En el último mes he
coincidido con varias lecturas que apuntan en una misma dirección. Son fuentes
distintas, si bien, se me puede reprochar, todas siguen una misma línea.
Prefiero no citarlas explícitamente porque me gustaría redactar algo más
pensado, más sesudo, y más pasado por el corazón, en un futuro. Entonces las
citaré.
El argumento que se repite
una y otra vez es la crisis del cristianismo en la cultura occidental. Estamos,
dicen, en una «sociedad postcristiana». Bueno, ¡no hay que ser un lince para
descubrirlo! Basta con hacer una descripción pormenorizada de una serie de
constantes: asistencia a la misa dominical en continua caída, desapego de las
enseñanzas de la Iglesia, ausencia de vocaciones a la vida religiosa,
desplazamiento a otras religiones o religiosidades no cristianas etc. Lo
difícil no es el «diagnóstico», sino las vías de solución o, al menos, las
posibles «hojas de ruta» a seguir. En todos los artículos y libros que he leído
hay una serie de constantes:
- Desafecto afectivo y efectivo con la Iglesia. La Iglesia, como Institución, está pasando por
malos momentos. ¿Consecuencia de errores pasados? ¿Carga de dos mil años de
cristianismo, con responsabilidades enormes de gobierno? La Iglesia tiene que «cargar»
con un peso que muchas veces supera el de sus frágiles espaldas: cruzadas,
inquisición, papado-emperador, coaliciones con poderes dictatoriales, curas y
religiosos nada ejemplares etc. Parece, por otra parte, que la «otra historia»,
la positiva, se desconoce: fundadores de colegios de enseñanza y de
universidades, fundadores de hospitales, misiones entre los más pobres, trabajos
liberadores de esclavos, casas de acogida a marginados e inmigrantes. Es triste
pero es verdad: las noticias de la Iglesia, sobre todo en los últimos años,
pasan por un «filtro mediático» muy interesado. No es justo.
- Cambio de «paradigma» en la transmisión de
la fe. Los sesudos articulistas nos recuerdan que la «sociedad de
cristiandad» hace tiempo que ha desaparecido; y nosotros, «erre que erre»,
queremos transmitir la fe en un medio social que, sencillamente no existe: la
sociedad no es cristiana, las familias no son cristianas, los colegios no son
cristianos, la moral de la sociedad no es cristiana. Habría que pasar, dicen,
de una «transmisión de la fe» a un «nuevo engendramiento»; o sea, hay que hacer
«nuevos cristianos», no «pasar la fe» a una gente que no le interesa.
- Recuperación de lo «religioso», una vez
superada la crisis de hace años que renegaba de la fe cristiana como una
«religión» asociada al judaísmo (Templo, sacerdotes, normas, control de
conciencias, credos etc.), hoy en día se apuesta de nuevo por lo «religioso».
En este caso es un «sentido religioso» amplio, espacioso, más unido a lo
humano: autonomía del individuo, pluralismo en las opciones, revalorización de
lo «auténtico» más que de la confesión de una «verdad de fe», etc..
- Lo «crístico» sin Jesús. Los analistas
de la religión nos advierten del nacimiento de grupos que son «crísticos», o
sea, que creen en un sentido «complexivo», «holístico», «universal, «divino»,
«armónico», «íntimo», «cósmico», del ser humano; pero sin perfiles concretos.
Son experiencias religiosas individuales, difuminadas, desdibujadas. Son las
«religiones sin rostro». Más en concreto, desde nuestro punto de vista, son
«religiones» que no miran ni se dejan mirar en el rostro de Jesús. Para los
cristianos, Jesús es «el rostro humano de Dios»; es el «Dios con
nosotros-Emmanuel»; dicho de forma más compleja, es la «encarnación del Logos
de Dios». Dicho de forma más sencilla: «creemos en el Dios de Jesús»; «Jesús
revela quién es y cómo es Dios». Ahí queda la pregunta: ¿cristianismo sin
Jesús?
