samaría (722). La hora de Jerusalén no había
llegado, pero le faltará poco. Samaría fue duramente reprimida y gran parte de
la población fue deportada.
Como bien se sabe, nadie aprende en cabeza ajena. El rey Ezequías, rey
piadoso, cayó en la soberbia de pensar que podía vencer a los asirios. Él mismo
se pone al frente de una coalición que pretende derrocar a los poderosos
ocupantes. Sin embargo, lo que se presentaba como un futuro triunfo de un rey
piadoso, estuvo a punto de acabar en tragedia: en el año 701, nuevo Senaquerib,
rey de asiria, pone cerco a Jerusalén después de haber conquistado el resto del
territorio. Todo parece perdido; pero Jerusalén logrará salvarse en el último
minuto. En adelante nadie tendrá ganas de rebelarse.¿Debemos poner nuestra
confianza en las instituciones davídicas? Isaías, el gran profeta, sigue
creyendo en las instituciones del Reino de Judá: el Templo de Jerusalén como
lugar de la presencia divina y la Monarquía Davídica, elegida por Dios miso.
Pero se atreve a dar un paso atrevido, osado. Isaías desconfía de los reyes que
se dejan cegar por triunfos militares y políticos, y anuncia un futuro tiempo
mesiánico en el que el ungido de Dios será el verdadero rey .Los hombres pueden fallar, Dios no (Is 11). La dinastía de David ha sido violenta, injusta y pagana. Cuando se lee el libro del Eclesiástico, sorprende que de todos los reyes de Israel, tanto de un reino como de otro, sólo se salvan tres: David, Ezequías y Josías. Al resto se les trata con suma dureza. Unos fueron idólatras (el mismo Salomón, por influencia de sus mujeres extranjeras), otros sanguinarios, otros persiguieron a los profetas... ¿Cómo pretender que un rey pueda encarnar el Reino de justicia y de paz que Dios quiere?
La era ‘mesiánica’. Isaías es el
profeta del futuro, pero sabe que no puede volver a repetir fórmulas viejas o
caminos trillados. Apuesta por un futuro distinto y esperanzador. En la futura
era mesiánica el rey Mesías gozará de la plenitud del Espíritu (v.2); tendrá la
justicia como ceñidor (3b-5); inaugurará un tiempo de reconciliación universal
(6-8); la violencia y las opresiones cesarán porque toda la tierra estará llena
del conocimiento del Señor (9).
4. JESÚS, ANUNCIO Y CUMPLIMIENTO DEL REINO
Buena noticia para los pequeños y débiles. La historia de Israel se
caracteriza por esta gran contradicción: los textos proféticos anuncian desde
antiguo que la buena noticia es para los pequeños, los débiles, para un
resto... Los dirigentes del pueblo, sin embargo, se refugian en el cumplimiento
de la Ley. Jesús recoge la gran
tradición de los profetas y la anuncia
con una fuerza inusual: el reinado de Dios no se alcanza ni por el cumplimiento
estricto de la Ley de Moisés (fariseos) que excluye a todos los ignorantes y a
los empecatados, ni por las coaliciones políticas que buscan el poder
(saduceos).
Jesús, en Belén, hace realidad el
anuncio de Isaías. En el niño pequeño e indefenso, se hace carne el anuncio
mesiánico: ‘un niño nos ha nacido... Su
nombre es «Consejero prudente, Dios
fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz»’ (Is 9,5). Jesús es buena noticia para
los débiles que no tienen quien les defienda. En los textos proféticos salen
con cierta frecuencia los jueces injustos que prevarican. Uno de los rasgos
mesiánicos es precisamente su cualidad de juez recto y justo:
‘No
juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas.
