Aunque
no sea el objetivo principal de este blog, no puedo por menos que «meterme en
este charco». Son de esos charcos que te llaman, que da gusto chapotear a fondo
en ellos: es el tema de la enseñanza. Comenzaré diciendo dos cosas, pienso que
importantes: primero, que no soy parcial (como nadie lo es en este tipo de
discusiones, así como en otras), pues soy de los últimos representantes que
quedan del placer de saber cosas inútiles: etimologías, datos pertinentes e
impertinentes, el porqué de los nombres de las cosas, anécdotas sabrosas,
curiosidades de la historia, poemas aprendidos de memoria, narraciones
abundantes, ampulosas y requetefloridas… Lo que se dice, «una formación de
letras». Segunda cosa importante: este debate está totalmente abierto. No
pienso defender mi posición «a ultranza», sino solo presentar de forma
simpática mis quejas. Quienquiera, que me responda.
Acabo
de escuchar en la «tele» que según el último informe mundial sobre enseñanza y
educación, los españoles suspendemos. Bueno… no es una buena noticia, sin duda.
Como ejemplo de «chicos listos» han puesto a coreanos del sur, japoneses y
otros especímenes humanos de ojos rasgados. Ponían un ejemplo de las pruebas
que habían hecho a los alumnos seleccionados de todo el orbe: un
robot-aspiradora (un punto de color rojo en un esquema visual) se topaba con un
obstáculo aleatorio (varios puntos amarillos dentro de un marco). Pregunta:
cuando el robot-aspiradora encuentra el obstáculo, acto seguido, hacia dónde se
dirigirá.
Yo hubiera dado dos respuestas, las dos totalmente inválidas. Hubiera dicho algo así como '¿y a mí que me importa por dónde sigue limpiando el robot? Que limpie y ya está'; respuesta no solo insatisfactoria, sino un pelín displicente. La otra respuesta, igualmente inválida, hubiera sido:: ' supongo que...' Evidentemente si me preguntan una dirección precisa, no se pude responder con un 'supongo'. Vamos, que no me hubieran contratado de ninguna forma en la fábrica de 'aspiradoras'.
Sólo los «hijos del lejano oriente», que dicho sea de paso no son «hijos de los griegos» (filosofía), ni de los romanos (derecho), ni de los semitas (narraciones), sabían cómo iba a reaccionar el aparato; los occidentales, más dados a distingos de matices, de explicaciones inútiles sobre la etimología de la palabras «robot» o «aspirador», a poemas y dibujos abstractos o naïfs, y a disquisiciones bizantinas sobre las subidas y bajadas, sobre las idas y venidas, sobre las «esencias» y sentido de las cosas…, suspendían la prueba. El presentador de la «tele» comentaba que tenemos que dirigir nuestra enseñanza en una línea más intuitiva, más creativa, más propositiva, más deductiva (¡más I+D+I!, o sea, investigación+desarrollo+innovación) y menos memorística, menos «acumulativa» de datos, menos lúdica, histórica y poética (esto último lo digo yo) etc. Necesitamos humanos que sean 'competitivos en el mercado laboral' (neologismos casi sagrados, dignos de una religión). Tenemos planteado el debate.
Yo hubiera dado dos respuestas, las dos totalmente inválidas. Hubiera dicho algo así como '¿y a mí que me importa por dónde sigue limpiando el robot? Que limpie y ya está'; respuesta no solo insatisfactoria, sino un pelín displicente. La otra respuesta, igualmente inválida, hubiera sido:: ' supongo que...' Evidentemente si me preguntan una dirección precisa, no se pude responder con un 'supongo'. Vamos, que no me hubieran contratado de ninguna forma en la fábrica de 'aspiradoras'.
Sólo los «hijos del lejano oriente», que dicho sea de paso no son «hijos de los griegos» (filosofía), ni de los romanos (derecho), ni de los semitas (narraciones), sabían cómo iba a reaccionar el aparato; los occidentales, más dados a distingos de matices, de explicaciones inútiles sobre la etimología de la palabras «robot» o «aspirador», a poemas y dibujos abstractos o naïfs, y a disquisiciones bizantinas sobre las subidas y bajadas, sobre las idas y venidas, sobre las «esencias» y sentido de las cosas…, suspendían la prueba. El presentador de la «tele» comentaba que tenemos que dirigir nuestra enseñanza en una línea más intuitiva, más creativa, más propositiva, más deductiva (¡más I+D+I!, o sea, investigación+desarrollo+innovación) y menos memorística, menos «acumulativa» de datos, menos lúdica, histórica y poética (esto último lo digo yo) etc. Necesitamos humanos que sean 'competitivos en el mercado laboral' (neologismos casi sagrados, dignos de una religión). Tenemos planteado el debate.