Vuelta a Jesús. Quizá este sea uno de los aspectos más positivos de los nuevos análisis.
Hay que «volver» a las fuentes; lógico por otra parte. Después de dos mil años
de cristianismo, nuestra referencia «última» no puede ser tal concilio por
lúcido que haya sido; o tal teólogo, irrenunciable para un grupo concreto de creyentes;
la referencia no puede ser otra más que Jesús, muerto y resucitado, fundamento
último de la fe cristiana. Recuperar la frescura del mensaje, la radicalidad de
sus acciones, la ilusión que provocaba en la gente sencilla, las ganas de vivir
de otra forma que iban de la mano en todo lo que hacía.
No sé
si recojo bien el sentir de muchos de estos pensadores. Yo, por mi parte, retomo
el título de este artículo: «¿Hacia dónde va el cristianismo?» Personalmente
suscribo la «vuelta a Jesús» como base del nuevo giro que debe dar la fe
cristiana; es más, creo que los cristianos debemos aportar en esta nueva etapa
de la religión a escala mundial, la especificidad de la fe «con rostro, el
rostro de Jesús». Esa es nuestra «gozosa herencia»: ser «testigos de Jesús».
Recojo
igualmente la revalorización de lo «religioso» de forma positiva. Todos sabemos
que el trajín diario nos lleva a las prisas, a los agobios, a las ansiedades:
Todos somos conscientes de que los que «teledirigen» nuestros hábitos
consumistas, sociales, e incluso nuestras opiniones, no quieren «gente que
piense», gente con «opinión propia». Estamos, por fin, en un momento de la
historia en que la «diosa razón» sabe que tiene que convivir con la
«sensibilidad», con la «empatía», con la «ternura» y la «misericordia»
(conceptos todos del ámbito religioso más que del argumentativo). No podemos
cerrar los ojos a las peticiones de tantas personas, aunque no lo sepan decir,
de una necesidad de expresión de su vida interior, porque o la tienen o la
quieren tener.
El
punto a discutir tiene que ver con la Iglesia. Aparece en muchos casos como la
«mala» de la película; hoy en día es la «pagana» de muchos platos rotos. Parece
que todas las sociedades necesitan un «chivo expiatorio» sobre el que cargar
las culpas. En nuestra sociedad occidental (dejamos el oriente lejano, el
oriente ortodoxo, y las zonas
islámicas), la que hoy por hoy tiene que sobrellevar en buena parte esta «carga»
es la Iglesia. Unas veces la crítica severa es con razón; otras sin ella.
También la Iglesia (entendida en su condición de «institución»), tiene que «volver»,
tiene que «convertirse» a Jesús. Nuestra sociedad, y en especial la gente más
joven, no está dispuesta a concederle muchos créditos.
Por
último, el tema más candente: los nuevos cristianos o los cristianos del
futuro. ¿Basta con transmitir la fe que a su vez otros nos transmitieron?
¿Tenemos que hacer un esfuerzo por «engendrar» a la fe «nuevos cristianos»
conforme a la situación real de la sociedad que vivimos?
A mí
me parece apasionante. Hay que «recrear» lo que pensábamos que ya estaba
«archivado» para siempre. Hay que «relanzar» lo que estaba guardado en nuestros
almacenes. Hay que «reimaginar» los modelos que son arquetipos de otras
sociedades. Hay que «reconstruir» unos símbolos y un lenguaje que entiendan las
personas de esta sociedad. No se trata de «maquillar», ni de «suavizar», ni
«vender barato» el evangelio de Jesús, sino dejar que la fuerza transformadora
del evangelio, bajo la acción del Espíritu Santo, recree nuestras comunidades
cristianas.
Pedro Ignacio Fraile
15 de Mayo de 1014
http://pedrofraile.blogspot.com.es/
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