Juzgará
con rectitud a los débiles,
Sentenciará a los sencillos
con rectitud’ (Is 11,3-4)
Bajo el signo de la reconciliación. Choca de manera
especial en el oráculo de Isaías 11 la insistencia en las imágenes de armonía,
paz y reconciliación universal:
‘Habitarán el lobo con el
cordero,
la
pantera con el cabrito,
el
ternero y el león pacerá juntos ...’ (Is 11,6ss)
Isaías es
el gran profeta del Mesías, y Jesús es el Mesías anunciado por Isaías. Uno y
otro hacen dar el salto de las falsas expectativas que no conducen a nada, a la
novedad rompedora y sanadora que trae una verdadera esperanza. Isaías tuvo que
desenmascarar las falsas expectativas que veían la salvación en los ejércitos
asirios primero y en una dinastía caduca después, para anunciar la novedad de
Dios que entraba en la historia por lo pequeño, lo sorprendente, lo débil.
Jesús rompe las expectativas que
muchos habían puesto en él como Mesías legislador o político, para iniciar un
camino de reconciliación y de justicia que revela el mismo ser de Dios.
(4) CUANDO LLEGA EL
TIEMPO DE ADVIENTO
Lectura esperanzada
desde el corazón de la crisis (2009)
1. El «imaginario» de Adviento en una época de «crisis»
Un vocabulario manido. Cuando llega el tiempo de Adviento solemos
tirar de ‘recursos’. De nuestro imaginario salen palabras tales como
‘salvación’, ‘esperanza’, ‘tiempo fuerte’, o incluso precisando mucho más,
hablamos del Mesías y de las «dos venidas de Jesús». De forma pedagógica
explicamos el ‘camino’, los significados de las cuatro velas, o las ‘figuras del
adviento: profetas, Juan Bautista, María’.
Importa el «hoy». Todo es correcto, pero el punto crucial no es
sólo celebrar un nuevo año litúrgico, sino cómo esa salvación y ese
‘mesianismo’ de Jesús se hace real, patente (aunque no siempre evidente) hoy. No
nos importa sólo la «salvación», sino el «hoy» de la salvación.
Por otra parte, hablamos de
«esperanza». Pero esta palabra no es «amorfa», no es «intercambiable» con otras
muchas. No es una palabra de «quita y pon». Hablar de «salvación» y de «esperanza»
en estos tiempos es hablar de «crisis».
¿Qué decimos cuando decimos «esperanza» y «salvación»? Los dos
términos son fundantes, pero poco precisos. ¿dónde poner nuestra esperanza?,
¿hay motivos?. Tampoco son fáciles de comprender, porque no son «omnicomprensivos»,
como si de «palabras-milagro» se trataran: ¿qué queremos decir cuando hablamos
de que necesitamos salvación? ¿o cuando
decimos que Jesús es nuestro salvador?
Tenemos que justificar incluso
por qué lo decimos ¿Somos nosotros los autores de esta «esperanza» y de esta
«salvación»? ¿Se trata sólo de una dimensión espiritual más del hombre, pero
que no tiene nada que ver con nosotros?
Jesús como fundamento y realidad. La fe nos habla de Jesucristo: él
es la razón y el fundamento de nuestra «esperanza» y de nuestra «salvación»,
porque no se trata de una cuestión filosófica (distinguiendo entre expectativas
y esperanza), tampoco psicológica (un estado vital de serenidad paciente y
optimista), sino teologal. Son de Dios.
Para los cristianos los dos términos
dirigen nuestra mirada a Cristo, porque él es el que hace realidad la «esperanza».
Jesús es la «salvación» porque posibilita
los dos movimientos necesarios. Jesús es quien nos «salva de» nuestra condición
limitada humana y nos «salva para» la nueva vida en Dios.
2. Sacerdotes «para la esperanza»
2.1. Decimos «no» a la culpabilización
A este respecto quiero recoger unas
palabras que considero «luminosas». Hoy es evidente la ‘falta numérica de pastores, agobio de los que permanecen, desconfianza
de los fieles en ellos. Del heroísmo al fracaso y abandono. El voluntarismo de
los setenta desemboca en el cansancio de los ochenta’.
Crisis multiforme. Estamos en una época
de «crisis», pero no podemos caer en la culpabilización. La crisis es múltiple,
y las razones son múltiples.
La «crisis» más sangrante es la
económica, pero cada vez son más los que hablar de que detrás de ella hay una
«crisis de valores».
