Unas
veces hay que titula de forma enunciativa y rotunda: «El racismo no es de
Dios». Otras veces hay que titular de forma propositiva: «Podemos vivir de otra
forma». Existe también el título ambiguo: «¿Por qué sí o por qué no?» Tenemos
también el título retórico, que es como un guante arrojado al público para ver
quién lo recoge.
Este
próximo domingo cerramos las tres catequesis de san Juan sobre la vida (sus
estímulos natos y sus ofuscaciones) con una tercera reflexión bordada de
realismo. Estos días se llenan los blogs
y los posts de comentarios al
«evangelio de Lázaro»: unos más sesudos, otros más sentimentales, otros
piadosos, otros crueles, otros irónicos, otros llenos de sentido común. Yo
quiero hacer mi comentario partiendo de un «título retórico»: ¿y si Jesús
tuviera razón?
El
evangelio no es pródigo en relatos abundantes, rococós o simplemente
recargados. Va a lo esencial. Nos habla de un hombre que era amigo de Jesús y
está enfermo. Jesús no está con él, por lo que las hermanas de aquel judío
envían recado a Jesús para que venga pronto. Cuando Jesús llega, ya ha
fallecido. ¿Cómo reaccionan los personajes que aparecen en el relato? Unos, los
judíos que quieren buscarle las cosquillas a Jesús, están atentos para ver qué hace;
no les importa el acontecimiento, sino que están al quite para sacar provecho.
Las hermanas del difunto, Marta y María, le reprochan a Jesús que haya tardado
tanto. Jesús, por su parte, manifiesta sus sentimientos; habla y actúa.
Los
sentimientos de Jesús son de tristeza y dolor: «Jesús lloró», hasta el punto de
que los espectadores comentan: «mirad cómo lo quería».
Las palabras
de Jesús nacen de una pregunta a María y tienen una respuesta: Jesús le
pregunta: «¿crees que tu hermano resucitará?». Ella, que es judía, responde con la fe de los
judíos: «creo que resucitará en la resurrección del último día». Algunos judíos
de la época de Jesús, no todos (los saduceos entre ellos), creían que después
de la muerte hay un juicio y hay una resurrección, que tendrá lugar «en el
último día» y se desarrollará en «el valle de Josafat», allí en Jerusalén. La
respuesta de Jesús es «Yo soy la resurrección y la vida». Jesús, en el
evangelio de san Juan, enlaza una serie de afirmaciones solemnes que revelan
quién es él: «yo soy la luz del mundo»; «yo soy el buen pastor»; «yo soy el pan
de vida». Ahora dice: «yo soy la resurrección y la vida». No estamos ante un
simple ejercicio de gramática: pronombre personal con función de sujeto+verbo
copulativo+ predicado nominal. No. Estamos ante verdadera teología. Cuando Juan
pone en los labios de Jesús el «yo soy», está recordando el «yo soy el que soy»
(Yahveh), del monte Sinaí. Jesús puede decir que es el pan de vida, la luz del
mundo, la vid y la «resurrección y la vida» porque es Dios entregado, Dios
humanado, Dios encarnado (Jn 1,14).
El gesto de
Jesús es devolverle la vida biológica a Lázaro. Los exegetas comentan que la
«vuelta a la vida biológica» de Lázaro pertenece a otro género distinto de la
Resurrección de Jesús. Lázaro ve cómo su vida biológica se prolonga, pero sabe
que tendrá que morir. Jesús, por su parte, muere en la cruz, pero su
resurrección no es una vuelta a la vida biológica, sino entrar en la vida de
Dios: una resurrección que culmina su
obra, su mensaje, su obediencia, su entrega, su amor. Es una vida en
plenitud que sólo Dios puede dar.
Aquí, llegados
a este punto, es cuando todos «culeamos» (con perdón de la expresión) ¿Y
nosotros qué? La referencia del cristiano no es lo acontecido con Lázaro, pues
en definitiva no soluciona nada, sino que es un «dilata», una prórroga. Lo
fundamental para los cristianos es el acontecimiento de Jesús, el Cristo de
Dios: muerto y resucitado; muerto en solidaridad con la humanidad y resucitado
como vida nueva y definitiva que regala Dios.
¿Y si Jesús
tuviera razón y la vida que esperamos no fuera un «tiempo prorrogado» sino una
vida «en plenitud»?
Pedro Ignacio Fraile Yécora
4 de Abril de 2014
http://pedrofraile.blogspot.com.es/
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