Puede ser que el ser humano del futuro sea una persona mucho más intuitiva a la hora de afrontar nuevos problemas y adentrarse en propuestas arriesgadas e inexploradas; mucho más técnica en dar soluciones novedosas y prácticas; mucho más precisa a la hora de tomar decisiones; mucho más perspicaz ante los retos que parecen irresolubles; de acuerdo, tendremos sin duda personas técnicas, hábiles, precisas, meticulosas, ahorrativas, creativas, ingeniosas…
Pero ¿serán más felices? ¿serán más humanos? ¿será más vivible, más afable, más amable este mundo? ¿podremos dar gracias por la vida? ¿podremos sentirnos ufanos de ser personas? Estos nuevos 'técnicos-tecnócratas-robotizados', ¿sabrán contar un cuento hermoso, interminable, ilusionante y lleno de colores a sus hijos? ¿Sabrán escribir un poema que no sirve para nada, ¡para nada!, más que para dejar que llore el corazón? ¿Sabrán escribir unas páginas llenas de ternura, de palabras no medidas, de sentimientos hechos a sangre y tinta? ¿Sabrán ilusionarse con cosas aparentemente inútiles?
¿Serán capaces
de soñar con mundos no tecnológicos, habitados por robots, sino habitados por
gente normal que ama, perdona, discute, se reconcilia? ¿Serán capaces de
explicar a sus hijos que antes que ellos vivieron otras personas, que también
amaron, y soñaron y crearon un mundo que nosotros hemos heredado? ¿Sabrán mirar
las estrellas y pensar que tanta
hermosura no tiene por qué ser necesariamente fruto del azar, sino que nos
remiten a un misterio que nos acoge, llama y envuelve? ¿Sabrán pronunciar el
nombre «Dios» sin pensar en un producto de la técnica y tecnología humana?
¿Sabrán rezar
cuando el corazón se les haga trizas, les estalle, por el dolor de los errores
a sabiendas, de los malos sentimientos, de los deseos de vivir reconciliados,
de suplicar a quien reconocemos como «alter ego»
en nuestras vidas? ¿Alguien les dirá que el futuro del ser humano no es la
«robotización» sino la «divinización»? Sí, he dicho bien, porque eso es lo que
los creyentes denominamos «cielo»: la «divinización». Creemos que caminamos
hacia la plenitud, no hacia la destrucción, la aniquilación o la disolución.
¿De verdad que
el futuro está en que los humanos seamos «orientales de ojos rasgados»? ¿No
tenemos nada que aprender de los semitas que nos cuentan historias llenas de
sabiduría macerada en largas historias de amor y odio, de sentimientos, en los
inhóspitos desiertos deplorados y en los fértiles valles mitificados? ¿No
tenemos nada que aprender de los mitos griegos, con su pícara sexualidad a flor
de piel, su ingenio para explicar las razones últimas de la vida; con sus
«lógicas» y su desarrollo de la «ética»? ¿Acaso no debemos volver la mirada a
los romanos, con su derecho, con su capacidad para crear cultura? ¿Qué decir de
palabras como «misericordia», «perdón», «amor al enemigo», «gratuidad»,
«libertad», «responsabilidad», «bienaventuranza»… que son herencia patrimonial
de la Biblia y más aún, del cristianismo?
Me parece muy
bien que nuestros descendientes en el planeta tierra sepan hacia dónde dirige
su curso un robot-aspirador cuando se topa de improviso con un obstáculo; pero
creo que quienes van a heredar la tierra deben saber emocionarse, también, por
una poesía limpia y fresca, por una oración que
brota del corazón al misterio de Dios, y por una catedral o palacio,
testigo del alma de la humanidad.
Pedro Ignacio Fraile Yécora
http://pedrofraile.blogspot.com.es/
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