El individualismo salvaje parece
que ha querido ganar la partida. No sabemos si lo está consiguiendo. La
imposición del «yo» frente a la comunidad, y de la tiranía del «yo» que se
manifiesta en el «todo vale» siempre que me interese.
Crisis de fe. Pero no cerremos los ojos, no. La «crisis» que
sufrimos como Pueblo de Dios que camina, como Iglesia, es una profunda «crisis
de fe». Sólo dos notas:
-
La «fe a la carta». En el mercado de lo religioso se
sirven todo tipo de productos. Como yo soy soberano, preparo mi cesta de la
compra a mi gusto. Además, de la misma forma que no acepto que critiquen mis
gustos, tampoco yo me meto a juzgar los productos que ha elegido otro. Las
combinaciones son infinitas.
-
Los «jibarismos» de la fe. Las reducciones de la fe
están a la orden del día. Para unos son «reducciones éticas»: ser cristiano es
ser buena persona. Para otros están las «reducciones místicas»: ser cristiano
es ser espiritual. Para un tercer grupo están las «reducciones dogmáticas»: ser
cristiano es ser confesante. Las tres solas, sin las otras dos que las
acompañan, no valen. Ser cristiano es ser ético, ser espiritual, y ser
confesante.
2.2. La Epopeya que «hoy» estamos cantando
Pero no son sólo palabras de una
lucidez en el análisis, sino un canto a la entrega heroica de muchos
consagrados.
Emociona ‘el heroísmo de consagrados y ordenados con edades muy avanzadas que
siguen en su puesto sosteniendo imposibles instituciones y dando tiempo al
Señor para su intervención.
Emociona ver a religiosas cuidando ancianos más jóvenes que ellas; o
sosteniendo centros de enseñanza desde una jubilación más cargada de trabajo
que su período profesional; o perseverando en la misión cuando todos los
voluntarios y profesionales huyen en tiempos de violencia.
Cómo conmueve ver a párrocos octogenarios, incluso a cargo de varias
parroquias separadas por kilómetros.
Algún día, quizá antes de la vida eterna, se cantará la epopeya de esta
Iglesia envejecida pero fiel hasta darlo todo’.[1]
2.3. Sacerdotes de Cristo «en la Iglesia»
Los años posteriores al Vaticano II. En las décadas de los 70 y 80
se discutió en la teología si la fundamentación del sacramento del Orden, había
que ponerlo en relación con Cristo «corriente cristológica» derivando de ello
tanto el ser como el ejercicio o la espiritualidad, o con la Iglesia , «corriente
eclesiológica». En ambos casos, desde una postura moderada, se evitó el riesgo
monástico: una fundamentación sólo en Cristo («cristomonismo») o una
fundamentación sólo en la Iglesia «eclesiomonismo»). Sobre la mesa había dos
puntos importantes:
Pastores dabo vobis (1992). El debate
postconciliar, doloroso y rico, se puede considerar culminado en el Sínodo de
1990 y en su consiguiente Exhortación post-sinodal «Pastores Dabo vobis» (1992)
del papa Juan Pablo II.
El documento da prioridad a la relación con Cristo en la
determinación de la naturaleza y misión del ministerio sacerdotal. Es evidente
que quiere recuperar el aspecto cristológico en la comprensión del ministerio
sacerdotal, si bien busca una articulación entre los dos aspectos, el cristológico
y el eclesiológico.
Vida en Cristo. Reflexionando en el número 12 sobre la «identidad
específica» del sacerdote y de su ministerio afirma:
‘El presbítero, en virtud de la consagración que recibe con el
sacramento del Orden, es enviado por el Padre, por medio de Jesucristo, con el
cual como Cabeza y Pastor de su
pueblo se configura de un modo
especial para vivir y actuar con la fuerza del Espíritu Santo al servicio de la
Iglesia y por la salvación del mundo’ (PDV 12)
‘Ciertamente hay una fisonomía esencial del sacerdote que no cambia: en
efecto, el sacerdote de mañana, no menos que el de hoy, deberá asemejarse a
Cristo (…) También en el 2000 la vocación sacerdotal continuará siendo la
llamada a vivir el único y permanente sacerdocio de Cristo’ (PDV 5)
En el punto 16 de la PDV, la cita
sigue uniendo la relación fundamental con Cristo a su ministerio al frente de
la Iglesia.
‘El sacerdote tiene como relación
fundamental la que le une con Jesucristo Cabeza y Pastor. Así participa de
manera específica de la «unción» y de la «misión» de Cristo (Lc 4,18-19).
Vida en la Iglesia.
Somos
sacerdotes de Cristo, pero no para nosotros, sino para los demás. Nos
configuramos con Cristo no para situarnos por encima de los demás creyentes o
del pueblo santo de Dios, sino para ser sus servidores. La relación del
sacerdote con la Iglesia es fundante y fundamental. Retomamos la cita de la PDV
16:
2.4. El «yo» exaltado y la esperanza cristiana
Si decimos
que en el fondo de la crisis está la exaltación de «yo» en todas sus variantes:
la avaricia que busca adorar lo propio; el egoísmo que hace insensible a los
demás; la soberbia que no acepta el perdón del que te ha ofendido; la vanidad
que desprecia a los inferiores.
La
Escritura hace dos preguntas. El Génesis, como «texto espejo» donde nos vemos
reflejados la humanidad, nos pregunta: ¿dónde está tu hermano? No podemos
contestar ni de forma generalizada, como si no fuera con nosotros, ni buscando
excusas. Es verdad que no somos sanguinarios, pero es verdad que con frecuencia
nos hacemos los «despistados» argumentando: ¿acaso soy yo el guardián de mi
hermano? Necesitamos poner «rostros» y nombres a nuestros hermanos.
Lucas, por
su parte, nos presenta cómo el doctor de la Ley quiere escabullirse. Jesús ha
unido dos mandamientos, el amor a Dios y al prójimo, y «sabio vuelto sobre sí»
sólo puede preguntar que quién es el prójimo.
En ambos
casos, la Escritura nos dice que la salvación y la esperanza pasan por
atrevernos a hacer la travesía desde el «yo» hasta el «otro». La esperanza y la salvación cristiana
no es «sin» los demás, sino «con» los hermanos.
La llamada de Dios:
¿Dónde está tu hermano?
Caín dijo
a su hermano Abel: "Vamos al campo". Cuando se encontraron en el
campo, Caín atacó a su hermano Abel y le mató.
El Señor
preguntó a Caín: "¿Dónde está tu hermano?”,
Él
respondió: "No lo sé. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”.
El Señor
le dijo: "¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano grita de la
tierra hasta mí. Por tanto, maldito seas lejos de la tierra que ha abierto sus
fauces para empaparse con la sangre de tu hermano derramada por ti. (Gén 4,8-11)
La pregunta del doctor
de la Ley: ¿Quién es mi prójimo?
Él le
contestó: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti
mismo". Jesús le dijo: "Has respondido muy bien; haz eso y
vivirás". Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: "¿Quién es mi
prójimo?”. (Lc 10,27-29)
Preguntas
1) ¿Qué
quiero decir cuando hablo de «esperanza» y de «salvación»? ¿Me lo creo y lo
vivo o es algo exterior a mí? ¿Qué tendría que cambiar en mi vida para
transparentar que mi ministerio es de «esperanza» y de «salvación»?
2) ¿Cómo
vivo mi ministerio sacerdotal? ¿En unión a Cristo y en comunión con la Iglesia,
o sin Cristo y enfrentado con la Iglesia?
3) En
mi vida sacerdotal ¿tengo que hacer el movimiento de mi «yo» a los demás?
¿Me preocupan los demás? ¿Me
duele la gente? ¿Soy sacerdote compasivo y servidor o severo y déspota?
4) Pon
rostros de personas cercanas a ti. Pon situaciones que deben ser «salvadas»
desde Cristo.
Pon nombres de personas que necesitan el don de Cristo en la
Iglesia.
[1] L. Trujillo,
‘Razones para la misión en la
Iglesia española de hoy’, en: VV.AA., Dar razón de la misión
hoy. XXV encuentro de animación misionera para sacerdotes. Instituto Español de
Misiones Extranjeras (Madrid 2006), p. 24
No hay comentarios:
Publicar un comentario